lunes, 14 de diciembre de 2015
UNA NOVIA EN UN MILLÓN: CAPITULO 4
Después de la audición, Isabella Alfonso invitó a Paula y a su hijo a quedarse para la merienda, por lo que se sentaron de nuevo en una de las mesas del cenador, junto a la fuente. Viendo a Marcos corretear feliz por el césped y explorando los jardines, Paula se dijo que aquel habría sido el final perfecto de un día de ensueño si no hubiera sido por la presencia de Marcela Banks, que parecía agriar el ambiente.
Con todo, ni siquiera las miradas y comentarios desdeñosos de aquella mujer lograron apagar la excitación que Paula sentía por lo que le estaba pasando. A Isabella Valeri le había gustado la actuación, se lo había dicho sin escatimar elogios, y también su nieto.
Y, lo mejor de todo, Isabella le había dicho que la recomendaría a sus amistades. Nada de volver a cantar por amor al arte. Estaba entusiasmada.
¿Qué importaba que Marcela Banks ni siquiera le hubiera hecho un comentario amable sobre la actuación? Tal vez hubiera planeado pasar aquella tarde a solas con su prometido y estaba molesta porque su abuela lo hubiera arrastrado a aquella audición. Por suerte él no parecía lamentar haber dedicado su tiempo a escucharla.
¡Qué amable y atento había estado con ella!, pensó Paula.
Si no fuera porque ya estaba comprometido, se dijo, estaría loca por él. Cuando le había tomado la mano y ella lo había mirado a los ojos, el corazón había empezado a latirle con tal fuerza, que casi no había podido concentrarse en lo que él le estaba diciendo. «¡Basta, Paula!», se dijo, «está comprometido». Además, probablemente estaba en su naturaleza el ser amable con todo el mundo. No significaba que se sintiera atraído hacia ella. ¿Cómo iba a ser posible algo así? Ella no se parecía en nada a la clase de mujer que le gustaba, a su prometida.
No podía dejar de mirar de reojo la deliciosa tarta de zanahoria casera que habían servido con el té. Ya había tomado una ración. ¿Parecería una glotona si se sirviera otro pedazo? Siempre se sentía hambrienta después de una actuación, parecía que cantar agotase sus energías y, además, antes de la salir hacia allí había estado tan nerviosa, que apenas había probado bocado en el almuerzo.
En ese instante Pedro alargó la mano para acercarse el plato de la tarta. Al ver que ella lo miraba, sonrió.
–Es mi tarta favorita, no puedo evitarlo.
–Oh, también es mi preferida –comentó ella.
–¿Quiere un poco más?
De todos modos él ya estaba poniendo un trozo en su plato, así que no pudo negarse.
–Gracias.
–Tenga cuidado, tiene muchas calorías –le advirtió Marcela con una nota de crítica en su voz.
–Permitirse un capricho de vez en cuando es uno de los pocos placeres que puede una tener en esta vida –la aleccionó Isabella.
–Bueno, siempre que una esté dispuesta a pagar el precio… –se burló Marcela mirando los brazos de Paula, no tan finos como los suyos.
–Bah, hay quien quema las calorías con mucha rapidez –dijo Pedro con voz cansina. Sonrió a la joven cantante–. Imagino que tener que bregar con un niño tan inquieto como Marcos debe dejarla agotada.
Paula no dejó de apreciar que saliera en defensa suya aun contrariando a su prometida. Era un hombre encantador.
¿Por qué tenía que meterse ella con lo que comía? Claro que, pensándolo bien, reflexionó con fastidio tragando un trozo de tarta, tal vez la había defendido porque no le importaba que se pusiera como una ballena. Al fin y al cabo no era con ella con quien se iba a casar.
–Sí, Marcos me trae loca todo el tiempo –asintió mirando a Pedro Alfonso brevemente. Miró de reojo a Marcela y finalmente se disculpó ante Isabella por su gula–. No suelo comer muchos dulces, pero hoy es domingo y siempre lo he considerado como un día para olvidarse de las reglas, para disfrutar.
–Como manda la tradición italiana –aprobó la anciana mujer–. Y no te preocupes, querida, me encanta que mis invitados aprecien mi cocina.
