viernes, 4 de septiembre de 2015

ATADOS: CAPITULO 18




Era viernes y estaban juntos en el despacho de él trabajando. Había pasado una semana desde su regreso y seguía en la última planta. No había necesitado un día para darse cuenta de que no la necesitaba para manejar al personal de la Caja; era extremadamente eficiente. Pero Paula no se lo había hecho notar por dos razones: la primera y más obvia porque podía pasar todo el tiempo a su lado; y la segunda, más profesional, era que estaba aprendiendo muchísimo sobre estrategia empresarial. A cada momento lo admiraba más. Era inteligente. No, más que eso: Pedro era brillante.


«Demasiado brillante para ti. Es taaaan listo que no tardará en darse cuenta de que tú no eres su pareja ideal. Mira Paula, hemos quedado que nos íbamos a dejar de chorradas y a divertirnos, así que déjate de monsergas y céntrate en él. 

Dios, qué bueno está…». 


El móvil la sacó de sus ensoñaciones y lo agradeció. Le preguntó con la mirada si le importaba que lo cogiera y con su consentimiento descolgó. No conocía el número.


—¿Sí?


Resultó ser Rafa, el bombero que había visto quince días antes. No la había llamado antes porque había estado de apoyo en otro retén. Quería quedar el sábado. Paula le explicó que su sobrina cumplía cuatro años y lo celebraba ese día y aún no sabía si habían quedado a comer, merendar o cenar en familia. Anotó mentalmente que debería escuchar a su hermana con más atención cuando le llamaba. Se grabó el número y prometió mandarle un mensaje esa noche cuando supiera más sobre la fiesta de Alma. Colgó, levantó la vista y la mirada de Pedro se lo dijo todo. Aun así preguntó.


—¿Qué?


No se lo podía creer. ¿De verdad estaba quedando con otro tío delante de sus narices? Y no con cualquier otro tío, no, con el maldito bombero. Y le miraba como si fuera él el raro. ¿Cuál era su problema?


—¿Has quedado con un bombero para cenar?


—Todavía no sé si será cena, comida o un café. O nada. —Se supo obligada a justificarse—. Y no me mires así, es una cita inocente para hablar con un viejo amigo del colegio.


—No es un viejo amigo del colegio. —Trataba de mantener la calma, pero cada vez le costaba más—. Es un bombero.


—¿Tienes algún trauma infantil con los bomberos o qué?


Soltó la estilográfica y se pasó la mano por el mentón, a punto de perder los nervios. Ella lo observaba maravillada. 


No había pretendido ponerle celoso, en realidad no había pretendido nada, pero era interesante verle perturbado.


—Paula, estamos juntos, no puedes tener citas con un tío que está más que interesado en ti.


En definitiva: estaba celoso. «Yupii». Quiso llevarlo al límite solo por diversión, aun sabiendo que no era sano. Pero los celos le eran un sentimiento casi ajeno.


—¿Por qué? Seguro que Amparo te ha estado llamando estos días y tú le has cogido el teléfono. Es más, y para colmo, no me lo habrás contado.


—Por supuesto que sí. Amparo no ha dejado de llamar intentando arreglarlo. —Ante su gesto triunfal continuó—: Pero hay una pequeña diferencia, Paula.


—¿Cuál, Pedro, si puede saberse? —Su tono era tan autosuficiente como el que acababa de escuchar.


—Que yo no tengo ninguna intención de quedar con ella.


Mierda. Eso era incontestable. Pero de veras que no había pretendido nada. Solo quedar con un viejo amigo, sin más pretensiones. Estaba con Pedro, o eso creía, y no iba a estropearlo con otro por muy bombero que fuera.


Eso era lo que ocurría cuando pasabas tanto tiempo sin una relación estable, se te olvidaban las normas más básicas como «no quedes con nadie que no sea tu chico». Joder, pues no pensaba explicarle que hacía siglos que no tenía novio. Igual se reía; o peor, pensaba que ella le estaba pidiendo que fueran novios. Enrojeció violentamente ante la idea.


