sábado, 17 de octubre de 2015

EL AMOR NO ES PARA MI: CAPITULO 13





Pedro había estado nadando en su ausencia. Tenía el pelo empapado y el cuerpo cubierto de pequeñas gotas de agua. 


Caminó por el borde de la piscina y estiró un poco.


Paula tuvo una sensación desconocida hasta ese momento. 


Era como si la visión se le hubiera aclarado de repente, como si acabara de salir de la niebla de lujuria y amor que la había envuelto durante tanto tiempo, nublando su sentido común. Le vio como Isabel debía de haberle visto; famoso, glorioso, rico. Era uno de los playboys más cotizados y había tenido amoríos con las mujeres más hermosas. ¿Cómo se le había ocurrido pensar que podía ocupar ese lugar privilegiado durante mucho tiempo? ¿Cómo iba a conseguir que alguien como él la quisiera?


Él levantó la vista y sus miradas chocaron.


–Se ha ido –le dijo Paula sin más.


–Sí –hubo una pausa–. No se parece en nada a ti, ¿no?


–No mucho –Paula forzó una sonrisa–. ¿Te pareció guapa?


–¿Que si me pareció guapa? ¿Por qué me preguntas eso?


–La mayoría de los hombres la encuentra muy atractiva.


–¿Ah, sí? –su tono de voz sonaba ominoso–. ¿Qué pasa, Paula? ¿Crees que quería acostarme con tu hermana? ¿O es que piensas que tenía la fantasía de llevaros a las dos a la cama a la vez?


Paula se sintió como si una fina capa de hielo acabara de cubrirle la piel.


–¿Es así?


Pedro apretó los puños.


–No. No es así. ¿Por qué clase de hombre me tomas?


–Sé qué clase de hombres eres. ¿Recuerdas?


–Puede que mi pasado haya sido de otra manera, pero te he tratado con mucho respeto desde que nos convertimos en amantes. He estado contigo todo el tiempo y he sido todo lo considerado que he podido. Pero parece que tú estabas deseando echármelo todo en cara insinuando que tenía ganas de tener una sórdida aventura con tu hermana.


–Yo no…


–¡Sí que lo has hecho! –fue hacia ella rápidamente. Su rostro albergaba una expresión de furia–. A lo mejor mi comportamiento en el pasado podría justificar que hicieras un juicio tan negativo de mí. Sé que no he sido ningún ángel, pero yo tengo mis límites.


Pedro


–¿Crees que iba a repetir una traición así, después de todo lo que te conté de mi madre?


–Lo siento.


–Aunque pensaras tan mal de mí, ¿de verdad piensas tan mal de ti misma? ¿No has aprendido nada, Paula? ¿No has aprendido que el sexo no está mal, y que puedes ser tan hermosa y estar tan segura de ti misma como te propongas? –sacudió la cabeza–. Pero sigues siendo esa mujer asustada en el fondo, ¿no? Siempre estás deseando pensar lo peor de ti. ¿Por qué haces eso? ¿Echas de menos ese traje invisible que has llevado durante tanto tiempo? ¿Te resulta tan aterrador estar en el mundo real que estás buscando cualquier excusa para salir huyendo de él de nuevo?


Ella sacudió la cabeza una y otra vez. Sus acusaciones le caían encima como el granizo.


–A lo mejor tienes razón –le dijo, apartándose el cabello de la cara–. Pero, si estoy teniendo problemas para adaptarme a la normalidad, tal vez es porque nada de esto es normal. Me siento como alguien que ha saltado en la parte equivocada de la piscina. No es este mi sitio y no encajo aquí. Bueno, en realidad no encajo en ningún sitio.


–Entonces busca un sitio donde encajar –le dijo él en un tono serio y sombrío–. Eres una mujer inteligente. No me digas que estás pensando ir a la universidad para estudiar Medicina a la edad de veintitrés años para luego volver a convertirte en esa florecita marchita. Eres capaz de muchas cosas, Paula, de cualquier cosa, si tienes el coraje de extender la mano y agarrar lo que quieres.


Paula respiró profundamente. Tenía miedo de que las lágrimas salieran sin control cuando menos las necesitaba.


–Se te da muy bien dispensar consejos, ¿no, Pedro? Pero me preguntó qué tal se te dará ponerlos en práctica.


Él dejó escapar una risotada amarga.


–¿Qué pasa? ¿Vamos a empezar un tira y afloja?


–No. Más bien se trata de restablecer el equilibrio, y no de apuntarse tantos. ¿Te preguntas por qué saqué conclusiones precipitadas respecto a mi hermana? Bueno, ¿por qué no iba a pensar algo así, cuando tú me dijiste con mucho énfasis que no creías que los hombres fueran capaces de ser fieles?


–Ahora sí que estás tergiversando mis palabras.


–¿Ah, sí? ¿No crees que más bien las estoy interpretando a mi manera? –le sostuvo la mirada–. Porque no creo que realmente creas eso. Creo que simplemente es una excusa tuya para mantenerte al margen de los compromisos.


–¿Una excusa?


–Sí –Paula bajó la voz hasta hablar en un susurro–. Creo que te hizo mucho daño lo que ocurrió con tus padres. Creo que te sentiste completamente traicionado por la amiga de tu madre, y por tu padre, y a lo mejor incluso también por tu madre, por dejarse morir de esa manera. Creo que el dolor fue tan insoportable que juraste no dejar que nadie se acercara tanto nunca más. Y eso fue lo que hiciste. Viviste la vida que pudiste vivir, la vida que se esperaba de ti, el playboy con todas esas casas y mujeres. Pero nunca eran
suficientes, ¿verdad? Nunca pudieron llenar ese agujero que había dentro de ti. Y al final del día, seguías solo. Y seguirás así si sigues como hasta ahora.


–¡Basta! –gritó Pedro. De repente quería arremeter contra algo, romper algo. Quería estrellar el puño contra la estatua de mármol que estaba al otro lado de la terraza y ver cómo se rompía en mil pedazos–. Puede que estés pensando hacer Psicología, ¡pero estás muy desencaminada! ¿Se supone que así voy a desearte más, Paula? ¿Se supone que te tengo que estar agradecido por este análisis de la personalidad tan brutal que me acabas de hacer? ¿Crees que admiro tanto tu clarividencia que de alguna manera voy a ver la luz? ¿Y qué crees que va a pasar después? Hazme la escena completa para que pueda verlo con mis propios ojos. ¿Es ahora cuando me pongo de rodillas y te pido que te cases conmigo?


Paula le miró durante unos segundos, estupefacta. Sus palabras cáusticas eran como un filo que la cortaba por dentro.


Sacudió la cabeza.


–Puede que haya sido un poco ingenua, pero no soy estúpida. Y si alguna vez me casara con alguien, no sería con un hombre que ni siquiera tuvo el valor de verse a sí mismo como debía.


Pedro arrugó los párpados y le clavó la mirada.


–¿Me estás acusando de no tener valor?


Paula negó con la cabeza.


–Oh, no hablo de la clase de coraje que te hizo estampar el pie contra el acelerador para atravesar un hueco tan pequeño que nadie había visto. Estoy hablando del coraje emocional que te haría falta para enfrentarte a todos tus demonios y enterrarlos de una vez, tal y como he hecho yo. Siento haber dicho eso de Isabel. Solo era un vestigio de mi pasado. No tenía derecho a acusarte de eso, y debería haber sido lo bastante fuerte como para hacerle frente.


Paula sabía, sin embargo, por qué había dejado sin respuesta las preguntas de Isabel. No había sido capaz de defenderse porque no creía en la fuerza de lo que había entre Pedro y ella. No quería ver alegría o pena en el rostro de su hermana cuando todo terminara, y su instinto la había llevado por buen camino.


–De todos modos, al menos esto nos ha dado el final que era inevitable, como sabíamos los dos, aunque no haya sido tan amigable como hubiéramos querido. Los dos sabemos que no puedo volver a ser tu ama de llaves.


Hubo una pausa larga antes de que Pedro volviera a hablar.


–No. Supongo que no –le lanzó una mirada esquiva–. ¿Qué vas a hacer entonces?


Paula se tomó un segundo para recuperar la calma, para comportarse como si estuvieran hablando del tiempo.


–Buscaré otro trabajo hasta septiembre. Para entonces debería tener todo el dinero que necesito para poder alquilar una casa.


Él frunció el ceño.


–Pero tú me dijiste que ya tenías un sitio guardado, así que, en teoría, podrías ir en septiembre, si tuvieras el dinero.


–Pero no lo tengo.


–Lo tendrías si yo te lo diera. Y antes de que digas nada, no. Puedo permitírmelo y quiero hacerlo. Por favor, Paula. No dejes que el orgullo te impida tomar aquello que sí te puedo dar. Al menos de esa forma tendrás tu final feliz.


Ella le miró a los ojos. No era la única ingenua. ¿De verdad pensaba que ese era su final feliz? Pensó en el padre que le había traicionado, en la madre que se había esfumado
antes de tiempo. Pensó en lo solo que estaba, entre todos sus trofeos y sus casas. Tenía suficiente dinero en el banco para asegurarles el futuro a los hijos que nunca tendría.


–Muy bien. Lo acepto. Y quiero que sepas que te estoy muy agradecida por tu generosidad, en todas sus formas –Paula tomó una bocanada de aire, pero las palabras le salieron sin aliento. –Pero deberías saber algo más, Pedro. Deberías saber que yo he llegado a quererte. Y lo siento, porque sé que es lo último que querías. Yo no quería enamorarme de ti, pero en algún momento pasó. Y no lo digo porque quiera nada a cambio, porque no es así. No espero nada. Lo digo porque, en el fondo, eres una persona a la que se puede querer fácilmente. Y tienes que creértelo. No es porque seas sexy, o rico, y no es porque tengas toda una habitación llena de trofeos y porque sepas pilotar un avión. Es fácil quererte porque eres un hombre agradable, cuidadoso, cuando te permites serlo. Y a lo mejor un día empiezas a creer en ello lo suficiente como para abrir tu corazón y dejar entrar a alguien.


Sus palabras se ahogaron en el silencio. Pedro permanecía en silencio. Paula creyó ver un haz de luz en su mirada durante una fracción de segundo, pero no duró mucho.


De repente, sonrió. Esbozó una de esas sonrisas encantadoras como si acabara de apretar un interruptor.


–Una hipótesis interesante –dijo en un tono de voz que denotaba aburrimiento–. Pero ya sabes que no me interesan todas esas teorías emocionales que os gustan tanto a las mujeres. Todo lo que puedo decirte es que creo que vas a ser un médico muy bueno.


Paula le miró fijamente. Había ignorado por completo lo que acababa de decirle. Había tratado con desprecio sus palabras, pero… ¿Cómo hubiera podido hacer otra cosa? ¿Por qué se sorprendía tanto si solo estaba siendo sincero consigo mismo? Lo de las emociones no era para él, y nunca lo sería. Se lo había dicho desde el primer momento.


Paula dio media vuelta y regresó a su habitación. No quería humillarse todavía más dejando que la viera llorar.









No hay comentarios.:

Publicar un comentario