Mamá? –el susurro de Marcos y su toque en el brazo despertaron a Paula al instante. Al abrir los ojos, se encontró al pequeño mirándola perplejo. Miraba al otro lado de la cama y luego a ella, como si estuviera preguntándose algo.
Entonces Paula lo recordó sobresaltada, despertándose del todo: ¡Pedro Alfonso estaba en la cama con ella!
Se llevó el índice a los labios para que Marcos guardara silencio y le susurró:
–Vuelve a tu habitación. Mamá irá dentro de un momento, ¿de acuerdo?
Marcos asintió a regañadientes, y Paula se sintió inmensamente aliviada de que no replicara. Necesitaba tiempo para pensar cómo iba a explicarle aquello, pero no disponían de él en ese momento. Tenían que salir de allí cuanto antes.
Mientras Paula se bajaba de la cama dio gracias por que estuvieran tapados con la colcha y Marcos no los hubiera visto desnudos. Aquello solo habría añadido más dificultad a la que ya de por sí implicaba el tener que explicarle qué hacía aquel hombre durmiendo con ella.
Paula miró a Pedro mientras tomaba la ropa que había colgado la noche anterior en una silla. Tenía el cabello negro revuelto y necesitaba ya un afeitado, pero ninguno de aquellos detalles le restaba un ápice de atractivo. Aun con los ojos cerrados era capaz de despertar en ella el deseo que la había devorado la noche anterior: los maravillosos hombros, tan musculosos…, la suave piel…, el vello en su tórax…
Quería acariciarlo de nuevo, pero tenía la sensación de que no debía hacerlo, porque no le pertenecía. El placer que había experimentado la noche anterior era un placer robado a otra mujer, se recordó poniéndose la camiseta, abrochándose la falda vaquera y calzándose las sandalias.
Se sentía como una ladrona, intentando no hacer ruido, recogiendo sus pertenencias, pero no quería que Pedro se despertara. La situación ya era bastante delicada como para complicarla.
Tenían que salir de allí cuanto antes, no quería verse implicada en una escena familiar en casa de los Alfonso. Era a Pedro a quien le correspondía poner en orden su vida si quería volver a ella, si lo ocurrido entre ambos la noche anterior tenía algún significado para él… Ella misma aún no podía creer que aquello hubiera sucedido de verdad.
Salió sigilosamente de la habitación cerrando la puerta muy despacio. ¿Volvería a saber algo de él o…? Paula sacudió la cabeza no queriendo plantearse nada más. Si quería, Pedro podía averiguar por medio de su abuela dónde vivía. Si de verdad le importaba, la buscaría. Tenía que concentrarse en su hijo y dejarse de fantasías.
Marcos estaba esperándola en el otro cuarto sentado al estilo indio en el suelo, como esperando pacientemente a que le diera permiso para hablar. Sus grandes ojos castaños se alzaron hacia ella con curiosidad al verla entrar. Paula le dirigió una sonrisa tranquilizadora mientras iba a su lado.
Dejó a su lado la bolsa de viaje y puso el traje de noche, cubierto con una bolsa de plástico, sobre la cama.
–¿Has ido ya al baño? –le preguntó en voz baja. Marcos asintió con la cabeza–. Bien, entonces vamos a vestirte –le dijo sacando una muda de la bolsa de viaje–. ¿Puedes hacerlo tú solo mientras yo entro un momento al baño?
–Claro, pero oye, mamá…
–¡Ssh! Todavía hay gente durmiendo en la casa, Marcos.
Hablaremos cuando estemos abajo, ¿de acuerdo?
El pequeño frunció el ceño, pero empezó a quitarse el pijama. Satisfecha de ver que se cumplían sus instrucciones, Paula se apresuró a entrar en el baño para adecentarse un poco. Aunque era muy temprano, seguramente alguien del servicio estaría ya levantado y podría dejar un mensaje de agradecimiento para Isabella Valeri. Su amabilidad exigía ser correspondida, pero no podía hacerlo directamente. Sería muy embarazoso si, en medio de la conversación, a Marcos se le escapaba lo que había presenciado… «Por favor, Dios mío, no dejes que nadie se entere de esto», rogó en silencio con cierta ansiedad.