Pedro volvió a coger la pluma, intentó escribir algo y la volvió a soltar.


—Huyes de mí, Paula.


—No me he movido ni un ápice. —Sonrió, pero a él no le hizo ninguna gracia.


—Tienes razón, no huyes. Me echas. Cada vez que me acerco me apartas, me rechazas. —Le tomó la mano—. Si necesitas tiempo para ordenar algo que dejaste a medias antes del fin de semana pasado dímelo y te esperaré. Si necesitas espacio para hacerte a la idea de que estamos juntos, dímelo y daré un paso atrás. Pero no me apartes, Paula, porque no tengo intención de irme a ningún sitio.



Se quedó quieta, asumiendo lo que acababa de oír. Estaban juntos. Y él era tan estupendo que se lo había dicho de la forma más estupenda. Y de nuevo ese era el tema. Él era estupendo siempre, Pedro «el Estupendo», y ella una arpía. 


Se enfadó consigo misma al darse cuenta que de nuevo no estaba a su altura. Iba a replicar una sandez, pero se refrenó a tiempo. Optó por ser sincera, aunque sin pasarse. Sería una novedad con él.


Pedro esperaba alguna salida de tono por su parte. Siempre le soltaba una fresca cuando la contrariaba. Por eso se sorprendió con su siguiente frase.


—Eres estupendo. Es increíble que siempre digas lo correcto.


Y por su tono.


—¿Por qué eso no me suena a elogio? —La mentalidad de ella le fascinaba. Otra persona no lo hubiera dicho como si fuera un insulto.


Ella hizo un mohín y continuó.


—Porque no lo es en realidad. ¿Sabes lo frustrante que es que siempre digas o hagas lo correcto en el momento correcto? Haces que los demás parezcamos… parezcamos poca cosa.


Alucinó. ¿Ella lo consideraba perfecto? ¿Ella? ¿La mujer más increíble del mundo lo consideraba perfecto a él? Era extraño, siempre pensó que lo tenía por un aburrido. Le invadió la satisfacción. La miró a los ojos y vio que lo decía realmente frustrada. La corrigió.


—Paula, yo no soy precisamente perfecto. Y desde luego no siempre hago lo correcto. Hace unos meses por poco me caso con una… una mujer que me ponía los cuernos y soy tan estúpido que no solo tardé meses en darme cuenta sino que por poco no puedo ni darme el gusto de dejarla y es ella la que me tiene que dejar a mí. —Ella le escuchaba atentamente—. Créeme, soy esencialmente imperfecto.


Joder, pues era cierto. El muy estúpido casi se casa con Amparo. Lo miró con ojo crítico. Quizá después de todo no era tan listo, ni tan perfecto. «Pero está como un tren», pensó infantil. Se sentía pletórica. Si lo analizaba con atención, en esa historia él había sido menos correcto que ella. Quizá después de todo sí estaba a la altura sencillamente porque él no estaba tan alto. El saberlo humano la hizo tan feliz que le plantó un sonoro beso en la boca mientras reía.


El problema resultó que mientras elucubraba sobre los errores de Pedro no había oído la puerta y Gómez había sido testigo de su arranque de cariño. Este, que rara vez perdía la compostura, estaba estupefacto. Le sonrió mientras se levantaba para irse.


—No puedes contarle esto a nadie, Gómez. Seguro que el secreto profesional te obliga. Además —le guiñó un ojo—, si te chivas se lo diré al jefe y le pediré que te eche.


Pedro soltó una carcajada. Gómez también sonrió. Los encaró a ambos, divertida.


—¿Qué? Podría hacerlo. —Y bajó la voz, como si fuera a contarles un secreto—: Me lo estoy tirando.


Dicho esto salió de la habitación sin mirar atrás.








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