lunes, 21 de diciembre de 2015
UN TRATO CON MI ENEMIGO :CAPITULO 7
–¿Lo ha hecho a propósito? –le preguntó un instante después al acercarse para limpiar la mesa contigua al cómodo sillón que él había ocupado y donde estaba disfrutando de un café colombiano sorprendentemente bueno.
–¿Que si lo he hecho a propósito?
Ella frunció el ceño y su piel pareció más clara que nunca contra la camisa negra que ahora llevaba en lugar de la blusa de gasa de antes.
–Ha insinuado algo… ¡Deliberadamente ha dado la impresión de que me he dejado una prenda de ropa en el suelo de su despacho!
–¿Eso he hecho?
Paula apretó los labios mientras fingía seguir limpiando la mesa.
–Sabe que sí.
Y sí, lo había hecho. Porque hasta que lo había visto, Paula se había mostrado relajada y sonriente mientras servía a los clientes, y esa sonrisa había quedado reemplazada al instante por un gesto de furia en cuanto lo había reconocido despertando, con ello, toda su rabia.
Había cometido un error al ir allí y ahora lo admitía. Sabía que debía mantenerse bien alejado de Paula, que era mejor para los dos que lo hiciera. Estaba claro que ella no quería tener nada que ver con él fuera de la galería y, después de su encuentro, sabía muy bien el peligro que Paula suponía para su autocontrol.
Era como si no hubiera podido resistirse a ir allí en cuanto le había surgido la oportunidad.
–Tengo algo tuyo que he pensado que querrías recuperar lo antes posible.
–¿En serio? –lo miró con escepticismo.
Pedro se recostó en el sillón de piel y la miró con los ojos entrecerrados.
–¿Sabes, Paula? He visto que tu actitud hacia mí no está siendo muy… educada. Y me resulta sorprendente teniendo en cuenta que soy uno de los propietarios de la galería que va a exponer tus cuadros. Si tienes algún problema conmigo, o con mi galería, entonces tal vez este sería un buen momento para que me dijeras cuál es.
Un delicado rubor coloreó sus mejillas mientras se mordía el labio inferior; sin duda, sus ambiciones artísticas volvían a batallar con el rencor que sentía hacia él.
Era un rencor que Pedro comprendía, pero le dolía que lo siguiera culpando por lo que había sucedido. Él no era responsable de que William Harper hubiera intentado venderles un Turner falsificado. Solo era culpable de haber destapado que ese hombre era un embaucador.
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