Eran casi las siete cuando Marcos y Paula bajaron las escaleras. Le dijo que se quedara cuidando de sus cosas en el inmenso hall mientras ella iba a buscar a alguno de los criados de la casa. Por suerte Rosita estaba ya en la cocina.
El ama de llaves le dirigió una cálida sonrisa que se trocó en una expresión confundida cuando Paula le anuncio su inmediata partida.
–Pero si la señora esperaba que se quedaran al desayuno… Por lo menos al desayuno –protestó Rosita.
Paula se deshizo en disculpas y profusos agradecimientos, pero resultaba francamente difícil mantenerse firme en su decisión, sobre todo cuando Rosita la acompañó hasta el hall insistiendo en que la señora Alfonso se disgustaría mucho cuando supiera que no la iban a acompañar para el desayuno.
–De veras que no puedo quedarme, Rosita. Por favor, dile a la señora Alfonso que es un asunto de familia, ella lo entenderá –le dijo Paula desesperada mientras arrastraba a Marcos tras de sí y cruzaba la puerta.
Mientras se dirigían al coche Marcos ya no se aguantó más y le preguntó:
–¿Quién era ese hombre que estaba en tu cama, mamá?
Paula puso los ojos en blanco y se mordió el labio inferior.
–Em… Pues, era el hombre que conocimos el otro día, el que te enseñó el estanque, ¿te acuerdas?
–Ah, sí, ya me acuerdo… el señor simpático.
–Eso es. Y esta es su casa.
–¿Y no tiene una cama para él? –inquirió el niño. Paula casi se rio.
–Sí, cariño, pero… Verás…, anoche fue a tu habitación para ver si estabas bien, y te encontró acurrucado bajo las mantas, así que pensó que debía subirte otra vez a la cabecera… Y tú te despertaste, ¿lo recuerdas?
Marcos sacudió la cabeza.
–Bueno, pues gritaste asustado y entonces yo entré en la habitación y me encontré allí a Pedro, el señor simpático, acunándote. Te volvimos a acostar y te tapamos. Él esperó para asegurarse de que estabas bien y de que te dormías otra vez, pero los dos estábamos muy cansados y nos quedamos dormidos.
Marcos se quedó un rato mirándola sin decir nada, como si estuviera pensando en ello y finalmente asintió.
–Claro, la cama era bastante grande y él cabía –reflexionó él satisfecho por la explicación.
–Claro, hijo –asintió Paula agradecida por la ingenua lógica de los niños.
–Es un hombre muy simpático, ¿verdad, mamá? –le preguntó Marcos sin cuestionar más allá la respuesta.
–Ya lo creo, cariño –sonrió ella.
¡Demasiado agradable y simpático para alguien como Marcela Banks! ¿Tendría él intención de llevar a término su compromiso con ella? ¿Podía serle infiel y seguir decidido a casarse con ella?
Las vanas esperanzas de Paula se disiparon como la niebla en la mañana. La noche anterior tenía que haber significado algo, tenía que haber significado algo…
****
Dado que la señora no bajaría a desayunar hasta las nueve, como acostumbraba a hacer cuando se acostaba tarde, y que no había sido capaz de retener a Paula Chaves y a su hijo, Rosita pensó que lo mejor sería subir a arreglar las habitaciones que habían dejado libres para ir aligerando trabajo.
Sin embargo, al ir a entrar en la habitación de la niñera, se detuvo perpleja en el quicio de la puerta. La cama estaba ocupada… ¡por un hombre! Un hombre que se parecía mucho a… Rosita rodeó de puntillas la cama para poder verle el rostro. ¡María santísima!, ¡el señorito Pedro!, ¡con el torso desnudo!, ¡y sus ropas esparcidas por todo el suelo del cuarto!
