lunes, 14 de diciembre de 2015

UNA NOVIA EN UN MILLÓN: CAPITULO 6




Damas y caballeros…


La llamada de atención del pianista logró que se redujera el murmullo de las conversaciones en la sala de baile. Todas las cabezas se giraron para mirar hacia el estrado, donde estaba Patricio Owen, de pie junto a un enorme piano de cola blanco, adornado con unos elaborados candelabros. Un poco presuntuoso, se dijo Pedro Alfonso, igual que el frac blanco que llevaba puesto. Con todo, era comprensible que su abuela lo hubiera contratado para el evento, ya que era un buen showman y a las mujeres les encantaba.


–En esta noche feliz para la pareja de recién casados –continuó Patricio Owen. Señaló con la palma de la mano a la mesa de estos, donde también estaba sentado Tony, el hermano más joven de los Alfonso y padrino del novio, y la matriarca de los Alfonso–, por cortesía de nuestra maravillosa anfitriona, Isabella Alfonso, vamos a ofrecerles una actuación muy especial…


En otra mesa estaban acomodados Pedro y Marcela, junto con el segundo hermano, Mateo, que en ese instante se inclinó hacia ellos y preguntó en voz baja:
–Eh, Pedro, ¿tienes idea de qué ha preparado nonna?


–No lo sé –murmuró él mirando curioso a su abuela mientras esta, sonriente, hacía una ligera inclinación de cabeza al pianista para que procediera.


–Permítanme presentarles a… –anuncio este echándose hacia atrás y señalando con un brazo el escenario– ¡Paulaaaa Chaves!


Entre los aplausos de los asistentes, Marcela apuntó con malicia:
–Vaya, vaya, Pedro… ¡Tu pequeño ruiseñor!


Pedro sintió que el vello de la nuca se le erizaba ante el tono de voz de su prometida. El domingo habían tenido una fuerte discusión sobre Paula y Pedro no quería tener otra. El problema era que los argumentos de Marcela habían despertado en él un sentimiento de culpabilidad. Claro que tampoco estaba muy seguro de que debiera culparse por haber hecho lo que creía correcto.


–¿Tu ruiseñor? –lo picó Mateo malicioso.


–De nonna –aclaró Pedro con cierta brusquedad.


Paula estaba saliendo al escenario en ese momento, tomando la mano que le ofrecía el cantante-pianista. Aquella visión hizo que Pedro sintiera ganas de vomitar. ¿En qué estaba pensando su abuela, mezclando a aquella criatura vulnerable y sensible con un donjuán de poca monta como Patricio Owen?


–La señorita Paula y yo hemos estado ensayando toda la semana para este momento.


¡Toda la semana!, se repitió Pedro horrorizado. Paula, a pesar de tan nefasta compañía, estaba radiante, con una amplia sonrisa en los labios, los ojos ambarinos más brillantes que nunca y el cabello castaño suelto, cayéndole sobre los hombros. Su curvilínea figura se veía realzada aún más por el traje de noche que llevaba, compuesto por un ajustado top de encaje color bronce, y una falda larga de una tela brillante, del mismo color pero más oscuro, con una fajilla en la cintura y una apertura bastante provocativa en el lateral.


–Hmm… Es muy sensual –murmuró Mateo.


Pedro, que estaba pensando exactamente lo mismo, se sintió tremendamente incómodo y culpable al notar cómo lo invadía una ráfaga de deseo. No debía mirarla de ese modo. 


Marcela también estaba muy atractiva, con un escueto vestido rojo metálico que le dejaba la espalda al descubierto. 


Todos los hombres de la sala se habían vuelto a mirarla de arriba abajo. ¿Por qué demonios tenía que sentir el más mínimo deseo por otra mujer cuando Marcela era suya, cuando sería en breve su esposa?


De algún modo, mirando a Paula, lo asaltó el pensamiento de que la sensualidad de Marcela era bastante artificial. 


Paula, en cambio… Era diferente. Paula no daba la impresión de pretender seducir a nadie con su atuendo o su forma de moverse. Toda ella era como una celebración de la feminidad. Y Pstricio Owen estaba aprovechándose de la situación, agarrándola por la cintura…


–Les advierto, que la voz de esta encantadora damisela les robará el corazón –anuncio con gran fasto–, así que pónganse cómodos y disfruten. Para comenzar, vamos a ofrecerles un dúo del musical El fantasma de la ópera, una canción que resume muy bien todo el sentimiento que puede llegar a haber entre un hombre y una mujer: All I ask of you.


