jueves, 12 de noviembre de 2015
UNA CITA,UNA BODA: CAPITULO 11
Paula se mordisqueó la uña del dedo meñique hasta que no quedaba más que morder. Para tratarse de un fin de semana durante el que se suponía que iba a descansar y a cargar pilas, se sentía como si hubiera caminado por la cuerda floja con los ojos vendados.
Había encontrado a Elisa fabulosa, su madre la estaba volviendo más loca de lo que se había esperado y el pobre Roberto no dejaba de flirtear con ella a cada oportunidad que tenía.
Pero, ¿qué le había pasado a Pedro?
Solo pensar en el nombre de su jefe hacía que quisiera tomarla con una uña nueva. Esas miradas, tanto susurrarle al oído, las caricias inesperadas…
Se mordió la uña con tanta fuerza que le escoció y, estremeciéndose, miró al otro lado de la mesa donde él estaba sentado con sus largos dedos rodeando un vaso de cerveza y sonriendo mientras veía a Elisa y Tim cantar juntos Islands in the Stream sobre el escenario.
–¿Perdona?
Ella parpadeó asombrada al ver que estaba inclinado hacia su madre con una media sonrisa. ¿Cómo podía ese hombre hacer que la palabra «perdona» resultara sexy?
–¿Has dicho algo? –preguntó casi gritando por encima de la música.
–Nada. No pasa nada. Por aquí está todo tranquilo.
Él se quedó mirándola un instante y sus oscuros ojos grises parecieron abrasarla. Un calor que ella jamás había sentido antes cruzó la mesa y le derritió las piernas como si fueran mantequilla. Cuando finalmente apartó la mirada, Paula pudo respirar tranquila.
Estaba confundida y nerviosa y entonces se formuló la pregunta que había estado intentando evitar: ¿estaba presenciando las primeras fases de un flirteo? Se permitió disfrutar de un delicioso cosquilleo que la recorrió de arriba abajo.
Pero no. De ninguna manera. Todo menos eso. No, con el jefe. Había trabajado demasiado duro para probar su valía y lo irremplazable que era como para ahora convertirse en un cliché.
Apoyó la barbilla en la palma de su mano y meneó la cabeza al compás de la música sin dejar de mirarlo por el rabillo del ojo.
Tendría que ver algo más allá de una aventura en el horizonte para si quiera pararse a pensar en correr esa clase de riesgo. En cuanto a Pedro… Sabía de primera mano que las mujeres que salían con Pedro tenían suerte si su número permanecía en su teléfono móvil más de un mes.
Su enigmático, despiadadamente delicioso y emocionalmente atrofiado jefe de pronto agarró su silla y la colocó al lado de la suya.
Ella se apartó.
–Si no ves desde ahí, puedo cambiarte el sitio.
–No te muevas –dijo él agarrándole la mano–. No quiero estar gritando toda la noche para que puedas oírme.
–Elisa también canta muy bien. ¿Cómo es que tú te has perdido ese gen?
–¿Eso es lo que has venido a decirme? Nada de «Lo estás pasando bien, ¿Paula?» o «¿Te traigo otra copa, Paula?». ¿Qué te ha pasado? Sueles ser una persona encantadora.
Él se rio, fue un suave y profundo sonido que llegó hasta los lugares más femeninos y recónditos de su ser. Con gesto serio, era de una belleza que te cortaba la respiración.
Sonriendo, era arrebatador. Riéndose… era como un sueño.
¿Ese hombre había estado intentando coquetear? ¿Con ella? ¿A la sensata y parlanchina chica de pueblo Paula Chaves? Lo sentía, pero no podía llegar a creerlo.
Ante la necesidad de saberlo con seguridad, de ver si su radar estaba tan oxidado que ya no funcionaba, se giró en su silla y le lanzó una sonrisa de lo más coqueta.
–De acuerdo, para que podamos dejar este tema de una vez por todas…
Él enarcó una ceja y a ella se le aceleró el corazón y todos los lugares de su cuerpo donde él había posado la mirada esa noche comenzaron a vibrar.
Paula lo vio enarcando una ceja e hizo lo mismo.
–Estoy hablando, por supuesto, de mi escaso talento como cantante y bailarina.
–Síííí.
–No quiero que te quedes aquí sentado sintiendo lástima por mí porque no puedo hacer gorgoritos ni dar vueltas mientras canto I Dreamed a Dream.
–Pues no me compadezco de ti. Una mujer no tiene por qué saber cantar y bailar para gustar.
Alzó su cerveza y se la terminó de un trago mientras todo lo que ella podía hacer era mirar.
Oh, sí, Pedro estaba flirteando y se preguntó qué haría si decidía dejar de jugar y ponerse serio. Solo de pensarlo se quedó petrificada.
Incluso a pesar de la escasa luz en el club podía ver el brillo de sus ojos, la emoción del cazador.
Alargó la mano hacia su copa, pero Pedro llegó primero y se la apartó. Una pura atracción sexual la envolvió e incluso en la oscuridad pudo ver que a Pedro se le habían dilatado tanto las pupilas que el color de sus ojos había desaparecido por completo.
¡Y todo por un accidental roce de dedos! Oh, Dios mío…
Pedro agitó el hielo de su copa y cada vez que los cubitos chocaban contra el vaso, ella se ponía más nerviosa. Se mordió el labio. «Es tu jefe. Te encanta tu trabajo. No está buscando una relación eterna y tú sí. Si permites que este coqueteo perdure harás que todo cambie».
Él se llevó la copa de Paula a la boca y dio un trago. La presión de sus labios ahí donde hacía un momento habían estado los de ella hizo que la recorriera un cosquilleo.
Después, él arrugó la cara como si estuviera comiendo limón.
–¡Por favor! ¡Esto es asqueroso! ¿Cómo puedes beberte esta bazofia?
–¡No es bazofia!
–¿Pero qué demonios es?
–Whisky, zumo de limón, azúcar y clara de huevo.
–¿Lo dices en serio?
Él levantó su vaso de cerveza vacío y prácticamente relamió el borde con la lengua en busca de algo de espuma. Al ver esa imagen tan seductora, Paula tuvo que apartar la mirada.
–Era la bebida favorita de mi padre, así que está claro que está hecho para un paladar mucho más cultivado que el tuyo.
Para demostrarlo, se llevó el vaso a la boca y dio un gran sorbo, aunque en lugar de saborear la mezcla que siempre le había resultado tan cálida y agradable, estaba segura de que podía saborear un atisbo de la cerveza dejada ahí por los labios de Pedro.
Bajó el vaso a la mesa y apartó la silla.
–Tengo que… hacer una labor urgente de dama de honor.
Él se cruzó de brazos y la miró.
–¿Ahora mismo?
–Ya sabes que no me gusta dejar las cosas para el último momento, jefe.
Ahí estaba. «Las cosas claras. Tienes que recordarle quién eres y quién es él».
–¿Necesitas compañía? –una lenta sonrisa se marcó en sus labios demostrándole que él parecía muy dispuesto a olvidar todo eso.
Y mientras se levantaba de la silla, ella retrocedió tan rápido que se chocó contra una pobre mujer a la que le tiró la bebida. Paula se sacó los diez dólares de emergencia que llevaba metidos en el escote y se los dio a la chica. Pedro volvió a sentarse sin dejar de mirarle el escote mientras se preguntaba qué otros secretos ocultaría ahí.
–Siéntate. Bebe. Haz lo que sea que te entretenga. Yo vendré a buscarte luego.
Y con eso se giró y salió corriendo entre la multitud a toda velocidad.
Hasta ese momento había disfrutado de su estado de enamoramiento porque nunca había existido la posibilidad de que llegara a ninguna parte. Pedro era un imposible.
Era intocable. Estaba fuera de su alcance. Y en realidad había sido una excusa muy conveniente para no acercarse a nadie más mientras se concentraba en consolidar su carrera.
¿Pero ahora? Alguien, claramente más inteligente que ella, le había dicho: «Ten cuidado con lo que deseas o puede que lo consigas»
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