martes, 15 de diciembre de 2015

UNA NOVIA EN UN MILLÓN: CAPITULO 9






Un grito de Marcos despertó a Paula. Se dio la vuelta en la cama de inmediato, pero, todavía medio dormida, se encontró totalmente desorientada en aquel lugar poco familiar. Le llevó unos segundos recordar dónde estaba.


Entonces vio una luz tenue a través de la puerta entreabierta que comunicaba con la habitación de Marcos.


Se bajó de la cama para ir hacia allí, pero se detuvo un instante al ver que se había vuelto a quedar todo en silencio.


Marcos debía haber gritado en sueños y haberse vuelto a dormir. Probablemente una pesadilla. Sin embargo, ya que estaba levantada, prefería ir a comprobar que estaba bien.


De pronto le llegó un suave murmullo. ¿Había alguien ocupándose de Marcos? ¿Llevaría rato gritando antes de que ella se hubiera despertado? Tal vez Rosita, la amable ama de llaves, lo había oído y había ido a tranquilizarlo. Era ella quien tenía que estar pendiente de su hijo, no aquella pobre mujer mayor, cansada sin duda de la jornada.


Paula tomó la bata de los pies de la cama y se metió las mangas, escuchando incómoda el frufrú de la seda y el encaje del camisón sobre su piel desnuda al moverse. No había vuelto a ponerse aquel camisón dorado de su ajuar de novia en siglos. Siempre le había parecido demasiado ostentoso para dormir con él, pero se lo había llevado por si se veía obligada a aceptar la invitación de Isabella, le había parecido que resultaría apropiado allí. En aquel momento le pareció que había sido una estupidez.


Claro que también había fantaseado un poco con la idea de dormir bajo el mismo techo que Pedro Alfonso, pero… Oh, aquella noche la había hecho sentirse de nuevo una mujer, no solo una madre. Y cuando la había besado… No, ojalá no lo hubiera hecho, lo único que había conseguido era que albergase ilusiones que nunca iban a convertirse en realidad. 


Reprendiéndose por ser tan fantasiosa, Paula se anudó el cinturón de la bata. «Pon los pies en la tierra, Paula», se dijo, «Pedro Alfonso no es para ti».


¿Cómo iba a serlo?, ella era una mujer normal y corriente con un hijo, y él estaba comprometido con una sofisticada diseñadora de ropa. ¡Cómo si la situación fuera a cambiar porque ella se pusiera ese ridículo camisón de seda y encaje!


Paula trató de dejar a un lado la pesadumbre que le habían provocado aquellos pensamientos, y entró en la habitación de Marcos. Y cuál no sería su sorpresa al encontrar a su hijo acunado no en los brazos de Rosita, sino en los del hombre que era la causa de su desazón.


La joven se quedó unos instantes agarrada al picaporte para mantener el equilibrio mientras pasaba el shock. Pedro Alfonso estaba de espaldas a ella, pero no cabía duda de que era él. 


¿Qué hacía allí? ¿Cómo es que no estaba con su prometida? ¿Qué hora sería?


Paula vio un reloj con forma de caballito de mar en la pared. 


Marcaba casi la una y media de la madrugada. Se suponía que la fiesta acababa a las doce. Tal vez él había ido a llevar a Marcela a su casa y había regresado en aquel momento, pero aquello no explicaba qué hacía en el cuarto de Marcos. 


¿Tal vez lo había oído gritar cuando subía las escaleras?


Totalmente perpleja, observó cómo volvía a acostar al pequeño en la cama y lo tapaba. Pedro Alfonso se quedó de pie junto a la cama un instante y entonces se inclinó y besó al niño en la frente. Era un gesto tan paternal, que Paula sintió que se le derretía el corazón.


Ojalá no lo hubiera hecho, aquello le recordó a Angelo, reavivando el dolor que el tiempo estaba empezando a silenciar. Era como si hubiera alcanzado sin querer una conexión íntima con ella, dolorosamente íntima, ya que nunca se materializaría.


