lunes, 12 de octubre de 2015
QUIERO UN HIJO PERO NO UN MARIDO :CAPITULO 16
Tuvo que recurrir a toda su capacidad de autocontrol para no dejarse llevar por el pánico. Saltó de la cama y se puso unos vaqueros en unos cuantos segundos. Loner lo saludó al otro lado de la puerta, ladrando histéricamente. Corrieron escaleras abajo y llegaron al vestíbulo al mismo tiempo.
Vilma se encontraba al lado de la puerta principal y, al verlos, gritó de nuevo. Para alguien que hasta ese momento no había sido capaz de hablar más que en murmullos, tenía una potencia de voz verdaderamente magnífica.
—¿Dónde está? —le preguntó Pedro, deteniéndose frente a ella—. ¿Qué le ha pasado a Paula?
—Él se la llevó —pronunció Vilma entre jadeos—. Un hombre se la llevó.
Con un dedo tembloroso señaló las pulseras de colores dispersas por el suelo, y Pedro cerró los ojos. Loner olfateó la sala antes de dejarse caer al suelo, acercando la nariz a las pulseras de Paula, y emitió un extraño aullido, como si aquel olor lo confundiera. Antes de que Pedro pudiera hacer más preguntas. Patricio, Carmela y Daría entraron corriendo en el vestíbulo. Rosario las seguía, a un paso más tranquilo.
Pedro centró en Vilma toda su atención:
—Cuéntame exactamente lo que sucedió.
—De acuerdo. Lo intentaré —entrelazó los dedos como una nerviosa colegiala a punto de recitar una poesía en público—. Primero, sonó el timbre. Paula acababa de bajar las escaleras. Recuerdo haber pensado que parecía muy contenta consigo misma y que…
—No te despistes —gruñó Pedro—. Ve directa al grano.
—Pedro, granuja —intervino en aquel instante Rosario, riendo entre dientes—. Sabía que si alguien podía convencerla, ese eras tú —miró a todos con expresión confundida—. ¿Pero qué es lo que pasa aquí? ¿He oído gritar a alguien?
—Esto es serio, Rosario—le dijo Vilma—. Paula ha sido secuestrada.
—¿Qué?
Pedro tomó por los hombros a Vilma obligándola a que lo mirara.
—Solamente podré ayudarla si tú me cuentas exactamente lo que sucedió. Sonó el timbre y Paula bajó las escaleras. Supongo que abrió la puerta, ¿verdad?
—Sí. Había un hombre allí. Sostenía en las manos una caja. Paula soltó un gritito de alegría. Ya sabes cómo es. Bueno, el hombre la levantó en vilo, se la cargó sobre el hombro y se marchó —de pronto Vilma empezó a llorar—. Por favor, Pedro, tienes que hacer algo. Si no hubiera sido por Paula, yo ahora mismo estaría pudriéndome en una jaula…
—Tranquila —procuró consolarla—. Intenta concentrarte. Ese hombre… ¿podrías describirlo?
—Era grande. Muy grande. Un gigante.
—¿Dijo algo? ¿Le dijo algo a Paula?
—Dijo: «esto es para usted, señorita Paula». Y entonces, después de soltar el gritito de alegría, ella le dio un abrazo.
—¿Que le dio un abrazo?
—Bueno, creo que lo hizo porque lo que el hombre le entregó fue una caja de bombones. Ya sabes lo mucho que le gustan a Paula.
—Concéntrate, Vilma. ¿La caja contenía bombones? ¿Estás segura?
—Sí. Eran de la misma marca de los que Paula tiene por toda la casa. ¿Sabes a cuáles me refiero? ¿Las cajas de papel dorado? Vaya que son ricos. Y ella es tan amable al compartirlos con nosotras…
—¿Estás segura de que él la secuestró?
—Claro. Después de que ella lo abrazara, él le dijo: «Perdóneme, señorita Paula», y la levantó en vilo y se la cargó al hombro como si no pesara nada.
—¿Qué hizo Paula?
—Gritó —Vilma se mordió el labio—. Pero yo creo que fue de sorpresa. O quizá porque se le cayeron las pulseras al suelo.
—¿Se resistió? ¿Forcejeó? —Pedro levantó la voz, a pesar de sus esfuerzos por dominarse—. ¿Puso en práctica alguna de las técnicas que yo le enseñé?
—Ella… esto…
—¿Qué?
—Paula abrió la caja de bombones y se comió uno —señaló una esquina del vestíbulo—. ¿Ves? El papel todavía está allí.
Pedro se volvió para comprobarlo. No lo había visto antes.
—¿Ella…. se comió los bombones?
—Solo uno. Entonces el tipo se marchó con ella y la metió en la limusina. Es todo lo que recuerdo.
Patricio le tiró entonces a Pedro de la manga, prácticamente bailando de excitación.
—Un tipo grande con una limusina. ¿Te acuerdas?
Los dos intercambiaron una mirada de comprensión.
—Bill —pronunciaron al mismo tiempo.
—Es verdad —comentó Vilma, dejando de llorar—. ¿Cómo lo habéis adivinado? Casi me había olvidado de ello: cuando él le entregó los bombones,Paula dijo: «gracias, Bill».
—¿Por qué diablos el chófer de Reynaldo querría secuestrar a Paula?
Pedro apretó los labios. No tenía ninguna respuesta para eso, pero sabía lo que tenía que hacer al respecto. Pensó en la vieja pistola que tenía guardada en la cómoda de su habitación.
—No sé lo que puede querer Bill de ella. Por ahora. Porque voy a averiguarlo.
—¡Oh, Bill no estaba secuestrando a Paula! —exclamó de repente Vilma, y tanto Rosario como Pedro se volvieron para mirarla. Sonrió débilmente—. También me había olvidado de otra cosa. Cuando la levantó en vilo, le dijo: «perdóneme, señorita Paula».
—Ya dijiste eso antes —replicó Pedro con un gesto de indiferencia.
—Lo sé. Pero cuando añadió: «solo cumplo órdenes», supuse que Bill estaba trabajando para otra persona —miró a uno y a otra—. ¿No os parece?
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