miércoles, 4 de noviembre de 2015
EL SABOR DEL AMOR: CAPITULO 10
Pedro llevó una botella de whisky escocés a la mesita del salón y sirvió un poco en dos vasos. Su invitada estaba sentada con las piernas cruzadas, con un cojín apretado contra el vientre y los ojos clavados en la escena que se desarrollaba fuera, como si no pudiera creer lo que estaba viendo.
Pedro había visto unas cuantas tormentas desde que había construido esa casa, pero nunca una como aquella. El poderoso sonido de los truenos sacudía las paredes del edificio y la lluvia era como un río salvaje que se hubiera desbordado y quisiera llevarse todo a su paso. Era imposible discernir dónde acababa el cielo y dónde empezaba el océano.
La tensión podía palparse en el ambiente, tanto que Pedro sintió que debía hacer algo para romperla.
–¿Paula? – la llamó él, un poco preocupado por su acompañante, y le colocó el vaso en una mano– . Te aconsejo que bebas un poco. No solo porque es el mejor whisky de malta del mundo. Puede ayudarte a calmar tus nervios.
Con mano un poco temblorosa, Paula se llevó el vaso a los labios y bebió. Al instante, sus preciosos ojos violetas se llenaron de lágrimas. Luego, empezó a toser.
Pedro se acercó para darle unas palmaditas en la espalda, sonriendo.
–Te lo has bebido muy rápido, preciosa. Toma el próximo trago un poco más despacio, ¿de acuerdo?
–Lo tendré en cuenta – repuso ella, devolviéndole la mirada con una sonrisa– . Es un poco fuerte, ¿verdad?
–Es suave y dulce, pero puede resultar fuerte para una novata.
Mientras hablaban, una fiera explosión de relámpagos iluminó el salón.
–¡Ay, madre! – gritó ella y se lanzó a sus brazos.
Aunque sabía que era solo una reacción refleja, instigada por el miedo, a Pedro le complació que ella actuara como si lo necesitara. Nunca había experimentado una sensación así, reconoció él con el corazón acelerado.
El aroma de ella lo envolvió, mientras la rodeaba con sus fuertes brazos y la apretaba contra su pecho.
–No pasa nada, Paula. Nada va a hacerte daño, te lo prometo.
Al principio, ella se puso tensa al escucharlo. Luego, se relajó.
Aliviado, Pedro se alegró de que no lo apartara. A pesar de la tormenta que rugía en el exterior, una extraña sensación de paz lo invadía estando con ella. Era algo nuevo para él.
Antes de eso, la única mujer hacia la que se había sentido protector había sido su madre. Sus relaciones íntimas se habían centrado solo en el sexo y el dinero. No era de extrañar, cuando se había ido distanciando cada vez más de sus sentimientos, reflexionó. Desde que su hermana había muerto, el fantasma de la pérdida y el dolor siempre había estado presente. La verdad era que le daba miedo…
Al notar que el suave peso que sujetaba entre sus brazos se hacía más sólido y escuchar la respiración profunda de Paula, Pedro comprendió que se había quedado dormida.
Había sido un día lleno de sorpresas, se dijo él. No solo por la inesperada ferocidad de la tormenta, sino porque estaba disfrutando de la compañía de su invitada, algo que le inquietaba. Su placer por poder comprar la tienda de antigüedades no había sido nada comparado con el placer de tener a Paula a su lado.
Frunciendo el ceño, Pedro se preguntó a qué podía deberse algo tan raro.
Entonces, se recostó en el respaldo del sofá y, sin pensarlo, cerró los ojos.
Lo primero que le asomó a la conciencia fueron los intentos de Paula por zafarse de sus brazos. Pedro maldijo en voz alta y, medio dormido, creyó que un atacante estaba intentando hacerle daño.
Se incorporó de golpe y agarró a su enemigo imaginario. Ella gritó, haciéndole volver a la realidad de inmediato. La tenía agarrada con fuerza de las muñecas.
Paula lo miraba con ojos aterrorizados. E indignados.