En ese momento él se alejó de la cama con una expresión seria y reflexiva en el rostro, y echó a andar hacia la puerta que daba al pasillo, pero debió verla por el rabillo del ojo porque de pronto giró la cabeza hacia ella y se detuvo.


Paula se sintió temblar de pies a cabeza. Era una suerte que aún estuviera agarrada al picaporte, porque era como si se hubiese declarado un terremoto y no hubiera manera de huir. 


No debería haberse quedado allí observando, había sido muy estúpido, podía meterse en problemas.


Él seguía mirándola fijamente y, aún desde el otro extremo de la habitación, la intensidad de su mirada era tal que parecía que la quemara. Daba la impresión de que hasta el aire estuviera cargado de electricidad, formando un campo de fuerza del que no pudieran salir.


Paula no sabría decir cuánto tiempo pasaron así, mirándose el uno al otro. Mientras ella observaba la corbata desanudada, y los primeros botones de la camisa desabrochados, él parecía estar recreándose en la escasez de ropa que la joven llevaba encima.


Pedro dio un paso hacia ella. pero se detuvo al instante, girando la cabeza para comprobar que Marcos seguía dormido. Al ver que así era, volvió la cabeza hacia delante. 


Paula no se había movido de donde estaba.


–Siento haberte despertado –se disculpó él en voz baja–. Creo que Marcos ya está bien así que me…


–¿Qué le ocurría? –le cortó Paula. Su natural preocupación de madre anuló por un momento la agitación que sentía por su presencia allí.


–Cuando entré estaba acurrucado a los pies de la cama con las mantas cubriéndolo y…


–Oh, no es nada, lo hace a menudo, le gusta hacerse un ovillo, no sé por qué.


Él se encogió de hombros por su ignorancia.


–Me preocupó que pudiera asfixiarse y lo destapé para subirlo a la cabecera, pero debió asustarse y gritó. Lo siento mucho.


–No pasa nada –respondió ella sonriendo con una ligera ironía–, pero me sorprende que hayas conseguido que vuelva a dormirse tan rápidamente, por lo general no es fácil.


–Por suerte me reconoció al abrir los ojos –contestó él–, si no, creo que habría seguido gritando.


–Aún no me has dicho por qué entraste –le recordó ella molesta en un tono más alto de lo que había pretendido.


–Shhh… –le advirtió él volviéndose una vez más a mirar al pequeño.


Confusa, Paula no se resistió cuando él la empujó suavemente dentro de la habitación de la niñera y entró tras ella, entornando la puerta hasta que solo quedó una rendija, lo justo para no despertar al niño con su charla pero también para poder oírlo si se despertaba. Paula se quedó apoyada en la pared junto al quicio y él la tomó por los hombros, quemándole la piel con su contacto a través de la fina tela de la bata.


Paula no se atrevía a mirarlo a la cara, temerosa de quedarse de nuevo transpuesta por su atractivo rostro o de que él pudiera advertir en sus ojos la vulnerabilidad y el deseo lascivo que la sacudía en aquel momento.


–Probablemente te parecerá que lo que voy a decirte no tiene ningún sentido, pero solo quería volver a ver a Marcos –le explicó con voz ronca, como si buscara su comprensión.


–¿Por qué?, ¿para qué? –preguntó ella sacudiendo la cabeza.


Pedro inspiró con fuerza.


–Estaba preguntándome… cómo sería… tener un hijo.


¿Era solo curiosidad?, ¿un anhelo quizás? Paula alzó la vista hacia él esperando encontrar la respuesta en su rostro. 


Pedro puso una mano en su mejilla y sus ojos se encontraron.


–Es un niño precioso…, igual que su madre.


En realidad Marcos se parecía más a Angelo, pero en aquel momento para la joven lo único que contaba era que él la encontraba hermosa. Sin embargo, aun con la garganta seca, sintió que no debía dejarse engatusar por su galantería.


–No deberías decirme esas cosas.


–¿Por qué no? Es la verdad.


–¿Y qué pasa con Marcela?


–Olvídate de Marcela, es a ti a quien quiero.


«A ti a quien quiero… a ti a quien quiero…» Aquellas palabras resonaron como un eco dentro de su cabeza y los latidos del corazón se tornaron en una especie de redoble de tambor ante lo que parecía la inminente materialización de aquel deseo que no podía reprimir. No podía apartar sus ojos de los de él, refulgentes de anhelo, ni podía negar que ella misma ansiaba aquello más que ninguna otra cosa. Su necesidad le recorría las venas como un verdadero torrente. 


No podía pensar en otra cosa. Marcela se desvaneció de su mente y en su lugar comenzó a entonar de forma inconsciente para sí un cántico enloquecido: «Hazlo realidad, Dios mío, hazlo realidad, hazlo realidad…».


Pedro desanudó el cinturón de la bata, echó la parte de los hombros hacia atrás, le sacó las mangas, tirando, apartando esa barrera… Sus manos recorrieron las sinuosas curvas de Paula reclamándolas para sí… Los carnosos labios imprimieron besos por toda la garganta, ascendieron por las cumbres de sus senos deteniéndose en cada delicado pezón, mordisqueándolos y lamiéndolos a través de la fina tela del camisón. Pedro engulló una aureola, después la otra, succionando despacio y envolviendo a la joven en una tremenda ola de calor… Era tan excitante… Ella lo ayudó a deshacerse del abrigo, de la camisa… Las suaves manos de Paula se regocijaron en los fuertes hombros desnudos, en los tensos músculos de la espalda, en la mata de vello negro del tórax… Lo acarició dejando a un lado toda inhibición, porque lo deseaba, porque lo necesitaba… El placer que le producía aquella intimidad entre los dos era tan intenso que estaba sintiéndose casi mareada. Y siguieron más besos, besos maravillosos, embriagadores… Las sienes le palpitaban, y el pulso se le disparó al descubrir que él estaba quitándose los pantalones y el resto de la ropa. Quería descubrir todas las sensaciones físicas que pudiera llegar a experimentar junto a él.


Mientras acariciaba el resto de su cuerpo, Paula sintió que estaba perdiendo el control, desintegrándose en la promesa de plenitud que él le ofrecía. Pedro levantó su camisón impaciente, frotándose contra ella para que la joven sintiera que estaba dispuesto para hacerse uno con ella, y sintiendo entonces que ella también lo estaba. Era más que una necesidad, era un anhelo que parecía empujarlos a dar y tomar todo lo que un hombre y una mujer pueden compartir.


Era algo tan fuerte, tan imperioso, que cuando él la tomó en volandas y la llevó hacia la cama, fue como planear hacia el clímax, y nada más tocar el colchón, abrió las piernas para él.


No tuvo que esperar, él la penetró con la misma urgencia que ella sentía, y Paula lo rodeó automáticamente con las piernas, atrayéndolo más hacia sí, balanceándose hacia atrás y hacia delante, hacia detrás y hacia delante…, cada vez con más fuerza, como queriendo grabar en su mente cada sensación, la esencia más profunda de aquella gloriosa fusión. Con la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados, hundió los dedos en la espalda de Pedro y arqueó las caderas hacia él para intensificar la conexión entre ellos. 


Él se introdujo más, incrementando el ritmo, llenándola con un gozo salvaje, inyectando en ella un placer que no parecía tener fin, llevándola a las cumbres una y otra vez hasta saciarla.


Se desmoronaron juntos sobre el colchón, exhaustos, sin aliento, deslizándose hacia unos momentos de total quietud y silencio, todavía pegados el uno junto al otro.


Paula estaba aturdida. Nunca había experimentado nada semejante…, y había sido con Pedro Alfonso, ¡con Pedro Alfonso! Estaba tumbado a su lado, desnudo como ella, y probablemente tan perplejo como ella por las cotas de comunión que habían alcanzado en aquel inesperado encuentro. Sí, el deseo había sido palpable, y había sido mutuo, pero ninguno de los dos lo había planeado, ni había imaginado que pudiera resultar tan increíble.


Lo hecho, hecho estaba, no podían volver atrás en el tiempo, y Paula, siendo sincera consigo misma, se dijo que hubiera vuelto a hacerlo. Si aquello iba a ser solo una vez en la vida, desde luego había merecido la pena, no se arrepentiría ni un ápice de ello. Era todo tan extraño…, ni siquiera con Angelo había sentido un placer tan intenso, ni una pasión tan frenética.


Pedro Alfonso… Pedro… Su mente se deleitó con su nombre, repitiéndolo en silencio como si contuviera algún mágico secreto. Sintió deseos de decirlo en voz alta, para saborear aquel dulce sonido en su boca como lo había saboreado a él. ¿Estaría él también maravillado por lo electrizante que había resultado aquel encuentro entre los dos? ¿O estaría tal vez pensando en Marcela…? No, probablemente no. «Olvídate de Marcela»… ¡Con qué fiereza había pronunciado aquellas palabras.


Y, lo cierto era, que Paula se había llegado a olvidar de ella. 


En el calor del momento no había podido pensar en nada ni en nadie, pero tampoco se sentía culpable por lo que había ocurrido. Al fin y al cabo Pedro aún no estaba casado con ella. Claro que, de todos modos, estaba engañándola, se recordó con severidad.


¿Lo lamentaría él? ¿Se sentiría culpable por ello? ¿Significaba algo para él lo que habían compartido aquella noche? ¿O habría sido solo una oleada de lujuria que se extinguiría como la llama de una vela? ¿Volvería con Marcela ahora que había satisfecho su deseo?


El corazón de Paula latió apresurado con creciente ansiedad.


Allí echada en la oscuridad junto a él, recordando lo que acababan de hacer, sintiendo su cuerpo vibrar aún por haber alcanzado alturas que nunca hubiera imaginado, no le pareció justo que aquello pudiera acabar como una locura de una sola noche.


–Paula…


Al pronunciar él su nombre, con su voz tan profunda, fue como escuchar el ronroneo de un gato, tan suave y sensual que hizo que todo su cuerpo se estremeciera. La mano de Pedro se deslizó sobre la suya, entrelazando sus dedos, atrapándola posesivamente, y el pulso volvió a disparársele a Paula por una creciente ansiedad. ¿Iba a dejarla ya?


–No puedo decir que me arrepienta de lo que ha ocurrido, porque no me arrepiento en absoluto –continuó él. Llevó la mano de Paula a sus labios y la besó como si estuviera saboreando la feminidad de su forma y textura, o rindiendo un homenaje a lo que acababa de darle como mujer–. Dime que tú tampoco lo sientes, Paula… –murmuró con voz ronca.


–Yo no lo siento, Pedro –respondió ella con honestidad. Él suspiró, como aliviado..


–Al menos por esa parte está bien para los dos. El problema es…, que no he usado ninguna protección. Yo…, lo siento. ¿Puede eso traerte dificultades?


Lo cierto era que Paula ni siquiera había pensado en ello. No esperaba que aquello fuera a ocurrir. ¿Qué razón podría haber tenido para tomar algún tipo de anticonceptivo? Ni siquiera los deseos que en secreto había albergado de que pudiera haber un acercamiento entre ellos la habían llevado a imaginar que fueran a… En fin, ¡no allí, ni aquella noche!


Frenéticamente Paula empezó a contar mentalmente los días pasados desde su último periodo. Sus ciclos solían ser muy regulares, así que podía predecir con bastante poco margen de error cuando no tenía riesgo de embarazo. Ya habían pasado tres semanas… Gracias a Dios, se dijo mientras la inundaba un tremendo alivio, estaba fuera de su periodo fértil.


–No pasa nada, no hay riesgo –aseguró a Pedro.


–Pero no estás tomando la píldora… –dedujo él por la larga duda de ella.


–No, nunca la he tomado, y desde luego no esperaba…


–Yo tampoco –respondió él apretándole la mano cariñosamente–. Claro que no puedo negar que no haya estado pensando en ti antes, que no haya estado deseándote –añadió suspirando–. Esta noche, durante la fiesta yo…


–Yo también te deseaba… –admitió ella rápidamente, no queriendo que él cargara por los dos con la culpabilidad de lo ocurrido cuando la necesidad había sido mutua. No podía negar lo mucho que había ansiado saber cómo sería hacer el amor con él.


