viernes, 2 de octubre de 2015

DIMELO: CAPITULO 18






La fiesta en el cabaret sigue; realmente lo estamos pasando bien, pero siento que debemos irnos a otro sitio. La invito a sentarnos y, tras unos cuantos besos más, nos bebemos lo que queda de nuestro champán. Miro la hora y le propongo, mientras le despejo el pelo de la cara:
—¿Nos vamos, o prefieres que nos quedemos un rato más?


—Vamos.


La percibo un poco titubeante, pero se pone de pie, así que cojo su chaqueta para ayudarla a colocársela y luego le alcanzo el bolso. Salimos de allí cogidos de la mano; me encanta sentir su contacto, me magnetiza sentir que la guío.


—Me ha fascinado el local, Pedro.


—Me alegro de que te hayas divertido.


—Mucho.


Llegamos al coche, pero no desactivo la alarma hasta que estamos junto a él. En el mismo instante en que lo hago, cojo la manija de la puerta pero no la abro. La arrincono contra el automóvil, como hice la noche anterior cuando la besé por primera vez, y la agarro por la cintura de manera
posesiva; la empujo con mi cuerpo y la beso, hundiendo mi pelvis contra ella. Quiero que sienta cómo me pone, quiero que sepa que es la causante del dolor insoportable que tengo en mi sexo, que note las tremendas ganas que me provoca su cercanía. La beso desmesuradamente; el beso es mucho más profundo que cualquiera que nos hayamos dado, y es que quiero que entienda lo que pretendo; la
estoy devorando con mi boca, me estoy quedando sin aliento y sé que a ella también le falta, pero no estoy dispuesto a parar: quiero llevarla al límite del deseo.


Justo en el momento en que estoy por pedirle que vayamos a mi apartamento, me dice:
—Despacio, Pedro, quiero ir despacio. Por favor.


Sus palabras suenan como un mazazo, no esperaba que me pidiera que parase. Al contrario, quería que me propusiera que la llevara a algún lugar más íntimo..., pero Paula es así, una constante sorpresa para mí. Me quedo con la frente apoyada en la suya y continúo sin poder creerme lo que me ha pedido, pero no me queda más remedio que aceptar. 


Abro el coche para que se suba y cierro la puerta. Esto es muy incómodo: mi erección es muy molesta, caminar lo es aún más. Me paso la mano por la frente mientras rodeo el automóvil, rebusco mi sonrisa más seductora y, al entrar, le
sonrío ampliamente. Tal vez debería decirle algo, como que no se preocupe, o ser más considerado, pero las palabras no me salen. Me acomodo en el asiento del conductor y me quedo mirándola a los ojos. Irremediablemente mi vista se desvía a sus labios; se los he dejado hinchados y muy rojos por el arrebato de mi último beso y ahora, recordando el momento, mi dolor en la entrepierna se hace más intenso. 


No quiero darme por vencido, quiero hundirme en esta rubia que se ha convertido en mi obsesión y, aunque intento comprender que le resulte todo muy precipitado, mi pene tiene vida propia y no entiende de razones.


—Lo lamento —me dice con un tono que evidencia su culpa.


«Pues sí, siéntete mal, me has dejado hecho una mierda», quiero decirle.


Finalmente, decido ser un poco caballero.


—No hay problema. —Le sonrío, pero lo cierto es que quisiera que se retractase, aunque igualmente no voy a forzar la situación. Quiero que esté completamente decidida y, por encima de todo, que se muera de ganas, aunque presumo que ganas no le faltan, pero está intentando ser
moderada.


Pongo el coche en marcha y conduzco hasta su casa sin preguntarle; entiendo que la noche ha terminado. Durante el camino, un elocuente silencio cae sobre nosotros hasta que decido romperlo.


—¿Estás bien?


—Sí, Pedro, muy bien, no te preocupes.


Ladeo la vista y estiro la mano para acariciarla; rozo su mejilla con el dorso de mis dedos y ella me coge la mano y me la besa.


¡Cómo me ha gustado eso! Y no lo entiendo, pero creo que estoy tan caliente que el más mínimo roce me hace trepidar.


Llegamos al barrio semiprivado donde vive y abre el portón, entro con el coche y freno en la entrada de su casa. Emito un profundo suspiro audible, y luego ambos nos quitamos el cinturón. Ha llegado el momento de la despedida, pero me resisto, soy terco, cabezón, obstinado, y no me doy por
vencido.


—Ha sido una noche especial, gracias. Lo he pasado muy bien —me deja en claro.


—Yo también lo he pasado muy bien.


Me acerco a ella y la beso entusiasmado; mi lengua recorre su boca y se enzarza con la suya, que me recibe con verdadero gusto. La cojo por la cintura y entierro mis dedos en su carne; sé que lo estoy haciendo con fuerza, pero aunque quiero detenerme no lo consigo, estoy nublado, su boca me pierde, me traiciona y no me permite pensar. La cojo por sorpresa con ambas manos y la siento a horcajadas sobre mí; estoy acostumbrado a llevar el control y también a conseguir lo que deseo. La encajo en el espacio que queda entre el volante y mi cuerpo, que es poco, así que bajo una de las manos para accionar el mecanismo que corre el asiento hacia atrás; me propulso con los pies sin abandonar sus labios, mientras Paula me sostiene de la nuca y hunde sus dedos en mi cabello. Se muestra sensual y besa de maravilla; su boca es perfecta, dulce, suave y húmeda. Subo la mano y la introduzco bajo su camiseta; le acaricio un pecho por encima del encaje del sujetador y me siento como en la gloria, aunque creo que llegar a la gloria con ella es lo que verdaderamente anhelo. Se lo aprieto y llena mi palma; eso provoca que me mueva bajo su cuerpo y frote mi erección en su entrepierna. Una oleada de placer se apodera de ella también, y se mueve sobre mi bragueta buscando
el mismo roce que yo busco. Ondea su cuerpo y creo que mi pene está tan hinchado que reventará la cremallera. Le levanto la camiseta y subo su sujetador, dejando al descubierto sus senos; los admiro, son perfectos, no puedo creer lo que estoy viendo y eso que he visto muchos pechos a lo largo de mi vida... Pero Paula Chaves perfecta, es una escultura de carne y hueso. Levanto mi cabeza y clavo mis ojos azules en sus pupilas azules llameantes, luego hundo la cabeza para lamer una de las areolas y trazo círculos con mi lengua sobre ella; atrapo el pezón entres mis dientes y tironeo de él, mientras la miro por entre las pestañas y me sonrío, malicioso. Vuelvo a meter el pezón en mi boca y lo succiono, lo suelto y el sonido que hace mi boca parece el sonido de un corcho al salir de una botella. Estoy muy caliente, necesito hundirme en ella y calmar esta sed que me provoca. Me revuelve el pelo y yo ruego para que me pida que bajemos; no quiero tirármela aquí, aunque en este momento no me importa demasiado el lugar.


Su vaquero es muy ajustado e intento meter mi mano por la cinturilla para tocar su trasero, pero no puedo, así que llevo la mano hacia delante para desprenderle los botones; siento sus manos sobre la mía mientras sigo perdido lamiendo sus pechos. Oigo apenas un hilo de voz que alcanza a salir de
su boca y que se confunde con un gemido.


—También lo deseo, pero quiero estar segura.


«No, otra vez lo ha hecho, otra vez me ha detenido... Esto no puede estar pasando dos veces. ¡Esta mujer es una asesina!»


Levanto la cabeza para poder oírla mejor y niego mientras resoplo buscando un poco de oxígeno. Me besa tiernamente los labios y coge mi rostro entre sus manos.


—Por favor —me ruega mientras respira entrecortadamente.


—Como quieras —digo, simulando entenderla. Pero en realidad quien no lo entiende es mi pene; él está muy necesitado.


—¿Te has enfadado?


—No, ¿por qué piensas eso? Sólo que tus besos son afrodisíacos, y tus tetas... —Las admiro, las tengo a escasos centímetros de mi rostro—. Quiero tenerte —le digo mientras se las cubro; no puedo soportar más esa visión si no voy a poder gozarlas—, pero puedo esperar. Entiendo perfectamente que necesites que nos conozcamos más.


—Gracias por comprenderme. No es fácil tampoco para mí, pero no quiero equivocarme.


—No hay problema, de verdad. —Le doy un beso sonoro en los labios—. ¿Nos vemos mañana en el cumpleaños de André?


Me siento tentado de ofrecerle venir a recogerla, pero me contengo; quiero darle espacio.


—Sí, claro.


Se sitúa en el asiento del acompañante y recompone su ropa. Paso la mano por delante de ella y le abro la puerta, pero antes vuelvo a besar sus labios brevemente; creo que mi subconsciente no se resigna a dejarla ir. Cuando baja del coche, da la vuelta y se para junto a mi puerta a la espera de que baje el cristal. 


—Me ha encantado salir contigo.


—A mí también. Nos veremos mañana —le digo y ella se inclina para darme un último beso a través de la ventanilla.


 Estoy frustrado, pero no se lo demuestro.Paula se aparta y, tras un sutil movimiento de su mano a modo de despedida final, desaparece en el interior de su apartamento.


Voy camino a mi casa. La noche está tranquila, y las calles, bastante despejadas; es un poco tarde, debe de ser por eso. 


Emito un suspiro profundo mientras enciendo el equipo de música; comienza a sonar Love is in on fire, de Italo Brothers. Presto atención a la letra y no puedo dejar de sonreírme: parece una onomatopeya de lo que siento.


Vislumbro que sólo es cuestión de tiempo que sea mía, pero incluso sabiéndolo sigo sintiéndome molesto, y es que creo que el problema es que mi cerebro no piensa igual que el cerebro de mi aparato sexual; sí, creo que es eso: mi pene tiene un cerebro propio y está jodidamente empeñado en enterrarse en el coño de Paula.


Quizá un poco de actividad física a las tres de la madrugada ayude a bajar mi erección.


Definitivamente, eso es lo que haré cuando llegue a casa.













3 comentarios:

  1. Espectaculares los 3 caps. Cada vez se tienen más ganas en especial Pedro jajajajajajajaja

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  2. Geniales estos capítulos! me encanta leer desde el punto de vista de los 2!!! Pedro no da más!!!! Pobre!

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  3. Muy buenos los capítulos!! Me encanta la nove...

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