sábado, 10 de octubre de 2015

QUIERO UN HIJO PERO NO UN MARIDO :CAPITULO 8





—¡Tío Reynaldo! —exclamó Paula—. No has podido venir en un mejor momento. Es la segunda visita en tres días. No puedo ser más afortunada.


—La verdad, querida, es que me he dejado caer por tu casa para hablar contigo…


—¿Es algo que pueda esperar? A Pedro se le ha ocurrido una idea estupenda y sería maravilloso que te incorporaras al grupo. Vamos a realizar una práctica de entrevista con Vilma, Daría y Carmela. Habitualmente trabajamos eso con Leonardo, pero ayer Pedro sugirió que lo hiciéramos de esta manera para que las demás adquirieran también alguna experiencia. Rosario aceptó cuidar de los niños y necesito que tú hagas de observador, para identificar los errores que puedan producirse —le sonrió, zalamera—. Tienes una capacidad de observación tan maravillosa… ¿Querrás ayudarnos?


—Será un placer.


—Sabía que lo harías. Eres tan bueno… —lo abrazó—. El hecho de contar con la ayuda de los demás hará que Vilma recupere la confianza en sí misma. Estamos intentando que responda a las preguntas de la entrevista con voz clara y firme, y no con murmullos.


—Vilma es un tanto tímida.


—Pero tú siempre logras sacar lo mejor que hay en ella, tío Rey —le plantó un beso en la mejilla—. Si tú estás presente, no dudo de que el efecto se hará notar.


—Acerca de esa conversación…


—Cuando quieras… —lo tomó del brazo—. Excepto ahora mismo. Vamos, Pedro está esperando. Será mejor que nos demos prisa antes de que aterrorice a todo el mundo y Vilma se niegue a abrir la boca.


—Estupendo, ya estás aquí —comentó Pedro en el instante en que los vio aparecer por la puerta—. Necesito tu ayuda, Paula.


—¿Por qué no me sorprende eso?


—A mí no deja de asombrarme —bromeó Pedro—. En cualquier caso, me pareció que podría ser una buena idea que tú y yo realizáramos antes un rápido ensayo. Vilma y los demás podrán dedicarse a observarnos —asintió con la cabeza en dirección a Reynaldo—. Me alegro de verlo, señor Chaves. ¿Sería tan amable de prestarse a hacer un comentario crítico sobre nuestra sesión de prácticas?


—Me encantaría —respondió, sentándose junto a Vilma.


Frotándose las manos, Paula se acercó a Pedro.


—Fenomenal. Si me haces el favor de levantarte de ahí, yo ocuparé mi lugar detrás del escritorio y…


—Hey, no tan rápido —se repantigó en el sillón, tamborileando con los dedos sobre la mesa—. Esta vez yo seré el empleador. Quiero que representes el papel de futura empleada.


—No es así como solemos hacerlo —protestó Paula.


—Probablemente sea por eso por lo que sale mal. Como empleadora, eres demasiado amable. Así que hoy nos mostrarás la otra cara del proceso.


—Vale, vale. ¿Qué quieres que haga?


—Que entres en la sala como si estuvieras en una entrevista de verdad —con la más encantadora de sus sonrisas, Pedro se volvió hacia las tres mujeres que contemplaban la escena—. Esta vez observaréis la demostración que Paula y yo vamos a haceros. Luego os tocará a vosotras pasar por la entrevista.


—¿Has hecho esto alguna vez antes? —le preguntó Paula—. ¿Sabes lo que hay que decir?


—¿Dudas acaso de mis habilidades?


—No exactamente…


—Bien —señaló la puerta—. Muéstrales entonces cómo se hace.


Resignándose a lo inevitable, Paula salió de la habitación, esperó un instante y luego abrió la puerta. Pero antes de que pudiera pronunciar una sola sílaba, Pedro la interrumpió.


—No has tocado a la puerta.


—¿Qué?


—Tengo entendido que es la costumbre, tratándose de la puerta cerrada de una oficina —luego se dirigió a Vilma—. Si no eres introducida antes por una recepcionista o una secretaria, siempre se llama primero.


Pedro tiene razón, Paula —apuntó Reynaldo.


Gruñendo entre dientes, Paula salió nuevamente de la habitación y cerró de un portazo. Después de contar hasta diez, llamó antes de entrar.


—No te he dicho que entraras —le dijo Pedro.


—Pues finge que sí.


—No esperar a que te inviten a entrar es un movimiento muy arriesgado.


—Y jugar al tipo listo lo es más todavía.


—Discutir con el jefe es aún peor. Oh, y un pequeño detalle —le regaló a Paula una falsa sonrisa de inocencia—. Asegúrate de presentarte con zapatos a una entrevista —vio que Paula bajaba la mirada a sus pies, con las uñas pintadas de azul neón—. Bien, se supone que se te ha invitado a entrar. ¿Qué es lo que sigue ahora?


—¿Cómo se encuentra usted, señor Alfonso? —avanzó hacia él, con la mano tendida—. Me llamo Paula Chaves.


Detrás del escritorio, Pedro se levantó y le estrechó la mano.


—Me alegro de conocerla, señorita Chaves. Tome asiento.


—Gracias.


—¿Es chicle eso que está usted mascando, señorita Chaves? —le preguntó, frunciendo el ceño.


—Claro. Con sabor a frambuesa, para ser exactos. ¿Quiere uno?


—Tíralo.


—Esto no es el colegio, ¿sabes?


—Tienes razón. Es una entrevista de trabajo de la que depende que puedas pagar el alquiler de tu vivienda el próximo mes.


Paula hizo un mohín, indecisa entre sacarse el chicle y tirárselo a la cara o bien pegárselo en el centro de la carpeta que tenía sobre el escritorio. Pero antes de que pudiera tomar una decisión, Pedro levantó un dedo con un gesto de advertencia; evidentemente, había adivinado sus intenciones. Al momento Loner se incorporó y aulló, asustándola.


—¿Te lo has tragado, verdad? —le preguntó él, riendo.


—Sí —masculló.


—Mejor —se volvió para mirar a los demás, que estaban haciendo todo lo posible por contener la risa—. Hasta ahora esta práctica os está proporcionando una buena lección de lo que precisamente no hay que hacer. Si no la conociera mejor, yo diría que lo está haciendo a propósito.


—¡Hey!


—Desgraciadamente, tengo que asumir que Paula vale mucho más como instructora que como empleada —la miró, enarcando una ceja—. ¿Podemos continuar?


—Quizá no debiéramos.


Ignorándola mientras se ponía sus gafas de lectura, Pedro abrió una carpeta.


—Aquí dice que no ha podido conservar un trabajo estable durante los últimos cinco años. ¿Le importaría explicarme eso?


—Soy rica.


—¡Señorita Chaves!


—Oh, lo siento. Supongo que debo inventarme alguna explicación, ¿no?


Pedro ignoró su pregunta y se dirigió a Daría:
—¿Cómo habrías respondido tú a esa pregunta? Daría lanzó una divertida mirada a Paula antes de responder.


—Supongo que habría explicado que durante los cinco últimos años he tenido que criar a cinco hijos mientras trabajaba mi marido. Pero que él falleció recientemente y que necesito el empleo para mantener a mi familia.


—Esa es una buena respuesta, Daría, porque deja saber a tu futuro empleador que estás seriamente decidida a trabajar.


—Bueno, ¿se puede saber cuál es la próxima práctica que voy a fallar? —preguntó entonces Paula, con tono irónico—. Estoy ansiosa por saberlo.


—Esta podría ser una buena ocasión para hablar de nuestras técnicas de entrevista —empezó a tamborilear sobre la mesa con un bolígrafo—. A solas.


Las mujeres captaron la indirecta y se levantaron para salir de la habitación. El tío Reynaldo las siguió, sacudiendo la cabeza. Incluso Loner los abandonó.


—¿Así es como enseñas a las mujeres a comportarse en una entrevista?


—Habitualmente soy yo la que hace las entrevistas.


—Eso ya lo sé —tiró a un lado el bolígrafo—. Creía que ibas en serio con este proyecto.


—¡Claro que voy en serio!


—¿Entonces soy yo el culpable de que lo hagas tan mal?


—Solo puedo decir que haces que reaccione de una manera extraña.


—El sentimiento es mutuo —musitó Pedro—. Sugiero que lleguemos a un acuerdo.


—Estoy abierta a todo tipo de sugerencias.


—¿Acordamos no torturarnos el uno al otro mientras no estemos solos?


—¿Torturarnos? —repitió, nerviosa.


—Quizá «tortura» —sonrió —sea una palabra un poquito fuerte.


Paula se quedó paralizada. La sonrisa de Pedro la privaba de cualquier pensamiento excepto de uno: el recuerdo de su beso.