Aun así, Pedro se quedó hipnotizado por la deliciosa forma de los labios de ella. Sus preciosos ojos brillaban como estrellas. Mirarlos era como caer en otro sueño… del que no tenía prisa por despertar.
–Suéltame – rugió ella.
A pesar de que oyó sus palabras, Pedro no fue capaz de asimilarlas, mientras inclinaba la cabeza hacia ella. Su cuerpo ardía de deseo y solo el sabor de aquellos carnosos labios podía aliviar su hambre.
–Todavía no – susurró él, y la besó como si le fuera la vida en ello.
Por segunda vez, los labios de Paula le sorprendieron de la forma más grata. Lo más placentero fue cuando ella gimió con suavidad, sin resistirse a su lengua, y le dio la bienvenida como si lo ansiara tanto como él.
El cálido satén del interior de su boca incendió las venas de Pedro, mientras le sujetaba la cabeza para poder devorarla mejor. De nuevo, ella no protestó. Entonces, con el corazón a toda velocidad, él tuvo el presentimiento de que nunca volvería a ser el mismo.
Paula apenas podía creerse que Pedro Alfonso estuviera besándola con pasión. De pronto, la realidad se desvaneció a su alrededor. Nada de lo que estaba pasando tenía sentido. Aun así, tal vez, aquello no fuera tan increíble como parecía. El ambicioso hombre de negocios había logrado seducirla con sus inesperadas muestras de atención y amabilidad.
Primero, le había dado un consejo sobre cómo enfrentarse a sus miedos. Luego, le había preparado un delicioso plato francés. Y, por último, la había abrazado cuando los relámpagos habían anunciado el fin del mundo.
¿Era esa la razón por la que lo estaba besando con tanta pasión? ¿Era una forma de agradecerle su protección? ¿O respondía a un deseo oculto que había intentado bloquear?
Su padre siempre había intentado proteger a Paula y ella había confiado en él con todo su corazón. ¿Acaso esperaba encontrar algo similar en Pedro Alfonso? Sin embargo, aquel hombre no tenía nada que ver con su padre. El millonario era implacable y no dejaba que nada se interpusiera en su camino. A pesar de todo, cuando la había abrazado en medio de la tormenta, había confiado en él tanto como para quedarse dormida.
¿Cómo podía explicarse algo así? Lo único que sabía era que no había podido resistirse a él. La tenía embelesada… por su aspecto, por su olor, por su indomable masculinidad.
Al darse cuenta, se sintió confusa. Debía tener cuidado, se advirtió a sí misma. Pedro no era más que un hombre acostumbrado a hacer lo que fuera para conseguir sus propósitos.
Cuando él apartó su boca con suavidad, acariciándole el pelo, y la sonrió con los ojos brillantes, Paula supo que era hora de poner fin a esa locura.
Si le explicaba por qué había sucumbido a ese beso, porque había estado estresada y preocupada por su jefe y asustada por la tormenta, él lo entendería.
Posando una mano en el pecho de su anfitrión, Paula dio un paso atrás.
–¿Adónde vas? – preguntó él con el ceño fruncido.
–No debería haber hecho eso. Lo siento.
–¿Por qué? ¿No te ha gustado?
–No es eso. He venido aquí solo para hacer negocios. Y no tienes la responsabilidad de reconfortarme solo porque me asusten los relámpagos.
–¿Te habría reconfortado tu novio si hubiera estado aquí?
–¿Qué tiene eso que ver?
–¿Lo habría hecho? – insistió él, afilando la mirada.
–No tengo novio – confesó ella, encogiéndose de hombros– . Por el momento, no estoy interesada en tener una relación.
–¿Es porque estás preocupada por tu jefe?
–No solo por eso. Quiero concentrarme en mi carrera. Cuando se cierre la tienda de antigüedades, tendré que buscarme otro trabajo.
–No creo que eso te sea difícil. Sabes hacer tu trabajo.
