viernes, 4 de septiembre de 2015

ATADOS: CAPITULO 16




Paula se tapó con el edredón justo antes de que Amparo entrara en la habitación. Pedro, en cambio, se vio sorprendido. Nada más verla saltó de la cama desnudo y se encaró a ella, asegurándose de llamar su atención y relegando a Paula a un segundo plano para que su todavía prometida no supiera a quién pertenecía el apetecible cuerpo que se escondía bajo las sábanas.


—¡¡Pedro!! ¿Cómo has podido?


Lágrimas, gritos e insultos siguieron a la pregunta. Pedro no quiso interrumpirla, entendiendo que ella sola se bastaba y se sobraba en la conversación. Fueron un par de minutos de soliloquio que aprovechó para sacarla del dormitorio y llevarla a la pequeña sala de su suite. Ella forcejeó tratando de alcanzar la cama, pero él se lo impidió. Una vez fuera, se aseguró de cubrir la puerta mientras recogía sus pantalones y su camisa y se vestía. Tanto la ignoraba que no se dio cuenta de que había dejado de gritar y lloriquear hasta pasados unos segundos, hasta que la calma llamó su atención.


—¿Y bien?


Amparo le miraba expectante. Parecía obvio que le había dicho algo importante. ¿Habría roto el compromiso? 


Esperaba que no. Sería el colmo no poder darse ese gusto. 


Eso le pasaba por ser idiota. Idiota por liarse con tamaña arpía; idiota por no dejarla cuando la sorprendió con otro; idiota por estar soportándola en aquel momento cuando lo que quería era desnudarse de nuevo y volver a la cama con Paula, y por el resto de sus vidas si era posible. Aun así preguntó con voz perezosa.


—¿Y bien, qué, Amparo?


Se ofendió pero contestó.


—Que lo entiendo, que has estado sometido a mucha presión con lo de nuestro matrimonio y la compra de la Caja, que esto solo ha sido un desliz. Me costará mucho olvidarlo pero te perdono. Te quiero y no quiero que un error estropee lo que tenemos.


¿Alucinaba? ¿O habría bebido Amparo? ¿O todavía le duraban a él los efectos del asalto al minibar? Se sentía sobrio, después de la ducha y dos maravillosos… Su paciencia rebosó.


—Bien, gracias por perdonarme, Amparo, me lo merezco. —Vio que ella se acercaba, melosa. Le pasó los brazos por el cuello.


—Tendrás que compensarme por esto, pero te perdonaré. ¿Por qué no la echas y nos reconciliamos como corresponde?


Pedro le apartó los brazos con firmeza, con disgusto incluso.


—Te agradezco que me perdones, Amparo, pero eso no significa que yo te perdone a ti. —Por si acaso era necesario se explicó—: Tú no has sido precisamente el parangón de la fidelidad, querida.


—Es esa zorra de Paula, te ha envenenado la mente —gritó.


No. No más gritos y no más insultos.


—Yo sería más cautelosa al utilizar la palabra zorra, dado que no es ella quien me ha puesto los cuernos. —Hablaba con voz suave y Amparo lo conocía lo suficiente para saber que estaba al límite de su paciencia—.Y no, no ha sido Paula. Fui a tu casa el día del incendio, antes de comer.


La rubia encajó las piezas al tiempo que se le desencajaba la mandíbula. Se rehízo y quiso marcharse con la última palabra. A él no le importaba mientras se fuera de una vez
Paula le esperaba.


—Bien, perfecto. En realidad me importa una mierda. Sigue suspirando por la zorrita de Paula Chaves ; ella nunca te hará caso. He oído que es lesbiana. —Recogió su bolso, camino de la puerta. Se giró ya en el vano y se despidió con resentimiento—: Me acostaba con otros porque eres una mierda en la cama.


Pedro estaba seguro de que Amparo le oyó reír al salir por el portazo que escuchó.


Paula no perdía palabra desde el otro lado de la puerta. 


Sabía que estaba mal escuchar conversaciones ajenas, su madre se lo había dicho cientos de veces, pero la tentación era enorme. Insalvable. Cuando oyó el portazo salió.


—No soy lesbiana. —Sonreía abiertamente, ignorando la ruptura que acababa de ocurrir—. Ni siquiera bisexual, así que olvídate de fantasías raritas de esas que tenéis los tíos.


También Pedro sonreía. Si ella quería dejar a Amparo en el pasado, por él perfecto.


—Vaya. —Chasqueó la lengua—. Por cierto, no soy una mierda en la cama.


Lo miró seria.


—Mmm, estoy tratando de recordar, pero no estoy muy segura.


—Ah, ¿no? —le respondió mientras volvía a quitarse la ropa.


Ella negaba con la cabeza.


—Me temo que había bebido de más.


—Ya, seguro que es eso. Paula, esa es la peor excusa del mundo para justificar un polvo. —La miró con tanto deseo que se sintió traspasada por su calor—. O para pedir otro.


Ya desnudo no podía ocultar que estaba excitado de nuevo.


—Pero funciona, ¿no?


Un rato después, ya saciados, profirió una carcajada al recordar los reflejos de ella. Le dio una palmada suave en el trasero.


—Has sido rapidísima al taparte, no ha llegado a verte.


—Afortunadamente, porque no quiero ser la que se cargó tu matrimonio por estar casada contigo y tu compromiso por acostarse contigo. Creo que puedo vivir sin que mi madre me grite durante los próximos diez años, gracias.


Pedro asentía.


—Sí, creo que es mejor que lo sepan por nosotros que por Amparo.


Paula se puso alerta. Se incorporó en la cama y su rostro se tornó serio.


—Qué sepan por nosotros, ¿qué?


—Que volvemos a estar juntos.


Eso hizo que saltara definitivamente de la cama.


—Nosotros no volvemos a estar juntos. —Hizo especial hincapié en el verbo—. Primero, porque jamás hemos estado juntos y segundo porque no estamos juntos.


Pedro sonrió, engreído. Sabía que ella nunca aceptaba bien las situaciones inesperadas y que iba a revolverse. Pero esta vez no se le escaparía de las manos. Llevaba toda su vida esperándola y no le dejaría huir.


—¿No?


—No —repitió ella mientras salía de la habitación, nerviosa, huyendo de la cama y de la intimidad que esta daba.


En la salita conectó su móvil mientras se vestía. Este empezó a vibrar con llamadas y mensajes. Pedro la siguió.


—Paula, te guste o no, estamos juntos en esto —le aclaró con voz paciente.


—Al margen de que me guste o no, tema que no voy a debatir contigo, lo que sí puedo asegurarte es que esa información no va a compartirse con nadie.


Se puso alerta. No le gustaba lo que ella comenzaba a insinuar.


—¿Quieres decir que podemos seguir acostándonos juntos, pero que no podemos decírselo a nadie?


Asintió sin mirarle, revisando sus mensajes. Prefería mirar al móvil que a él. Estaba nerviosa. Todos sus miedos habían aflorado de nuevo. Sí, había sido maravilloso y confiaba en que continuara siéndolo, pero no podían hacerlo público. 


¿Qué pensaría todo el mundo? Pedro, el gran partido, había dejado a una rubia en teoría perfecta por la excéntrica de Paula. En cuanto se supiera alguien le haría entrar en razón y le diría que podía conseguir algo mejor que ella. Y no lo soportaría. Era preferible que nadie lo supiera, así tal vez él nunca caería en que ella no era la persona adecuada para él. Quizá si lo ataba a su cama por años y años… Un mensaje de Gómez llamó su atención. Lo abrió y lo leyó por encima justo cuando Pedro se le acercó y le quitó el móvil. 


La puso frente a él y le habló ya exasperado.


—Paula, ¿qué es esto, el instituto? Por favor, no pasa nada porque se sepa que estamos juntos. —Rio contento al caer en lo apropiado de la situación—. Cariño, de hecho lo que acaba de ocurrir está bien incluso a los ojos de Dios. Estamos casados.


Lo miró impávida aunque por dentro era un manojo de nervios.


—Me temo que no. Gómez me ha dejado un mensaje. Nuestro matrimonio ha sido anulado antes de lo previsto. —Hizo un silencio—. Ya no me necesitas para manejar tu patrimonio.










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