—¿Paula?


Aspiró profundamente, esforzándose por concentrarse en la realidad.


—¿Te importaría repetirme la última parte?


—Tienes razón —esbozó una mueca—. Quizá debería haber utilizado la palabra «provocación», en lugar de tortura. Necesitamos dejar de provocarnos mutuamente durante estas semanas de práctica. No es justo para las mujeres.


—El mes que viene va a ser un difícil período de prueba, ¿verdad? —«para ambos», añadió en silencio Paula—. ¿Quieres que te devuelva a Barbara?


—¿Es por eso por lo que te estás comportando así? —le preguntó, tenso—. ¿Para que abandone?



—No —se encogió de hombros, experimentando una punzada de culpa—. La verdad es que suelo comportarme así todo el tiempo. Lo siento.


—Temía que fueras a decir eso.


—Confía en mí, creo que llegaré a gustarte. Solo es una cuestión de tiempo.


Pedro apoyó entonces las manos en el escritorio y se inclinó hacia ella, acercándose mucho.


—Cariño, ya has empezado a gustarme.


—¿No vas a soltarme ninguna grosería? —lo miró con los ojos muy abiertos.


—¿Por qué habría de hacer algo así? —susurró—. Me gusta tu sentido del humor. Me gusta tu personalidad. Y me vuelve loco tu boca.


Paula procuró conservar la compostura. Habría resultado fácil dejarse arrastrar por sus palabras, creer en lo que veía brillar en las profundidades de sus ojos.


—¿Pero? Porque tu comentario iba a terminar con un «pero», ¿verdad?


—Me temo que sí. Esas mujeres necesitan tu ayuda. Ellas no son ricas. No pueden permitirse tu mismo sentido del humor. Esos empleos son vitales para ellas, como tú bien sabes.


—Tienes razón —reconoció Paula, cerrando los ojos—. No sé qué es lo que me ha pasado.


—Claro que lo sabes —algo en su tono la hizo abrir los ojos de nuevo, sintiéndose irremediablemente atraída hacia él. Luego salvó la distancia que los separaba y le acarició tiernamente los labios con los suyos—. Porque a mí me ha pasado exactamente lo mismo.


—Se suponía que no debíamos hacer esto.


—Detenme entonces.


—No quiero hacerlo.


—Ni yo —pero finalmente Pedro logró controlarse, y se dejó caer en el sillón con un despliegue de fuerza de voluntad que Paula no pudo menos que envidiar—. Va a ser un mes interesante, ¿no te parece? Por si no lo sabías, soy un producto no retornable. Barbara me ordenó que no me marchara de aquí hasta que no terminara con mi trabajo.


—¿Terminar tu trabajo? Extraña expresión para tratarse de un «chico para todo».


—Así son las cosas —su voz contenía un inequívoco tono de advertencia—. Barbara solo me contrató por un corto período de tiempo. Cuando termine, tú serás la primera en saberlo.


Su comentario hizo que Paula abriera uno de los cajones del escritorio para sacar su caja de bombones.


—Creo que esta situación impone una dosis de chocolate.


—¿Tienes guardadas cajas de bombones en todas y cada una de las habitaciones? —le preguntó Pedro, divertido.


—Absolutamente. Estoy preparada para cualquier emergencia.


—¿Y qué es exactamente lo que ha provocado esta emergencia?


Paula tragó saliva, sintiendo un nudo en la garganta.


—No me gusta hablar de los finales de las cosas —susurró al fin—. No se me dan muy bien.


—¿Y eso exige una dosis de chocolate?


—Sí, si es que quieres sobrellevar las cosas malas. O aumentar tu placer por las buenas —se llevó un bombón a la boca—. El chocolate hace que todo sea mejor.


Pedro se echó hacia atrás en su sillón, cerrando los ojos.


—En ese caso, pásame la caja.


Paula se la entregó, y no pudo evitar reírse ante lo absurdo de aquella situación. Allí estaban, consumidos ambos por un deseo mutuo, pero demasiado prudentes para dar libre cauce a su atracción.


—Hacemos una buena pareja, ¿no te parece?


Pedro no abrió los ojos, pero por la leve sonrisa que curvó sus labios, resultó evidente que había comprendido lo que ella había querido decirle.


—Cariño, hacemos una pareja condenadamente buena. Y uno de estos días te lo demostraré.


Dicho eso, Paula decidió que necesitaba comerse otro bombón.







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