Aquello solo podía significar una cosa… Por eso la joven cantante se había marchado tan pronto. Rosita salió de la habitación sin hacer ruido para no despertar a Pedro, lo cual podría haber sido bastante embarazoso, se dijo.
Además, sabía que la señora querría ser informada al punto de que su nieto no había pasado la noche con su prometida.
¿Cuántas veces, a lo largo de todos sus años de servicio en Alfonso’s Castle, habría escuchado a la señora expresar su natural preocupación por el futuro de la familia? «¡Los jóvenes de hoy en día son tan desconsiderados hacia sus mayores…!», se lamentó Rosita. La mujer se sentía muy orgullosa de que su patrona la estimara tan discreta como para hacerla partícipe de sus cuitas, y esta le había confiado que Marcela Banks la desagradaba en extremo, así como su plan para sacarla del terreno de juego. El haber puesto a Paula Chaves en el camino de Pedro parecía haber funcionado, claro que… ¿hasta qué punto podía considerarse un éxito si Paula se había ido?
Rosita sacudió la cabeza preocupada. Le sabía mal inmiscuirse en las vidas amorosas de los demás, y podía granjearse la ira del señorito Pedro, pero era por el bien de la familia. La señora sabría qué hacer, tenía que decírselo… ¡Inmediatamente!
****
Pedro estaba tan a gusto que se resistió a dejarse arrancar de los brazos de Morfeo. Solo entonces regresó a su mente la razón por la cuál se sentía tan bien: Paula Chaves.
Paula… ¿No había estado acurrucada a su lado antes de quedarse dormido? Al encontrarse solo en la cama se incorporó como un resorte, buscándola, con los ojos muy abiertos.
Se había ido, no quedaba en la habitación signo alguno de ella. Pedro miró su reloj de pulsera. Pasaban algunos minutos de las nueve. Sí, debía hacer largo rato que se había marchado, probablemente su hijo se habría despertado temprano. Y lo que a ambos les había parecido lícito en la oscuridad de la noche, sin duda no le habría parecido a ella muy correcto a la luz del día. Si Marcos los había visto juntos, lo cual era bastante probable, ¿cómo se las habría apañado ella para explicárselo?, se preguntó sintiéndose culpable.
Ojalá ella no lo hubiera eximido así de toda responsabilidad, de tener que afrontar la parte de responsabilidad que le correspondía. Así era indudablemente más sencillo para él, menos vergonzoso para su familia, pero, de cualquier modo era responsable de lo ocurrido,más aún que ella, ya que era él quien había acudido en su busca… Aunque hubiera sido de forma inconsciente. Era solo que… Después de su ruptura con Marcela, había estado dándole vueltas a todo aquello del matrimonio, a lo que él buscaba en una mujer, y se había dado cuenta de que la clase de mujer que fuera a ser su compañera por el resto de sus días debía ser una mujer que compartiera sus valores, una mujer que quisiera tener hijos…
De pronto, se quedó paralizado por la duda. ¿Le había dicho a Paula que había roto su compromiso? No podía decir si lo había hecho o no, porque, en el calor del momento, solo se había dejado llevar por sus sentimientos. Y, entonces, recordó que ella, al encontrarlo en el cuarto de Marcos, había exigido saber qué estaba haciendo allí, le había preguntado por qué no estaba con Marcela, y él le había contestado…
«¡Olvídate de Marcela!»
¡Dios!, ¿cómo podía haber sido tan insensible? Solo los cielos sabían lo que Paula habría pensado de él. Nada bueno seguramente. Era todo culpa suya, ¿por qué diablos no le habría explicado el cambio en su situación? Habría creído que era un donjuán sin escrúpulos. Había sido como perder toda conciencia de sí mismo y de lo demás ante la promesa de una noche de amor con ella, ninguna otra cosa le había importado en aquel momento, pero entonces…
Pedro apartó bruscamente la ropa de la cama y se levantó.
Tenía que saber si Paula seguía allí, tenía que explicárselo… Tal vez estuviera desayunando con su abuela… Era una posibilidad poco probable, pero tal vez la necesidad de ella por recibir una explicación la hubiera hecho quedarse.
Agarró sus ropas y salió disparado hacia su habitación con la esperanza de no encontrarse a nadie por los pasillos. De cualquier modo, siendo domingo por la mañana sería bastante raro. Se dio una ducha rápida, se afeitó, se puso ropa limpia y, a las nueve y media, estaba ya en el piso de abajo. Mientras corría por las escaleras, había estado ensayando mentalmente las posibles preguntas de Paula y las respuestas que podría darle.
Le resultó difícil reducir la tensión que lo atenazaba antes de llegar al comedor. No quería que su abuela se metiera de por medio antes de que pudiera resolver aquella cuestión con Paula.
Le pareció que lo mejor sería anunciar sin rodeos que había roto su compromiso con Marcela. Eso tranquilizaría a Paula acerca de su proceder la noche anterior, y distraería a su abuela del tema, más peliagudo, que tenía que tratar con su invitada y protegida. Claro que también estaba el pequeño Marcos… ¿Lo habría visto en la cama con su madre?
Mentalizándose para afrontar todos aquellos problemas a distintos niveles, Pedro se sintió tremendamente desilusionado al entrar en el comedor y encontrar allí solo a su abuela. Se detuvo en el quicio de la puerta para tratar de cambiar el semblante y ocultar su decepción. Por suerte la silla de su abuela estaba girada hacia los ventanales del fondo de la habitación, a través de los cuales podía contemplarse el océano.
Su abuela tenía la mano derecha apoyada en la mesa y, junto a ella, había una taza de café. Según parecía, ya habían retirado el desayuno y, si Paula había estado allí, desde luego Marcos y ella debían haberse marchado antes incluso de que él se despertara.
Todavía dudando qué hacer, Pedro seguía en el quicio de la puerta cuando su abuela abandonó sus reflexiones y alzó la vista hacia la taza de café. En aquel momento debió verlo por el rabillo del ojo, y Pedro supo que ya no tenía otra opción más que quedarse.
–Pedro… Vaya, esto sí que es una sorpresa –dijo.
–Buenos días, nonna –saludó él. Fue hacia ella con fingida tranquilidad, y le preguntó en un tono lo más despreocupado posible–, ¿ya se han ido tus huéspedes?
–¿Cómo sabes que Paula Chaves y su hijo…? –respondió ella enarcando una ceja.
–Paula me dijo que los habías invitado a pasar aquí la noche –se apresuró a explicar él.
–¡Oh, ya veo! Pues sí, la verdad es que esperaba que se quedaran a desayunar, pero se marcharon esta mañana muy temprano.
No, a su abuela no le había agradado aquella despedida a la francesa, observó Pedro sintiendo una punzada de culpabilidad en el pecho. Estaba claro que Paula se había marchado temiendo que pudiera armarse un escándalo, o peor, que la humillaran. Incluso se había arriesgado a ofender a su abuela con tal de que no se removieran más las ya turbulentas aguas. Era todo culpa suya, él la había puesto en una posición equívoca y era a él a quien correspondía hacer algo para enmendarlo.
Su abuela tomó una campanilla de la mesa para llamar a su ama de llaves y le señaló un asiento frente a ella.
–¿Quieres que Rosita te traiga algo para desayunar?
Era extraño que su abuela no le hubiera preguntado que estaba haciendo en casa, ya que, normalmente, acostumbraba a pasar los sábados por la noche en casa de Marcela.
–No, gracias, no quiero nada de comer –respondió. No podía perder más tiempo–, pero no me vendría mal una taza de café.
Rosita apareció enseguida y su abuela le pidió que llevara café para ambos, pero no le insistió a Pedro para que comiera algo. Sí que estaba rara aquella mañana… Siempre estaba acusando a Marcela de no alimentarlo bien, así que, ¿por qué no lo obligaba a tomar algo sólido entonces? ¿Acaso sospechaba que no acababa de llegar del apartamento de Marcela?
–La fiesta de anoche fue todo un éxito, ¿no te parece? –comentó Isabella mientras esperaban el café.
–Sí –asintió él. Le parecía que hiciera una eternidad de aquello. No quería siquiera recordarlo.
–Y el discurso de Antonio estuvo muy bien.
–Sí, bueno, ya sabes lo bien que se le da eso –volvió a asentir él después de un rato.
Tony siempre había sido muy extrovertido, alguien con quien uno nunca se aburría. Algunas veces Pedro se decía que le gustaría poseer aquella alegría vital de su hermano pequeño, su capacidad para vivir al día. «Tu problema, Pedro», solía decirle, «es que siempre quieres tenerlo todo bajo control». Y tenía razón, pero entonces…
¿Qué había sido de todo aquel control de sí mismo la noche pasada?
–Y mi hallazgo, Paula Chaves, cantó maravillosamente –continuó Isabella.
–Oh, sí, ya lo creo –murmuró él. Y giró la cabeza hacia el ventanal para que su abuela no pudiera ver lo mucho que le afectaba la simple mención de su protegida.
El silencio de su anciana abuela le dio a entender que estaba esperando que él dijera algo más. Claro, después de todo, Paula había estado en su mesa cuando él la invitó a bailar. ¿Los habría visto quizá salir del salón de baile más tarde? Si era así, evidentemente pensaría que a él ella no lo dejaba totalmente indiferente, pero, más allá de eso, no le pareció que pudiera sospechar lo que había ocurrido entre ellos.
Entonces recordó que tenía que informar a su abuela de la ruptura de su compromiso con Marcela. No había vuelta atrás ni reconciliación posible. Aunque no se sintiera atraído por Paula, en ningún caso reconsideraría el matrimonio con una mujer que le era infiel con tal desvergüenza.
A su vez, aquellos pensamientos devolvieron su mente a la inquietud de que Paula se hubiera llevado una impresión incorrecta de él. Su comportamiento había sido intolerable, y el deseo irrefrenable que lo había llevado a actuar así no era una excusa válida. A sus ojos había debido parecer un aprovechado, que había tomado lo que había querido de ella sin haber aclarado primero las cosas.
Rosita regresaba en aquel instante con el café y una taza para él. Pedro le dio las gracias sonriendo cuando se la puso delante, pero ella no le devolvió la sonrisa. Parecía como que no quisiera mirarlo a la cara y, tras colocar en silencio el azucarero y un platito de pastas, salió del comedor. Aquello era ciertamente insólito, ¡Rosita callada!
Algo grave estaba ocurriendo allí. Rosita había trabajado para los Alfonso desde que él era un niño, y siempre había tenido un gesto amable para él. Pedro dirigió una mirada rápida a su abuela, pero sus ojos estaban fijos en la cafetera mientras se servía y la expresión de su rostro era impenetrable. A Pedro le pareció que estaba demasiado tranquila, demasiado serena, exactamente la actitud que solía aparentar ante alguna contrariedad.
–¿Qué problema hay, nonna?
Isabella Valeri dejó la cafetera sobre la mesa y alzó los ojos hacia los de su nieto con una mirada Áspera.
–Tú eres el problema, Pedro –le espetó con rotundidad.
¡Lo sabían! ¡Rosita y ella sabían que había dormido con Paula!
–Siento que mis acciones te hayan causado molestias –balbució conmocionado–, pero en cuanto pueda voy a solucionarlo –le prometió.
–¿Y puedo saber cómo vas a corregir la situación? –exigió saber Isabella con ojos reprobadores–, ¿necesito recordarte que…?
–Rompí mi compromiso con Marcela anoche –la interrumpió Pedro–, después de la fiesta, antes de regresar a casa.
Los ojos de su abuela brillaron con una expresión que Pedro no supo definir antes de reclinarse en su asiento con aire de alivio.
–Bueno, me alegra saber que al menos no has obrado del todo de forma deshonrosa.
–Nonna, te aseguro que…
–Voy a ser muy clara contigo, Pedro –lo cortó su abuela–, Paula Chaves era mi invitada, y la considero una mujer lo suficientemente decente como para no haber sido ella quien te incitara a pasar la noche en la habitación en la que yo la había alojado. No sé a ti, pero a mí me parece que su apresurada partida esta mañana habla por sí sola…
–¿Dijo ella algo sobre…? –inquirió él frunciendo las cejas.
–¡Por favor, Pedro…! ¿Acaso crees que una joven con dignidad como Paula iba a soltarme a la cara que mi nieto la había seducido?
–Yo no la seduje –protestó Pedro al punto.
–¿O tal vez que la había utilizado tras su ruptura con otra mujer como un donjuán cualquiera que va de flor en flor?
–¡Eso no es cierto! –exclamó él, frenético, golpeando la mesa con el puño y levantándose–. Mantente al margen de esto, nonna, yo lo arreglaré.
–Eso espero,Pedro –respondió ella enfadada–, no querría tener que avergonzarme de uno de mis nietos.
¿Avergonzarse? Aquello le dolió más a Pedro que cualquier otra cosa que pudiera haberle dicho, pero le hizo ver aún más lo detestable que había sido su conducta y apaciguó la ira que habían despertado en él sus acusaciones. Su abuela solo estaba tratando de hacerle ver aquello desde la posición de Paula, dejándole entrever las razones por las que se
había marchado de ese modo. Era obvio que a su abuela el proceder de Paula no le parecía mucho más correcto que el suyo, pero también que estaba del lado de la joven.
–Aprecias a Paula, ¿no es así, nonna? –murmuró Pedro.
–Muchísimo. Es una mujer de una gran fuerza interior, y me duele profundamente pensar que pueda resultar herida por un nieto mío.
Pedro asintió con la cabeza. «Una mujer de gran fuerza interior…» A su abuela nunca le había gustado Marcela, pero él siempre había disculpado su juicio por el hecho de que era una mujer anciana, de ideas anticuadas, que no estaba al día de cómo habían cambiado las cosas en el mundo. Sin embargo, tal y cómo había acabado su relación con Marcela, estaba empezando a pensar que tal vez también él fuera un anticuado. Se le antojaba muy triste que, hasta que el destino no se lo había puesto ante las narices, no se había dado cuenta de que una «gran fuerza interior» como la de Paula era de mucho más valor que toda aquella superficial sofisticación de Marcela que lo había hipnotizado.
–Yo no la seduje, nonna, ni tampoco lo hice por despecho, hay una atracción mutua entre nosotros, y no pienso dejar escapar a la mujer que de verdad quiero ahora que la he encontrado.
Su abuela cerró los ojos y suspiró aliviada.
–En la agenda de mi oficina están apuntados el teléfono y la dirección de Paula.
–¡Gracias, nonna, muchísimas gracias! –exclamó él emocionado besándola en la mejilla–. Si me disculpas voy ahora mismo a…
Ella asintió.
–Por favor, Pedro, ten cuidado –lo advirtió Isabella con la mirada–, el corazón de una mujer que canta así ha de ser por fuerza muy frágil.
–¿Crees que no lo sé? –replicó él con considerable ironía–, puede que me equivocara con Marcela, pero estoy aprendiendo, nonna, estoy aprendiendo…
Y abandonó el comedor dispuesto a aprender aún más.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario