miércoles, 9 de septiembre de 2015
MARCADOS: CAPITULO 2
A sus oídos llegó el sonido de pisadas y, segundos después, Hector Alfonso entró en la cocina. Paula lo reconoció por las fotos de los artículos que se publicaban sobre los viñedos Raintree. Los vinos Raintree habían sido galardonados con numerosos premios.
Como nunca había visto a Hector Alfonso en persona, Paula no sabía qué esperar de él, pero sí percibió claramente el gesto de desaprobación del hombre al posar la mirada en Emma y en ella. Pedro y su padre no se parecían en nada.
Mientras que Pedro era moreno, pelo negro y ojos grises, su padre era rubio y poseía unos fríos ojos azules.
–¿Es esta la señorita Chaves? –le preguntó a su hijo.
–Sí, son Paula y su hija, Emma.
–Siento que hayáis perdido vuestro hogar –les saludó Hector con mirada escrutadora.
Paula no sabía qué decir ni qué se ocultaba tras las amables palabras, aunque algo había.Pedro le había asegurado que su padre estaba de acuerdo en alojarlas en la casa de invitados, pero empezaba a preguntarse si sería cierto o no.
–Pedro nos ha invitado a tomar unos bollitos mientras decidimos si nos quedamos en la cabaña. Ha sido muy amable al ofrecérnosla.
–Fue Pedro quien la ofreció, y yo estuve de acuerdo en que era lo correcto. Pero, en cuanto te hayas recuperado del bache, espero que te busques un hogar propio.
–¡Padre!
–Señor Alfonso, si prefiere que no nos quedemos, encontraré otro alojamiento.
–De no ser por Paula –intervino Pedro con gesto tenso–, no me habría recuperado tan deprisa. Tengo una deuda con ella.
–Lo sé –Hector suspiró–. Y cuando su estancia aquí haya concluido, consideraremos la deuda saldada –miró a Paula fijamente–. ¿Ya has tomado una decisión?
Las circunstancias distaban mucho de ser ideales, pero sus opciones, al igual que las finanzas, eran muy limitadas.
Confiaba en que tanto ella como Emma serían capaces de mantenerse lejos de Hector. De día, la niña estaría en la guardería y ella trabajando. Y por la noche se mantendrían lejos de la casa. Los fines de semana, estaría ocupada reconstruyendo su vida. No había razón alguna para tropezarse con Hector Alfonso, ni con Pedro. El sol, el campo y una habitación propia le vendrían bien a Emma.
Sería una estupidez no aceptar.
–Raintree es un lugar hermoso, y creo que es justo lo que necesita Emma en estos momentos. Hasta que empecemos a recomponer nuestras vidas, nos encantaría alojarnos en la cabaña.
–No olvides la reunión que tenemos con Leonardo en la bodega a la una –Hector se dirigió a su hijo–. Quiero hablar sobre los nuevos barriles.
–No me he olvidado.
La voz de Pedro sonaba tensa y Paula se preguntó si esa tensión se debía únicamente a su presencia o si había algo más. ¿Habría preferido Hector que su hijo trabajara en los viñedos mientras este se dedicaba a recorrer el mundo como fotógrafo? De ser así, ya lo había conseguido. ¿No le bastaba?.
El hombre asintió y abandonó la cocina cerrando la puerta.
Paula se dirigió al armario en busca de otra toallita de papel y Pedro la siguió.
–No sé qué le pasa.
–¿Suele ser tan… frío?
–Siempre ha sido una persona distante y algo fría. He llegado a aceptarlo.
–No te entiendo.
–Hector Alfonso es mi padre adoptivo.
–No lo sabía.
–No suelo hablar de ello. La gente de Fawn Grove de toda la vida lo sabe.
–Yo vine a vivir aquí después de sacarme el master en fisioterapia.
–¿Dónde te criaste?
–En San Francisco. Estudié en Berkeley.
–¿Tu familia sigue allí?
–Perdí a mis padres el día de la graduación. Sufrieron un accidente de coche camino de la ceremonia.
–Paula… –Pedro la agarró por los hombros y la giró–. Has sufrido demasiadas pérdidas.
–Todo el mundo ha sufrido pérdidas. Todo el mundo echa de menos a algún ser querido. Sin embargo, aunque siempre los echaremos de menos, hay que conseguir ponerlo en perspectiva. Yo lo conseguí concentrándome en el master y las prácticas, pero necesitaba empezar de nuevo y acudí a una oficina de empleo que me encontró este puesto en Fawn Grove. He sido feliz aquí.
–Hasta este último año.
En realidad mucho antes, pero Pedro no lo sabía. Las manos que apoyaba en sus hombros parecían encajar perfectamente allí y su proximidad le permitió estudiar los pómulos y la barbilla. Las cicatrices en la sien destacaban blancas sobre la bronceada piel.
Bruscamente, Pedro la soltó. Algo brilló en los ojos grises y ella se preguntó si tendría algo que ver su relación con las mujeres, con la novia que le había abandonado en sus horas bajas.
Fuera cual fuera el motivo, Paula se alegraba de que la hubiera soltado. No estaba dispuesta a volver a mantener una relación, ni siquiera con un hombre que parecía entender a los niños, ni siquiera con un hombre cuya mera presencia le hacía vibrar por dentro. Ninguna relación.
Nunca. Jamás.
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