–Sí – repuso ella, levantando la barbilla– . Si no puedo encontrar algo adecuado en Londres, me iré al extranjero – indicó. Aunque irse del país no le resultaba una opción muy atractiva, lo haría si era necesario. Eso le sirvió para recordar cuáles debían ser sus prioridades– . Volviendo a la razón que me ha traído aquí… ¿No crees que es mejor que firmemos los documentos esta misma noche? Mañana por la mañana quiero llegar a tiempo al barco. Cuanto antes pueda regresar para ir a ver a Philip al hospital, mejor.
–No firmaré nada hasta que no esté seguro de que todo está en orden. Dame los papeles y los revisaré esta noche. Luego, veremos lo que pasa por la mañana.
Con la boca seca, Paula se levantó. El enigmático comentario de Pedro la dejó confusa y preocupada.
–¿Sugieres acaso que tal vez no quieras firmar?
Él también se levantó. Su expresión era seria y cerrada.
–No te equivoques. Quiero esa propiedad, eso no ha cambiado. Pero nunca firmo nada hasta que no estoy seguro.
–¿Quieres decir que me has hecho venir hasta aquí creyendo que ibas a comprar y que ahora no estás seguro? ¿A qué estás jugando? – le espetó ella, moviendo la cabeza con desesperación– . Debería haber sabido que no eres de fiar, pero nunca aprendo.
Pedro se acercó a milímetros de ella. Su cálido aliento le bañó la cara.
–¿A qué te refieres? ¿Es que alguien te ha engañado? ¿Fue ese exnovio tuyo, tal vez? Si es el caso, lo siento mucho. Pero yo no estoy jugando a nada, es la forma en que hago negocios. Me propongo un objetivo y, cuando sé que lo voy a conseguir, me gusta tomarme mi tiempo para saborear el premio.
Paula tragó saliva cuando él posó la mano en su mejilla. Era obvio que no hablaba solo de la compra de la tienda.
¿Acaso creía que iba a acostarse con él solo porque le había dado la bienvenida a aquel beso?, se preguntó ella, indignada. La había tomado con la guardia baja, eso era todo.
Era el momento de apartarle la mano y poner distancia entre los dos, se dijo a sí misma. Cruzándose de brazos, miró hacia la ventana. Aunque la tormenta no había cesado, parecía menos intensa y en retirada.
Aunque eso era un alivio, a Paula le producía ansiedad pensar que podía volver a casa sin la venta cerrada. Le esperaba una noche de insomnio, pues no le iba a ser fácil esperar a que Pedro le diera su decisión por la mañana.
Si él cambiaba de idea y decidía no comprar, lo único que ella podía hacer era irse con la cabeza gacha. No tenía el poder de hacerle cambiar de opinión. Y Pedro no parecía la clase de hombre que se dejara influir por la compasión.
Paula se temía lo peor. ¿Y si la salud de Philip empeoraba cuando le diera la mala noticia? Lo único que podía hacer en ese momento era mantener la calma y no dejar que su anfitrión adivinara sus miedos.
–Bueno, entonces, no queda mucho más que decir. Iré a buscar los documentos y te los daré para que los revises – informó ella, y se miró el bonito reloj de pulsera que su padre le había regalado en su veintiún cumpleaños– . Después,
me iré a dormir.
Cuando iba hacia la puerta, la voz grave y profunda de Pedro la detuvo de inmediato.
–Si hay más relámpagos durante la noche y tienes miedo, mi habitación está enfrente de la tuya. Tengo un sueño muy ligero, así que no dudes en llamar y entrar, ¿de acuerdo?
Apretando los puños, Paula esperó tener fuerzas para no sucumbir a la tentación que aquel imponente espécimen masculino le proponía.
–Seguro que estaré bien – repuso ella– . Usaré la técnica que me aconsejaste y recordaré que mis miedos son solo ilusiones.
Cuando salió del salón, a Paula le pareció oírlo reír.
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Me gusta mucho esta nove!!
ResponderBorrarMe encanta la.noveee!! Jajaja es muy genial!
ResponderBorrarMuy buenos capítulos!!! Que mal Pedro que la hace sufrir!
ResponderBorrarAyyyyyyyyy, cómo me gusta esta historia x favor!!!!
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