viernes, 11 de septiembre de 2015

MARCADOS: CAPITULO 9




Emma y Paula preparaban galletas de pepitas de chocolate cuando alguien llamó a la puerta.


–¿Hay alguien en casa? –llamó Pedro.


–Adelante. Estamos horneando el tentempié de antes de irnos a la cama.


–Ya me pareció oler a galleta mientras venía hacia aquí – Pedro aspiró el delicioso aroma–. Como el olor llegue un poco más lejos, en unos minutos estará Leonardo aquí también.


–Todavía no lo conozco –sonrió Paula–. Esta es la última bandeja. ¿Te preparas para la cama?


Emma asintió y sonrió a Pedro con timidez antes de correr a su habitación.


–Lo conocerás el sábado por la noche –le aseguró él–. Por eso he venido –dejó un pequeño sobre en la encimera–. Es la invitación oficial. Habrá mucha seguridad y tendrás que llevarla.


–¿Sufrís muchos allanamientos de morada? –bromeó ella.


–Te sorprendería. De vez en cuando aparece algún famoso, y detrás de él algún turista o fotógrafo. Mi padre es muy celoso de su intimidad y sabe que otras personas también lo son.


–¿Lo eres tú?


–Normalmente.


–¿Te apetece una? –Paula le ofreció una galleta.


–Por supuesto.


Paula no pudo evitar preguntarse si ella también le apetecía. 


La invitación formal a la fiesta significaba que no era una cita. Fin de la cuestión.


–Hablando de intimidad, hay algo de lo que me gustaría hablar contigo –anunció Pedro.


–¿Hora de las galletas? –Emma eligió ese momento para entrar en la cocina.


–Supongo que te hará falta un poco de leche para esto –él le ofreció una galleta.


–¡Marchando tres vasos de leche! –Paula se preguntó para qué querría Pedro hablar de intimidad–. Es muy tarde –anunció minutos después–. ¿Te importa si la acuesto y luego hablamos?


–¿Puede Pedro leerme un cuento? –preguntó la niña.


–No sé, cielo, a lo mejor no le apetece.


–Claro que puedo leerte un cuento –intervino Pedro–. ¿Cuál es tu favorito?


Emma le tomó una mano y, con la galleta en la otra, lo arrastró hasta su cuarto sin dejar de explicarle qué libros le gustaban más. Paula no sabía muy bien qué pensar de que ese hombre formara parte del ritual nocturno de su hija. 


Claudio jamás lo había hecho. Para ella, acostar a Emma era de las mejores experiencias que ofrecía la maternidad.


–Tengo que sacar las galletas del horno –el timbre del horno sonó–. Enseguida voy.


Minutos después, Paula se paró ante la puerta del dormitorio de Emma. Pedro y su hija estaban sentados en la cama mientras él le leía uno de sus cuentos favoritos.


Lo creyera o no, Pedro estaba hecho para ser padre. Los críos se le daban estupendamente. Sin embargo, un padre distante y una novia infiel le habían hecho dudar de su capacidad para formar parte de una familia. Además, Paula tenía la sensación de que había algo más. ¿Qué le había sucedido antes de ser adoptado por Hector? ¿Alguna vez hablaba de ello?


La habitación siempre hacía sonreír a Paula. La colcha y las cortinas rosas y blancas reflejaban la personalidad de la pequeña. Los juguetes estaban amontonados en la estantería, y Moppy, el peluche que Pedro le había regalado, estaba bien acoplado bajo el brazo de su dueña.


En cierto modo, Pedro parecía fuera de lugar, demasiado masculino para una habitación tan infantil. Pero si consideraba el modo en que interaccionaba con Emma, encajaba perfectamente.


Él levantó la vista y sus ojos emitieron un destello de algo que Paula no supo definir.


Entró en el dormitorio y se sentó en la mecedora mientras Pedro terminaba el cuento.


–Lees muy bien –finalizada la historia, la niña lo abrazó.


–Y tú escuchas muy bien –tras dudar un instante, Pedro le devolvió el abrazo y se bajó de la cama.


Inclinándose sobre Emma, pasó la mano por su oreja.


–Mira lo que he encontrado –en la mano había una cinta rosa–. Puedes atarte el pelo con ella y así estarás tan guapa como tu mamá.


–Mira, mami, qué bonito –la niña sonrió a Pedro.


–Ya lo veo. Dámela. Mañana te ataré el pelo con ella.


–Esperaré en el salón –la mirada de Pedro pasó de madre a hija y de nuevo a la madre.


–No tardaré.


Y así fue, porque para cuando hubieron terminado las oraciones, los ojos de Emma estaban casi cerrados. Paula le dio un beso y dejó encendida una luz antes de salir de la habitación y entornar la puerta. Tenía muy presente lo sucedido hacía un par de noches en el sofá. Desde entonces, cada vez que entraba en el salón, recordaba la sensación de las manos de Pedro sobre su piel, la firmeza de sus labios, el hambriento deseo.


