martes, 10 de marzo de 2015

PECADO Y SEDUCCION: CAPITULO 17




Estaba lista y completamente preparada.


Se había acostado cada noche pensando en que debía contactar con Pedro al día siguiente, y al despertarse encontraba siempre una razón perfectamente válida para dejarlo para otro día. Y el día que finalmente descolgó el teléfono, la llamada fue enviada directamente al buzón de voz. Decidida a no echarse atrás ahora que había llegado hasta ahí, Paula llamó a su oficina. Una secretaria con tono prepotente la tuvo esperando durante un buen rato y finalmente le dijo que el señor Alfonso no estaba en la oficina aquel día, que estaba fuera del país.


En cuanto colgó el teléfono, Paula pensó en las cosas que podría haberle dicho, pero no quería cargar contra el mensajero. Así que fuera del país… sí, claro. Pedro debería encargarse él mismo del trabajo sucio. 


Paula ya se había puesto la chaqueta para salir a enfrentarse con él, pero de pronto perdió el coraje.


Tenía que volver a encontrarlo pronto.


—Siento no haber corregido a esa enfermera y no haberle dicho que no éramos los padres —dijo ahora.


Al escuchar su tono lloroso, Pedro aspiró con fuerza el aire y luego lo soltó. Josefina había estado bastante enferma un par de veces, y eran momentos que no quería revivir.


—Lo siento. Sé que tendría que habérselo explicado, pero…
Pedro dejó escapar un silbido de desesperación, rodeó la silla y se puso delante de ella de cuclillas mirando su rostro pálido y triste.


—¿Puedes dejar de disculparte y de pensar que todo es culpa tuya? No es así.


—¿No? No sabía lo que mi madre sentía. Yo decidí lo que pensé que debía sentir.


Pedro soltó una carcajada amarga.


—Es lo mismo que ser padre. Yo llevo haciendo eso catorce años.


Paula le miró y sintió cómo se le hinchaba el pecho con el amor que sentía.


—Eres un buen padre.


Y lo sería también para su bebé. En sus momentos más calmados y racionales, Paula lo tenía claro, y también sabía que, cuando se le pasara el enfado y se acostumbrara a la idea, podría contar con él.


Pero Paula no quería obligaciones, quería amor.


—Yo estaba convencida de que, si mi madre hubiera tenido una opción, la habría aprovechado —admitió Paula con pesar—. Entonces me parecía todo muy simple, blanco o negro. Me he portado como una cría.


—No, eres una hija que quiere mucho a su madre. ¿Qué sentido tiene castigarte con esto, Paula? Llega un momento en el que la culpabilidad se convierte en autocompasión. No eres responsable de lo que ha pasado —aseguró con firmeza.


Paula bajó la cabeza y se mordió el labio inferior mientras escuchaba.


—No me excuses, soy una persona horrible —alzó la cabeza y le torció el gesto—. ¿Por qué sonríes?


—Porque no eres una persona horrible, y aunque lo fueras… —Pedro se detuvo. Había estado a punto de decir: «Aunque lo fueras te amaría». No era el momento—. ¿Qué te parece si seguimos el consejo de la enfermera y nos damos un respiro? No voy a aceptar un no por respuesta.


—Como siempre —murmuró Paula mirando hacia el bebé—. Ni siquiera es capaz de respirar por sí mismo.


—No puedes hacer nada aquí, y si ocurre algún cambio, nos lo harán saber. Carlos está con tu madre. Y ella está bien.


—¿Te lo han dicho?


Pedro no podía soportar ver la esperanza reflejada en sus ojos esmeraldas.


—Hablé con uno de los médicos cuando llegué —dijera lo que dijera, no repercutiría en el resultado final, y para Paula sería más fácil soportarlo así. Así que, en lo que a él se refería, una mentirijilla no tenía importancia.


—Es tan pequeño, y con todos esos tubos… —a Paula se le entrecortó la voz por la emoción—. Si algo le sucediera a mi madre, se quedaría solo.


—No estaría solo. Os tendría a Carlos y a ti. Ahora mismo está asustado, pero pase lo que pase, quiere a su hijo. ¿Cómo podría ser de otra manera?


—Mi padre no me quería a mí —murmuró ella con voz cansada—. Quería que mi madre abortara, le mandó una carta diciéndoselo. Yo la encontré. Nunca se lo dije a mi madre, volví a guardarla. Mi madre solo era una estudiante que trabajó en su hacienda durante el verano. La trató como si fuera una basura, y a mí igual. Solo quería librarse de mí.


Pedro sintió una punzada de dolor por la niña que fue. Si Charlford estuviera allí ahora… pero no lo estaba. Había muerto, pero le había robado a Pedro la satisfacción de enfrentarse a él. Suspiró y la miró.


