jueves, 1 de octubre de 2015

DIMELO: CAPITULO 15




Voy saliendo de una reunión de último momento, que se convocó para tratar un tema del área de gestión de operaciones. Necesitamos encontrar un nuevo proveedor de materia prima, porque el que normalmente nos sirve ha tenido un problema y no podrá cumplir con todo el pedido que le hemos hecho; el proveedor alternativo al que acudimos siempre en estos casos no cuenta con la cantidad
suficiente, algo inverosímil, y eso hace que peligre poder llegar a tiempo con la producción de la próxima colección.


Suena mi móvil y miro la pantalla; no tengo registrado el número y, por lo general, no cojo ninguna llamada de desconocidos, pero espero la llamada de Pedro y, aunque me parece poco probable que sea él, atiendo.


—Hola, Paula, soy Pedro.


Quería decirle que no es preciso que me aclare quién es, porque ya he reconocido su voz apenas ha dicho «hola», pero no lo hago.


—Llámame en diez minutos, por favor, ahora salgo de una reunión; dame tiempo para llegar a mi despacho. —No quiero que nadie me oiga hablando con él. El corazón me late muy fuerte y de inmediato aprieto el paso.


—Perfecto.


Ambos colgamos; guardo su número en mi móvil y trato de despedirme rápido de todos los que están allí. Salgo de la sala de juntas y camino directa a mi despacho; ando lo más rápido que puedo considerando que estoy subida a unos tacones de dieciocho centímetros, pero eso no es mayor
impedimento. Cuando llego a la antesala de mi despacho, me encuentro con la becaria contable, a la cual he llamado para que me asista en un tema de análisis que quiero terminar con urgencia.


—Fanny, ¿puedes esperarme unos instantes? Enseguida veremos eso. Sírvele un café o lo que quiera mientras me espera —le indico a Juliette.


—No hay problema, vaya tranquila.


Entro en el despacho y ellas se quedan cotilleando; en otro momento no lo hubiera permitido, porque detesto que la gente esté ociosa; tareas hay de sobra en la empresa. Pero ahora mi prioridad es otra, así que ni me preocupo por ellas. 


Me siento en el sofá e intento inspirar y expirar con calma
mientras miro la pantalla de mi móvil, esperando que él vuelva a llamar.


—No es posible que esté tan ansiosa —digo en voz alta con el fin de regañarme por el estúpido momento que estoy viviendo.


De pronto mi teléfono empieza a sonar en mi mano y leo el nombre de Pedro; dejo que suene unas cuantas veces y, tras respirar profundamente, atiendo:


Pedro, disculpa que antes te haya cortado.


—No te preocupes, entiendo perfectamente las actividades de un gerente general.


—No has tardado en conseguir mi teléfono —apunto con un poco de sorna.


—Conseguirlo ha sido como un juego de niños, tendrías que haberme puesto un obstáculo más difícil. —Una oleada de risas se oye a ambos lados de la línea; no me importa que me perciba relajada; a decir verdad, no me importa nada.


—Tal vez no quería ponerte uno muy complicado.


—¿No confías en que hubiese podido superarlo?


—Creo que eres muy hábil, Pedro, pero debes saber que no todo será tan fácil como conseguir mi teléfono.


—¿Ah, no? Conseguir un beso tuyo tampoco fue una tarea muy difícil.


—No presumas tanto. Te lo puedo poner verdaderamente complicado, no me subestimes.


—No lo hago; créeme, sé que tienes tendencia a ser un poco estirada.


—Esa apreciación no ha sido muy caballerosa.


—¿No te gusta que te digan la verdad?


—No tengo problemas en oír la verdad, pero me molesta cuando la verdad viene de un hombre que es un completo capullo.


—Qué mal concepto tienes de mí, mira que puedes equivocarte.


—Tendrás que esforzarte por demostrármelo.


—No hay problema, puedo refutar tus palabras y espero que tú también puedas refutar las mías.


—Veremos... No siempre soy estirada, sólo lo soy con quien se lo merece.


—Uf, tiene un lenguaje muy agudo, señorita Chaves. Tu lengua parece muy diestra.


Me río en silencio. Sé lo que intenta insinuar; es un insolente, pero me encanta que sea así de desvergonzado. 


En este momento estoy imaginando su cara de provocador, con ese pelo revuelto que le da un aire de recién follado. 


¿Qué pinta tendrá recién follado? ¡Basta, Paula!, céntrate en la conversación y deja tus pensamientos a un lado, demuestra que tienes un poquito de recato.


—He aprendido que una respuesta corta y directa, al grano, surte más efecto que una larga y poco concisa.


Se ríe sonoramente porque sabe que he esquivado su insinuación. Pero él parece no tener fin en sus indirectas.


—¿Y qué más sabes hacer con tu lengua? Digo, además de hablar y besar, ¿sabes hacer otra cosa?


Maldito pervertido, no tiene un ápice de respeto.


—Sé hacer muchas cosas... Lamer un helado, degustar una copa de Dom Pérignon, saborear un excelente plato de tempura.


—¿Puedes esta noche?


—Ven a buscarme a las ocho y media por mi casa.


—Genial, allí estaré. Vístete de forma sencilla.


—¿Cómo?


—Que tu ropa sea casual; iremos a un lugar sencillo, pero donde podrás comer la mejor tempura que hayas probado en tu vida.


—Gracias por avisar cómo debe ser mi atuendo, eso es muy caballeroso.


—¿Has visto? Sé cómo serlo.


—Espero que esta noche te comportes como tal.


—Puedo ser el hombre más respetuoso del universo, si eso es lo que esperas. ¿Eso es lo que quieres?


Me quedo callada, pues no se me ocurre nada ocurrente que responder: lo que me ha preguntado me ha dejado sin habla. 

Quiero decirle que no, pero él va muy rápido y yo tengo que mostrar un poco de cordura en mis emociones. No estoy dispuesta a revelarle que me muero por probarlo íntegro,
aunque creo que él ya lo sospecha y por eso su atrevimiento no tiene límites.


—¿Sigues ahí?


—Te espero a las ocho y media, sé puntual.


Corto la llamada como mecanismo de defensa, y me siento débil; su lujuria hace que pierda todo mi sentido común y que lo desee como hace mucho que no deseo a ningún hombre.


—Marcos. —Su nombre sale de mi boca como un claro deseo de lo que no quiero más en mi vida y en ese instante no puedo dejar de pensar en lo estancada que había estado nuestra relación, hasta el punto de haber perdido todo interés en él.


Pedro vuelve de inmediato a mi pensamiento, y su recuerdo me provoca un cosquilleo en todo el cuerpo que me hace estremecer. Recuerdo de pronto que fuera me espera la becaria, y es absolutamente necesario que deje mis pensamientos voluptuosos de lado y me ponga a trabajar.


La puerta se abre en ese instante y, como un torbellino, aparece Marcos en mi despacho.


—Monsieur Marcos, déjeme anunciarlo.


Alcanzo a oír cómo mi secretaria intenta detenerlo, en vano porque él ya está dentro.


—Está bien, Juliette. —Mi secretaria cierra la puerta y desaparece.


—¿Qué haces aquí? —No tengo ganas de verlo.


—Las preguntas las hago yo.


Lanza una revista sobre mi escritorio y me dice de una forma nada agradable:
—¿Qué mierda significa esto?


—No sé de qué estás hablando.


La coge de nuevo y me la pone delante de los ojos para que la vea.


—De esto estoy hablando —dice mientras, ofuscado, golpea la publicación con la otra mano.


Fijo mi vista en el ejemplar de una de las revistas de cotilleo de Francia y veo una foto en la que salimos Pedro y yo en los jardines de las Tullerías; en ella, él me tiene contra su pecho y rodea mi cintura con su mano.


«Mierda.»


Leo rápidamente el título del artículo: «La nueva conquista de Paula Chaves es la cara de la próxima campaña de Saint Clair».


Me siento en mi sillón y, con aire despreocupado, le digo:
—No tengo por qué darte ninguna explicación, tú y yo hemos terminado.


Tira la revista contra los ventanales que hay detrás de mí y me sobresalto.


—Paula, no me jodas. ¿Hemos terminado? ¡Y una mierda!


Rodea el escritorio, me coge por el brazo y me pone en pie sin ningún esfuerzo. Con su otra mano, me coge por el mentón y me habla muy cerca. Puedo ver y sentir la tensión en su cuerpo.


—¿Qué coño tienes con ese estúpido modelito?


Lo aparto de mí y lo fulmino con la mirada.


—Primero, nunca más te atrevas a tratarme así —le advierto levantando el índice—. Segundo, no tengo por qué darte explicaciones: tú y yo cortamos, y la decisión la tomaste tú.


—¿Dónde lo conociste? ¿Cuánto hace que te está follando?


Le doy una bofetada; me ha sacado de mis cabales. ¡¿Cómo puede insinuar algo así?! Me agarra por una muñeca e intenta besarme, pero me resisto.


—¡Basta, Marcos, basta! ¡Por Dios, no te comportes como un cerdo!


Me abraza.


—Te amo, Pau.


Yo no le contesto; él se aparta y se pasa las manos por el pelo. Siento un poco de piedad por él y le digo:


—Marcos, esa foto no es lo que parece, te juro que jamás te he engañado. Mientras hemos estado juntos, siempre te he sido fiel, y me duele que pienses lo contrario. No voy a explicarte esa foto porque no merezco que desconfíes de mí. Pedro es sólo el modelo de la próxima campaña.


—Me ves cara de estúpido, ¿no? Ahora entiendo por qué tanto desinterés... Ya tenías algo con él —afirma, entrecerrando los ojos—. Te aseguro, Paula, que ni tú ni nadie se burla de mí. Atente a las consecuencias.


Tras lanzar la amenaza, da media vuelta y sale de mi despacho dando un portazo que me hace estremecer. 


Superada por el desagradable momento, me siento en el sillón de directora y apoyo los codos en el escritorio mientras me cojo la cabeza. Sé positivamente que los gritos se han escuchado desde fuera; me levanto y cojo la revista que está tirada en el suelo de cualquier manera y la pongo en uno de los cajones del mueble. Antes de cerrarlo, miro la foto de la portada, donde se ve a Pedro abrazándome; suspiro mientras nos observo y luego lo cierro.


Vuelvo a mi sitio tras el escritorio e inmediatamente me cubro de un manto de dignidad; a continuación, le indico a Juliette que haga pasar a la becaria.



****


Son las ocho y ya estoy lista, esperándolo. Me dijo que me vistiera casual y pensé que sería fácil elegir la ropa, pero la verdad es que se volvió una tarea mucho más complicada de lo que creí en un principio. Me cambié cuatro veces, pues nada me convencía; quería estar sencilla pero sexi y nada me parecía adecuado para la imagen que quería dar. 


Finalmente, me decidí por unos pantalones blancos
desgastados en la rodilla, una camiseta blanca sin mangas muy ajustada, con un escote redondo que tiene una fisura en el medio y deja ver el valle entre mis senos, y de abrigo, una cazadora de cuero de color blanco. En los pies llevo unas botas cortas de color suela que combina con el de mi bolso.


Estoy ansiosa; tengo la boca seca, así que rápidamente cojo una botella de agua y me la bebo completa. A la hora acordada, suena mi teléfono.


—Estoy fuera.


—Entra, te abro el portón; ve en línea recta hasta la rotonda y luego gira a tu izquierda hasta el final de la calle, te esperaré en la puerta.


Corto la llamada y le abro; luego, a toda marcha, paso por el baño para retocar mi brillo labial, que seguro que se me ha borrado al beber el agua. Inspiro profundamente, ahueco mi cabello para separar las mechas y me dirijo a la puerta.








2 comentarios: