miércoles, 9 de diciembre de 2015

UNA MISION PELIGROSA: CAPITULO 12




El viernes llegó y Pedro se encontraba en el aeropuerto con Paula, a punto de subir al avión que les llevaría a Valdez. Lo cierto era que se sentía aliviado. Cuanto antes terminaran, mejor.


Desde la fiesta, Paula había estado muy huraña, las niñas no habían ayudado. ¿Y él? Su humor oscilaba entre la simpatía por Paula y la irritación. La conocía lo bastante como para comprender que la camaradería que habían compartido hasta entonces había desaparecido.


Afortunadamente Fer y su padre se habían ofrecido a cuidar de las niñas.


–Y yo que pensaba que las cosas no podían ir peor –murmuró Paula.


–¿Qué pasa?


–¿Qué probabilidades hay de que esta tormenta afecte a nuestro vuelo? –ella le mostró su móvil.


–Ninguna –de haber sido otras las circunstancias, le habría dado un beso–. Deja de preocuparte.


–Imposible. Cuanto más se acerca el momento de convertirme oficialmente en madre soltera, más me duele el estómago.


–¿Y qué se supone que debo hacer yo? Aunque quisiera, no puedo pedir más permisos.


–Lo sé, y siento mucho seguir dándole vueltas a este tema. Considera el asunto zanjado.


–De eso nada, no vas a…


–Señor –les interrumpió el empleado de la compañía aérea, gesticulando para que lo siguiera.


Al mirar a Paula le llamó la atención la palidez de su rostro. 


¡Pues claro! Acababa de perder a su hermana en un accidente de avión. ¿Por qué no le había sugerido viajar en ferry?


–Oye –Pedro la agarró del brazo–. No pensé en cómo te afectaría subir a un avión. No hace falta que vengas. Yo puedo firmar los papeles solo.


–Benton nos aconsejó presentar un frente unido –las piernas le temblaban visiblemente y tuvo que sujetarse a la barandilla de la escalerilla con ambas manos para subir al avión.


Pedro se le ocurrieron varias respuestas, pero no era el momento ni el lugar para entablar una discusión. Si Paula se negaba a bajarse del avión, lo menos que podía hacer era permanecer a su lado, suponiendo que ella, llegados a ese punto, quisiera su apoyo.


Paula optó por sentarse en la parte trasera y él la siguió.


Solo había tres pasajeros más en el vuelo, todos sentados en la parte delantera.


A medida que el piloto anunciaba el despegue, el rostro de Paula se volvía más macilento.


Pedro le tomó la mano, pero ella intentó soltarse.


–Puede que me marche el domingo, pero, de momento, aquí estoy y te voy a ayudar.


Y no le soltó la mano durante todo el vuelo. Aterrizaron en medio de un cálido y radiante sol y Pedro no pudo evitar preguntarse si sería un regalo de Melisa para tranquilizar a su hermana.


En cuanto las ruedas del avión tocaron tierra, Paula le soltó la mano y Pedro sintió aflorar los nervios. ¿Estaba haciendo lo correcto? Aunque un pequeño trocito de su consciencia le decía que no, ¿qué otra cosa podía hacer? Le quedaban, como mínimo, dos años más en la marina. E, independientemente de lo que Melisa hubiera dispuesto, no le debía nada a esa mujer.


«¿Y qué pasa con Paula?».


«¿Y qué pasa con ese beso que no consigues olvidar?».


Pedro ignoró las voces en su cabeza. Tres semanas antes apenas pensaba en ella. ¿Por qué en esos momentos no conseguía pensar en otra cosa que no fuera Paula y sus adorables sobrinas?







2 comentarios:

  1. Me atrapó esta novela! me acabo de poner al día!!! Muy buenos capítulos!

    ResponderBorrar
  2. Por favor, que no se vaya Pedro, Pau va a sufrir mucho y encima sola con 2 bebas.

    ResponderBorrar