viernes, 11 de septiembre de 2015

MARCADOS: CAPITULO 8




La bodega estaba a la temperatura ideal, casi trece grados, el sábado por la tarde. Apartada del resto del viñedo, reinaba un silencio total. Pedro buscó entre los botelleros hasta encontrar lo que quería, un Pinot Noir y un Merlot. Era incapaz de quitarse de la cabeza el encuentro con Paula de aquella mañana. Iba a ser fiel a su palabra. Iban a hablar.


La pesada puerta de madera de la bodega crujió y Pedro se sorprendió al ver entrar a su padre.


–Creía que te habías retirado por hoy –a menudo su padre cenaba en su habitación y ya no salía.


–Estaba hablando con Leonardo sobre la cosecha de este año. ¿Qué tal te fue la reunión?


–Bien. Creo que la empresa de marketing con la que hablé es lo que necesitamos. Van a empezar a construir nuestra marca en las redes sociales, aparte de la publicidad tradicional.


–Construir nuestra marca –bufó Hector–. Nuestra marca existe desde hace setenta años.


–Sí, pero hoy en día se trabaja de otra manera. Se intenta llegar al mayor número de personas.


–Adelante entonces, si crees que entran dentro de nuestro presupuesto para publicidad.


–¿Qué haces aquí abajo tan tarde? –preguntó Pedro.


–Elegir el vino que quiero para la fiesta del fin de semana que viene.


Todos los años, en junio, su padre celebraba una fiesta en honor de los viticultores, vecinos y cualquier contacto que le pareciera de utilidad. Era una fiesta de gala en todos los sentidos.


–¿Una fiesta privada? –Hector contempló las botellas que llevaba su hijo.


–No –¿qué podía decir?–. Es para una cata privada. Paula nunca ha probado los vinos Raintree.


–Si le dedicas demasiada atención –Hector frunció el ceño–, no va a querer marcharse.


–¿Atención? –solo vamos a charlar un poco y tomar una copa de vino.


–¿Cómo sabes que no es una cazafortunas?


–No empieces –Pedro suspiró.


–Está pasando apuros y quizás esté más que dispuesta a tomar lo que se le ofrezca, incluso tú.


–¿Tan buen partido me crees? –él intentó bromear.


–Cualquier mujer desearía la herencia que tendrás –como de costumbre, Hector no bromeaba.


–A Paula no le interesa mi herencia –ni siquiera estaba seguro de que le interesara él.


–Sería una estúpida si no fuera así. ¿Cuánto tiempo va a quedarse? ¿Te lo ha confirmado?


–Puede que tenga que quedarse un poco más de lo previsto –admitió Pedro tras un momento de duda–. Puede que se retrase el pago del seguro.


–¿Por qué?


–La hipoteca era muy elevada y también tenía una deuda. La compañía de seguros está investigando el incendio.


–Y tú insistes en que no es una cazafortunas –murmuró Hector.


–Es una madre soltera atrapada en una situación que escapa a su control. Hasta mañana.


Pedro no estaba dispuesto a comenzar una discusión sobre Paula. Por experiencia sabía que su padre no cambiaba nunca de parecer. En los últimos dos años había aprendido a mantenerse firme y con Paula no iba a hacer ninguna excepción.



*****


Cuando diez minutos más tarde Pedro llamó a la puerta de la cabaña, no sabía qué se encontraría. Emma podría estar acostada, o todavía no. En cualquier caso daba igual. Solo de pensar en esa mujer le dolía el alma. Le recordaba un sueño que se le había escapado.


Paula abrió la puerta, cargada de juguetes, vestida con unos pantalones cortos y un top. Los cabellos estaban recogidos con una pinza en lo alto de la cabeza de la que colgaban varios deliciosos mechones sueltos. Pedro deseó tocar esos mechones, tocarla a ella.


–Se me ocurrió que podríamos celebrar una cata –en lugar de tocarla, le ofreció las botellas de vino–. Suponiendo que sea un buen momento…


–Emma está acostada –Paula echó los juguetes en un cubo de plástico–. No tengo copas de vino, solo vasos para el zumo.


–Servirán –Pedro abrió la mosquitera y llevó las botellas hasta la mesa de café–. He traído sacacorchos, por si acaso no tenías.


–Menos mal.


Pedro la miró a los ojos y volvió a sentir una atracción animal. Tan animal que tuvo que recordarse a sí mismo que había ido allí para charlar.


Tras abrir las dos botellas, sirvió un poco de la primera en dos de los cuatro vasos de zumo.


–¿Hasta qué hora te quedaste en el centro de día?


–Terminamos sobre las tres.


–Estoy muy impresionado con el Club de las Mamás –él le entregó un vaso–. Después de marcharme se me ocurrió una idea para promocionarlas más, para conseguir más voluntarios.


–¿Y qué idea es esa? –los dedos de ambos se rozaron cuando Paula tomó el vaso.


¡Cómo le gustaría besarla!


–Prueba el vino –ordenó con voz ronca.


Ella obedeció. Tomó un pequeño sorbo y lo retuvo en la boca. Pedro empezaba a pensar que la cata había sido una muy mala idea.


–Es un poco demasiado seco para mi gusto –observó ella con sinceridad.


–Muy bien. Probemos el otro.


–¿No vas a contarme lo de tu idea?


–Antes quiero que encuentres el vino más adecuado para ti. Debería haber traído un vino dulce.


–¿También tenéis de esos?


–Sí. Hacemos uno de frambuesa que está delicioso con hielo, pero mientras tanto, prueba este.


–Perfecto –Paula sonrió.


–¿Eso significa que tomarías algo más que un sorbo?


–Desde luego –ella tomó otro sorbo y volvió a sonreír–. Podría beberme hasta dos vasos.


–¿Solo dos?


–No suelo beber mucho, de modo que cuando lo hago se me sube a la cabeza


Más le valdría no olvidarlo, pensó Pedro, pues si la besaba, la quería totalmente sobria. Despejó su mente de ese pensamiento y volvió a su idea sobre el Club de las Mamás.


–Si se promocionaran más, habría más gente dispuesta a colaborar ¿verdad?


–Tiene sentido. Sé que Catalina intenta difundir su trabajo, pero no es fácil.


–Exactamente. La organización necesita algo más que una página web o folletos repartidos en lugares estratégicos. Por eso había pensado acudir a Cal Hodgekins, del periódico, para que publicase algunos artículos sobre el Club de las Mamás.


–¡Es una idea magnífica! Estoy segura de que estarán dispuestos a publicar algo que hayas escrito. Ganaste un Pulitzer. ¿Qué más podría pedir un periódico?


Las palabras de Paula le recordaron la serie de artículos que había escrito, galardonados con el premio, junto con el reportaje fotográfico. Y también recordó por qué había dejado de escribir y guardado la cámara. El ataque había sido sangriento, brutal y mortal. Él había salvado la vida, pero las imágenes que perduraban en su mente lo atormentarían para siempre.


–¿He dicho algo inconveniente?


–No –Pedro la miró a los ojos–. Es que hace mucho que no pienso en fotografiar o escribir.


Paula lo miraba como si quisiera tocarlo, aunque quizás tuviera miedo. A lo mejor el complicado matrimonio le impedía abrirse a los hombres. O le había afectado la falta de respuesta de Pedro cuando le había hablado de su marido.


–Si se te ha ocurrido esa idea –sugirió ella–, y si tus instintos de reportero empiezan a despertar, puede que haya llegado el momento de volver a empezar.


Quizás tuviera razón. Quizás ya hubiera pasado tiempo suficiente. ¿Podría decirse lo mismo de su libido, mantenida en el congelador desde que descubriera la infidelidad de Dana?


–Supongo que evitarlo no es una buena estrategia.


–¿Evitarlo o negarlo? –preguntó ella con su habitual franqueza–. Porque yo he hecho ambas cosas y puedo decirte que ninguna funciona. Cuanto más entierras el dolor, más duele


–Nunca había pensado en ello –admitió Pedro–. Enterrar el dolor me pareció buena idea, sobre todo después de terminar la fisioterapia. No sé si podría haber vivido con ello.


–¿Y ahora? –los ojos marrón dorado de Paula lo miraron con dulzura.


–Y ahora no creo que evitarlo o negarlo solucione el problema.


–¿Qué problema quieres solucionar?


–No debería haberme marchado la otra noche como lo hice –Pedro tomó la mano de Paula.


–Te conté muchas cosas personales –ella miró la mano y luego al Pedro–, y sobre el seguro.


–Cuando era paciente tuyo, te conté lo sucedido con mi prometida.


–Formaba parte de la terapia. Cuando atiendo a alguien, es importante estar atenta a cualquier cosa que me cuente, porque no todo el dolor físico tiene un origen físico.


–Sigo queriendo saber cosas sobre tu matrimonio –admitió él–. Pero sé que te resulta doloroso.


–Es verdad. Pero lo que necesito es soltarlo, no seguir rumiándolo. Aun así, lo sucedido con Claudio influye en mi manera de pensar, en mi disposición hacia los hombres. No me siento preparada para unirme a alguien mientras esté metida en este lío.


–¿Te refieres a la investigación de la compañía de seguros?


–Sí –ella apartó la mano–. Vi la duda reflejada en tu mirada, Pedro. Dudas que tendría cualquiera.


–Yo no dudo de ti, Paula.


–Pero te marchaste…


–Estaba evitando. Evitando el dolor, evitando una relación, evitando la controversia. Llevo haciéndolo dos años y se ha convertido en algo instintivo. Supongo que la pregunta sería si estoy dispuesto a formar parte de tu vida creyendo cualquier cosa sobre ti. ¿Comprendes?


–Creo que sí.


Pedro deslizó una mano por la nuca de Paula y le acarició la oreja. Ella cerró los ojos un instante, como si disfrutara de su caricia, pero enseguida los abrió y él supo qué debía decir.


–No pienso ni por un segundo que incendiaras tu casa. Esa no eres tú. No es la mujer que me ayudó a recuperarme. No es la mamá que cuida de Emma. Quiero que sepas que creo en ti.


–¡Oh, Pedro!


Pedro sabía que besarla sería un error, sobre todo por el doloroso pasado de ambos. Pero sentía impulsos que creía muertos, impulsos fuertes que no podían ignorarse. La expresión de los ojos de Paula le indicaba que ella sentía lo mismo. La química, el deseo sexual.


En cuanto sus labios se tocaron, se produjo un estallido de fuegos artificiales. Y el motivo no era otro que el que Paula le estaba devolviendo el beso.


Pedro deslizó la lengua sobre la de ella. El sabor a vino resultaba embriagador, pero aún lo era más el sabor que subyacía, un sabor dulce, a mujer. La alarma que sonó en su mente le aconsejó evitarlo, no implicarse en una relación, le recordó que bajo la pasión se escondía el peligro.


Pero Paula olía a fresas y a flores y él le acarició la espalda. 


Solo podía pensar en desnudarla.


De repente, ella interrumpió el beso y lo apartó de su lado de un empujón en el pecho.


–Emma está ahí al lado –murmuró–, y yo… yo no puedo hacer esto.


¿Exactamente qué era «esto»? ¿Besarse hasta arrancarse la ropa? ¿Practicar sexo sobre el sofá mientras la niña dormía al lado? ¿Iniciar una relación que podría lastimar a ambos?


Como un mantra recitado en un interminable bucle, Pedro se recordó: «Es una mamá. No se acuesta por diversión. Se merece a alguien que se comprometa».


Y relacionarse con Paula implicaba relacionarse con Emma. 


