martes, 6 de octubre de 2015

DIMELO: CAPITULO 30




Trabajar con Pedro ignorándolo se transforma en una tortura china, pero no aflojo; lo trato como merece ser tratado. Se burló de mí y ahora conocerá mi lado de dueña del circo, como dice él.


Todos notan la tirantez entre nosotros y lo mucho que nos cuesta relajarnos para conseguir buenas fotografías, a pesar de estar rodeados de un marco ideal.


Durante los siguientes tres días visitamos las aldeas de Vernazza, Riomaggiore y Manarola, donde hacemos fotos para la campaña.


Es el día anterior a nuestro regreso y estamos en las maravillosas calas de Corniglia.


Por lo general, André tiene un carácter muy tranquilo, pero, harto de lidiar con nosotros, acaba estallando en ira. 


Comienza a gritar y da a todo el mundo un descanso menos a mí y a Pedro.


—No soy estúpido, sé que ha pasado algo que ha cambiado el trato entre vosotros. »Aunque no he preguntado, porque respeto tu silencio —se dirige a Pedro—, y además lo admiro porque eso quiere decir que eres todo un caballero. Pero debéis saber que no me chupo el dedo.


Pasa su vista de él a mí, mientras nos regaña como si fuéramos dos mocosos.


—Sé lo que hubo entre vosotros en Tenerife, porque no soy tonto y me he dado cuenta. Como amigo de ambos os diré que lamento que no haya funcionado. —Quiero hablar pero me hace callar —. No he terminado aún. —Me para en seco. Pedro está apoyado contra una roca y no lo mira; se muestra fastidiado pero no dice nada—. Me gusta hacer bien mi trabajo. Paula, estás acostumbrada a la excelencia en tus campañas pero, si no cambias la cara, no la conseguirás.
»La campaña se llama Sensualité, pero estáis todo el día con cara de perro; de sensual no tiene ni pizca. Siento que somos un grupo de diez personas que está perdiendo el tiempo, porque no estamos obteniendo nada.


Pedro y yo nos miramos.


«Lo odio, lo detesto... No, ¿a quién quiero engañar? Pedro me encanta, y me enfurece que se haya
burlado de mí.»


Todos regresan e intentamos concentrarnos en el trabajo. 


Aíslo mi mente y, aunque me odio por la forma en que consigo sentirme sensual y deseada, dejo que mi imaginación utilice nuestras imágenes haciendo el amor.



****


Hace una semana que estamos de regreso en París y no la he vuelto a ver desde que acabó el viaje.


En el transcurso de este tiempo, he ido a visitar a mi madre y he arreglado también algunos asuntos pendientes en Lyon. 


Me siento optimista, creo que finalmente he encontrado mi oportunidad; presiento que mi suerte cambiará en todos los sentidos, porque sencillamente creo que ha llegado el
momento que tan pacientemente he esperado.


Voy a Saint Clair e intento verla, pero no me recibe. Lo suponía.


Es viernes y tenemos un evento de promoción al que debemos asistir juntos. Frente al público nos mostramos alegres y conciliadores, pero, apenas nos quedamos solos, nos ignoramos por completo.


El lunes tengo una reunión decisiva con mi representante legal y apoderado, al que le explico lo que quiero que haga. 


También llamo a algunos contactos que guardo de cuando era un negociador agresivo y pongo todo mi plan en marcha.


El martes asisto con Paula, Estela y André a un programa de televisión, donde se lanza el estreno de la campaña, que es muy bien recibida por el público.


—A ver si pones un poco más de entusiasmo; después de todo, esto es para tu beneficio, y aquí estoy poniendo mi mejor cara de estúpido.


—Por supuesto, debes hacerlo, está estipulado en el contrato.


—Pues no veo la hora de que el contrato termine.


—No creo que tengas más ganas que yo.


El sábado, la ciudad amanece empapelada con imágenes nuestras.


Aparecemos en el metro, en la línea de ferrocarriles de cercanías, en los autobuses, en casi todos los carteles publicitarios mejor ubicados de la cuidad, en revistas... En fin, la campaña gráfica está en marcha.


El lunes tenemos rueda de prensa en Saint Clair, donde todo estalla. Hacen alusión a las imágenes que aparecieron en esa revista de cotilleo, pero explicamos que lo sucedido fue un malentendido, aunque no se lo creen del todo, porque en las publicaciones periodísticas de los días siguientes dejan flotando la insinuación de que entre nosotros hay algo más que nos empeñamos en ocultar. Lo cierto es que se equivocan. Ya no existe nada entre ella y yo.


Si debo ser sincero, no es lo que quisiera, pero sé que es lo más conveniente. Además, no soy hombre de andar suplicando, así que es mejor dejar las cosas como están, aunque soy bastante terco y siempre me guardo una carta en la manga; no estoy acostumbrado a perder, siempre peleo hasta el final.


A media semana, por la mañana, hacemos en Saint Clair unas fotos sobre una bendita cama, porque Paula se ha empecinado. No le veo el sentido a hacer más fotos teniendo en cuenta todas las que realizamos en La Toscana y en Tenerife, pero debo reconocer que el cabecero de este lecho es de ensueño y parece que nos encontremos en un palacio.


Es de noche y me dirijo a casa de André porque cenaremos juntos; llevo comida para compartir.


Como él tenía que trabajar hasta tarde, me ofrecí a encargarme de todo. En el último momento me avisa de que también estará Estela. Cuando llego, toco el timbre y, al entrar, él me explica que su pareja se ha ido y me cuenta lo que ha ocurrido con Paula.


—Marcos Poget la avisó de que pasado mañana se realizará el traspaso del paquete de acciones a una empresa que, al parecer, se dedica a absorber capitales. Llamó desconsolada a Estela y, como comprenderás, se fue a hacerle compañía.


Quiero salir corriendo a consolarla, pero me contengo.


—Las cosas caerán por su propio peso. Poget tendrá su merecido —le asevero a mi amigo.


—Los Poget tienen mucho poder, poseen un gran imperio.


—Pero Marcos es un idiota que no tiene idea de nada. Él será quien caiga, acuérdate de lo que te digo.


—Si se trata de un deseo, me uno a él contigo, Pedro.






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