Bueno, pues si esa noche tenían hambre, comerían galletas con pepitas de chocolate.


–Come todas las que quieras –Paula dejó un plato de galletas sobre la mesita del salón–. He apartado una hornada para Marisa. Si crees que a tu padre le gustarían, le pongo también.


–Están buenísimas. Puede que a mi padre le apetezcan unas cuantas.


–Muy bien, las envolveré en papel de aluminio.


–Ven aquí primero –Pedro la agarró por la muñeca–. Quiero hablar contigo, preguntarte algo.


Paula llevaba unos días muy sensible y enseguida se ponía en alerta si sospechaba que pudiera haber algún problema. 


Si Emma y ella conseguían mantenerse lejos de los desastres, podría recuperar su optimismo. Desde luego, la niña parecía muy feliz.


–Te lo habría enviado por correo electrónico –Pedro sacó una hoja de papel del bolsillo del pantalón–, pero sé que perdiste el ordenador en el incendio.


–Y no tengo Smartphone.


–Este es mi primer artículo sobre el Club de las Mamás –él asintió y le entregó el artículo–. Quiénes son, cómo ayudan. También he cubierto el tema del reparto de comida. He añadido teléfonos de contacto, por si alguien desea ayudar, o necesita ayuda. Quiero tu sincera opinión.


Paula leyó el artículo, sentada a escasos centímetros del autor. Cuando Pedro se inclinó para tomar una galleta, sus piernas se rozaron, pero ella no se apartó y terminó de leer el artículo.


 –¿Y bien?


–Eres muy buen escritor y sabes cómo hacer que una historia cobre vida.


–Solía saber.


–Y por un motivo. Centrabas tus historias en un niño, tres como mucho, y nos lo contabas todo sobre ellos. Conseguías que nos importaran. Ahí radicaba la fuerza de lo que escribías.


–¿Y ahora? –insistió él.


–Y ahora creo que está muy bien para un primer artículo, pero lo sería aún más si eligieras a alguna mamá del club como protagonista.


–¿Alguien como tú?


–No –le había malinterpretado–. Yo no quiero publicidad. La del noticiero ya fue bastante mala.


–Hablé con otras dos mujeres que me contestaron más o menos lo mismo. No va a ser tan fácil.


–Pero tú puedes ser muy convincente.


–Entonces déjame convencerte a ti.


Pedro


–Quiero que te lo pienses, Paula. Iré hasta donde tú quieras, no más. Podemos hablar de tu traslado al viñedo, de lo agradecida que te sientes por tener un lugar en el que vivir, de cómo Emma parece ser ella misma de nuevo. Podría ser una historia positiva. Los detalles no tienen por qué incluir tu matrimonio, tus deudas o la investigación de la compañía de seguros. El artículo debe tener como objetivo mostrar cómo la comunidad ayuda a sus residentes.


–Necesito pensármelo.


–Me parece bien. Hasta dentro de una semana no tendré que tener listo el artículo siguiente.


–¿Y si digo que no?


–Si no quieres hacerlo, encontraré a alguien que lo haga – contestó Jase–. Catalina me dio varios nombres, pero realmente creo que la mejor historia para el Club de las Mamás, sería la tuya.


–Sí, claro, es una historia sensacional –Paula suspiró.


–Sensacional, y un ejemplo perfecto de intervención por parte del club. Pero no te quiero presionar.


–Hablando de presionar –Paula decidió cambiar de tema– ¿te sentiste presionado cuando Emma te pidió que le leyeras un cuento? No acepta bien una negativa, pero lo comprende. Cuando me mira con esos enormes ojos marrones, sé que va a ser una rompecorazones.


–Solo le he leído un cuento. No ha sido para tanto.


–Para ella sí.


–¿Preferirías que me hubiera negado? –Pedro la miró fijamente.


–El único modelo masculino que ha tenido ha sido Claudio.


–¿Fue un buen padre?


–No creo que se acuerde de él. No se relacionaba mucho con ella, quizás porque era bastante mayor –tras una pausa, ella se sinceró–. No, no era por eso. Simplemente creo que no se sentía cómodo con los niños. No le gustaba tirarse al suelo, ponerse a su nivel. Le costaba mucho jugar a tonterías. Pero ella estaba acostumbrada a verlo en casa y su ausencia le abrió un enorme agujero en su vida –se encogió de hombros–. No he vuelto a salir con un hombre, Pedro.


–Y ahora tienes miedo de que se encariñe conmigo –él lo había entendido perfectamente.


–No suele pedirle a cualquiera que le lea un cuento.


–Eres una buena madre, Paula –Pedro habló con ternura.


–Solo intento protegerla. No quiero verla sufrir.


–Y tú tampoco quieres sufrir –él le acarició el labio.


Tenía unos dedos ásperos y sensuales y ella sintió que los labios le entraban en combustión. Rápidamente, el fuego se extendió a otras partes de su cuerpo. ¿Cómo podía hacer algo así con una inocente caricia? A duras penas consiguió recomponerse.


–¿Y tú?


