viernes, 2 de octubre de 2015

DIMELO: CAPITULO 17





No sé por qué me he quedado, aún no entiendo el motivo por el cual todavía estoy sentada aquí.


Lo miro, lo miro un poco más y lo sigo mirando... y entonces me doy cuenta de que sé perfectamente la razón, pero no quiero reconocerla; si no la reconozco, puedo hacer como que no es así. Aunque, por más que lo niegue, por más que no lo diga, lo cierto es que este hombre está volviéndome loca y me atrae muchísimo.


Se acerca y me retira el pelo de la cara. No me dice nada, él también me observa y no aparta la mirada de mí. Creo que también está intentado entender algo.


—Come —me dice con un tono que me pone más a mil todavía; le da un trago largo a su cerveza y continúa comiendo.


«¿Es que acaso piensa ignorarme toda la noche?»


Maldigo todo lo que le he dicho, maldigo no tener la fuerza suficiente para levantarme e irme, maldigo que mi cuerpo haga todo lo contrario de lo que pienso. Me pongo de pie y no levanta la cabeza de su plato.


«¡Aaah, qué hombre más odioso!»


Quiero gritar, quiero salir corriendo de aquí. Sin embargo, me quedo tiesa. Continúo sin entender qué es lo que me detiene.


—¿Dónde está el baño?


Levanta la cabeza, me sonríe, burlón, y sé que sabe que nuevamente no he sido capaz de irme y dejarlo plantado.


—Al fondo. —Señala con la mano y sigue comiendo.


Me voy hacia el baño toda enfurruñada; es el colmo de la descortesía y no creo merecerlo. Allí, me miro en el espejo y me desconozco: no soy una mujer sin carácter, pero Pedro parece habérmelo quitado. Me refresco y salgo; al volver, nos sirven el segundo plato. Ya tengo un nudo en el estómago y no sé si me pasará bocado. Realmente estoy pasándolo mal.


Moja una tempura en salsa tentsuyu y, cogiéndome por sorpresa, me la mete en la boca.


—Crocante y deliciosa, ¿verdad?


Está realmente así, pero no sé qué decir. Estoy desconcertada por lo cambiante que es su estado de ánimo. ¿Será siempre así?


—¿Te gusta? —insiste para que le dé una respuesta.


—Sí, está deliciosa, tal como has dicho.


—Dime, ¿tienes idea de cuándo viajaremos?


—Aún falta conseguir algunos permisos; en cuanto estén, concretaremos y sacaremos los pasajes.


—¿Cuántos días calculas que estaremos fuera?


—Supongo que no serán más de siete. —Me llevo un bocado a la boca y luego le digo—: Tienes razón, se come muy bien aquí.


—¿Has visto?


Pedro, ¿puedo preguntarte algo?


—Dime.


—¿Por qué te has enojado tanto?


Me mira y, cuando creo que me contestará, me dice:
—¿Irás al cumpleaños de André?


—¿Tú irás?


—Sí.


—Le he prometido que acudiré. André siempre organiza buenas fiestas. —Es evidente que no piensa contestarme. Hombre terco.


—¿Hace cuánto que conoces a André?


—Hace... cuatro años, más o menos. Lo conocí en una producción fotográfica para Agent Provocateur, cuando trabajaba como modelo para la marca. Me gustaron tanto las imágenes que me sacaba cuando él me fotografiaba que me lo llevé conmigo cuando creé Saint Clair; se lo robé. A
fecha de hoy es el único que me saca fotos. Salvo en eventos, claro.
»Tendremos que ir a algunos eventos cuando salga la nueva colección, deberemos hacer promoción. Eso te ayudará a ti también a promocionarte. ¿Has pensado en lo que te comenté de buscar un agente?


—No lo he hecho, ya veremos.


Seguimos comiendo; poco a poco nos vamos relajando y la cena se vuelve muy amena; nos reímos mucho, nos damos de comer en la boca... Pedro, cuando quiere, puede ser muy caballeroso y en extremo seductor.


Terminamos de cenar y me invita a tomar una copa en un bar del que nunca he oído hablar, aunque según él es un sitio muy interesante. No deja de extrañarme que, sin ser de París, conozca tantos lugares inusuales; bueno, inusuales para mí, que estoy acostumbrada a ir sólo a sitios de cinco
estrellas... Así era siempre con Marcos: todo locales selectos para VIP. Los lugares a los que me lleva Pedro tienen su encanto; a decir verdad, él tiene su encanto: es diferente, enigmático, decidido y, aunque a veces tenga un carácter muy incívico, creo que me gusta el conjunto de este hombre.