—Estás mejor sin un padre así.


—Eso es lo que dice Mariano también.


De pronto los recuerdos de su último encuentro surgieron entre ellos, y el aire pareció más pesado.


—Tu hermano no es ningún idiota. ¿Se encuentra bien después de que yo…?


—Está bien.


—Me alegro. Esa noche te dije cosas para herirte —Pedro sacudió la cabeza apesadumbrado—. Estaba celoso —le resultó más fácil admitirlo ante ella que ante sí mismo.


Paula abrió mucho los ojos ante aquella confesión.


—Eso fue lo que Mariano dijo también —murmuró, asombrada ante lo que implicaban sus palabras—. Le dije que era una tontería, que tú no eras celoso.


Los labios de Pedro esbozaron una media sonrisa.


—Tienes razón. No soy celoso excepto a lo que ti se refiere —la miró fijamente—. Me gustaría decirte que no volveré a actuar nunca así, pero creo que, si te veo besando a otro hombre, lo haría. Sabes que me vuelves loco desde el momento en que te vi, ¿verdad? —Pedro se pasó una mano por el pelo—. No puedo hablar de esto aquí.


Paula se puso lentamente de pie. Su cabeza era un auténtico caos. Estaba confundida, asombrada, emocionada. Miró hacia su hermano y se debatió entre el deber y el deseo.


—Siento como si le estuviera abandonando.


—De acuerdo, lo entiendo. Yo necesito un respiro. ¿Te traigo algo?


Paula negó con la cabeza y le miró marcharse. La puerta acababa de cerrarse cuando volvió a abrirse y entró la misma enfermera de antes.


—Voy a acomodar un poco a este pequeño. ¿Por qué no se va a tomar algo con su hombre? Para ellos puede llegar a ser muy duro, ¿sabe? Contienen demasiado sus emociones. 
El pequeño no estará solo, yo estaré aquí mismo, en el escritorio —señaló con la cabeza hacia la zona de enfermería.


Paula se quedó allí quieta un instante y luego asintió, sonriendo antes de lanzarle un beso a su hermano.


Peleándose con la bata blanca, que le quedaba enorme, alcanzó a Pedro en la puerta de la sala de padres. Pero estaba saliendo, no entrando.


—¿No vas a…?


Pedro giró la cabeza y la miró. Paula se olvidó de todo excepto de que era el hombre más guapo que había visto en su vida. La forma de su cara, los ojos, los labios, la cicatriz… todo. Le resultaba inconcebible haber pensado en algún momento que estaban mejor cada uno por su lado.


Aspiró con fuerza el aire. Ahora le tocaba el turno a ella. Se lanzó hacia lo desconocido y las palabras le salieron precipitadamente de la boca antes de que pudiera cambiar de opinión.


—Cuando te marchaste aquel día, sentí como si te hubieras llevado un trocito de mí —Paula alzó la mano con la intención de llevársela al corazón, pero gruñó frustrada porque el cinturón de la bata se le había enredado al cuello debido a los impacientes tirones—. Oh, vaya. ¿Me puedes ayudar? Me estoy estrangulando y no llego…


—No te muevas.


Los dedos de Pedro permanecieron firmes cuando le rozaron la piel de la nuca. Paula no estaba nada firme; estaba temblando y el menor roce de sus manos le provocaba descargas eléctricas.


—Ya está.


Paula mantuvo la cabeza baja mientras se sacaba el brazo por la manga.


—Yo siempre tan inoportuna —murmuró cuando por fin se quitó la bata. Entonces alzó la vista hacia Pedro y vio que estaba muy pálido y tenso, con la vista fija clavada en…
Bajó otra vez la cabeza.


Entonces se dio cuenta de que estaba en pijama, porque solo había tenido tiempo para ponerse unas botas y una chaqueta encima.


—Estaba en la cama cuando me llamaron para… —comenzó a explicarse.


Pero se detuvo al darse cuenta de que no era el pijama lo que estaba mirando, sino a ella. Más concretamente, al pequeño pero inconfundible bulto del vientre. Durante semanas había sido su centro de atención constante, y justo ahora se le olvidaba.


Paula alzó muy despacio la mirada desde la curva de su vientre hasta el rostro de Pedro. Su expresión seguía sin indicar nada.


Ni siquiera sabía si respiraba.


La certeza de lo que había recibido resultó completamente abrumadora. La vida, la vida que habían creado juntos crecía dentro de Paula… y la sensación de felicidad fue seguida al instante por un miedo insidioso que extendió sus raíces como un cáncer. Tenía tanto que perder en aquellos momentos, aquella felicidad era tan frágil que podría serle arrebatada en cualquier momento.


—Entiendo que esto sea un shock para ti, pero ¿qué…?


La chaqueta de Pedro todavía conservaba su calor cuando se la echó por los hombros. Todavía no le había dicho nada, y Paula se preguntó si aquella iba a ser la respuesta de Pedro, ignorarlo para que desapareciera.


El dolor que sintió en el pecho se transformó en rabia.


—¿No vas a decir nada?


Pedro apretó los músculos de su angulosa barbilla y cerró cuidadosamente la puerta de la sala de espera.


—Aquí no. Necesito un poco de aire fresco. Y un poco de intimidad.


Y ella necesitaba respuestas. Necesitaba algo de él tras varias semanas sin saber nada.


—¿Por qué?


Pedro alzó una ceja y dijo en voz baja:
—Piensa en dónde estamos, Paula. Esto es una unidad de bebés prematuros.


Ella se llevó inconscientemente las manos al vientre. Ladeó la cabeza y dirigió la mirada hacia la puerta cerrada.


—De acuerdo, pero no puedo estar demasiado tiempo lejos de mi hermano.


—Lo que tengo que decir no llevará mucho.


Paula trató de sentirse reconfortada con aquellas palabras y también trató de seguirle el rápido paso. Todos los pasillos le parecían iguales, aquel lugar era un laberinto, pero Pedro parecía saber exactamente hacia dónde se dirigía.


Seguramente durante el día, aquel rincón de gravilla con flores y bancos estaría muy concurrido, pero a aquellas horas de la noche estaba vacío.


Cuando salieron, Paula aspiró con fuerza el aire fresco. 


Aquel no estaba siendo un buen día.


—Iba a contarte lo del bebé —aseguró.


—¿Cuándo?


—Hace seis semanas.


—Eso es concretar mucho —Pedro bajó la vista hacia su vientre. Todavía no lo había asumido. Un bebé. Un escalofrío cálido le recorrió el cuerpo al imaginarla con el niño al pecho.


—Llamé a tu oficina. Me dejaron esperando mucho tiempo y luego me dijeron que no estabas en el país —Paula bajó la mirada y recordó el dolor y la rabia que había sentido y que todavía seguía sintiendo—. Capté el mensaje.


Pedro entornó la mirada.


—Pues yo no —la culpable debía de ser la secretaria temporal que lo único que hacía era limarse las uñas y que había ofendido al menos a dos clientes.


No le sorprendía, pero le enfurecía, y ya había dejado claro a la agencia que la había enviado que no estaba en absoluto satisfecho con su trabajo.


—¿Y cuándo está previsto que nazca?


—En Navidad —Paula se llevó otra vez la mano al vientre y dijo a la defensiva—: Ya sé que he engordado mucho.


—Estás preciosa, y serás una madre perfecta —Pedro nunca había asociado el embarazo a la sensualidad, pero al mirar a Paula y saber que su hijo crecía dentro de ella, la deseaba todavía más.


Pedro tomó asiento en uno de los bancos. Parecía no encontrarse bien. Nada estaba saliendo como ella pensaba.


—Supongo que estás en estado de shock.


—No, lo que estoy es enamorado —afirmó él sin vacilar—. Pensé que te había perdido. Y cuando te vi con Mariano, no pude soportarlo. Quería matarle. ¿Qué diablos hacemos llevando vidas separadas y fingiendo que podemos estar cada uno por nuestro lado? Yo no puedo, sé que no puedo. Te necesito, Paula.


Ella se lo quedó mirando. El corazón le latía con fuerza.


—No hace falta que digas eso —susurró.


—Tengo que decirlo —aseguró Pedro tomándola de las muñecas y atrayéndola hacia sí. Entonces la besó con infinita ternura.


Paula lloraba de alegría.


—Dilo —susurró. Necesitaba verlo en sus ojos cuando pronunciara aquellas palabras, solo entonces se atrevería a creerlo.


—Te amo, Paula. ¿Quieres darme una segunda oportunidad?


—Oh, Pedro, he sido tan desgraciada sin ti… te amo tanto…


Él soltó un gruñido y la besó apasionadamente. La sonrisa se le borró del rostro cuando se retiró y vio la tristeza en sus ojos.


—¿Qué ocurre?


Paula sacudió la cabeza.


—Me parece mal sentirme feliz en un momento así.


—¿No querría tu madre verte feliz?


Ella asintió entre lágrimas.


—Entonces, seamos felices. Las celebraciones pueden esperar, pero lo importante es que nos tenemos al uno al otro, y pase lo que pase, aquí y en otros momentos, estaré a tu lado. Lo sabes, ¿verdad, Paula?


A ella le brillaron los ojos de felicidad cuando miró el rostro del hombre tan increíble al que tanto amaba.


—Lo sé.


Pedro volvió a besarla antes de que entraran otra vez en la sala… juntos.




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