–¡Oh!, ¿la ha hecho usted? Es una tarta deliciosa –respondió Paula de forma impulsiva.
–Gracias, querida.
No era que a Paula le gustase ganar puntos ante la gente, pero no pudo evitar una sensación de intensa satisfacción al recibir la benevolente aprobación de la matriarca de los Alfonso. Además, siempre le había parecido de mala educación negarse a comer cuando alguien se tomaba la molestia de preparar una comida, era como desdeñar los esfuerzos de los demás por agradar.
Marcela, en cambio, solo había tomado una taza de té negro con una rodaja de limón sin tocar ninguno de los aperitivos y dulces que habían en la mesa. Probablemente era la clase de persona que no sentía que tuviese que responder a quien trataba de agradarla, debía parecerle natural que la agasajaran, debía creer que se lo merecía todo por su cara bonita.
No era asunto suyo, se dijo Paula, pero era evidente que Isabella Valeri no estaba muy entusiasmada con la elección de su nieto. Tampoco a ella le parecía la más afortunada. En fin, tampoco podía decirse que su opinión fuera muy objetiva, su desdén por ella iba aumentando a pasos agigantados.
En ese momento su hijo la sacó de sus pensamientos al acercarse corriendo con las manos juntas y cerradas, como si llevase algo que pudiera escapar.
–¡Mira, mamá!, ¡mira lo que he encontrado! –la llamó excitado.
–Ven y enséñamelo a mí, Marcos –dijo Isabella girándose en su asiento para indicarle que se acercara.
Ya fuera por la sonrisa alentadora de la mujer o por su natural tono autoritario, el pequeño rodeó la mesa yendo a su lado, y se detuvo entre la anciana y Marcela. Los ojos de Marcos brillaban de entusiasmo al recibir semejantes muestras de interés de un adulto. Estaba deseando lucirse ante ella.
–Es una sorpresa –aclaró sonriendo travieso.
–Ah, pues a mí me encantan las sorpresas –lo instó la anciana.
–¡Mire! –exclamó Marcos abriendo las manos como si fuera un mago. De su palma saltó un pequeño sapo que saltó en ese mismo instante yendo a caer en el regazo de Marcela.
Esta se levantó de la silla como un resorte, chillando horrorizada y dándose manotazos frenética en el pantalón intentando que el sapo cayera, pero el animal, como
movido por un impulso perverso, saltó sobre su brazo desnudo, haciéndola chillar aún más, antes de volver al césped.
–¡Niño asqueroso! –gritó Marcela al pequeño Marcos–, ¡tenías que traer esa cosa babosa para que se abalanzara sobre mí!
Avanzó hacia él con el rostro contraído por la furia, y se inclinó hacia delante echando el brazo hacia atrás para… Paula se levantó para evitar que le pegara, pero fue Pedro Alfonso, más cerca de su prometida, quien la sujetó por el brazo antes de que su mano cayese sobre la mejilla del niño.
En ese mismo instante Isabella había agarrado al pequeño apartándolo.
–No seas histérica, Marcela, no ha pasado nada –la reprendió su prometido con dureza.
Paula sentía que el corazón iba a salírsele por la boca.
–¿Que no ha pasado nada? –chilló Marcela irguiéndose, lanzándole afiladas dagas con la mirada por salir de nuevo en defensa de Paula y su hijo. Se volvió hacia el chiquillo apretando los dientes–. ¡Has arruinado mis pantalones, mocoso estúpido! –lo acusó.
–¡Por amor de Dios, Marcela, están perfectamente! –intervino de nuevo Pedro. Su mandíbula se había endurecido ante el irracional comportamiento de su novia.
–Vamos, vamos… Los niños son solo niños… –trató de apaciguarla Isabela dirigiéndole sin embargo una mirada de desprecio. Rodeó con sus brazos al niño por la espalda–, para ellos todas las criaturas vivas son fascinantes.
–¿Criaturas? –masculló Marcela–, ¡un sapo!, ¡un espantoso y repugnante sapo es lo que ha traído!
Marcos se había quedado muy quieto junto a su protectora y, con el temor escrito en el rostro, observaba aturdido a su atacante, preguntándose qué habría hecho.
–No sabe cuánto lamento este incidente –intervino Paula dirigiéndose a Marcela–, pero por favor no se lo eche en cara a mi hijo Marcos. Él cree que cazar sapos es algo bueno, porque ayuda a su tío a cazarlos.
–¿Y usted deja que toque esos bichos asquerosos? –le espetó Marcela horrorizada.
Paula asintió, tratando de mantener la compostura por el bien de Marcos.
–Para él es un juego nada más. Su tío organiza carreras de sapos para los turistas y Marcos les pone nombres: Gordofredo, Jorobado, Príncipe Azul…
–¿Príncipe Azul? –repitió Pedro enarcando una ceja. A pesar de su tono divertido, Paula advirtió que simplemente estaba siguiéndole la corriente, en una apreciación sutil de su actitud conciliadora. Sin embargo, se notaba que estaba enfadado por la desagradable escena de su novia.
Paula le sonrió agradecida por ayudarla a aliviar la tensión y el shock de Marcos.
–Sí, es muy divertido –explicó–, si gana Príncipe Azul, y ha sido una mujer quien había apostado por él, Marcos trata de convencerla para que lo bese –dijo entre risas.
–¿Para que lo bese? –balbució Marcela.
–A la gente le hace mucha gracia. Por supuesto no obligamos a nadie a hacerlo, pero algunas turistas lo hacen mientras sus amigos o familiares las fotografían o lo graban en vídeo para que les crean cuando vuelvan a su país –añadió Paula.
–Es una buena anécdota de viaje, desde luego –asintió Pedro. Y después, volviéndose hacia su prometida, le dijo–, es solo una cuestión de perspectiva, Marcela.
–¡Agg! –replicó ella asqueada–. Si no te importa, voy a lavarme las babas de ese bicho.
Se giró sobre los talones y entró en la casa. Tras haberse alejado, hubo un silencio incómodo entre las dos mujeres y el hombre. Paula miró a Marcos, que, a pesar de sus esfuerzos por normalizar la situación, aún parecía al borde de las lágrimas.
Pedro Alfonso se acuclilló frente al chiquillo.
–Eh, Marcos, ¿te gustaría ir a ver los peces del estanque? –le sugirió alegremente.
–¿Peces? –repitió el niño balbuciendo la palabra.
–Sí, hay unos peces rojos enormes, otros dorados, y otros con manchas. Anda, iremos a verlos y contaremos cuántos hay –dijo tomándolo en brazos y alzándolo para mirarlo directamente a los ojos–. Porque sabes contar, ¿verdad? –le preguntó enarcando las cejas como si dudase.
–Claro –asintió Marcos con seriedad–: Uno, dos, cuatro, diez…
–¡Estupendo! Hala, vamos… Bueno, si tu madre nos da permiso, claro… –dijo Pedro Alfonso volviéndose hacia Paula. La joven viuda estaba mirándolo con una expresión de profunda gratitud.
–¿Puedo, mamá?
La pregunta en tono esperanzado de Marcos la devolvió a la realidad. Parecía que el pequeño ya no estaba asustado ni sentía deseos de llorar.
–Sí, cariño, claro que puedes –asintió suavemente.
Observó cómo Pedro Alfonso se llevaba al pequeño a caballo sobre sus hombros sin sentirse muy segura de que fuera lo correcto. Tal vez debieran marcharse para que la familia pudiera arreglar sus diferencias en privado.
–Pedro tiene muy buena mano con los niños –comentó Isabella. Obviamente había pensado que ella estaba preocupada por el pequeño–, después de todo, siempre cuidaba de sus dos hermanos cuando eran chiquillos.
–Ha sido un gesto muy amable por su parte –respondió Paula volviendo a sentarse y forzando una sonrisa. Ojalá el nieto de la señora regresara pronto con Marcos para que pudieran irse antes de que regresara su prometida.
Cómo podía ser que fuera a casarse con semejante mujer escapaba a su comprensión, sobre todo si le gustaban los niños y quería tener hijos. Bueno, tal vez Marcela no se comportaría así con sus propios hijos, pero todo aquel escándalo por un sapo, y el impulso de pegar a un niño… No era una buena persona, no, no lo era.
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