jueves, 5 de noviembre de 2015
EL SABOR DEL AMOR: CAPITULO 11
Pedro pasó otra noche de insomnio. No era fácil dormirse sabiendo que Paula estaba a pocos metros de él, al otro lado del pasillo. No podía quitarse de la cabeza el beso que le había robado. Lo revivió en su mente una y otra vez hasta que, por fin, consiguió dormirse con la esperanza de repetirlo al día siguiente. Sin embargo, entonces soñó con que le hacía el amor a Paula con pasión. Se despertó al amanecer con el cuerpo empapado de sudor y de deseo.
¿Por qué no había ido ella a su dormitorio, tal y como había esperado? La tormenta había vuelto a estallar alrededor de las tres de la madrugada, con todo un despliegue de relámpagos espectaculares. Sin duda, no podían haberle pasado inadvertidos. ¿Había sido su orgullo lo que le había impedido ir a buscar refugio en él?
Aunque admiraba su tenacidad, Pedro quería descubrir cuanto antes cómo había pasado la noche su invitada. Se duchó y vistió deprisa, echó un vistazo a los documentos de compraventa que había estado examinando a primera hora y se los llevó al salón. No había señales de Paula allí.
Excitado ante la perspectiva de volver a verla, dejó los papeles en la mesa del salón y regresó al pasillo. Allí, llamó a la puerta de Paula. Cuando ella no respondió de inmediato, se preocupó.
Pedro iba a llamar otra vez, pero se abrió la puerta.
–Buenos días – murmuró ella. Estaba más pálida de lo habitual y sus ojos enrojecidos delataban su falta de sueño.
Todavía llevaba el pijama puesto, un delicado conjunto de seda con pantalones cortos y camiseta de tirantes. Uno de los tirantes se le había caído sobre el hombro.
Pedro tardó un momento en asimilar sus emociones. De nuevo, se sintió protector y preocupado. No era una reacción habitual en él cuando veía a una mujer que lo excitaba.
–Buenos días – repuso él– . No me digas que no viste los rayos anoche, porque no me lo creo.
Ella negó con la cabeza, atusándose el pelo con los dedos.
–No voy a mentirte. No he pegado ojo. Me sentaría bien una taza de café.
–¿Por qué no llamaste a mi puerta como te había dicho?
Con la única intención de reconfortarla, Pedro la rodeó con sus brazos por la cintura. Eso fue su perdición. La combinación del suave satén con el calor de su esbelto cuerpo lo excitó más de lo que creía posible.
–Te habría abrazado toda la noche, te habría protegido – susurró él, tocándole el pelo con los labios. Al oírla gemir con suavidad, le levantó la barbilla y acercó sus bocas. Fue un contacto irresistible, ardiente.
Paula lo miró a los ojos con la palma de la mano sobre su pecho. Pero, en esa ocasión, no lo empujó para apartarlo.
–Yo… yo… no pienso con claridad cuando te tengo cerca – confesó ella– . No fui a tu puerta porque temía lo que pudiera pasar.
–¿Qué pensaste que podía pasar?
–Me siento como… como si estuviera embrujada cuando estoy contigo. Por eso, eres peligroso.
–¿Crees que soy yo quien es peligroso? Eres tú quien me ha hechizado, pequeña bruja…
–Deberías irte – rogó ella, aunque lo tenía sujeto de las solapas y sus ojos lo miraban con deseo.
–Cariño, no lo creo.
Tomándola en sus brazos, sin decir más, Pedro la llevó a la cama. Mientras la depositaba sobre las sábanas de seda, el corazón le latía a toda velocidad. Paula ya no estaba pálida, su suave piel se había sonrosado.
Con una sonrisa que le salía del corazón, él le bajó los tirantes de la camisola.
–Si hubiera sabido que llevabas un pijama tan sexy, te juro que anoche habría tirado abajo la puerta de tu dormitorio.
Como respuesta, ella soltó un pequeño gemido de excitación y acercó su boca. Mientras se besaban, Pedro se sacó del bolsillo del pantalón un paquete de preservativos. No hicieron falta más palabras después de eso.
Cuando, al fin, los muslos esbeltos y torneados de Paula lo rodearon y la poseyó, Pedro pensó que había muerto y había ido al Cielo. Sus besos y su cuerpo eran el paraíso… todo en ella era divino. En ese momento, supo que de ninguna manera iba a saciarse después de tener sexo con ella. No iba a poder dejarla de lado al día siguiente, como solía hacer con las otras mujeres. Un poderoso deseo de conocerla mejor se apoderó de todo su ser.
Enseguida, Paula llegó al orgasmo, apretándose contra él, dejándose mecer por intensas oleadas de placer. Mirándose en sus ojos de color violeta, Pedro la siguió. Durante largos minutos después, ambos se quedaron sin aliento y sin palabras.
–Tu es incroyable… – le susurró él al oído, tomándola entre sus brazos.
–Me gusta cuando me hablas en francés – contestó ella, sonriendo– . Puedes hacerlo más, si quieres.
–Ahora mismo, haría cualquier cosa que me pidieras, ma chère.
–Puede que me aproveche de eso – repuso ella, acariciándole la mejilla con suavidad.
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