viernes, 11 de septiembre de 2015

MARCADOS: CAPITULO 10




Horas más tarde, Paula terminaba las notas sobre su último paciente en la clínica de rehabilitación. Era la segunda vez que atendía a Ramona y empezaba a encariñarse con ella.


La mujer había sido arrollada por un coche mientras montaba en bicicleta y su estado era lamentable. Llevaba clavos en la pierna y la mejilla estaba atravesada por una larga cicatriz. Estaba muy débil y el propósito de Paula era el de fortalecer sus músculos mientras la pierna sanaba. 


Trabajaban la pierna buena, los brazos y el cuello y espalda.


Ramona quería recuperar su vida y montar en bicicleta de montaña, salir con hombres y aguantar todo el día. En cierto modo, le recordaba a Pedro al principio de acudir a su consulta.


–¿Cuántas semanas faltan para que deje de sentirme tan cansada? –preguntó Ramona.


–¿Das paseos? –Paula intuía que esa fatiga provenía en parte de su disposición mental.


–Algo, pero odio llevar bastón.


–En cuanto camines más estable, dejarás de necesitarlo.


Ramona le dedicó una mirada cargada de escepticismo.


Terminada la jornada laboral, Paula recogió a Julian y a Emma y se dirigió al viñedo. Julian, un niño de hermosa sonrisa de un año de edad, parloteaba sin cesar en la parte trasera del coche.


Poco después entraron en las oficinas de los viñedos.


–¿Estás tan agotada como pareces? –preguntó Marisa nada más verla.


–Seguramente mi aspecto es peor –Paula rio–. He tenido un caso difícil esta tarde y no sé muy bien cómo ayudar a mi paciente.


–¿Por qué no te das un paseo? Yo llevaré a Emma y a Julian al jardín. Podrán contemplar las mariposas y chapotear en la fuente. ¿Te importa si Emma se moja?


–En absoluto, pero tú también has tenido un largo día.


–Sí, pero el mío ha consistido básicamente en empujar papeles.


Paula había aprendido a mostrarse agradecida ante la ayuda que le era ofrecida.


–Gracias –asintió y, tras darle un beso a su hija salió de la oficina.


La bodega estaba rodeada de jardines donde uno podía sentarse y disfrutar de una copa de vino con unas pastas o aperitivos salados, pero Paula se dirigió hacia los viñedos, para lo cual tuvo que atravesar la espectacular y aromática rosaleda. Durante unos minutos se deleitó con la suavidad de los pétalos y el delicioso aroma de las flores. En cierto modo, aquello tenía aspecto de cuento de hadas. Era fácil imaginarse cuánto había ayudado el entorno a la sanación de Pedro.


Sin darse cuenta se había adentrado entre las uvas Merlot. 


Un movimiento llamó su atención. Era Pedro, pero no se estaba ocupando de las uvas, llevaba una cámara en la mano. Paula se acercó en silencio, sin saber si debería alertarle de su presencia o no. Pedro le había confesado que no había tocado una cámara desde su regreso y no quería estropear el momento.


Estaba haciendo fotos panorámicas, describiendo un círculo con el fin de captar cada aspecto del viñedo. Y cuando enfocó la cámara en su dirección, por supuesto, la vio.


–Si quieres estar solo, me voy –le aclaró ella apresuradamente.


–No será necesario –la mirada de Pedro se detuvo en la ropa de Paula, su ropa de trabajo–. ¿Acabas de regresar del trabajo?


–He recogido a Emma y a Julian. Marisa les ha llevado a ver el jardín de atrás. Se le ocurrió que me vendría bien despejar la mente.


–¿Un día duro?


A veces ella no sabría decir si Pedro preguntaba por mantener una conversación, o si le interesaba de verdad. Resultaba muy fácil contarle cosas, pero no conseguía averiguar si se trataba de interés personal o si solo estaba poniendo en práctica sus habilidades como reportero.


–La tarde sí lo ha sido. Mi paciente me recordó a ti cuando te estabas recuperando. Le está costando mucho cambiar de vida


–El cambio, una constante en nuestras vidas –él sonrió con amargura.


–¿Qué estabas haciendo? –Paula señaló la cámara.


–Fotos para el nuevo folleto del viñedo. Mi padre lleva años sin renovarlo. Hemos hecho algunos cambios en la sala de catas y en la de recepciones. Necesitamos material nuevo.


–¿Y qué tal te sientes con una cámara en la mano de nuevo? –la pregunta era obligada.


Sus miradas se fundieron y Paula volvió a sentir el cosquilleo que experimentaba cada vez que sucedía. Las sensaciones eran devastadoras.


–Pues lo cierto es que me siento fenomenal. No me había dado cuenta de lo mucho que lo echaba de menos. Tenía miedo de que los malos recuerdos me asaltaran en cuanto tuviera la cámara en la mano y, si bien recuerdo la última vez que hice una foto y lo que sucedió, también recuerdo cuando, siendo adolescente, paseaba por estos viñedos cámara en ristre. Aquí es donde me hice fotógrafo y mi cámara me ha dado prestigio. Cuando escribí el artículo sobre el Club de las Mamás, la sensación fue de naturalidad y tener la cámara en la mano también.


–¿Tan natural como para volver a viajar a lejanas tierras?


–Ya veremos. Poco a poco voy aceptando mejor los cambios.


¿Era eso cierto? ¿Ofrecería de nuevo sus servicios a los editores?


Paula se sintió desfallecer y comprendió que, por mucho que no quisiera relacionarse con otro hombre, se estaba enamorando de Pedro. La idea resultaba tan terrorífica como la de no recibir el dinero del seguro. Lo único que le quedaba era su trabajo, y un montón de deudas.


No era del todo cierto. Tenía a Emma. Lo demás no importaba.


Porque Emma era lo primero.








2 comentarios: