domingo, 11 de octubre de 2015

QUIERO UN HIJO PERO NO UN MARIDO :CAPITULO 14





Pedro no tuvo necesidad de ver marcharse a Paula para saber que se había ido. Era como si la fiesta hubiera perdido de repente toda su vida y energía. Se dirigió a la salida, y sus sospechas se vieron confirmadas cuando descubrió sus zapatos rojos cerca de la puerta, arrojados descuidadamente. Después de recogerlos salió en su busca, maldiciéndose e insultándose a sí mismo con todos los insultos posibles.


Le habían contratado para proteger a Paula, para descubrir quién la estaba chantajeando. En lugar de eso, había levantado entre ellos la mayor cantidad de barreras posible… antes de abandonarla. Solo podía esperar que no se viera obligada a pagar personalmente el precio final de su estupidez. El simple hecho de imaginar tales consecuencias le desgarraba el corazón.


Salió del hotel a tiempo de ver partir la limusina de Reynaldo.


Juró en voz alta, furioso. Todo había sido culpa suya. Debió haberse quedado a su lado, tal y como le había prometido. 


Levantó un brazo y detuvo un taxi.


El trayecto hacia la casa de Paula se le hizo interminable. 


Nada más detenerse el taxi, pagó al conductor con un billete de veinte dólares y corrió hacia la puerta delantera. El vestíbulo estaba en sombras, en medio de un silencio mucho más opresivo que reconfortante. Llamó suavemente a Loner, que no tardó en acudir a su encuentro, para su alivio. Si algo malo le hubiera sucedido a Paula, el perro no habría perdido el tiempo en comunicárselo al instante.


—Encuéntrala —le ordenó.


Loner subió al segundo piso. Pedro lo siguió, y se inquietó al ver que se sentaba frente a la puerta del dormitorio de Paula.


—¿Está ahí? Quédate quieto, chico. Vigila la puerta. No quiero que nadie nos moleste.


Dejando al perro de guardia, Pedro entró sigilosamente en la habitación. Ninguna de las luces estaba encendida. Sabía dónde terminaría encontrándola. Se acercó en silencio a las ventanas, de frente a las cortinas semitransparentes. Paula estaba acurrucada en el alféizar, contemplando ensimismada la bahía en sombras. ¿Buscando monstruos marinos o pidiendo deseos imposibles?


Intentó encontrar las palabras más adecuadas para abrir la conversación. 


En vano.


—Te fuiste de la fiesta sin mí, Cenicienta.


—Lo siento. Ha sido una grosería por mi parte.


Había estado llorando; Pedro lo adivinaba por su voz. Como siempre que ocurría, aquello no hizo sino desgarrarlo por dentro, dejándolo inerme para solucionar el problema.


—No necesitas disculparte —corrió la cortina de un lado y dejó los zapatos junto a ella—. También te olvidaste de estos.


Paula seguía sin mirarlo.


—Hago eso muy a menudo, ¿no?


—He observado que tienes cierta tendencia a perder los zapatos —le puso las manos en los hombros, intentando aliviar la tensión de sus músculos—. ¿Qué es lo que pasa, Paula? ¿Por qué huiste de esa forma?


—Necesitaba poner un rápido final a una mala velada.


—Supongo que algo debió de suceder —Pedro esperó un momento—. ¿Te gustaría hablarme de ello?


—La verdad es que no —tenía los hombros rígidos bajo sus manos—. Pero lo haré, de todas maneras. Te mereces una explicación después de todo lo que has hecho por mí.


—Explícamelo si es que así lo deseas, y no porque pienses que merezco saberlo —como ella no repuso nada, le preguntó—: ¿Por qué este cumpleaños te ha resultado tan difícil? ¿Es que coincide con el día que murió tu padre?


—No. No es eso —suspiró—. Es el día que nació mi hermana.


—¿Tienes una hermana? —inquirió, asombrado—. ¿Una hermana gemela?


—Nacimos el mismo día, pero con diez años de diferencia.


—No entiendo.


—Es sencillo. Hoy Nancy habría cumplido veintiún años. Sería una mujer adulta, mayor de edad —Paula bajó de repente la voz—. O lo habría sido de haber seguido viva.


—Ay, Paula. Lo lamento tanto…


—Murió en el mismo accidente que mi padre.


—Puedo entender por qué te resulta tan dura la fecha de su cumpleaños, pero…


—No es porque muriera —lo corrigió bruscamente.


—Si no es eso, ¿qué es?


Paula bajó todavía más la voz, hasta convertirla en un murmullo.


—Es la forma en que murió. Por eso a veces me resulta tan duro celebrar mi cumpleaños. Y este, en particular, no he podido soportarlo —cerró los puños con fuerza, hasta que los nudillos se le pusieron blancos—. ¡No es justo! Ella debió haber seguido viviendo, hasta convertirse en una mujer adulta. La fiesta de esta noche debió haber sido la de su mayoría de edad, debió haber sido su fiesta, y no la mía. Pero ella no sobrevivió, y yo no he podido celebrarla con ella. Y todo por culpa mía. Yo la maté, Pedro. ¡Murió por mi culpa!






1 comentario: