El verano ha terminado en París y hoy ha amanecido lloviendo; aunque es poco frecuente este clima en la ciudad, el tiempo se conjura con mi estado de ánimo. Llueve desde muy temprano y amenaza con no parar durante todo el día.
Llego a Saint Clair. Muy pronto tendré gente nueva husmeando en la empresa y deberé acostumbrarme a ello, así que decido disfrutar de los últimos minutos de exclusividad en soledad; recorro las dos plantas sin dejar un solo rincón por transitar y luego me interno en mi despacho hasta la hora de la junta. Hay algo positivo en todo esto: por fin dejaré atrás todo trato con Marcos; hoy será el último día que sabré de él.
Es la hora. Juliette me informa de que mis abogados, los de Marcos, él y los apoderados de Eurostar Group Fusions et Acquisitions están en la sala de juntas, esperándome.
Estela está conmigo, me abraza fuerte y me besa con verdadero afecto.
—Estoy bien —le informo—; no me verá vencida, no le daré el gusto.
—Te admiro, cariño, eres una auténtica guerrera.
—Quisiera creerlo del mismo modo que lo crees tú.
—Pero también eres una cabezota.
—No quiero hablar de Pedro. Lo que pasó con él fue un error imperdonable, ahora sólo nos relacionamos por trabajo. No deseo ningún hombre en mi vida, sola estoy mucho mejor y, además, debo centrarme en los problemas de la firma; cuantas menos cosas me distraigan, tanto mejor.
—No se nota. Te he visto lloriquear por él, a mí no tienes necesidad de mentirme.
—No me hagas esto, y menos en este momento.
Me pongo en marcha, adopto una posición erguida y salgo de mi despacho con decisión.
Entro en la sala de juntas muy recta y con actitud altanera.
Les ofrezco un cordial saludo a mis abogados, que se encargan de presentarme al representante legal y al apoderado de la empresa que comprará la parte de Marcos.
A él lo ignoro, al igual que a sus abogados, aunque por el rabillo del ojo veo cómo se sonríe sarcástico.
«Quiero escupirle en la cara.»
—¿Han podido revisarlo todo? —les pregunto a mis representantes legales y notariales, y me contestan afirmativamente. Me cercioro de que estoy a punto de firmar lo mismo que he leído la noche anterior, así que después de que todos firman, tomo mi pluma para estampar mi rúbrica.
Inmediatamente después de firmar todas las hojas por cuadruplicado, clavo mi mirada en Marcos.
—Vete ahora mismo de esta empresa o haré que el personal de seguridad te eche a patadas en el culo.
Fijo mi vista en los nuevos socios que me han impuesto.
—Concreten con mi secretaria y mis abogados el día de la firma del nuevo contrato societario; les ruego que me lo envíen con tiempo para analizarlo de forma que podamos llegar a un acuerdo provechoso para todos.
Me pongo en pie.
—Bien, creo que por el momento no tenemos nada más que hablar, ya que, frente a esta rata de cloaca, no hay nada que debamos discutir. Buenos días, señores.
Estoy a punto de salir, pero giro sobre mis talones.
—No veo que estés moviendo tu culo, Poget. —Me paro en medio de la puerta, invitándolo a salir. Él, irónico, se levanta para marcharse junto con su comitiva.
«Le borraría la sonrisa de una bofetada.»
Antes de que él salga, le doy la espalda sin mirarlo y camino con toda la dignidad de que soy capaz; sin detenerme me dirijo hacia la zona donde se encuentra mi despacho. Oigo el pitido del ascensor y, antes de que se cierren las puertas, me grita:
—Estás acabada. Yo te creé, yo te destruyo. Muy pronto no quedará nada de todo esto, no podrás contra la monopolización que tienen preparada para ti.
No me doy la vuelta. Continúo caminando, aunque no sé de dónde saco las fuerzas, porque tiene razón: sé que lo perderé todo.
Entro en mi despacho. Estela, por supuesto, está allí esperándome. Me abrazo con fuerza a ella, pero no derramo ni una sola lágrima; luego me separo y le digo:
—Pongámonos a trabajar, tenemos un desfile que terminar de organizar.
****
Han pasado veinte días desde la adquisición del cincuenta por ciento de la empresa por parte del grupo inversor. Me han enviado el contrato y lo he revisado con mis asesores; todo está perfecto: parece un trato justo y no hay indicios de que quieran adquirir mi parte, aunque nunca hay que fiarse.
Las cláusulas para poder trabajar en un marco armonioso parecen muy normales y el estatuto encaja dentro del marco legal; dicen que, para muestra, un botón, así que me he tomado mi tiempo para analizar cada inciso con tiempo y tanto ellos como yo parecemos cubiertos en este nuevo contrato.
Las modificaciones que he propuesto cuando algo no me ha quedado claro han sido aceptadas sin ninguna queja y a la primera. De todas formas, no soy una carroñera, y todo lo que he solicitado era equitativo para ambas partes.
Hoy se hace efectiva la firma. Estoy particularmente ansiosa.
Esta mañana me he arreglado con esmero, ya que con el correr de los días mi ánimo se ha ido calmando. Me siento más confiada y menos presionada; por consiguiente, he podido pensar cada paso con tranquilidad. Muy pronto, en la empresa, habrá una reestructuración, pero confío en que nada afectará a su crecimiento.
—Buenos días, Paula, ahora te traigo tu café.
—Buenos días, July, muchas gracias. ¿Te parece que organicemos la agenda del día, por favor?
Así ya sabré los asuntos pendientes de los que debo ocuparme, y quizá podamos mover a hoy la reunión con los posibles promotores del desfile. Si lo hacemos rápido, podremos organizarla antes de la junta de socios.
—Claro, ahora lo traigo todo.
***
Es la hora del desayuno de trabajo. Juliette ha sido la encargada de organizarlo; es una genialidad en protocolos de trabajo, por eso la tengo conmigo: esta mujer es de lo más completa. Entro en la sala de conferencias de la empresa y todo está dispuesto: zumos, café, leche, té, chocolate, bollería y pastelería diversa, mantequilla, mermeladas...
Empiezan a llegar los asistentes: primero llega mi comitiva y luego los representantes de Eurostar Group. Pero me extraña que no esté el apoderado. Me pregunto entonces quién va a firmar.
El encuentro es mucho más ameno que el anterior, cuando estuvo Marcos. Las sucesivas conversaciones nos han unido y relajado bastante, y al parecer nos entenderemos muy bien.
Philippe Darrieux, uno de los representantes legales de Eurostar, se dirige a mí:
—Mademoiselle Chaves, el titular de la firma acaba de llamarme. Ya está llegando y pide disculpas por el retraso.
—Parfait, ningún problema.
Nos ubicamos en nuestros sitios. De momento sigo siendo la directora general de la firma, así que ocupo la cabecera, presidiendo la reunión. Mientras esperamos, cojo mi iPhone y encuentro tres llamadas perdidas de Pedro. Durante la semana ha intentado verme varias veces, pero siempre he puesto una excusa y no lo he atendido; incluso fue a mi casa y Antoniette mintió y le dijo que no estaba. Tampoco le he cogido las llamadas, hasta lo he bloqueado en WhatsApp, pero él es insistente y no me lo pone fácil. Quiero olvidarlo, pero Pedro parece no querer que eso ocurra. Desestimo las llamadas y dejo mi teléfono sobre la mesa; levanto la vista y la fijo en la puerta de entrada, porque veo que se mueve el pomo.
Lo veo entrar y no puedo creer que se haya atrevido a hacerlo sin que se lo haya permitido. Viste de forma impecable; me resulta extraño, pues él siempre va muy casual, pero está enfundado en un traje de corte perfecto de color azul marino claro, con camisa de rayas y corbata gris.
Por el corte y las terminaciones, además de reconocer la fibre nobili, tela característica de la marca, me doy cuenta
de que es un Ermenegildo Zegna; y por cómo le queda, estoy segura de que es hecho a medida. Increíblemente, su cabello luce bastante meticuloso, no como lo lleva por norma general. Nos quedamos mirándonos con firmeza; cuando voy a empezar a hablar para decirle que me espere fuera, pues no quiero montar un escándalo delante de todos, el señor Darrieux me interrumpe.
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