domingo, 13 de diciembre de 2015

UNA NOVIA EN UN MILLÓN: CAPITULO 3





Tenemos que sentarnos a escuchar esto? –masculló Marcela a su prometido. Pedro la miró y frunció el ceño.


–Sí.


Marcela puso los ojos en blanco y, haciéndose la mártir, siguió a la anciana y a sus protegidos a la sala de baile.
Pedro se sentía particularmente molesto por la falta de gentileza de su prometida hacia la joven viuda. A él le habían gustado ella y su hijo desde el instante en que los vio llegar… ¿Por qué no podía Marcela desear sencillamente a Paula lo mejor en vez de medir su talento con el rasero de su propia ambición? Era muy comprensible que una madre viuda por circunstancias tan trágicas no quisiera arrastrar a su hijo por el mundo de la farándula.


Pedro se dijo que tenía que conseguir que Marcela superara su estrechez mental, que se diera cuenta de que otras personas vivían en condiciones muy distintas a las suyas y con distintos valores que merecían ser respetados.


Y tampoco le haría daño no ser tan rígida respecto a la planificación de la boda. Excluir a su abuela de todas las decisiones no era una buena idea. Las bodas eran un asunto familiar para ella porque así era en Italia.


Aunque no había querido contrariar a Marcela en lo del arpa delante de su abuela, en aquel momento Pedro se dio cuenta de que debía tomar cartas en el asunto. Había otras personas implicadas en aquella ceremonia además de la novia. Entonces recordó la reciente visita de Elizabeth Alfonso y cómo les había relatado todo lo que había organizado para las bodas de sus hijos. Su abuela debía estar sintiéndose desplazada, y aquello no era justo, no se lo merecía.


El salón de baile estaba dispuesto como de costumbre, con mesas redondas de ocho comensales formando una herradura hacia el estrado. En cuanto pisaron el brillante parqué pulido, Marcela se sentó a una de las mesas del fondo, justo al lado de la puerta, dejando más que claro que no tenía ningún interés en aquella audición.


Doblemente enfadado con ella, Pedro acompañó a su abuela a la mesa que ella quería, más cerca del estrado y, cuando se hubieron sentado el chico y ella, acompañó a Paula al estrado para explicarle cómo funcionaba el equipo de sonido.


Advirtió que la mano de ella temblaba ligeramente al entregarle la cinta. ¿Estaría nerviosa? Tal vez le preocupaba que su prometida se riera de ella. Era injusto que tuviera que sentirse así, tan vulnerable. Queriendo darle fuerza y ánimos, devolverle la confianza que le habían quitado, la tomó de la mano.


–No haga ningún caso a Marcela –le dijo sin importarle si parecía desleal hacia su prometida–. Cante a su hijo Marcos, imagine que está en su boda.


Las mejillas de la joven se llenaron de rubor. ¿La habría incomodado? Al alzar ella la vista, se dio cuenta de que sus ojos, que en un principio le habían parecido de un castaño claro, tenían un fascinante tono entre el color oro y el ámbar. 


Su mirada pareció expresarle a la vez alivio, gratitud y una enternecedora sorpresa ante la preocupación de él.


De pronto sintió deseos de abrazarla, de consolarla, de protegerla, y solo el sentido común lo detuvo de hacerlo, aquello habría estado totalmente fuera de lugar. Pero, con
todo, la fuerza de aquel impulso lo dejó atónito y pensativo. 


Apenas conocía a aquella mujer y…


–Gracias, es muy amable –murmuró ella con voz ronca.


Tenía una boca generosa, observó Pedro y su mente empezó a fantasear con desazonadores pensamientos de sensualidad y pasión que solo logró apartar concentrándose en la sensación de la mano de la joven en la suya, ahora firme. La apretó animoso.


–Lo hará muy bien, ya verá. Mi abuela no la habría convocado para una audición si su voz no la hubiera impresionado.


La joven asintió y él le soltó la mano.Se dio la vuelta para meter la cinta en el equipo de audio. Le incomodaba aquella extraña atracción. Cualquier interés en ella que no fuera puramente por educación iba en contra de su relación con Marcela y, a pesar de la actitud infantil de su prometida en aquellos momentos, no debía permitir dejarse llevar por sus hormonas.


Después de conectarlo todo, le llevó el mando a distancia a Paula para mostrarle cómo emplearlo y ajustó el micrófono para ella. Sin embargo, cada vez que la miraba, aquellos expresivos ojos ambarinos parecían conectarlo más a ella de lo que él deseaba. ¿Qué le estaba pasando?


Le dirigió una última sonrisa de ánimo y bajó del escenario. 


Tal vez por la necesidad de distanciarse de ella, o por no soliviantar a su prometida, se encontró yendo hacia esta para sentarse junto a ella al fondo de la sala, pero, a mitad de camino, cambio de idea y se sentó con el muchacho y su abuela. No quería que Paula pensara que él tampoco tenía interés en escucharla, y a Marcela le hacía mucha falta reconsiderar su forma de conducirse.


Aquella muestra de apoyo hacia la protegida de su abuela le ganó una sonrisa de esta. De cualquier modo, sintiéndose algo culpable, Pedro se giró en su asiento haciendo una señal a Marcela para que se sentara con ellos, pero esta lo rechazó con un vaivén de la mano y retomó una postura lánguida en el asiento para mostrar lo aburrido que aquello le resultaba. Pedro apretó los dientes. ¡Que hiciera lo que quisiera!


–Si estás lista puedes comenzar, querida –dijo la anciana a Paula.


Pedro trató de observar a la joven en el escenario con objetividad. Debía de tener unos años menos que Marcela, unos veintitantos. El vestido amarillo que llevaba, un tanto modesto y discreto, resaltaba su curvilínea figura, agradable a la vista y femenina, aunque no espectacular. No era la clase de físico que hacía que todas las miradas se volvieran hacia ella como ocurría cada vez que Marcela hacía su entrada en una sala llena de gente. Sin embargo, pensó Pedro, era una mujer muy bonita, y cualquier hombre estaría orgulloso de llevarla del brazo.


La música empezó a sonar y Pedro observó que la joven no estaba mirando a su abuela, sino a su hijo, y sonrió. Según parecía, había decidido seguir su consejo, dirigir su actuación hacia el niño, que la respondería con su cariño incondicional.


La voz de Paula resonó a través de los altavoces en un torrente cálido, una voz con cuerpo, una voz potente, gloriosa. Pedro reconoció inmediatamente la canción como una de las más conocidas de Celine Dion: Because you loved me. Paula Chaves le ponía tanto o más sentimiento si cabía que la cantante canadiense.


De pronto un ligero toque en el antebrazo lo sacó de su ensimismamiento. Su abuela le señaló sonriente al pequeño. 


Marcos se había puesto de pie y estaba moviéndose por el parqué imitando los movimientos de su madre, que le sonreía en cada pausa. El niño observaba a su madre con verdadera adoración y, cuando terminó la canción, aplaudió
encantado y exclamó:
–¡Canta otra, mamá!


Pedro no pudo evitar sonreír como su abuela, claramente emocionada por aquella escena. Sus rasgos endurecidos por las dificultades de la vida se suavizaron con ese placer que la gente mayor encuentra siempre en la alegría ingenua de los niños.


–Sí, por favor, nos encantaría oír más –dijo Isabella animándola a seguir.


Paula asintió, inspiró profundamente y volvió a poner la cinta en marcha.


Desde luego oírla cantar no suponía esfuerzo alguno, pensó Pedro. Mientras Paula entonaba lo que en su opinión era una gran versión de la vieja canción de Frank Sinatra All the way, se volvió a mirar a Marcela, esperando ver que estaba disfrutando de la actuación tanto como él. Sin embargo, para su desagrado, ella lo miró de un modo petulante. Fue como si le hubieran dado una patada en el estómago. ¿Era tan poco generosa que no podía admitir que la joven cantaba magníficamente?


Hastiado, Pedro se giró y vio de nuevo al chiquillo siguiendo alegremente el ritmo de la música. Aquella vez, cuando la música paró, no pudo resistirse a unirse a él en sus aplausos. ¿Y por qué no habría de hacerlo? La joven se los merecía. Además, era una forma de castigar a Marcela por su cabezonería y su frialdad.


–Canta otra, querida –le rogó su abuela.


Pedro escuchó entonces a Paula empezar a cantar From this moment on y se prometió en silencio a sí mismo que se aseguraría de que su abuela tuviera voz y voto en la organización de la boda. Si no le gustaba a Marcela, que se aguantara. Su abuela se merecía respeto.







2 comentarios:

  1. Muy buen comienzo! ya me atrapó esta historia! La abuela de Pedro es lo más! y esa Marcela esa insoportable!

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