miércoles, 9 de diciembre de 2015

UNA MISION PELIGROSA: CAPITULO 11




Decir que Pedro se sentía fatal por lo que Paula estaba pasando sería quedarse corto. Llevaban casi dos semanas viviendo juntos y veía desde primera fila cómo se desmoronaba su vida.


Desde que tenía recuerdos, esa mujer había sido su amiga, su colega. Pero últimamente habían despertado en él algunas sensaciones con respecto a Paula y las niñas. Por una parte se moría por regresar a la base, pero por otra odiaba tener que dejar a Paula y a las niñas solas.


La mañana del Wharf-o-Ween, mientras Fer y su padre cuidaban a las gemelas, Pedro sacó del ático las maderas del puesto callejero del bar de Paula.


–Me debes un poco de diversión. Esto no es el ratito corto que me habías descrito.


–Si te hubiera dicho la verdad, ¿te habrías ofrecido a ayudar? –ella sonrió.


–Ahí me has pillado –Pedro le devolvió la sonrisa.


–Ayúdame a limpiar esto y nos pondremos a montarlo todo.


–Qué divertido…


Después de tres horas torturándose por no poder poner las manos sobre Paula, lograron construir una réplica del juego de los anillos al estilo del Lejano Oeste.


–Ha quedado muy bien –con las manos apoyadas en las sensuales caderas, ella dio un paso atrás.


–¿Y a quién se lo tienes que agradecer?


–A ti –ella lo abrazó antes de apartarse bruscamente.


Pedro deseó que el abrazo hubiese durado más tiempo. 


Paula olía a suavizante para ropa y a las fresas que había preparado para el desayuno. Estar a su lado no solo era agradable, también excitante. Paula conservaba todas las cualidades de su infancia, pero la versión adulta era aún mejor. El beso había encendido una curiosidad que lo había dejado lleno de dudas.


–Aprecio todo lo que has hecho –continuó ella.


–Ha sido un placer –Pedro se quitó un imaginario sombrero vaquero.


–¿No exageras un poco, vaquero?


–Sí, pero ya que no tengo físico, recurro a mi facilidad de palabra para impresionar a las damas.


–Lo que buscas es un cumplido –ella le dio una amistosa palmada.


Pedro sonrió. Se le había acelerado el corazón con el intercambio de bromas. Sin embargo, considerando que casi tenía un pie en el avión, no sabía si era buena idea.



*****

Aquella noche, mientras Paula atendía el puesto con Pedro, la princesa Viviana vio a un niño vestido de hombre lobo y estalló en un histérico llanto.


Vanesa, en brazos de Pedro, se limitó a incorporarse para ver mejor.


–¿Quieres sujetar tú a esta? –le ofreció él a Paula– Intentaré calmar a Vivi.


–Gracias –Paula observó maravillada lo poco que necesitó Pedro para calmar a la niña.


A la hora del biberón, las gemelas se alteraron de nuevo y Pedro se ocupó también de la situación, llevándolas a un lugar tranquilo.


–Tiene buen aspecto –su padre apareció por el puesto y sonrió tímidamente.


–Gracias. Pedro hizo la mayor parte del trabajo.


–¿Y dónde está ahora?


–Ha subido a las gemelas a mi apartamento para darles el biberón y cambiarles el pañal.


–¿Y por qué no te ocupas tú de eso? –su padre la miró confuso.


–¿Te digo la verdad? A él se le da mucho mejor. Las niñas lo adoran.


El hombre frunció el ceño mientras señalaba con la cabeza la calabaza de plástico que había dispuesto con la foto de boda de Melisa y Alex, y un cartel pidiendo donativos para el equipo de rescate de Conifer que había intentado salvar a su hermana.


–Eso es bonito.


–Cualquier ayuda vendrá bien. ¿Cómo está mamá?


–Sigue en la cama. Espero que el médico no le dé más sedantes. Le afectan a la cabeza.


Paula no estaba segura de qué responder. El dolor de las acusaciones de su madre seguía fresco.


–Me he enterado de lo que te dijo. No me gustó –él miró de nuevo la foto de Melisa–. Piensa que era su dolor el que decía esas locuras. Todo volverá a la normalidad.


Ella asintió mientras se enjugaba las lágrimas que rodaban por sus mejillas.


–Ya estamos contentos otra vez –Pedro apareció con los bebés–. Ah, hola, Luis.


Los dos hombres se miraron con desconfianza y Paula recordó que hubo un tiempo en el que su padre había considerado a Pedro como a su hijo.


–¿Cómo está Ana?


–Saldrá de esta –contestó el otro hombre, poco habituado a compartir sus emociones.


–Debe de ser duro –Pedro acostó a las niñas en el carrito.


La tensión entre los dos únicos hombres que significaban algo para Paula se hizo insoportable.


–¿Qué tal si mamá y tú venís a casa a cenar el domingo? –sugirió.


–Es muy amable por tu parte –contestó Luis–, pero no creo que tu madre esté aún preparada.


–Lo siento –observó Pedro cuando el padre de Paula se hubo marchado.


–No pasa nada –contestó ella, aunque no podía ser más mentira.


Sentía unas inmensas ganas de hundirse en uno de los fuertes abrazos de Pedro, pero con ello no conseguiría más que demostrar que era la persona horrible que todos decían que era.



*****


–Date media vuelta –le ordenó Cleme a su jefa cuando esta acudió al bar el sábado por la noche–. Te dije que el turno estaba cubierto para que pudieras venir a mi fiesta.


–No estoy de humor para jugar a los chinos.


–Jugaremos al Pictionary y bailaremos. Y podremos ver en televisión Halloween I, II, III y IV.


