sábado, 12 de diciembre de 2015

UNA MISION PELIGROSA: CAPITULO 24




–Ya sé que últimamente eres tú el que me lo pregunta –Pedro se dirigió a Heath en un descanso del entrenamiento de buceo–. Pero ¿estás bien? Ahí abajo parecías ausente.


–Estoy bien –su amigo mordió con rabia una barrita energética–. ¡A quién quiero engañar!


–¿Qué sucede? –Pedro se acercó a él.


–Ya sabes que Patricia y yo intentamos tener un bebé. Pues resulta que no puede concebir a causa de un tumor.


–Pero será benigno, ¿no? –Pedro sintió un agujero en el estómago–. Se pondrá bien, ¿verdad?


–Eso espero. No sé qué haría sin ella.


Pedro sabía bien cómo se sentía su amigo. Vivir sin Paula y las niñas era lo más parecido a respirar con un solo pulmón.


–No pretendía arrastrarte conmigo –se disculpó Heath–. Debo ser positivo. Me tomaré libre el resto de la semana para acompañarla a las pruebas.


–Pensaré en vosotros. Espero que se ponga bien.


–Dios te oiga.


El resto del día estuvo muy ocupado, pero en cuanto tenía un minuto de descanso, Pedro no podía evitar pensar en lo mal que lo estarían pasando Heath y Patricia, dos
personas que se amaban, pero a los que, por un cruel capricho del destino, quizás no les quedara mucho tiempo.


En cambio Paula y él habrían tenido todo el tiempo del mundo, pero ella lo había rechazado.



***

Tipsea’s. Allí era.


–¿Preparadas, señoritas? –Viviana y Vanesa la ignoraron en beneficio de una mariposa que había cometido el error de invadir su espacio aéreo–. Menuda ayuda tengo con vosotras dos.


De momento, Virginia le estaba gustando. El calor ambiente se extendía también a sus gentes.


Haciendo acopio de todo su valor, abrió la puerta del bar, decidida a conocer a Maggie.


–Déjame ayudar –un hombre con uniforme de la marina la ayudó a meter el carrito de las niñas.


–Gracias. Este lugar no está adaptado para bebés, ¿verdad?


–No exactamente –el hombre rio–. Que os divirtáis.


–Gracias.


Tras acostumbrarse a la penumbra del local, comprobó que Tipsea’s tenía muchas ventanas, pero la iluminación permitía a sus parroquianos disfrutar de intimidad. A primera hora de la tarde, las mesas de billar estaban casi todas desocupadas y la pista de baile vacía. El olor a cerveza y a lo que, sin duda, sería una estupenda hamburguesa con queso, lo impregnaba todo.


–Tú debes de ser Paula –una mujer de cabellos grises extendió los brazos.


–¿Me ha delatado la tropa que me acompaña? –Paula rio.


–Un poco. Vamos a la oficina. ¡Hank! –gritó–. Me voy al despacho. Llama si me necesitas.


A Paula le sorprendió agradablemente la oficina, luminosa y acogedora.


–Gracias por recibirme –le dijo en cuanto Maggie se hubo sentado en el sofá y ella en el sillón.


–Es un placer. Debo admitir que tu propuesta me pilló por sorpresa, pero tras pensarlo, descubrí que me atraía la idea de una jubilación parcial.


–Me alegro. Si todo sale bien, este puede ser el inicio de una nueva vida para las dos.



*****


–Es que no me apetece –se quejó Pedro camino de Tipsea’s.


Era el día de San Patricio, pero ni toda la cerveza del mundo le devolvería la sonrisa.


–Solo sales del apartamento para ir a trabajar. Te vendrá bien pasar una noche con los chicos.


–Soy demasiado viejo para ser raptado –Pedro deseó haber conducido él mismo. Así podría escaparse a la primera ocasión que tuviera.


–Tú cállate y deja de quejarte. Te aseguro que vas a pasarlo muy bien.


Cuando llegaron a Tipsea’s, Pedro intentó darse media vuelta y pedir un taxi, pero su amigo lo agarró del brazo.


–Vamos, tío. Tienes que entrar en ese bar.


–No tengo sed.


Ya debería haber superado lo de Paula, pero Pedro temía que ese día jamás llegaría.


–Relájate y al menos intenta divertirte –le aconsejó Cooper mientras señalaba hacia la barra del bar–. La camarera está sirviendo copas.


Pedro miró a la mujer y casi se atragantó al ver a Paula tras la barra de su bar preferido.


–¿De verdad es ella? –le preguntó a Cooper, a pesar de que su amigo no la conocía.


–Si te refieres a Paula, tu chica, según Maggie lo es. Mi integridad física corría un serio peligro si no te traía esta noche –su amigo saludó con la mano a algunos compañeros–. Yo ya he cumplido con mi misión. Diviértete.


Paula habló con uno de los camareros antes de acercarse a él. Los ojos marrones brillaban de emoción. Pedro quiso mostrar indiferencia hacia el hecho de que hubiera ido en su busca, pero no pudo, pues lo cierto era que le importaba más que nada en el mundo.


–Jamás pensé que podría echar tanto de menos a alguien.


–Yo opino igual –contestó ella–. Lo siento. Quise aceptar tu petición de matrimonio, pero todo aquello me parecía un sueño y jamás pensé que pudiera ser real.


–Jamás te lo habría pedido si no planeara pasar el resto de mi vida contigo y las chicas –cuando Pedro la besó, el mundo recobró de golpe todo su sentido–. Por cierto, ¿dónde están?


–Con unos amigos tuyos. Calder y Pandora. Maggie me los presentó.


–¿Cómo es que conoces a todos mis amigos? –preguntó él–. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?


–Solo una semana, pero, sin verte, me ha parecido toda un vida. Maggie y yo somos socias. Cleme y su madre están pensando comprar mi bar, y he puesto en alquiler la casa de Alex y Melisa. Quería instalarme aquí primero, por si acaso necesitaba poner en marcha el cortejo.


–¿A qué te refieres?


–Ya sabes –Paula lo besó–, si seguías enfadado conmigo, iba a necesitar un trabajo y una casa. Utilizando tu lenguaje, una base de operaciones, porque a partir de ahora me perteneces.


–Me gusta cómo suena eso –tras unos cuantos besos más, coreados por los clientes del bar, Pedro se apartó frustrado–. ¿Te importa si nos largamos de aquí?


–Pensaba que nunca me lo pedirías.


Salieron del local, hacia su nueva vida. Pedro se mantuvo en silencio, emocionado ante el hecho de que la mujer amada corría hacia él, y no en dirección contraria.


–Te amo –Paula suspiró, apoyando la cabeza en su hombro–. Siempre te he amado.


–Te amo, Pau, pero fui demasiado estúpido para admitirlo, hasta que casi fue tarde –del bolsillo del pantalón, Pedro sacó el anillo–. Antes de seguir. ¿Lo de casarnos?


Ella fingió pensárselo.


–Eso no tiene gracia –gruñó él antes de besarla–. Si no me contestas, puede que retire la oferta.


–Sí, por supuesto –el beso confirmó las palabras de Paula.


–Eso está mejor –Pedro deslizó el anillo en el dedo de Paula–. ¿Adónde vamos?


–Pensaba que tú tenías alguna idea. Mi coche de alquiler está en el bar.


–Ojalá lo hubieras mencionado antes –él giró la cabeza–. Ya podríamos estar en mi apartamento haciendo guarrerías.


–Qué presuntuoso, marinero –Paula se sonrojó–. ¿Es ese modo de hablarle a tu futura esposa?


–Todas las noches –Pedro le guiñó un ojo–. Y por las mañanas, si las niñas no están despiertas.


–Bueno, en ese caso, pongámonos en marcha. Tenemos mucho tiempo que recuperar.


–Me has leído la mente. ¿Hay bastante sitio en el asiento trasero de tu coche?


–Para lo que tienes pensado –ella soltó una carcajada–, vamos a necesitar un modelo más grande.


–Supongo que, si hemos aguantado todo este tiempo, unos minutos más no importarán.


–Eso lo dirás por ti. Vamos –Paula entró en un hotel, reservó una habitación y por fin pudo reencontrarse con cada centímetro del cuerpo de Pedro.


El anillo era precioso, pero más aún el modo en que ese hombre le hacía sentir. Le había cambiado la vida, para mejor, y cada día, hasta el fin de sus días, se lo iba a agradecer.













No hay comentarios.:

Publicar un comentario