Pedro volvió a sentir una repulsión tremenda cuando Patricio Owen le puso la mano en el hombro desnudo para llevarla junto al piano. ¡Las libertades que se tomaba el muy…!


–Me pregunto si ya se la habrá llevado a la cama… –apuntó Marcela sarcástica.


Pedro la miró con el entrecejo fruncido.


–Tienes razón, es pronto, démosle a Patricio otra semana… –añadió ella con una sonrisa burlona.


Aunque confiaba en que la joven tuviera el suficiente sentido común como para no hacerlo, Pedro admitió para sí que la posibilidad de que aquel gañán la sedujera le preocupaba. 


El tipo, a sus treinta y muchos, se había divorciado ya dos veces. No era muy alto, pero tenía un cierto aire elegante, cara de guapo caradura, y el cabello oscuro, lo suficientemente largo como para poder sacudirlo mientras tocaba el piano con esa fingida energía carismática que cautivaba al público ingenuo. Exudaba su falso encanto por cada poro de su cuerpo, y los rumores aseguraban que nunca se iba a dormir solo, que siempre tenía a alguna mujer dispuesta a compartir la cama con él.


En ese momento, mientras Paula se colocaba junto al piano, él le entregó el micrófono, sosteniéndole la mirada con una sonrisa exagerada, y retomó su asiento levantándose la cola del frac con mucho teatro para no pisarla al sentarse. 


¡Menudo cuento tenía el tipo! Esperaba que la joven no se dejara impresionar.


Tras unas notas introductorias, Patricio Owen empezó a cantar su parte a Paula, interpretando el papel del amante de la canción. No podía negarse que tenía dotes interpretativas, se dijo Pedro mientras iba entonando la primera estrofa. El pianista no apartaba sus ojos de los de ella, y parecía el hombre más sincero del mundo. Cómo podía resultar tan convincente siendo en realidad un canalla era algo que… Pedro apretó los dientes, recordándose que era solo una actuación.


Y entonces, la voz de Paula inundó el salón de baile, imprimiendo un anhelo a las palabras que hacía que uno se olvidara de todo lo demás. Se había hecho un silencio absoluto, todo el mundo había quedado cautivado por la pureza de aquella voz cargada de tan profunda emoción.


Evidentemente, el dúo implicaba que tenía que dirigir sus palabras hacia Patricio Owen, solo estaban actuando, pero resultaba tan… real. Pedro no disfrutó de la canción en absoluto, de hecho, lo estaba poniendo de un humor de perros. Y, cuando terminó, se sintió muy enfadado cuando su hermano Mateo exclamó:
–¡Caray, menudo hallazgo!


Pero lo peor fue el comentario irónico de Marcela:
–Vuestra abuela ha encontrado a la pareja de la década, ¡qué bien se complementan!


Por suerte, el fin del dúo era la señal para el discurso del padrino, y Pedro se sintió aliviado. Además, así pudo al fin apartar la vista del escenario, pero le estaba resultando ciertamente difícil concentrarse en lo que estaba diciendo Tony.


A este siempre se le había dado muy bien hablar, y a cada frase la gente se reía con sus chistes y anécdotas sobre cómo había cambiado la vida de su amigo desde que conociera a la que ese día se había convertido en su esposa.


En ese momento, Pedro no pudo evitar empezar a pensar en los cambios que él había tenido que hacer desde que conociera a Marcela para que ella se sintiera a gusto en su entorno. Básicamente se reducía a dedicar menos tiempo a las plantaciones, y más a sus proyectos financieros en la ciudad, interesándose por el mundo de la moda. ¿Y cómo no iba a hacerlo cuando eso era a lo que Marcela se dedicaba? 


Para él había sido como descubrir un pedazo diferente e intrigante de la tarta de la vida, poblado por gente pintoresca y una actividad frenética en torno al proceso creativo del diseño de ropa. Todo aquello lo había deslumbrado, al igual que se había sentido deslumbrado por Marcela.


Una vez hubo terminado el discurso de Tony, Patricio Owen anunció otro dúo, From this moment on, que interpretaron mientras los contrayentes cortaban la tarta nupcial. Pedro se esforzó por mantener una vez más la vista lejos del escenario, sonriendo a la feliz pareja y observando cómo posaban para el fotógrafo. Finalmente la canción terminó, y los asistentes reanudaron sus conversaciones.


–Bueno, solo unos meses más, Pedro, y os veremos a Marcela y a ti cortando una tarta como esa –intervino Mateo.


Marcela se rio.


–Yo quiero una que tenga tres pisos… por lo menos.


«Yo quiero»… Pedro ya había escuchado bastante acerca de lo que ella quería de su matrimonio durante la riña que habían tenido la semana anterior: Quería esperar al menos tres años para tener niños, o eso decía… Pedro estaba empezando a dudar que quisiera formar una familia en absoluto. Él sí quería tener hijos, aunque solo fuera uno, como el pequeño Marcos…


Sus pensamientos se vieron de pronto interrumpidos por el anuncio de otra canción especial:
–Para el primer baile de los recién casados…


Era la primera canción que había escuchado cantar a Paula, Because you loved me, y en esa ocasión no pudo evitar que sus ojos se fueran hacia el escenario. No estaba dirigiendo las palabras a Patricio Owen, sino a la pareja que giraba por el parqué del salón de baile, vertiendo en sus corazones aquellas palabras de amor.


Mientras cantaba, Paula se movía suavemente, en un ligero balanceo que acentuaba su exuberante feminidad, y su expresiva gesticulación tenía un efecto hipnótico que parecía decir «ven a mí». El cabello le caía en una cortina brillante sobre los hombros desnudos, cayendo hacia atrás y dándole un aspecto muy sensual cuando emitía las notas más agudas. Pedro se descubrió deseando acariciarlo, peinarlo entre los dedos.


Era una locura, aquella fuerte atracción estaba empezando a hacer que se cuestionara todo lo que creía que sentía por Marcela. Apenas la conocía, pero era como si luchar contra aquella atracción solo le hiciese desearla más. No quería que aquello ocurriera, que le hiciera comenzar a dudar de la decisión que había tomado, no quería sentir que estaba perdiendo el control sobre sí mismo.


La canción volvió a concluir con una ronda de aplausos entusiastas. Patricio Owen, pasando a su faceta de pincha-discos, invitó a todo el mundo a unirse a los novios en la pista de baile, y puso en el equipo de sonido un CD con una serie de canciones y músicas escogidas. Pedro se puso de pie como un resorte, decidido a sacarse de la cabeza a Paula, y salió con Marcela a la pista. Necesitaba sentirla entre sus brazos, recordarse su compromiso. Solo que… no estaba funcionando.


Marcela no quería bailar pegada a él, prefería exhibirse, para regocijo de los demás hombres en la sala. Que la miraran lo que quisieran, se dijo Pedro, que sintieran envidia. Al fin y al cabo, dentro de poco se casarían. Si quería ser el centro de todas las miradas, por él no había problema.


De pronto, sin darse cuenta siquiera de lo que hacía, se encontró recorriendo la sala con la mirada, buscando a Paula. Ya no estaba en el escenario, ni tampoco el pianista. 


Al fin los vio a los dos, junto a la mesa donde estaba sentada su abuela. Paula sonreía feliz a la anciana, mientras que Patricio Owen hablaba sin parar, sin duda buscando obtener las alabanzas de los demás invitados de la mesa por la actuación.


Pedro sintió una necesidad imperiosa de dejar a Marcela con sus admiradores, arrancar a Paula del lado de aquel baboso compañero y arrastrarla a la pista de baile, dejarse llevar por la música que estaba sonando y perderse en sus ojos ambarinos, saciar aquella locura.


–¡Pedro, sigue la música! –protestó Marcela contoneándose de forma seductora.


Pedro dejó de bailar, demasiado irritado siquiera para mirarla.


–No estoy de humor para bailar esto –le soltó con aspereza.


–Pues entonces me buscaré otro compañero de baile –lo amenazó ella con un brillo peligroso en la mirada.


–Hazlo –respondió él negándose a seguirle el juego. ¡Al diablo!–, estaré con mi abuela.


Estaba buscándose un problema con Marcela. Observó con cierto disgusto la rapidez con la que esta conseguía otra pareja entre los hombres que bailaban solos, pero la necesidad de estar con Paula en ese momento era demasiado alucinante para ignorarla.








3 comentarios:

  1. Ayyyyyyyy, qué geniales los 3 caps, me encanta esta historia. Soy fan de la abuela jajajajaja

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  2. Ay me encanta como el la busca.. De a poco se va enganchando!

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  3. Muy buenos capítulos! los celos de Pedro!!! Ni la prometida le importa!

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