jueves, 1 de octubre de 2015

DIMELO: CAPITULO 14





«Supongo que conseguir su teléfono será fácil, no parece ningún problema.»


Continúo repasando el beso que nos dimos; sé que le gustó, y sé también que huyó porque tuvo miedo de no saber frenar la situación. No puedo evitar un ataque de risa: me había propuesto ignorarla y he terminado haciendo todo lo contrario; no importa, al fin y al cabo ha salido bien.


Esa mujer me hace perder el control. Pienso una vez más en lo que ha ocurrido y me pregunto si no ha sido todo demasiado precipitado, dado que tenemos que trabajar juntos. Debí haber esperado a que nos conociéramos más, porque no será bueno que se confunda. Cuando comencé con esta seducción, creí que ella tenía el poder, y eso me fascinó, pero enterarme de que acaba de concluir una
relación cambia las cosas.


Yo sólo quiero pasarlo bien, divertirme; no soy el típico hombre que seduce a mujeres y se aprovecha de la situación haciendo leña del árbol caído. Pero me temo que es lo que he hecho con Paula. En estos momentos es vulnerable, y siento que estoy aprovechándome de esa
circunstancia. El mayor problema es que me gusta demasiado; aunque intente negarlo... me pone a mil, y no puedo parar. Me froto la cara con las manos y me siento en la cama mientras comienzo a desvestirme. A veces es bueno comerse el orgullo masculino y dejar pasar el momento, pero no es mi caso.


«¿Por qué mierda no habré podido contenerme?»


El deseo por probarla no me ha dejado medir las consecuencias de mis actos, y saber que su ex la ronda nuevamente ha hecho que actuara como un gorila marcando el territorio; sólo ha hecho falta un momento para perder el control.


Pero ¿qué estoy pensando? He hecho lo que cualquiera habría hecho al tener la más mínima oportunidad. Después de todo, en el instante en que ha querido apartarse, se lo he permitido. Ella podría haber detenido el beso, pero tampoco lo hizo; por el contrario, lo siguió, así que eso significa que Paula también lo deseaba. ¿Se habrá arrepentido ahora que seguro que lo ha pensado en frío?


Otra vez estoy analizando las cosas antes de que pasen, maldita costumbre. Y condenada mujer, que hace una semana que me tiene con la cabeza enmarañada.


Miro el reloj, hace más de media hora que he llegado y sigo dándole vueltas al asunto como si fuera un adolescente estúpido e indeciso. No tengo nada de qué arrepentirme: la he besado, me ha besado, y luego me ha hecho saber que quiere más. Sólo tengo que tirármela una vez y así dejaré de
desearla. Me quito los pantalones y toco mi apéndice por encima del bóxer; mi pene, con sólo pensar en ella, se descontrola. Tengo que calmarme, no puedo vivir masturbándome mientras imagino que me la follo.


No he pasado una buena noche; en mitad de la madrugada me he despertado sudado y soñando con Paula. En mi sueño, le levantaba el vestido negro que llevaba puesto el día que la conocí y me ocupaba de ella con mis manos sosteniendo su culo. Volver a dormir me ha costado exactamente contar cien veces las vigas del techo.


Es viernes por la tarde. Obtener el teléfono de Paula es mi objetivo, así que me dispongo a hacerle una visita a mi amigo André para buscar la forma de conseguirlo, pero no se me ocurre cómo sin pedírselo.


Llego con la excusa de ofrecerle mi ayuda para la fiesta que dará mañana con motivo de su cumpleaños, pero me dice que ya está todo organizado. Continuamos conversando un rato más; el maldito está henchido de orgullo y no hace falta que me diga por qué: seguramente se ha follado toda la noche a la diseñadora y ahora se siente el amante perfecto.


Cuando menos me lo espero, me hace un comentario:
—¿Qué sucede entre tú y Paula?


—Nada, ¿por qué? —Intento poner cara de desinterés.


—Para no pasar nada, ayer en casa os reíais con demasiada complicidad.


—Trabajaremos juntos, eso es todo. Procuramos crear un clima de cordialidad; después de cómo nos conocimos, creo que es lo más lógico.


—Nunca he visto así de cordial a Paula con ninguno de los modelos con los que trabaja.


—Debe de ser porque soy tu amigo. —Hace un gesto considerándolo, pero como soy muy bocazas, no me aguanto y la cago preguntando—: ¿Qué sabes del tal Marcos?


—¿Por qué te interesa el novio de Paula?


—Curiosidad. —Quiero decirle que él ya no es su novio, pero me callo.


—Es un riquillo exótico que se lleva el mundo por delante y va por la vida haciendo alarde de la fortuna que amasó su padre. El papá es uno de los directivos de la compañía aérea XL Airways France.


«Competir con su poder adquisitivo es imposible, pero me sé varios trucos que siempre me dan buen resultado con las mujeres. Tengo confianza en mí.»


—¿Cuál es su apellido?


—Poget, Marcos Poget.


Alucino al descubrir de quién se trata y lanzo un silbido tras calcular la riqueza de la familia Poget, a la que conozco muy bien.


—¿Y lo llamas riquillo? Esa gente atesora una de las mayores fortunas de Francia; creo que hasta han salido en Forbes y en Wall Street Journal.


—Lo sé, pero Marcos no me cae bien, no he conocido en mi vida a tipo más presumido.


—Por lo visto a ella también ha dejado de caerle bien, ya no está con él —se me escapa, pero es tarde para arrepentirme; da igual, tarde o temprano se iba a enterar.


—¿Cómo que no está con él?


—Tengo entendido que han roto, no lo comentes.


—Vaya, qué bien informado estás. —Le hago una caída de ojos, asintiendo—. Entonces, eso significa que tienes vía libre.


—Paula es muy hermosa, pero no es mi tipo y creo que yo tampoco soy el suyo.


—A otro con ese cuento... He visto cómo os miráis cuando creéis que el otro no lo ve. Pero no creo que sea mujer para aventuras... o bien es muy discreta, porque nunca le he conocido ninguna antes de estar con Marcos. Ah, espera: sé que antes salía con un médico de su ciudad; Paula es de Montpellier.


—Montpellier, conozco la ciudad, hace muchos años viví allí. ¿Qué tal tú con la diseñadora?


—Hace mucho que nos teníamos ganas, pero no nos decidíamos. Lo cierto es que lamento el tiempo que he perdido. Estela me gusta bastante y me asusta un poco lo que estoy sintiendo.


—Guau, no esperaba oír esto tan pronto. Cuando nos reencontramos me dijiste que las mujeres sólo eran un momento agradable en tu vida; las describiste como uno más de tus pasatiempos.


—Ya ves, hay veces que uno termina siendo esclavo de sus propias palabras. Estela está rompiendo mis esquemas, me paso todo el tiempo pensando en ella.


«Te entiendo, amigo, presiento que me está pasando lo mismo con su amiga: se está volviendo una obsesión en mi vida, y aún no sé cómo voy a conseguir su teléfono.»


Me encuentro de pronto asintiendo con la cabeza y cavilando mientras lo escucho.


De pronto André se disculpa para ir al baño y yo me siento el ganador de la lotería. En ese instante quiero pegar brincos, porque veo la oportunidad perfecta al alcance de mis manos: sólo debo actuar muy rápido. André ha dejado su móvil sobre la mesilla, así que, tan pronto como se aleja, lo pillo y ruego para que no tenga ningún bloqueo con contraseña; velozmente, deslizo el dedo sobre la pantalla y se desbloquea.


—Es mi día de suerte.


Abro el WhatsApp, busco el número de Paula, me envío el contacto a mi teléfono y luego borro el mensaje. Con apremio, vuelvo a dejarlo todo como estaba.


André regresa, pero ya no lo escucho, lo único que oigo es mi corazón, que galopa fuerte de ansiedad. Quiero salir de aquí y llamarla.


Pongo una excusa, la primera que se me ocurre, y me marcho. Nada más entrar en mi coche, busco el número de Paula y la llamo.


«¡¡¡Dios mío, qué jodido estoy!!!»






No hay comentarios.:

Publicar un comentario