lunes, 21 de diciembre de 2015

UN TRATO CON MI ENEMIGO :CAPITULO 8




En un principio Paula se había decidido a presentar sus cuadros para la Exposición de Nuevos Artistas convenciéndose de que no era nada probable que tuviera que encontrarse con ninguno de los hermanos Alfonso en persona. Por eso ahora le resultaba absolutamente desconcertante que se hubiera encontrado y hubiera hablado con uno de ellos, ¡dos veces en un mismo día!, y que, precisamente, ¡hubiera tenido que ser Pedro!


Aun así, sabía que se merecía sus críticas por su actitud hacia él, que debía resultarle una gran falta de respeto, además de desconcertante, dado que simplemente la conocía como «Paula Chaves», artista aspirante, y que no había parecido reconocerla como Sabrina Harper. ¡Si Pedro descubría la verdad, tenía claro que llamarían a ese séptimo candidato reserva para que ocupara su puesto en la exposición!


–Me disculpo si me he mostrado menos que… agradecida, señor Alfonso–murmuró forzadamente–. Obviamente, es un privilegio y un honor haber sido elegida para exponer en una galería tan prestigiosa como la Arcángel…


–Como te he dicho antes, Paula, no te pega nada deshacerte en disculpas –le dijo con un brillo socarrón en sus oscuros ojos.


Ella desvió la mirada.


–En ese caso, creo que ha dicho que ha venido para devolverme algo mío.


–Así es, sí.


–¿Y?


–¿A qué hora sales esta noche?


–En un par de horas –respondió extrañada.


–¿A las ocho en punto?


–Ocho y cuarto –lo corrigió con recelo.


–Entonces te espero fuera a las ocho y cuarto.


–No lo entiendo.


–Creo que sería buena idea que los dos cenáramos juntos para poder discutir y, con un poco de suerte, poder solucionar ese problema que pareces tener conmigo o con mi galería.


Paula abrió la boca de par en par. ¿Se lo había imaginado o acababa de invitarla a cenar?


«¡No, claro que no!», se respondió a sí misma. Pedro había hecho una afirmación, no le había preguntado nada. 


¿Porque era un hombre acostumbrado a dar órdenes y a esperar que se obedecieran? ¿O simplemente porque no se le había ocurrido que Paula, o cualquier otra mujer, pudiera rechazar una invitación de Pedro Alfonso, un hombre
atractivo y un gran partido?


Tenía la sensación de que así era, pero salir a cenar con él, hablar del problema que tenía con él y con la galería, no era una opción.


Pedro casi podía ver la batalla que se estaba librando dentro de la hermosa cabeza de Paula mientras intentaba encontrar un modo educado de rechazar su invitación; una invitación que sabía que no debería haber lanzado cuando no era capaz de mirar a Paula sin desearla y cuando estaba claro que ella lo detestaba.


Esa Paula susceptible era muy distinta de la Sabrina de cinco años atrás, pero incluso por aquel entonces Pedro había sabido lo mucho que lo atraían su belleza y su inocencia. Solo la había besado una vez, aquel beso dulce y excitante, un beso que lo había impactado tanto que había seguido pensando en ella incluso meses después de que terminara el juicio de su padre y ella se hubiera negado a volver a verlo. Además, durante los años siguientes, en ciertos momentos se había visto preguntándose qué estaría haciendo, si sería feliz.


Ese único encuentro con ella por la mañana le había demostrado que la mujer en la que se había convertido, la mujer que era ahora, seguía generando un gran efecto en él.


Tanto, que estar a solas en su despacho con ella, e invadido por su especiado perfume, sabiendo que habría podido acariciar su suave y cremosa piel con solo haber levantado la mano había supuesto que se pasara las últimas seis horas pensando únicamente en ella.


¡Y cuánto se había excitado! Porque incluso ahora su excitación seguía ejerciendo presión contra la tela de sus vaqueros. Razón de más para alejarse de Paula lo antes posible.


–Está claro que no –dijo con desdén, apartando la taza de café antes de levantarse bruscamente–. Creo que esto es tuyo –añadió dándole un tubo de metal.


–Mis gafas de leer… –respondió ella al agarrarlas y mirarlo con gesto de disculpa porque era cierto que había ido a devolverle algo que se le había caído del bolso.


Se humedeció los labios con la punta de la lengua antes de hablar.


–Ha sido muy amable al devolvérmelas tan rápido y en persona.


Él le lanzó una sonrisa burlona.


–Ha sonado como si te duela que lo haya hecho.


–Claro que no. Y me disculpo si cree que mis modales hacia usted han sido… menos que educados. De verdad que estoy muy agradecida por la oportunidad de exponer mis cuadros en Arcángel.


–Por lo que a ti respecta, Paula, yo soy la Galería Arcángel –le dijo con dureza.


Paula no sabía qué iba a hacer; lo único que sabía, tras haber llegado a ese punto, era que después de haber trabajado tanto y durante tantos años, ¡ahora era impensable verse obligada a retirar sus cuadros de la exposición por culpa del propietario de la galería! O por el hecho de que Pedro pensara que sus modales eran tan inaceptables que decidiera expulsarla de la competición.


–No estoy segura de qué quiere decir con eso, señor Alfonso –respondió vacilante; no había olvidado esos breves momentos de intimidad entre los dos en el despacho unas horas antes, cuando había estado segura de que iba a tocarle o besarle los pechos. Pero, por muy agradecida que estuviera de que no la hubiera reconocido, si Pedro se creía que ser dueño de la galería le otorgaba cierto poder sobre ella…


–Creo que a mí tampoco me gusta lo que has insinuado, Paula.


Ella tragó saliva antes de hablar.


–Bueno, a lo mejor podríamos ir a algún sitio y tomar algo para hablar de…


–No le veo sentido a hacerlo a menos que vayas a ser completamente sincera conmigo. ¿Vas a ser sincera conmigo?


Paula se quedó sin aliento mientras lo miraba firmemente. 


¿Habría descubierto quién era?


¡Claro que no! Por un lado dudaba que ese hombre se hubiera parado a pensar en la mujer y la hija de William Harper después de que lo hubieran encarcelado, y, por el otro, había cambiado tanto en los últimos cinco años, no solo de nombre sino también de aspecto y actitud, que era imposible que la hubiera asociado con la torpe adolescente a la que besó una vez. Además, si hubiera descubierto quién era en realidad, jamás le habría permitido acercarse ni a él ni a su galería…


–Paula, necesito que vuelvas al mostrador ahora –la fría reprimenda de la encargada atravesó la tensión entre los dos.


Paula dio un respingo sobresaltada al girarse hacia Sally sabiendo que se merecía esa llamada de atención; había estado hablando con Pedro Alfonso demasiado rato.


–Ahora mismo voy –prometió con tono animado antes de girarse hacia Pedro–. ¿Nos vemos fuera a las ocho y cuarto?


Por un momento Pedro se planteó decir que no, alejarse de esa mujer sin mirar atrás. La exposición ya estaba organizada y no había ninguna razón para que tuvieran que volver a verse hasta la noche previa al evento; Eric era más que capaz de ocuparse de todo y de asistir a las futuras reuniones que surgieran con Paula Chaves.


Existían demasiadas razones por las que debería guardar las distancias…






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