jueves, 1 de octubre de 2015

DIMELO: CAPITULO 13




Cuando regresa de hablar por teléfono Pedro no es el mismo: está tenso, incómodo, hasta podría decir que preocupado; incluso refunfuña, aunque parece no darse cuenta.


—¿Todo va bien, Pedro? —le pregunta André, quien, sin duda, también ha percibido su cambio de humor.


Sí, todo en orden.


Yo continúo concentrada en un álbum de fotos que me ha enseñado André; es de sus primeros trabajos. No levanto la vista para mirarlo, pero sé que, si lo hago, su cara no se ajustará al color que ha intentado imprimirle a su voz. Estela se va hacia el baño y André, en ese momento, va en busca de más champán. Considero que es el momento adecuado, así que cierro el álbum y lo miro durante unos instantes.


—Háblame de Lyon —digo iniciando una conversación con él.


Está sentado en el rincón del sofá que forma una ele, se ha puesto un almohadón detrás de la espalda y permanece sentado con las piernas recogidas en posición de indio mientras pasea su visa intimidante por toda mi persona. 


Tiene los brazos cruzados y las manos bajo las axilas; está
incorregiblemente sexi, escandaloso. Separa los labios y comienza a hablar pausadamente:
—Vivir en Lyon es muy diferente de vivir en París; aquí todo es más cosmopolita. Aunque también resulta una ciudad muy turística, te aseguro que no tiene nada que ver con esta vida: allí todo es más apacible, la gente es distinta... Los lioneses son más cerrados que los parisinos y, si no
perteneces a su círculo, es un poco difícil hacer amigos.


—Tú no pareces así.


—Quizá sea por mi trabajo; he viajado mucho y puede que eso haya moldeado mi carácter. Sin duda, he absorbido otras costumbres.


—Viajabas mucho... —Asimilo lo que me ha dicho, pero quiero saber más—. ¿A qué te dedicabas?


—A la comercialización: le daba impulso a los negocios de la empresa en la que trabajaba.


—¿Y qué pasó con tu empleo?


—La empresa quebró, lo liquidó todo y dejó de funcionar.


—Pero supongo que habrás tenido una amplia cartera de clientes a tu cargo. ¿No has podido encontrar un empleo entre ellos?


—Es complejo. Cuando estás en la cima, es fácil que todos quieran estar junto a ti, pero cuando pierdes altura, todos se olvidan de que existes. Entonces te das cuenta de que tus amigos no son tus amigos: son amigos de tu éxito, pero no de tus fracasos.
»Por eso vine a París, en busca de nuevas oportunidades.


—Entiendo. Pero has terminado de modelo.


—Estoy en una etapa en mi vida en la que no descarto nada; cada oportunidad puede ser la indicada y, aunque estoy seguro de que ser modelo no es lo mío, intentaré divertirme, y ganaré tiempo mientras surge otra cosa. De todas formas, estoy entusiasmado, quiero hacerlo bien; siempre que emprendo algo me involucro para hacerlo perfecto, para dar el cien por cien, así que me tomaré esta tarea con mucha responsabilidad y compromiso. Soy bastante riguroso y exigente conmigo mismo.


Lo escucho a medias, porque me he quedado pensando en lo que me ha dicho antes.


—Por eso te fuiste de Lyon, para alejarte del fracaso que suponía dejar de brillar en lo que hacías —expreso aseverando que es eso lo que pienso—. No alcanzo a comprenderlo del todo, pero presiento que te culpas por algo.


—Eres muy sagaz.


Sonrío con dulzura; él también lo es, pero no se lo diré.


—¿No has pensado que, tal vez, no estás consiguiendo tus objetivos porque no tienes la actitud correcta?


—Es posible que tengas razón.


—Sin embargo, para conseguir el contrato con Saint Clair no te has mostrado endeble.


—En París apuesto por encontrar nuevamente mi camino, así que estoy decidido a que las frustraciones se queden en Lyon. —«Cómo decirte que me siento el más fracasado de todos, cuando acabo de venderte otra imagen. No puedo contártelo, no puedo decirte que soy un fiasco. Creo que el
incentivo, ese día, fue conocerte en ese choque; eso me dio un chute de energía, para demostrarte que soy el mejor. Presumo que has sido mi incentivo.»


—Hoy, con los periodistas, tampoco titubeaste.


—Soy buen negociante, seguro que eso ayuda.


Noto cómo, poco a poco, va cambiando su actitud y vuelve a ser el Pedro chispeante de cuando llegó.— Entonces, si sólo harás esta campaña como modelo y luego apuntarás a tu verdadera profesión, no lo olvides a la hora de presentarte a un puesto.


—Gracias por el consejo. —«El problema es otro, pero tú no lo sabes, preciosa.»


—Aunque, si decides seguir en esto, déjame aconsejarte: deberás buscarte cuanto antes un agente, porque, créeme, si algo sé de este mundo es que esta campaña que harás te catapultará al estrellato. Te buscarán de muchas marcas para que seas su imagen.


—¿Eso crees?


—Estoy convencida, Pedro, sé lo que digo. Podrías ganar mucho dinero trabajando en esto. André vio esta veta en ti y por eso te trajo conmigo. Frente a la cámara te transformas en muchas personalidades con asombrosa facilidad: en un momento eres el amante patético abandonado; en otro, eres ese engreído que, con una sola mirada, puede persuadirte de que asaltes un banco... Tienes un cuerpo armonioso, lo sabes, y sé que te cuidas mucho para tenerlo así. Hoy has contado que haces deporte diariamente, que practicas artes marciales.


Descruza los brazos y flexiona las rodillas, cogiéndoselas mientras se acerca un poco más para hablarme.


—Antes maquillé un poco la historia. En realidad lo hago como forma de vida: el deporte me ayuda a dejar de pensar; a veces mi mente no descansa, y encontré el equilibrio necesario en la actividad física.


—No cabe duda de que eres un gran negociador, porque hoy has dicho exactamente lo que la gente quería oír.


Seguimos conversando un rato más. Estela y André han desaparecido después de traer más champán; creo que están en el jardín, besándose bajo las estrellas.


—Bueno, ya he hablado mucho de mí, ¿qué hay de ti?


—Lo que ves —le digo, encogiéndome de hombros—. Tengo una empresa de moda que está en ascenso; cuando la fundé, ya era conocida en este sector, pero no en el mundo empresarial. En ese entonces acababa de graduarme en el Máster en Comercio Internacional de la HEC de París y,
como me iba muy bien en lo que hacía, sin apartarme del todo del mundillo de la moda, decidí ponerle mi cara a mi propia marca. Mi amiga trabajaba en ese momento para una compañía que se dedicaba a confeccionar prendas para el mercado de masas, y le propuse crear una línea de prêt-àporter y otra de alta costura; la seduje de inmediato, porque es obvio que en esto ella puede mostrar su verdadero talento. Así es como formamos este equipo que hoy somos, al principio ella en lo que sabe hacer y yo en lo mío, y entre las dos fuimos conformando un grupo de trabajo de élite; los
resultados saltan a la vista.


—Y... ¿qué hay de la Paula mujer? Porque me acabas de hablar de la empresaria, de la fachada fría que levantas tras tu escritorio de directora, pero... yo preguntaba por la otra Paula, la que eres en la intimidad.


—Yo no te he preguntado por tu intimidad.


—Puedes preguntarme lo que desees, adelante.


Me quedo pensando en su ofrecimiento y decido aceptarlo, aun a riesgo de tener que contestar luego yo.


—¿Tienes novia?


—No. —Afirmando lo que me dice, sacude la cabeza y se sonríe; creo que he sido demasiado directa. —Tú sí tienes novio.


Lo miro intensamente a los ojos y, no sé por qué razón, decido sincerarme, aunque no lo hago del todo:
—No estamos bien.


—Pero seguís juntos.


Pedro no está dispuesto a ponérmelo fácil y yo he abierto la puerta, ahora tendré que contestar.


Suspiro profundamente, exhalo de forma sonora y le digo:
—No.


Antes de decir nada, asiente con la cabeza. Luego suelta:
—¿Todavía le quieres?


Mi móvil, que está sobre la mesa, comienza a sonar y en la pantalla aparece la foto de Marcos.


Ambos miramos hacia el aparato.


—¿No vas a contestar?


—Creo que no.


Continuamos mirando la pantalla hasta que el sonido de la llamada cesa. Pero Marcos vuelve a la carga.— Será mejor que respondas, parece que seguirá insistiendo. Yo lo haría si fuera él.


Sus palabras producen el efecto justo que él quiere; lo imagino insistiendo por mí, y anulo a Marcos de mi cerebro. 


En realidad, Pedro es quien lo anula. Miro el teléfono y sé que no quiero hablar con Marcos, pero también tengo claro que no dejará de llamar hasta que lo atienda.


—Hola, Marcos.


—Te extraño.


Eso es lo que menos esperaba oír. Me quedo en silencio; realmente, que me haya dicho eso, no me produce nada.


—¿Me oyes?


—Sí, sigo aquí. —Le hablo en un tono indiferente. Siento la mirada de Pedro sobre mí, pero no me siento incómoda, sólo deseo terminar la conversación con Marcos para continuar hablando con él.


—¿Tú no me extrañas?


—Lo siento.


No quiero mentirle: en estos días he entendido que lo quiero lejos de mí; me asfixia, todo el tiempo me reclama atención y nada de lo que le doy parece ser suficiente, y no puedo ofrecerle más, no me nace. La llamada se corta y el clima se enrarece. Pedro permanece callado, coge su copa y le da
un sorbo; en ese instante advierte que la mía está vacía y ofrece servirme.


—Sí, por favor.


Bebo de un tirón casi el contenido completo.


—¿Estás bien?


—Mejor que nunca. —Quiero retomar el clima amistoso que teníamos antes de la interrupción —. ¿Te gusta oír música, Pedro? ¿Qué música escuchas? —Resuelvo cambiar de tema y no permitir que Marcos me arruine la noche.


—Me gusta mucho la música latina, pero escucho un poco de todo, hago siempre selecciones muy variadas. Sin embargo, cuando practico deporte, elijo algo con mucho ritmo, para motivarme.


—También escucho música de todo tipo, pero es cierto que la música latina tiene buenos sonidos; me gusta la salsa, la bachata, el pop latino...


Nos perdemos en la conversación hablando de todo un poco; cualquier tema parece interesante y nosotros nos encargamos de hacerlo inagotable. También conversamos sobre arte; en cierto momento recuerdo que le gusta Kandinski y que me asombró cuánto conoce su obra.


—Creo que es tarde, mejor me voy; además, presiento que André y Estela deben estar rogando que nos vayamos.


Nos carcajeamos y él me da la razón.


Nos ponemos de pie y empezamos a descender. Busco mi chaqueta y Pedro se adelanta para ayudarme a ponérmela. 


Me alcanza el bolso, que había quedado sobre uno de los sofás y luego coge su chaqueta y también se la coloca.


Nuestra intención es salir al jardín para despedirnos, pero dudamos un poco antes de hacerlo, porque André y Estela son todo manos, besos... y nada existe alrededor. Nos reímos por el momento que viven nuestros amigos y abrimos sólo una rendija de la puerta para, desde lejos, decir adiós. 


Sin esperar a que nos respondan, nos marchamos.


Ya en la calle, nos damos un beso en la mejilla.


—¿Tu automóvil?


—Está a la vuelta; cuando llegué no había sitio para aparcar.


—Te acompaño, es tarde.


—Gracias.


Caminamos en silencio y acompasados hasta llegar a mi coche; cuando estamos cerca, acciono el mando de la alarma y, cuando estoy a punto de abrir la puerta para introducirme en el interior, Pedro se apresura para abrir él. 


Con actitud irreverente, deja la otra mano apoyada en el techo de mi coche, dejándome atrapada entre su cuerpo y la carrocería de mi vehículo. Se acerca peligrosamente a mi
mejilla y me huele, rozándome con la punta de su nariz. Yo tiemblo, no puedo moverme... y tampoco quiero. Luego mueve la mano con la que sostiene la manija de la puerta y me coge de la cintura, fijándome a su cuerpo. No me pide permiso, se adueña de mis labios y los besa, salvaje,
descontrolado; mueve la cabeza a un lado y a otro, mientras introduce su lengua en mi boca. No me amilano, el corazón me late vertiginoso pero salgo al encuentro de su lengua con la mía; me gusta el sabor de su boca, sabe fresca, aún le quedan rastros del sabor del Dom Pérignon. Su lengua es diestra y siento de pronto su otra mano, que me coge por la nuca para impedir que mi boca se separe de la suya; sigue besándome, sigue hurgando en mi boca y creo que voy a ahogarme por falta de oxígeno, Pedro me quita el aliento. 


Pega aún más su cuerpo al mío y el martilleo incesante de nuestros corazones se confunde. De pronto se aparta, me mira la boca, la cual supongo que debe de verse bastante enrojecida por el ímpetu de su beso, se acerca y me muerde el labio inferior, lo tironea dejándolo entre sus dientes mientras respira descompasado. Palpo la manija y abro la puerta del coche, y creo que entiende que quiero marcharme; entonces me suelta, lame mis labios antes de
dejarme ir y aparta sus manos de mi cuerpo para permitirme entrar en el coche.


En silencio, me subo al coche y, trémula, lo pongo en marcha. Estoy bloqueada por lo que acaba de ocurrir. Tiro el bolso a un lado y busco el cinturón de seguridad; tardo en dar con la ranura para abrocharlo. Estoy temblando. No quiero darme la vuelta, no quiero mirarlo, sé que está ahí todavía porque lo veo por la ventanilla con el rabillo del ojo, pero me niego a girar la cabeza. Pongo la primera marcha y salgo, pero aprieto el freno cuando sólo me he alejado veinte metros. Me como la cabeza y sé que lo que voy a hacer es una locura, lo sé incluso antes de hacerla. Abro la puerta del
coche mientras me quito el cinturón, bajo tan sólo un pie y expongo mi cuerpo fuera mientras me sostengo del marco de la puerta. Lo miro a los ojos; tiene las manos en los bolsillos del pantalón, me está observando, y tengo ganas de salir corriendo para volver a probar su boca... Lo cierto es que me tiraría encima de él sin pensarlo, pero me contengo.


—Acepto salir a cenar; llámame y lo arreglamos.


Me meto nuevamente en el automóvil y arranco a toda prisa, pero alcanzo a oírlo cuando me grita.


—No tengo tu teléfono.


Saco la cabeza por la ventanilla y le grito sin detenerme:
—Demuéstrame lo imaginativo que puedes llegar a ser. Consíguelo, pero no se lo pidas a nadie porque no quiero que nadie se entere de que saldremos, o chao cena.


Llego a mi casa y aún no termino de asimilar lo que ha ocurrido. Si Estela se enterara, se moriría de la risa a mi costa, porque he hecho todo lo contrario de lo que le dije que haría. No estoy dispuesta a que alguien se entere, quiero mantenerlo en secreto. Estudio mi estado de ánimo y
concluyo que me siento bien, renovada. Me toco los labios una vez más; así he estado todo el camino, rozando mis labios mientras rememoraba el beso. Entro en mi dormitorio y voy directa al espejo, me miro acercándome a él y fijo la vista en mi boca.


Pedro... Pedro... Pedro...


Repito su nombre varias veces para probar ese sonido en mi voz; compruebo que me gusta cómo suena, me gusta nombrarlo y descubro que quiero familiarizarme con su nombre. Quiero conocerlo







No hay comentarios.:

Publicar un comentario