lunes, 12 de octubre de 2015

QUIERO UN HIJO PERO NO UN MARIDO :CAPITULO FINAL



Cuando Pedro entró en la residencia de Paula Chaves, fue como sumergirse en un puro caos. Hombres de todas las formas y tamaños se desperdigaban por el vestíbulo. 


Algunos estaban sentados en filas de sillas alineadas cerca de la entrada, y otros parecían esperar en la ancha escalera curva que llevaba al segundo piso. Unos pocos se habían sentado incluso en el parqué de madera.


—No sé por qué, pero esta escena me resulta vagamente familiar —musitó Pedro. Bajando la mirada a Loner, le hizo una rápida seña—. Ya sabes lo que tienes que hacer, ¿verdad, chico? Vamos.


No esperó a ver los resultados. Atravesó el vestíbulo y abrió la puerta de la habitación de las entrevistas. Paula se hallaba acurrucada en una silla, con la cabeza decididamente demasiado cerca del hombre al que estaba entrevistando. 


Pedro no perdió el tiempo en levantar al candidato a fabricante de niños de su asiento y en sacarlo de allí. 


Después de cerrar de un portazo, se volvió hacia su futura esposa.


—Me alegro de volver a verte —le dijo ella con tono áspero.


—No estoy de humor para falsos halagos, cariño.


—¿Por qué estás tan furioso? —se levantó de un salto—. Yo soy la única que tiene derecho a estarlo. Mi madre y tú me engañasteis. Si te hubieras molestado en preguntarme por esas notas, el problema se habría resuelto con una simple conversación. Pero en lugar de eso viniste aquí y… —de pronto le falló la voz.


—¿Cariño? —fue a acercarse a ella, preocupado, pero Paula lo rechazó y se puso fuera de su alcance.


—Y me enamoré de ti, pensando engañada que eras mi asistente personal… —lo miró ceñuda, por encima del hombro—. Y ahora, ¿se puede saber a qué has venido?


—He venido a dejarte los resultados de mis pruebas médicas —le tendió un documento sellado—. Te agradará saber que las he pasado con éxito y que no necesitarás más fabricantes de niños que el que tienes delante de ti. Mister Perfecto. ¿Recuerdas?


—Estoy impresionada. Deja eso en la mesa y márchate.


Pedro arrugó el papel y lo arrojó con perfecta puntería a la papelera.


—No me iré a ninguna parte. No hasta que hayamos hablado de esto.


—No hay nada que hablar. Me mentiste y estoy furiosa.


—Qué gracioso. Habría jurado que te oí decir que me amabas.


—Eso también —la barbilla empezó a temblarle—. ¿Por qué lo hiciste, Pedro? ¿Por qué no me lo explicaste todo el primer día?


—Porque le prometí a Barbara no hacerlo.


—¿Me mentiste para cumplir esa promesa?


—Algo así —extendió una mano para enjugarle delicadamente una mejilla—. Se lo debía, Paula. O al menos, yo así lo pensaba.


—¿Por qué? ¿Por qué se lo debías?


Había llegado la hora de decirle la verdad. Toda la verdad.


—Era un acuerdo que teníamos.


—¿Qué tipo de acuerdo?


—Ella me hizo un favor. A cambio le prometí que la ayudaría siempre que se encontrara en un apuro.


—¿Cuál era ese favor?


—Rompió su compromiso con mi padre. A petición mía.


—¿Manuel Alfonso era tu padre?


—Lo es. Es mi padre.


—Y tú… ¿No querías que mi madre se casara con él?


—Me gusta Barbara. Ella se merecía a un hombre mejor que mi padre. Todavía se lo merece —Pedro se encogió de hombros—. Le ofrecí a tu madre lo que quisiera con tal de que dejara a Manuel. Se mostró de acuerdo.


—Recuerdo lo que me contaste acerca de tu padre. Tú no le debías ningún favor a mi madre. Era ella quien estaba en deuda contigo.


—Eso no importa, Paula. Rompió con él y eso es lo que importa.


—Debiste de sentirte encantado cuando ella te encargó ese trabajo, ¿verdad? —inquirió Paula, irónica.


—Si crees que me arrepiento de ello, piénsatelo otra vez —repuso Pedro, acercándosele—. Lo siento, cariño. Debí haber sido sincero contigo. Si esto te sirve de algo, te prometo que jamás se volverá a repetir en el futuro.


—¿Para qué has venido, Pedro?


—Lo sabes muy bien. Te amo. Y tú también me amas. La única cuestión es qué vamos a hacer con esto.


—Nada.


—Ni hablar. Entre nosotros, eso nunca ha constituido una opción.


—¿Por qué tuviste que mentirme, Pedro? Y no me refiero a lo de Barbara —el dolor estaba implícito en cada una de sus palabras—. ¿Por qué tuviste que proponerte como un padre para mi bebé cuando no tenías intención de seguir adelante con aquello?


—Porque no podía soportar la idea de que otro hombre te diera lo que solo podíamos crear entre tú y yo.


Paula se apartó los rizos de la frente, agitando nerviosa sus pulseras.


—¿Sigue en pie tu oferta? ¿Es real esta vez?


—Si es eso lo que quieres, sí.


—Pues no —sacudió la cabeza.


Su negativa fue un verdadero mazazo para Pedro. Tuvo que hacer uso de todo el control que poseía para preguntarle:
—¿Por qué?


—Porque entonces pensarás que tener un bebé es la principal razón que tengo para casarme contigo.


La tensión que Pedro sentía en el pecho se alivió ligeramente.


—¿Y es que no es esa?


—No. Si me hubieran dado a elegir entre tú y un bebé, te habría elegido a ti.


—¿Incluso si eso hubiera significado no tener un hijo?


—Sí.


Paula cubrió la distancia que los separaba. Decidida y descalza, permaneció frente a Pedro expresando con cada uno de sus movimientos, con su aliento y con su mirada, el amor que sentía por él. Estaba en sus esperanzados ojos verdes, en su trémula sonrisa y en el musical tintineo de sus pulseras.


—Te amo, Pedro Alfonso —le echó los brazos al cuello y esperó. Emitiendo un impaciente suspiro, añadió—: Y ahora, en caso de que desconozcas el procedimiento usual, este es el momento en el que tienes que decir: «yo también te amo, Paula Chaves».


—Todavía no. Tu madre me dijo que te había hecho la peor proposición de matrimonio que había oído en su vida.


—No es por alardear, pero sospecho que mi madre puede ser considerada como una experta en la materia.


—Déjame a ver si puedo mejorarla esta vez.


—Inténtalo.


Pedro enterró los dedos en su melena rizada y la besó en los labios, demostrándole de la única manera que sabía que estaban destinados a compartir un amor especial, único. 


Aquella mujer era tan preciosa, tan importante para él… Ya
había llevado durante demasiado tiempo aquella vida de lobo solitario. Estaba atado a aquella mujer, como si su imagen se hubiera impreso en su alma. Y pretendía seguir a su lado durante el resto de su vida.


—Siento haberte hecho daño, corazón. Un hombre no debe hacer daño a la mujer que ama. Y yo te amo, Paula. Siempre he sabido que algún día encontraría a la mujer con la que pasaría el resto de mi vida. Tú eres mi gozo, mi futuro, mi vida. Y un día, muy pronto, espero que también seas la madre de mis hijos. Eres todo lo que he querido y lo que siempre querré. Cásate conmigo, Paula.


—Nadie —repuso, con los ojos llenos de lágrimas—, ni siquiera Barbara, ha escuchado nunca una declaración de amor tan perfecta. Sí, me casaré contigo.


—¿No más lágrimas?


—No. Ya no.


—Bien. No me quedaré satisfecho hasta que tengamos esos seis hijos que siempre has querido tener.


—¿Es una promesa? —sonrió, maliciosa.


—Siempre cumplo mis promesas —Pedro vaciló por un instante—. También tengo una confesión que hacerte.


—¿Otra?


—Hice que Loner se desembarazara del resto de los fabricantes de niños que estaban esperando en el vestíbulo.


—¿Pedro?


—¿Sí, cariño?


—Esos no eran potenciales fabricantes de niños. ¿Recuerdas mi conversación con Reynaldo? El trabajo con Vilma ha tenido tanto éxito, que he decidido ampliar la dimensión de mi proyecto laboral. Estaba entrevistando a esos hombres para el nuevo puesto que pienso crear.


—Tengo una sugerencia. Olvídate de ellos y contrata a Reynaldo. Un negocio boyante requiere una persona meticulosa con los detalles. Además, creo que se sentirá mucho mejor recibiendo un salario por su trabajo que una caridad gratuita, ¿no?


—No creo que lo necesite.


—¿No lo crees? —arqueó una ceja.


—No si Barbara se sale con la suya —sonrió Paula—. Sospecho que el sexto y último matrimonio de mi madre está en camino —tomándolo de la mano, se dirigió hacia la puerta—. Vamos. Tenemos trabajo que hacer.


—¿Trabajo? ¿Es que no quieres celebrar primero nuestro compromiso?


—Claro que sí. Pensé que podríamos celebrarlo practicando.


—¿Practicando?


—Si vamos a tener seis hijos, tendremos que practicar bastante, ¿no te parece?


Pedro la levantó en brazos y la llevó al vestíbulo.


—Cariño, olvídate de pensar. Te sugiero que pasemos directamente a la acción.


De repente oyeron aullar a Loner: era un largo aullido, extrañamente feliz. Y, luego, para su asombro, la llamada fue correspondida.


—Eso me recuerda algo… —dijo Paula, echándole los brazos al cuello—. Tenemos unos vecinos nuevos. Poseen una perra de aspecto muy extraño; cualquiera diría que es una loba.


—Vaya —suspiró Pedro—. Tal y como están las cosas, vamos a tener que cambiarle el nombre a Loner.


—Sospecho que tienes razón —apoyó la cabeza en su hombro—. ¿Qué te parece señor y señora Woof?





Fin







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