jueves, 10 de septiembre de 2015

MARCADOS: CAPITULO 7




El resto de la semana pasó deprisa. Paula ayudó a sus pacientes a recuperarse de sus lesiones, fortalecer los músculos tras una operación o recuperar la movilidad tras un derrame cerebral. Su trabajo la mantenía ocupada, pero, de vez en cuando pensaba en las palabras de Marisa. 


¿Habían notado más personas la atracción entre Pedro y ella? ¿Se sentía él tan atraído por ella como lo estaba ella por él?


Todavía seguía haciéndose esas preguntas, y otras como ¿la creía Pedro capaz de provocar el incendio?, mientras organizaba la comida para el reparto del sábado por la mañana. De camino al puesto de verduras enlatadas, saludó a Catalina con una sonrisa.


–Creo que tenemos bastantes verduras enlatadas para alimentar a un ejército –observó Paula.


–Ojalá alguno de los colaboradores donara también productos frescos. Emma parece divertirse.


Los niños pequeños estaban en un rincón jugando bajo la supervisión de Marisa.


–Candyland es uno de sus juegos preferidos –asintió Paula.


El corazón se le aceleró bruscamente cuando Pedro entró con una caja de productos enlatados.


–No esperaba verlo aquí –murmuró.


Pedro se ofreció a recoger comida donada en otros puntos de recogida –observó Catalina.


Pedro se paró en seco unos instantes cuando sus miradas se fundieron. Ella no sabía qué sucedería a continuación, si iba a dejar la caja sobre la mesa y marcharse, o si iba a acercarse y hablar con ella.


¿Por qué se sentía de repente como una adolescente?


–¿Qué tal te ha ido? –Catalina recibió a Pedro con una sonrisa.


–Tengo el camión lleno. ¿Lo dejo todo sobre esta mesa?


–¿Te vas a quedar después?


–Sin problema. ¿Qué necesitas?


–Tengo una lista de las familias necesitadas –Catalina echó un vistazo a las ocupaciones de sus voluntarias–. Paula y tú podríais empezar a meter víveres en cajas. Si os parece bien a los dos.


–Estupendo –asintió Paula ¿qué otra cosa podía decir?


–No olvides incluir uno de estos en cada caja –la mujer señaló un taco de cupones–. Cada cupón les da derecho a llevarse pavo o jamón a casa.


–Entendido –contestó Pedro–. Vaciaré el camión y me pondré con ello.


Paula empezó por colocar veinte cajas en el suelo y llenarlas con los productos disponibles. Aunque consciente de las idas y venidas de Pedro, se mantuvo ocupada en su tarea. 
Hasta que… –¿Qué puedo hacer? –él se colocó a su lado.


Podía hablar con ella, asegurarle que jamás la creería capaz de incendiar su propia casa.


–Toma un puñado de comida de cada montón y mete tres o cuatro en cada caja –le indicó ella señalando la caja que estaba llenando–. No es gran cosa, pero algo es algo. 
Cuando pienso en cómo el Club de las Mamás me llenó la nevera cuando me instalé en la cabaña.


Pedro la contempló como si intentara averiguar algo. El escrutinio resultaba inquietante y Paula intentó apartarse. 


Sin embargo, él no se lo permitió, sujetándola por el hombro.


–Tenemos que hablar, Paula, pero aquí no.


Ella se preguntó sobre qué querría hablar. A lo mejor su padre la quería fuera de la cabaña. A lo mejor era Pedro el que lo quería. Decidió no mostrar su preocupación. No le permitiría ver lo mucho que le importaban sus palabras, porque no debería importarle.


–Ya sabes dónde vivo –contestó ella en tono jovial mientras intentaba sonreír.


Creía que Pedro añadiría algún comentario, pero una pareja entró en la sala y el hombre lo llamó.


–¿Cómo te has dejado liar? Connie me convenció de que necesitaban mi fuerza masculina –el hombre y la mujer cargaban con sendas bolsas llenas de comida que dispusieron sobre la mesa.


–Es una buena causa –observó Pedro que, rápidamente, hizo las presentaciones–. Tony y Connie Russo, os presento a Paula Chaves. Se aloja en nuestra cabaña. Paula, Tony es nuestro sumiller y mano derecha de Leonardo. Connie enseña a los niños a montar a caballo en su rancho –se volvió hacia la pareja–. No sabía que estuvierais metidos en el Club de las Mamás.


–Me enteré de él por una mamá –explicó Connie–. Solemos ayudar con el reparto de comida.


–Enseñar a los niños a montar a caballo debe ser divertido – observó Paula–. Cuando trato a algún niño, a menudo echo en falta algo más que ofrecerles, aparte de los ejercicios habituales, los juegos y la natación. Montar a caballo les enseñaría equilibrio y autoconfianza.


–Paula es fisioterapeuta –aclaró Pedro ante el gesto confuso de Connie.


–¿Quién dijo que las redes sociales son el único medio para conectar unas personas con otras?


–He traído la furgoneta –anunció Tony–. Podríamos entregar algunas cajas camino de casa.


–¿Dónde están los críos?


–Están con mi hermana –explicó Connie.


–¿Cuántos años tienen? –preguntó Paula.


–Renata tiene nueve y Maria once.


–Ya os habéis adentrado en el peligroso territorio de la adolescencia –les advirtió Paula.


–¡Y que lo digas! Tony es el que peor lo está pasando.


–Ni hablar –su esposo alzó la mano–. No vamos a empezar una discusión en público. Si quieres hablar con Paula de sujetadores y de «eso», yo me voy con Catalina a ver si necesita mi ayuda.


–Lo dice como si no quisiera tener nada que ver, pero no es así –Connie le dio un golpecito amistoso en el brazo a su marido.


–Voy a amontonar estas cajas junto a la puerta –anunció Pedro.


–La cabaña de Raintree llevaba tiempo vacía –observó Connie–. Tenía la impresión de que Hector solo toleraba la presencia de Leonardo y de Pedro en la propiedad.


–Me alojo allí de manera temporal. Hubo un incendio y no tenía adónde ir.


–¡Eres esa Paula Chaves! Lo oí en la radio. Lo siento, debe ser horrible perderlo todo.


–No lo perdí todo. Tengo a mi hija y ella es lo que más importa –Paula señaló a Emma.


–¿Fuiste tú la fisioterapeuta de Pedro cuando regresó de África?


–Sí. Así nos conocimos.


–No me extraña que te ofreciera la cabaña. Te debe mucho.


Connie y Tony debían ser buenos amigos de Pedro si les había hablado de la terapia.


–Trabajó mucho para recuperarse. No me debe nada.


–Me tengo que marchar –Pedro regresó junto a Paula y Connie–, pero puedo entregar algunas cajas de camino, y el resto las podéis juntar para el programa de comidas del verano.


Paula había esperado que se quedara para que, quizás, pudieran empezar a hablar aunque no se tratara del mejor lugar para ello. Sin embargo, los viñedos lo reclamaban.


Los hombres cargaron las cajas en las dos camionetas y Connie y Tony se marcharon.


–Son una pareja muy agradable –le comentó ella a Pedro.


–A diferencia de muchos otros matrimonios, el suyo sí parece funcionar. Tony y yo coincidimos a menudo. Me ha sorprendido verlos aquí, aunque quizás no debería, pues Connie está muy implicada en la ayuda a los niños –Pedro hizo una pausa y consultó el reloj–. Tengo una reunión y no quiero llegar tarde. Te veré en el viñedo –la mirada de Pedro encerraba más de una promesa.










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