–¿Insinúas que no echan Viernes 13? –Paula fingió horror.


–¿Te gustaría más? –Clementina alargó una mano hacia una aceituna.


–Deja de comerte la guarnición de las copas. Y estaba bromeando. El plan suena muy bien.


–Entonces, ¿vais a venir Pedro y tú?


–No sé si estás al día –Paula guardó el bolso tras la barra del bar–, pero mi hermana acaba de fallecer y ni siquiera debería hablar de fiestas.


–¿Y qué ha sido entonces el Wharf-o-Ween?


–Eso es diferente –ella se sirvió un refresco–. Necesitaba oír de nuevo la risa de las gemelas.


–Entiendo. De modo que está bien que las niñas rían, pero tú no.


–Ellas no comprenden lo que pasa. Sin embargo, me han sugerido que yo sí.


–¿Y quién ha sugerido tal cosa?


–Últimamente tengo la sensación de que todo el mundo. Ya te conté el encuentro que tuvimos Pedro y yo con Sofia. Y ahora mi madre ha perdido la cabeza, no la culpo, pero…


–Espera –interrumpió su amiga–. ¿Qué más pasó con tu madre?


Paula le resumió la última llamada de teléfono.


–¡Uff! –Clementina dio un respingo–. Siento que lo pagara contigo, pero cada uno vive la pérdida a su manera. Melisa no te permitió el lujo de meterte en la cama durante un mes. Tienes derecho a vivir el duelo por Melisa, pero sus hijas te necesitan para rendirle homenaje.



****

Durante el trayecto a su casa, las palabras de Clementina seguían resonando en la cabeza de Paula. ¿Se estaba tomando el dolor de su madre como algo demasiado personal? Al no tener hijos propios, ni siquiera era capaz de imaginarse lo que debía de estar sufriendo la mujer. Desde luego estaba triste por su hermana, pero nada comparado con lo que debía de estar pasando su madre, o la madre de Alex.


El jaleo que se oía en la casa la llevó a la sala de cine. 


Pedro estaba recostado en uno de los sillones de cuero y las niñas en la alfombra. Viviana miraba maravillada una escena de Buscando a Nemo, mientras Vanesa centraba toda su atención en un sonajero de oso polar.


–¡Hola! –saludó él–. No es que me queje, pero ¿qué haces en casa?


–Clementina insiste en que vayamos a su fiesta –Paula se sentó en la silla más cercana a Pedro–. Si a tu padre y a Fer no les importa hacer de canguros, ¿te apetece venir?


–¿Habrá muchos viejos conocidos? –él frunció el ceño.


–No lo creo.


–Da igual. Si a ti te apetece –él paró la película–. Llamaré a papá.


Y así sin más, Paula consiguió una cita para Halloween, y además una cita con el hombre de sus sueños. ¿Por qué no estaba más contenta? ¿Por qué permitía que las horribles acusaciones de su madre arruinaran una velada de merecida diversión?


Porque, si Paula tocara a Pedro, las acusaciones de Ana serían ciertas.



****

–¿En serio? –Clementina frunció el ceño–. ¿De qué se supone que vais disfrazados?


–Pues, de antenas de televisión –Paula se ajustó el atuendo hecho con papel de aluminio.


–Ingenioso, ¿a que sí? –Pedro le entregó a la anfitriona las galletas con forma de calabaza que habían comprado de camino.


La fiesta estaba en pleno apogeo. Paula conocía a la mayoría de los veinte invitados, pero tuvo que presentarle a Pedro a unos cuantos que eran nuevos en la ciudad.


Tras perder varias partidas de Pictionary, él le ofreció una cerveza y tomar un poco el aire.


–Ha sido una buena idea –asintió ella en la terraza trasera.


–Sin ánimo de ofender, parecías un poco apagada ahí dentro.


–Tienes buen ojo –Paula soltó una carcajada.


–¿Hubo algo en particular que te entristeciera? –Pedro se apoyó en la barandilla y contempló el hermoso rostro bañado por la luz de la luna–. ¿O se trata de todo en general?


–Te acuerdas de cuando bajamos al sótano de Alex y Melisa y vimos los restos del cumpleaños de Craig Lovett?


–Claro.


–Es la primera fiesta a la que asisto desde entonces y se me ocurrió pensar en lo diferente que habría sido aquella reunión si hubiésemos sabido lo que iba a suceder –los ojos se le llenaron de lágrimas, pero Paula se obligó a guardar la compostura. Lo peor ya había pasado.


–Si hay algo que me haya enseñado la marina –Pedro la abrazó–, es que nadie tiene garantizado el día de mañana. Tienes que aceptar lo que la vida te ofrece a cada momento.


–Lo sé… –consciente de que él pronto se marcharía, Paula luchó por no ahogarse en los miedos de su incierto futuro de madre soltera de sus sobrinas–. Pero es más fácil decirlo que hacerlo.


–El viernes, cuando firme a la renuncia de mis derechos sobre tus sobrinas, quiero que tengas muy claro que no tiene nada que ver contigo –Pedro le tomó la barbilla con ternura, obligándola a mirarlo a los ojos–. Aunque esté de vuelta en la base, puedes llamarme.


–¿Y eso debería hacerme sentir mejor? –ella arrojó el gorro de papel de aluminio al jardín.


–Esperaba que sí. Lo último que quiero es que pienses que te estoy abandonando –aunque le daba la espalda, él se acercó y apoyó las manos sobre sus hombros–. Lo que hizo tu hermana, dejándome a cargo de sus hijas… –suspiró–. ¿En qué demonios estaba pensando?


Era la pregunta que Paula se hacía a diario.






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