–Ya no es fácil hacerme daño –solo le harían daño si él lo permitía.


–Eso es porque no te lanzas, porque mantienes la barrera levantada.


–Tú tampoco te la juegas.


–No puedo.


–Sí puedes. Podrías divertirte un poco sin implicar necesariamente a Emma.


–¿Te interesa la diversión?


–No puedo contestar a eso, Paula. Solo sé que entre nosotros hay una atracción que no he sentido en mucho tiempo.


¿Desde la traición de su novia? Paula no quiso formular la pregunta porque ya conocía la respuesta. Desde su regreso al hogar, Pedro se había protegido del amor y el cariño, ya fuera de otra mujer o de su padre. No hacía falta ser terapeuta para verlo.


–No se me da bien compartimentar –admitió ella.


–Puede que no, pero, algún día, tus necesidades como mujer superarán a las de proteger a Emma.


–Eso no sucederá jamás.


–Piénsate lo del artículo –Pedro cambió de tema.


–¿Se lo has propuesto a Marisa?


–Lo hice, pero no quiso.


–Seguramente por los mismos motivos que yo.


–Catalina se lo está pensando. Me encantaría entrevistarla, ya que es una de las organizadoras. Y me gustaría entrevistarte a ti porque la historia del incendio ha sido noticia.


Pedro, yo…


–No te presionaré más –él alzó las manos en el aire–. Te lo prometo. Pero piensa en cómo tu historia podría ayudar a otros padres. ¿No sería esa una buena manera de demostrar tu gratitud?


Ese hombre era bueno persuadiendo, y no solo con respecto al artículo. Sin embargo, no estaba dispuesta a hacer nada impulsivo o descuidado.



****


Al día siguiente, Paula trató al último paciente de la mañana, un microbiólogo con contracturas debidas a su trabajo con el microscopio. Sabía que podría ayudarlo si el hombre ponía de su parte y hacía algunos cambios. Cambiar era muy difícil, incluso para ella. ¿Podría cambiar su decisión de no relacionarse con otro hombre? La fiesta de gala sería una oportunidad.


Pero antes tenía que encontrar algo que ponerse. Solo tenía la media hora de la comida para intentarlo. Marisa estaba convencida de que encontraría algo en Thrifty Solutions, una tienda de segunda mano, pero Paula lo dudaba. Necesitaba algo más elegante y, quizás, espectacular.


Cuando entró en Thrifty Solutions se vio sorprendida por la gran cantidad de prendas. Sin duda gran parte provenía de donaciones. Fawn Grove había demostrado ser una comunidad muy generosa, y Emma y ella formaban parte de todo eso.


–¡Hola! –para su sorpresa, encontró a Catalina tras el mostrador–. No esperaba verte aquí.


Había hablado con ella el día anterior, para pedirle consejo sobre canguros. Catalina le había contestado que ya había hablado con Marisa y que ella cuidaría de Emma y Julian.


–El jueves es mi día libre. Después de las rondas del hospital vengo aquí unas horas. ¿Buscas algo en especial?


–Un vestido para el sábado por la noche. Echaré un vistazo.


Catalina la miró fijamente.


–¿Qué pasa? –preguntó Paula.


–Puede que tenga lo que necesitas. He estado vaciando cajas en la trastienda y he visto algunos vestidos que podrían gustarte. ¿Te importa atender mientras miro?


–Claro, sin problema.


Paula echó un vistazo a la ropa y eligió unos tops para Emma.


Al ver regresar a Catalina, tuvo que parpadear varias veces. 


En una mano llevaba un vestido de gasa blanco y negro con cuentas de cristal bordadas en el corpiño. En la otra mano, un vestido rojo fuego. Ambos eran preciosos.


–Jamás hubiera esperado encontrar algo así aquí.


–Tenemos de todo –Catalina rio–. Estos pertenecieron a una donante que vive en Sacramento. En realidad creo que compra vestidos con el propósito de donarlos. Creo que son de tu talla.


Paula consultó la hora. Le quedaban quince minutos para probárselos.


El vestido rojo era precioso, pero no encajaba con su estilo. 


Lo volvió a colgar del perchero y se probó el blanco y negro. 


De inmediato se sintió como una estrella de cine.


–¿Qué te parece? –sonriente salió a la tienda para mostrárselo a Catalina.


–Creo que es perfecto para ti, y perfecto para la fiesta.


–¿Has asistido alguna vez a esa fiesta?


–Hace unos años. Mi vida era totalmente diferente entonces.


Catalina no añadió nada más y Paula se preguntó qué historia tendría esa mujer y por qué estaba tan implicada en el Club de las Mamás. Pero si había aprendido algo en su trabajo era a respetar la intimidad de los demás. 


Normalmente sabía cuándo preguntar y cuándo callar.


–¿Cuánto cuesta? –preguntó, preocupada por no podérselo permitir.


–Según lo que marca la caja en la que estaba, diez dólares.


–Estás de broma.


–Por eso tenemos benefactores. Llévatelo, Paula, y disfrútalo.







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