Él no se sentía hecho para ser padre. Jamás trataría a un niño con la indiferencia con la que Hector lo había tratado a él, pero ¿qué sabía de cuidar a un hijo? ¿Qué sabía él sobre cómo hacer que una relación fuera duradera?


–No estoy achispada –le aseguró ella–, pero me emocioné cuando dijiste que creías en mí.


–No lo dije con este propósito –Pedro suponía que se trataba de una excusa tan buena como cualquier otra, pero no le gustó el hecho de que Paula se inventara una excusa.


–Lo sé –susurró ella apartándose de su lado. ¿No se fiaba de ella misma? ¿No se fiaba de él?


–Te dejo el vino –él se puso en pie–. Puede que al final te guste.


Pedro, entiendes por qué te he detenido, ¿verdad? 


–Entiendo que el sexo puede ser distinto para un hombre que para una mujer –lo entendía, y no lo entendía–, sobre todo cuando hay niños por medio. Pero también creo que deberías admitir tus necesidades y no negarlas.


–Nunca es solo sexo. Para mí no, Pedro. ¿Para ti sí lo es?


–A veces sí.


Le había ofrecido la verdad y ella lo miró defraudada. En eso se diferenciaban y, en esos momentos, la diferencia lo empujaba hacia la puerta.


–Gracias por pasarte esta noche, Pedro, y por decirme que crees en mí. Significa mucho.


Pedro le dedicó una pequeña sonrisa, asintió y se marchó. 


Quizás evitar era una virtud.



****



–¿Estás segura? –preguntó Marisa en su oficina.


Era tarde, Paula había visto el coche de su amiga y decidido que podría hacerle un favor.


–¿Segura de qué? –preguntó Pedro desde el pasillo.


–Tengo hambre, mami –Emma tiró de la mano de su madre.


–Lo sé, cielo, serán solo dos minutos.


–Mira lo que he encontrado –Pedro se acercó a la niña y sacó una moneda de su oreja.


Los ojos de Emma se iluminaron como si hubiese hecho el truco de mágica más grandioso.


–Lo puedes guardar en la hucha. ¿Tienes una hucha?


–Sí, un perrito. La señorita Marisa me lo regaló.


–Bastará. Si tu madre tarda un poco más, puede que encuentre otra moneda –Jase miró de nuevo Paula–. ¿De qué estabais hablando? ¿O no es asunto mío?


–Quiere ayudarme –le explicó Marisa–. Pero no está obligada a hacerlo.


–Simplemente me he ofrecido a recoger a Julian, nada más –aclaró Paula–. Estaré en la ciudad y tengo que ir a recoger a Emma. No me cuesta nada traerle a Julian.


–A mí me parece una buena idea –asintió él, aunque Marisa seguía con el ceño fruncido.


–Si accedo, tendrás que dejarme hacer de canguro con Emma si alguna vez lo necesitas. Y si quiero trabajar hasta tarde, puedo llamarte y pedirte que dejes a Julian en el centro de día.


–Perfecto –cualquier cosa con tal de no sentirse más en deuda.


–Hablando de canguros, las dos vais a necesitar una el sábado por la noche –Pedro sonrió.


–La Soirée Raintree –Marisa hizo chasquear los dedos.


–Eso es. Todos los empleados estáis invitados. Pero también me gustaría que fueras tú, Paula.


¿La había invitado Pedro porque vivía en los viñedos, o se trataba de una especie de cita?


–Es un evento muy elegante –le explicó Marisa.


–No tengo nada que ponerme –el comentario de su amiga le produjo gran ansiedad.


–Eso tiene fácil solución –contestó la otra mujer–. Luego hablamos.


Paula no estaba segura de qué tendría Marisa en mente, pero sabía que podía confiar en ella.


–Arreglado entonces –Pedro pasó la mano por la otra oreja de Emma–. ¡Mira!


–¡Mira, mami! –Emma mostró una moneda en cada mano.


Pero Paula ya estaba nerviosa por el evento del sábado.


 Ojalá entre los trucos de Pedro hubiera uno que le indicara qué hacer con ese hombre.





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