sábado, 17 de octubre de 2015

EL AMOR NO ES PARA MI:EPILOGO




Estás despierta?


Paula dejó escapar una risotada juguetona y abrió los ojos.


–Ahora sí.


–¿Te he despertado?


–¿No era esa tu intención cuando empezaste a jugar con mis pechos de esa manera?


Él sonrió.


–¿Quieres que pare?


Ella suspiró y cerró los ojos.


–¿Tú qué crees?


–Creo que nunca terminas de fascinarme, doctora Alfonso, y te quiero mucho. Quiero que sepas que los últimos seis años han sido los mejores de mi vida.


Ella abrió los ojos de repente y se mordió el labio. Como siempre, la expectación la embargaba. Nunca se cansaba de oírle decir esas palabras.


–¿En serio?


–Ya sabes que sí, querida.


Paula sabía que lo decía de verdad, porque esos seis años también habían sido los mejores para ella.


No había sido fácil adaptar la vida de Pedro para que hubiera sitio para ella y su carrera, pero las mejores cosas de la vida eran aquellas por las que más había que luchar. 


Pedro quería que consiguiera su sueño tanto como ella. 


Estaba orgulloso de ella por todo lo que había logrado con tanto esfuerzo y se lo había dicho muchas veces.


En esos momentos no viajaba apenas y había establecido su cuartel general en Inglaterra. Desde su finca de Hampshire, situada junto al mar, manejaba su última aventura empresarial, una compañía de cruceros transoceánicos y un próspero negocio de yates. En cuanto al resto de sus responsabilidades, en algún momento había empezado a delegar en otras personas. Sus empleados eran los mejores, personas que daban lo mejor de sí mismos, y gracias a eso la fundación Alfonso se había convertido en un negocio floreciente.


El clima de Inglaterra nunca había llegado a convencerle, y por eso iban de vacaciones muy a menudo a lugares más soleados. En muchas ocasiones Paula terminaba leyendo un libro de hematología en la playa, junto a un mar de aguas cristalinas del Caribe.


Paula suspiró. El pulgar de Pedro trazaba pequeños círculos sobre uno de sus pezones. Un río de luz inundaba la habitación a través de la ventana, iluminando la enorme cama en la que yacían. Le encantaba esa casa. Estaba junto al mar, no muy lejos de la escuela de Medicina. Se había graduado la semana anterior, y con honores.


Pero antes de la ceremonia de graduación había tenido lugar la boda. Paula se había negado a casarse en medio del semestre y Pedro no había tenido más remedio que aceptar. 


Se había vuelto loco con todos los preparativos. Había pasado toda su vida huyendo del matrimonio, pero casarse con ella se había convertido en su máximo deseo al final. El problema era que se había enamorado de una mujer que parecía resistirse a llevar su anillo.


–Pero tú crees que los hombres son incapaces de ser fieles, ¿no? –le había dicho ella en un tono sarcástico.


–Has empleado el tiempo verbal incorrecto. Creía que no, hasta que te conocí.


Cuanto más intentaba convencerla para que cambiara de idea, más firme se ponía ella, pero su testarudez no le hacía sino quererla más.


Al final había accedido a convertirse en su esposa justo antes de la graduación. Le había dicho que quería llevar su apellido y oír cómo la llamaban doctora Alfonso.


La ceremonia había tenido lugar en una pequeña capilla gris situada junto a uno de esos valles verdes que abundaban en Hampshire. Paula había llevado rosas blancas en el pelo y un vestido sencillo. El sonido del fino tejido, al rozarse contra los adoquines, la había acompañado hasta el altar.


Isabel había estado allí. Los celos que la embargaban en un principio habían dado paso a un interés repentino por todos los amigos de Pedro presentes en la boda, esos amigos de la jet set que tanto le gustaban. El sultán de Qurhah había asistido al evento, con su preciosa esposa y su hijo recién nacido. Niccolo da Conti y Alekto Sarantos, los hombres más apuestos y ricos de toda la comitiva, se habían convertido por tanto en el centro de atención de la joven modelo.


–Buena suerte con eso –había comentado Pedro con ironía al verla dirigirse hacia Niccolo.


Paula siguió la dirección de su mirada.


–Pero es soltero, ¿no?


–Sí, es soltero –Pedro se rio–. Pero, si te pareció que yo tenía fobia a los compromisos, es que no conoces a Niccolo da Conti.


–¡Pero tú resultaste ser el hombre con menos fobia al compromiso de todo el planeta!


–Porque conocí a la única mujer que podía hacerme cambiar de opinión.


–Oh, Pedro.


–Oh,Paula –murmuró él.


Su madre también había asistido a la ceremonia. No había dejado de sorprenderse en todo momento ante la suerte de su hija. Para ella tener un marido rico era la gran prioridad. 


Que su hija acabara de convertirse en médico, en cambio, no parecía tener ningún valor. Paula decidió guardar silencio al respecto, no obstante. Había cosas que siempre seguirían igual y era mejor no perder el tiempo intentando cambiarlas.


Había aprendido mucho, tanto en la universidad como fuera de ella. Su amor por Pedro no hacía más que crecer cada día y quería tener un hijo con él. Un hombre con el corazón herido solo necesitaba el amor constante de una mujer para curar sus heridas, y ese amor era infinito y sin límites.


A veces podían ocurrir cosas con las que nadie se atrevía a soñar siquiera, y ella estaba viviendo ese sueño, junto a Pedro. Él ya no quería vivir a toda velocidad. Aquellos días de «La Máquina Sexual» habían terminado. En una ocasión él le había dicho que no creía que una sola mujer pudiera serlo todo para un hombre, pero eso había cambiado.


–Ven aquí –le dijo en un susurro–. Quiero que oigas algo.


Paula sonrió y se volvió hacia él.


–¿Qué es?


–Te quiero –le dijo, rodeándole la cintura con ambos brazos–. Te quiero.








3 comentarios:

  1. Pero qué hueso duro de roer Pedro jajajaja. Genial esta historia

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  2. Hermoso final! Al final Pedro se convirtió en otro hombre! Muy linda historia, gracias por compartirla!

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