Pedro soltó la mano de Paula y se incorporó ligeramente sobre el codo para mirarla. Paula alzó los ojos hacia él, aún algo vergonzosa, pero necesitando saber qué estaba pensando. La habitación estaba demasiado oscura como para poder leer la expresión de su rostro con exactitud, pero no parecía reflejar preocupación, más bien una ligera confusión.


–Bueno, aquí estamos –murmuró como si lo ocurrido se debiera a un extraño capricho del destino. Sin embargo, era innegable que había un cierto tinte de placer y satisfacción en su voz.


Aunque Paula hubiera deseado aferrarse a ese placer y dejar a un lado todo lo demás, su mente parecía estar girando en torno a sus palabras y a una pregunta que la atormentaba… 


¿Dónde estaba Marcela? ¿Es que no le importaba su prometida en lo más mínimo?, ¿no se sentía culpable por ella?


Aunque deseaba que verdaderamente se hubiera olvidado de Marcela, su interior pugnaba con la necesidad de averiguar en qué lugar quedaba ella después de aquello. 


Unas horas antes, en los jardines, él le había dicho que no había sido justo con ella al besarla. ¿Había perdido de repente ese sentido de justicia a consecuencia de todo lo que habían sentido unos momentos atrás?


Los ojos de Pedro recorrieron toda su desnudez, y su mano siguió el camino que estos marcaban, delimitando y acariciando cada una de sus suaves curvas, volviendo a hacerla estremecer, era una distracción demasiado fuerte como para seguir preocupándose por Marcela Banks.


–Eres preciosa, Paula, adictiva como una droga…, toda tú eres perfecta –murmuró Pedro. Paula sabía que no era cierto, pero viniendo de él, resultaba como una música deliciosa para sus oídos. Además, el modo en que estaba tocándola realmente la hacía sentirse hermosa, voluptuosa… 


Era maravilloso sentirse deseable allí, en aquel momento, con aquel hombre.


Aquello le dio valor para explorar su magnífica masculinidad con mucha más sensualidad que la primera vez, porque, satisfecho el deseo contenido, ya no era una necesidad apremiante. Era verdaderamente perfecto, se dijo Paula mientras saboreaba la libertad de acariciarlo y se deleitaba en las reacciones que obtenía de sus estímulos.


No era solo sexo, pensó la joven. Estaban haciendo el amor en su sentido más romántico, y su ser estaba siendo gradualmente atraído hacia un mundo delimitado por las más exquisitas sensaciones. Y ella se estaba dejando llevar por la corriente, por las eróticas ondas, por el intenso oleaje de placer… No había nada prohibido ni inoportuno, porque todo era parte de un viaje íntimo que los inducía a hacer lo que se les antojara a lo largo de la noche.


Ninguno de los dos pronunció palabra, tal vez porque no había palabras que pareciesen tener más significado que lo que estaba ocurriéndoles. De hecho, era como si hubiera entre ellos una comunicación fluida, continua, a un nivel más elemental, más instintivo…, algo que las palabras podrían estropear porque no podían expresar lo que estaban compartiendo. Era mejor sentir y dejarse llevar.


Para Paula fue una auténtica revelación de cómo dos personas podían llegar a vincularse hasta tal punto físicamente, era como una potente mezcla de asombro, de dulzura, de pasión y de sensualidad. En ese instante, más que nunca, fue consciente del tremendo gozo que podía proporcionar la armonía entre dos personas, y cómo, increíblemente, parecía no tener fin. Se fueron saciando el uno del otro poco a poco, mientras el contento y el cansancio iban apoderándose de ellos y arrastrándolos hacia el sueño.


¿Era el final o el principio? Ninguno de los dos se atrevió siquiera a formular esa pregunta. El tiempo se encargaría de contestarla.











2 comentarios:

  1. Ayyyyyyyyyyy, cada día me gusta más esta historia jajajajaja

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  2. Muy buenos capítulos! Menos mal que Pedro vio a la zorra de su ex en acción!

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