martes, 29 de septiembre de 2015

DIMELO: CAPITULO 8




La guío hasta mi automóvil. Estoy asombrado porque no parece la misma persona de ayer; está mansa, dócil, me ha extrañado la rapidez con la que ha aceptado que la lleve hasta su casa. Menos mal que está en plan tranquilo, porque no me gustaría tener que arrepentirme de haberla ayudado.


—Perdóname por lo grosera que fui ayer, no había tenido un buen día.


—Creo que, en realidad, ambos estuvimos a la defensiva todo el tiempo. Tal vez por la forma en que nos conocimos y por lo intratable que me comporté por la mañana. —Frunzo los labios—. Tendría que haberme preocupado de que estuvieras bien y no por el arañazo del coche.


—Tenías razón en ofuscarte como lo hiciste, sólo una necia puede salir sin mirar el tráfico de la avenida.


—Son distracciones, a veces los problemas nos superan.


No contesta y se queda en silencio, con la vista perdida en el camino. Podría jurar que se ha quedado pensando en mi última frase. De vez en cuando ladeo la cabeza y la miro sin desatender la conducción. Es muy hermosa; a decir verdad, es asombrosamente bella. Mientras realizo ese escrutinio, conjeturo que nadie puede saber con seguridad cómo son los ángeles, pero en ese momento, mientras la observo, creo adivinarlo: estoy seguro de que deben parecerse a ella. Me
encanta la carnosidad de sus labios cuando habla; tiene una boca muy apetitosa, que provoca querer darle un mordisco. 


En este instante quiero cogerla del mentón para indicarle que me mire; reprimo las ganas de acariciarle el pómulo y me asombro porque estoy ansiando que descanse su rostro sobre mi mano... Es demasiado bonita, casi un pecado, pero se la ve cansada y su mirada está apagada, no tiene la chispa que he advertido en ella las veces que la he visto enfadada.


Considero si es prudente preguntarle si le ocurre algo, pero lo cierto es que... ¿quién soy yo para meterme en su vida?


«¿Por qué los hombres siempre somos tan bobos y nos sentimos como Superman cuando vemos a una mujer que nos parece que no lo está pasando bien?»


Se produce un profundo silencio; ambos estamos midiendo al otro y estamos siendo muy cuidadosos para no volver a caer en un momento nefasto.


—Creo que yo hubiera gritado el doble si la imprudencia hubiera sido tuya —reflexiona mientras decide romper el hielo; luego cambia bruscamente de tema—. Esta semana te llamarán los de Recursos Humanos por tu contrato.


—¿Aún te interesa contratarme? —Elevo las cejas y me sonrío con la cabeza de lado mientras le pregunto.


—¿Aún te interesa trabajar en la campaña de Saint Clair?


Estaciono el coche, hemos llegado. Me quito el cinturón y me giro hacia ella para hablarle.


—Me interesa, porque, como te dije en la entrevista, necesito el trabajo. Hace dos semanas que estoy en París y no he podido conseguir nada aún, y mis reservas de dinero están casi en números rojos. André me comentó que pagas muy bien, así que bienvenido sea ese contrato. —Ella se sonríe y,
por primera vez desde que la he visto hoy, deja que la sonrisa le llegue a los ojos y se relaja.


Desabrocha el cinturón de seguridad y se lo quita; imitándome, se pone de lado para mirarme también de frente.


—Seguramente tendremos que viajar juntos a algunas localizaciones; esta semana André me presentará los lugares; él viajará con nosotros, y también otras personas más; haremos muchos exteriores. Supongo que dispones de flexibilidad horaria, porque la necesitarás.


—Por eso no hay problema.


Mueve la cabeza afirmativamente ante mi respuesta.


—Sales bien en cámara, deberías pensar en ser modelo profesional. ¿A qué te dedicas? Exactamente, ¿cuál es tu profesión?


—Lo mío es el área de finanzas.


—Vaya, no tiene nada que ver con esto, y sin embargo has demostrado mucha seguridad. Bueno, las finanzas, en cierto modo, también necesitan de una actitud segura, así que no me extraña que manejes tan bien tu temperamento; cuando uno negocia es muy importante conservar la calma y no mostrarse ansioso.


—Exacto, tú te dedicas a las finanzas y también eres modelo. Al parecer son actividades compatibles.


—Tienes razón.


Se sonríe con más libertad.


—¿Puedo preguntar qué pasó con tu anterior trabajo? Porque presumo que tenías uno.


—Es muy largo y no quiero aburrirte con esa historia. Tal vez otro día te la cuente, aunque en realidad es un tema que preferiría dejar de lado.


—No pretendía ser indiscreta.


—No lo has sido. —Agito la cabeza y siento cómo mis fosas nasales se abren mientras corroboro—: Supongo que, al ser mi jefa, te interesa saber si soy un timador. Y ya que no tengo referencias de trabajos anteriores en este campo, quizá debería contártelo... Pero puedes estar tranquila: soy un hombre muy honesto.


—Si te recomendó André, no lo pongo en duda. Aunque ayer me comportase como una loca, no siempre saco conclusiones apresuradas sobre las personas.


—Dejemos ese episodio aparcado de una buena vez, por favor; yo tampoco estuve muy agradable. Posiblemente deberíamos darnos la mano y presentarnos de nuevo. Pedro Alfonso, encantado —bromeo mientras le tiendo la mano; ella se carcajea.


—Paula Chaves, el gusto es mío.


Nos saludamos con un apretón y nos miramos a los ojos sin parar de reír.


Un bocinazo nos interrumpe; alguien necesita salir por el portón de rejas negras y mi coche está obstaculizando el paso. Miro hacia delante, pero no puedo avanzar porque hay otro coche estacionado; tampoco puedo ir hacia atrás, así que nos despedimos rápidamente con un beso.


Paula se baja del coche y yo me marcho.


Mientras mi vehículo atraviesa las calles de París de camino a mi apartamento, me pongo a repasar todo lo que ha ocurrido. Descubro que me gusta la Paula accesible tanto como me gusta la combativa, y me extraña estar pensando algo así, ya que por lo general las mujeres rubias no me atraen. Pero ella..., ella no es cualquier rubia, es la rubia con la que todo hombre desearía estar. De todas formas, debo tener en cuenta que es la jefa. Aunque vayamos a compartir la producción fotográfica, no deja de ser la CEO de Saint Clair; si yo fuera ella, jamás saldría con ninguno de mis empleados, así que resulta fácil presumir que ella debe de tener esa misma política.


Aprieto el acelerador para acortar el viaje.







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