Llegamos a un local sencillo y donde apenas concurren turistas, por lo que me asombra mucho más no conocerlo. 


Es un piano-bar llamado Aux Trois Mailletz y está ubicado en la entrada del barrio Latino, junto a la iglesia de Saint-Severine. Su particularidad radica en que no es un típico bar.


En la planta principal hay una mezcla ecléctica de jazz, ópera, canciones de Édith Piaf... Pero no nos quedamos aquí, sino que descendemos por una escalera de metal hacia un sótano donde la edificación es llamativa: es una cueva con un tablado; los techos abovedados le confieren un aire misterioso y me recuerdan a los arcos de las famosas catacumbas de París. Pedro me guía de la cintura y nos
acomodamos en una mesa apartada. Por primera vez durante la noche, se muestra muy caballeroso: aparta mi silla y espera a que me siente. En ese espacio todo es el mejor estilo latino francés: rumba, sabor y mucho ritmo. Y se nota que se está gestando en el lugar una gran fiesta.


—Espero que te guste el sitio. Es muy peculiar: un cabaret donde los artistas que cantan y tocan en vivo son los mismos empleados a los que seguramente verás también sirviendo las mesas.


Se acerca a mi oído para hablarme y su aliento me produce un hormigueo en todo el cuerpo. Me remuevo sin poder evitarlo y me quito la chaqueta, que cuelgo en el respaldo de la silla. Estamos sentados contra la pared y Pedro ajusta su silla para quedar más cerca de mí. Noto de pronto cómo
mira mi escote sin disimulo, pero no me molesta; a decir verdad, elegí esta camiseta para que lo hiciera.


Comienza el show y diferentes personajes van pasando por el entarimado que está al fondo del local. Cantan temas en varios idiomas y todo se anima muchísimo; se nota que parte de los presentes son clientes habituales. Animados por los ritmos de Latinoamérica, se suben a las mesas y bailan, y
otros cantan a la par de los artistas... Cada uno está en lo suyo, muy divertidos. El ambiente del local es de penumbra, dado que la iluminación procede de las velas de las mesas y de los focos del entarimado. Decidimos tomar postre porque no lo hemos llegado a tomar en el otro sitio, y ambos elegimos una tarta de frutas de temporada.


—¿Te animas a tomar una champán que no sea el que bebes siempre, o prefieres que pida vino?


—Vamos con el champán.


Hoy estoy dispuesta a que todo sea diferente; creo que necesitaba hacer algo distinto con mi vida y de la mano de Pedro lo estoy haciendo.


Cantamos Propuesta indecente. Conocía la canción en la voz de Romeo Santos, pero la versión del cantante que ahora la ejecuta es muy buena.


Él quiere bailar; yo me siento un poco avergonzada y no sé por qué; insiste y, finalmente, me animo. Nos levantamos y nos unimos a los demás, que se mueven al ritmo de la música que nos eclipsa. De pronto me siento muy sensual; esto es adrenalina corriendo por mi cuerpo, y me gusta.


Bailo junto a Pedro, que se mueve también estupendamente. 


Lo cierto es que los ritmos latinos se le dan genial. Me asombra cómo se mueve, me encanta, y sumo algo más a las muchas cosas que estoy descubriendo que me gustan de él.


Me río y en ese momento me coge de la cintura, se acerca a mí y... Estoy ardiendo. De un movimiento, me sube en el banco central y él, sin esfuerzo, aparece a mi lado; no somos los únicos subidos a la tarima, pero así nos lo parece, como si solamente él y yo estuviéramos ahí.


Mientras bailamos, nos besamos y nada importa, nada existe a nuestro alrededor; no dejamos de movernos, esto es verdaderamente muy caliente: el baile es caliente, la canción es caliente..., pero no quiero ir tan deprisa.


«Pedro Alfonso, eres un cohete lanzado por la Nasa. ¿Cómo detenerte? No paras de seducirme.»


Dios, me da vergüenza pensar y sentir así, pero estoy encharcada, y léase este término en todos los sentidos que presenta, porque así es como me siento.


«¿Es esto normal?»


Me desconozco, nunca un hombre me ha puesto las hormonas a pensar tanto.






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