martes, 29 de septiembre de 2015

DIMELO: CAPITULO 9





Atrás ha quedado la exitosa gala benéfica del sábado. Estoy orgullosa de las cuantiosas donaciones que conseguí y, sobre todo, me sentí muy útil, como hacía tiempo que no lo hacía. El domingo, sin embargo, me lo pasé trabajando en Saint Clair. Benoît no se extrañó al verme llegar en día festivo al edificio de oficinas de La Défense; lo cierto es que fui porque debía adelantar asuntos pendientes, ya que en breve deberé alejarme durante varios días de la empresa para realizar la campaña publicitaria de la temporada.


El resto de los días me los paso en reuniones de trabajo y visitando los talleres donde se confeccionan las prendas. La colección ya está en marcha y, al parecer, llegaremos a tiempo con todo. El miércoles por la mañana me levanto muy optimista. Marcos continúa sin llamarme, pero increíblemente parece que no le echo de menos. Los primeros días han sido difíciles, una ruptura siempre significa una frustración y lo cierto es que no estoy acostumbrada a ellas, pero ahora, aunque han pasado tan sólo unos pocos días, todo parece muy lejano... He logrado sobreponerme muy pronto.


Por la mañana, cuando llego a la oficina, soy de las primeras en hacerlo; hay demasiado silencio en el piso, pero poco a poco el caminar y el murmullo de mis empleados empieza a inundar la planta cuarenta de Saint Clair.


—Buenos días, Paula, no sabía que ya habías llegado, disculpa por entrar sin llamar.


—Buenos días, Juliette, no te preocupes.


—Tan sólo venía a ver si todo estaba en orden para cuando aparecieras.


—He venido temprano. Toma estas carpetas, puedes llevártelas y archivarlas, ya están revisadas.


—Perfecto. ¿Deseas un café?


—Un té de jengibre mejor.


—Ahora te lo traigo. Cuando quieras comenzamos con tu agenda del día.


—Gracias.


Cuando mi secretaria se está retirando, llega Estela.


—¿Quiere tomar algo, señorita Saunière?


—Un café, por favor, Juliette.


—Hola, preciosa, ¿qué me cuentas?


—Que tengo un sueño que no veo. Anoche casi amanecí terminando los diseños que faltaban, te los he traído para que los mires.


—¡Genial! Déjamelos, que ahora los reviso.


—En cuanto los apruebes, los enviaré para que comiencen a confeccionarlos; con esto cerramos la colección.


—No te preocupes, llegaremos a tiempo con todo. Me siento muy positiva, y creo que, si nada se complica, incluso nos sobrará tiempo.


—Me encantaría tener tu optimismo y tu energía, no sé cómo lo haces para estar siempre radiante, y eso que no paras. —Me encojo de hombros. Tengo la respuesta pero prefiero callarla para que no me diga que soy obsesiva; de todas formas, la verdad es que amo este pedacito de mi universo que es la empresa.


—Dejando el trabajo de lado, dime: ¿hay novedades de André?


—Esta noche hemos quedado.


Sin poder contener mi alegría, grito por la noticia.


—Me encanta saber que repetiréis.


—Me ha invitado a cenar en Bofinger, en la calle Bastille. Le comenté que me gusta la langosta y no lo ha olvidado; dice que allí se come la mejor langosta que jamás probaré. Estoy muy entusiasmada con la salida, más que nada porque temía que todo quedara en lo que pasó la vez anterior. A mí me pareció todo perfecto, pero..., ya sabes, a veces el otro no siente lo mismo. Por eso, cuando ayer me llamó para invitarme, casi toco el techo con las manos. Ése es el motivo por el que anoche me quedé terminándolo todo: hoy no estoy para nadie, sólo para André Bettencourt.


Ambas nos carcajeamos.


—Tu noche es muy prometedora, cielo. André es una buena persona y me gusta la pareja que formáis.


—Si es como la otra noche, te aseguro que será perfecta, André es todo fuego y pasión.


—Me encanta verte tan entusiasmada. —En ese momento Juliette llama a la puerta y nos trae lo que le hemos pedido.


—Paula, te recuerdo que a las diez hay junta de evaluación de fin de mes.


—Menos mal que lo has mencionado, July. Creo que Louisa me lo dijo —comenta mi amiga—, pero he llegado tan dormida que sólo he podido procesar la mitad de mi agenda.


Estela parece una zombi y nos reímos de su expresión.


—Toma, acaban de enviar esto del departamento legal: es el contrato del señor Alfonso; en cuanto lo revises, lo envío a Recursos Humanos para que lo llamen —me informa Juliette.


—De eso me encargo yo; quiero preparar algo con Bettencourt para la firma de ese contrato, así tomará unas fotos y luego podremos subirlas a las redes sociales.


—Perfecto. ¿Quieres que te ponga en contacto con el señor Bettencourt?


—Por favor. Apenas lo tengas al teléfono, pásame la llamada.


Estela sorbe de una sola vez lo que queda de su café y me dice:
—Te dejo para que repases eso; yo iré a preparar lo de la junta.


—Vale, nos vemos en un rato.



****


La valoración de la junta ha sido muy positiva y eso me hace muy feliz. La mayoría de los departamentos han alcanzado cinco de las siete metas que nos proponemos cada mes, y algunos las han completado, así que no hay mayores preocupaciones.


Casi es mediodía. Estoy en mi despacho y tengo revisado el contrato de Pedro; también tengo todo planeado con el fotógrafo, así que hablo con mi secretaria por el interfono:
—Juliette, necesito que me pongas con el señor Alfonso; pide su teléfono a Recursos Humanos.


—Ahora mismo lo hago.


Apenas tarda unos pocos minutos en pasarme la llamada.


Me aclaro la voz antes de contestar, Pedro sigue intimidándome con sólo imaginarlo.


—Buenos días, monsieur Alfonso.


—Hola, buenos días. Veo que volvemos a ser monsieur Alfonso y mademoiselle Chaves; muy bien, como usted guste.


—Lo siento, Pedro, había olvidado que ya nos tuteábamos. —No era del todo cierto, pero no iba a quedar expuesta frente a él con mis inseguridades.


—No hay problema, tú dirás.


—Te llamo por la firma del contrato.


—Creí que lo haría el departamento de Recursos Humanos.


Puedo sentir cómo se sonríe y, para sacarlo de sus fanfarronerías, me apresuro a explicarme:
—Lo he hecho yo porque, en el último momento, se me ha ocurrido hacer una pequeña producción fotográfica para que la firma quede plasmada y pueda subirla a las redes sociales. Por eso he preferido comunicarme yo misma contigo y con André. Así que quería saber si te es posible venir mañana por la tarde. ¿Te parece sobre las... tres?


—Perfecto, ahí estaré. ¿Cómo quieres que vista? ¿Formal, informal o casual?


—No te preocupes por eso. Aquí habrá ropa preparada para ti, usarás prendas de nuestra marca.


—En ese caso, no hay nada más que decir. Mañana nos vemos a las tres de la tarde; no te preocupes, seré puntual, tu agenda debe de ser muy apretada.


—Sí, Pedro, siempre es así.


—Me lo imagino.


—Hasta mañana, Pedro.


—Hasta mañana, Paula.


Cuelgo el teléfono y me quedo con el aparato en la mano, considerando que no es buena la forma en que me late el corazón por sólo haber hablado con él.









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