miércoles, 4 de noviembre de 2015

EL SABOR DEL AMOR: CAPITULO 9





Pedro le tendió un delantal blanco y se remangó la camisa. 


La piel bronceada de sus brazos parecía suave y sedosa y estaba cubierta de una fina capa de vello oscuro.


Mientras la lluvia golpeaba contra el tejado con incesante fuerza y las olas pintaban la costa de espuma helada, él le daba instrucciones sobre dónde encontrar los ingredientes. 


El frigorífico era inmenso y parecía sacado de una película de ciencia ficción. Los cajones se abrían con solo tocarlos o al poner una mano delante de un sensor.


Con el corazón acelerado, Paula se dijo que nunca había soñado con verse en un lugar así. La actitud de superioridad de Pedro la inquietaba y la hacía sentir incómoda.


Ella nunca había sido la clase de mujer que se dejaba impresionar por un hombre. Las cualidades que ella buscaba en el sexo opuesto eran honradez, buen corazón y lealtad.


En una ocasión, se había dejado engañar por un corredor de bolsa que le había pedido que se casara con él. Pero, aunque sus declaraciones de amor incondicional la habían confundido al principio, ella pronto había descubierto que no había sido más que un juego. La ambición por ascender en su carrera y hacer más dinero había sido la prioridad para él. 

Cuando se había enterado de que le había estado siendo infiel con otras mujeres, ella había roto la relación al instante.


 Y se había jurado no volver a cometer el mismo error jamás.


El hombre por quien su madre había abandonado a su padre también era ambicioso y arrogante. A Paula nunca le había gustado. David Carlisle había encandilado a su madre con su dinero y su aspecto, solo porque había alimentado su ego quitarle la mujer a otro hombre y destruir su familia.


Cuando su madre, Ruth, se había ido, había sido la primera vez que Paula había visto llorar a su padre.


Pedro Alfonso estaba cortado por el mismo patrón que su ex y el segundo marido de su madre. Por eso, ella tenía muchas razones para no confiar en él. Para empezar, él mismo le había confesado que, respecto a las mujeres, le gustaba tomar lo que su dinero y posición le brindaban.


Mientras tanto, allí estaban, en ese remoto santuario en una isla escocesa, a miles de kilómetros de la civilización. Al día siguiente, si todo iba bien, el barquero la recogería por la mañana.


Sin embargo, a pesar de todos sus recelos, Paula no podía olvidar el momento en que sus ojos se habían entrelazado con los de Pedro, incendiados por el deseo. Durante un instante de locura, había tenido la urgencia de rendirse a la salvaje atracción que la había invadido. ¿Cómo podía explicarse algo tan irracional?


La única razón que podía encontrar era que había tenido la guardia baja, después de todo el estrés que había soportado en las últimas semanas. Philip seguía en el hospital y, de un día para otro, había decidido venderle su tienda a Pedro.


Una cosa estaba clara. Paula haría todo lo que pudiera para evitar que aquel momento de debilidad se repitiera. De hecho, no descansaría hasta ver los documentos firmados y el dinero ingresado en la cuenta de Philip. Luego, se convencería a sí misma de que había hecho lo correcto y lo mejor para el hombre que había sido su mentor durante tantos años.



*****

Después de haber contemplado cómo Pedro preparaba la comida más sublime en un momento, Paula tuvo que admitir que el tipo era un artista.


Era fascinante verlo trabajar con sus manos. Tanto si cortaba cebollas sobre una tabla, como si esparcía las especias con los dedos sobre la comida, o removía los ingredientes en una sartén, se sentía cada vez más intrigada por él. Con un aspecto de suma concentración, parecía como si su mente volara a otro mundo cuando cocinaba. Al mismo tiempo, verlo realizar una actividad tan mundana le daba un halo mucho más humano.


–Estará lista pronto. ¿Quieres probarla?


Medio en trance,Paula lo miró sorprendida. Él tomó una cucharada de olorosa comida de la sartén y se la acercó a la boca.


Sus penetrantes ojos azules brillaron cuando ella gimió de placer al probar lo que le había ofrecido.


–¡Está delicioso! Nunca había probado algo tan increíble en toda mi vida.


–¿No? Eso me da ganas de darte más cosas deliciosas para que las pruebes.


Paula se sonrojó al instante con una mezcla de vergüenza e irritación.


Entonces, Pedro dio un paso hacia ella.


–Tienes un poco de salsa al lado de los labios. Deja que te la limpie.


Con el pulgar, se la limpió, despacio. Sus movimientos parecían, más bien, una especie de juego erótico y, sin remedio, encendió una llama dentro de Paula muy difícil de apagar.


Todo su cuerpo comenzó a arder en ese mismo momento. 


Atrapada por su mirada, lo único que ella pudo hacer fue quedarse allí embobada. Aunque su intuición le gritaba que tuviera cuidado. Sin querer, se estaba comportando como si estuviera disfrutando de sus atenciones. Cielos, Pedro Alfonso no necesitaba tener a otra mujer babeando alrededor de su ego, se reprendió a sí misma.


Dando un paso atrás, Paula agarró un trapo de cocina y se limpió los labios, como si así pudiera quitarse de encima la sensación de su contacto.


Pedro la observó, sonriendo.


–Espero que no te ponga nerviosa, Paula. Te he dicho ya que no muerdo – comentó él de buen humor– . A menos que quieras que te muerda…


A Paula le latía el corazón a toda velocidad. Haciendo un esfuerzo, se enderezó e intentó lanzarle una mirada fría.


–A lo mejor te crees que a todas las mujeres les gustan tus juegos… o piensas que debería sentirme halagada por tu atención, pero te aseguro que conmigo te equivocas. Ahora, creo que es mejor que vaya a poner la mesa mientras tú terminas la cena.


Acto seguido, Paula sacó cubiertos de un cajón y, sin esperar su respuesta, salió de la cocina con la cabeza bien alta, rezando por recordar cómo se llegaba al comedor.








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