Aquella semana recibieron buenas noticias de su abogado respecto de la desestimación de la demanda de nulidad por el juez ultraconservador. Al parecer el Consejo General del Poder Judicial, debido al volumen de denuncias recibidas y recursos interpuestos, había decidido abrir una investigación tratando de evitar tener que pagar después indemnizaciones por errores judiciales. Según el letrado, en un plazo máximo de cuatro meses su matrimonio estaría disuelto. Cuando coincidieron en el ascensor esa tarde, Paula no pudo evitar la pulla.
—¿Verdad que ahora te alegras de que no firmara el divorcio? Si es que hay que confiar más en la intuición femenina…
—Me rindo a tu inteligencia superior. Estoy contentísimo de que no lo firmaras. —Le guiñó el ojo—. La idea de seguir casado contigo es tan tentadora que estoy pensando en arrodillarme y besarte los pies. Si no temiera recibir una patada…
Su carcajada inundó el ascensor al tiempo que sintió que su rostro enrojecía. Dichoso Pedro que llevaba varios días mostrándose encantador con ella. Y ella se sentía encantada con él, para qué negarlo.
Ya en su planta cada uno se dirigió a su propio despacho. Paula no se lo podía creer. Pedro le había guiñado un ojo y definitivamente había sido un coqueteo. Esta vez no tenía dudas. ¿Tanto le alegraba la idea de divorciarse? ¿O tenía acaso algo que ver con el día del incendio, cuando había estado rozándola cada dos por tres y sonriéndole con cariño? Su mente iba a toda velocidad. ¿Sería posible que él estuviera interesado en ella? ¿Existiría realmente la química que creía sentir crepitar entre ambos cuando estaban juntos? Su corazón se aceleró ante el mero pensamiento, pero su mente, siempre firme, le recordó que él estaba prometido con otra mujer y que debía desechar cualquier esperanza.
Mientras, en la estancia contigua las reflexiones estaban exactamente en el mismo punto. ¿Cómo iba a solventar el tema del compromiso? No quería romper sin más. Aun sabiéndose mezquino, quería dejarla a lo grande. La solución que no dejaba de repetirse en su cabeza era plantarla frente al altar. Que cuando el sacerdote le preguntara si deseaba desposarla dijera que no y se marchara. Pero por más que le atrajera la idea no iba a someter a sus padres a semejante situación. No podía mirar a los ojos a su madre y hacerle creer que iba a casarse cuando no era así.
Ojalá pudiera consultar a Paula. Era la mujer de las mil y una ideas para salir airosa. Le había encantado verla sonrojarse en el ascensor. Le maravillaba que una mujer tan segura de sí misma pudiera ruborizarse ante un gesto cariñoso inesperado. Y hablando de gestos cariñosos inesperados, Amparo, el día anterior, no había dejado de intentar llevárselo a la cama hasta que él simuló una llamada y dijo tener que irse. Eso sí tenía que solventarlo de inmediato. No pensaba acostarse con ella. La sola idea le daba repelús. Inspirado le mandó un mail.
«Cariño, buenas noticias: en menos de cuatro meses podremos casarnos. ¿No sería romántico no practicar sexo hasta nuestra noche de bodas? Piénsalo.»
En buena hora dejaría él de acostarse todos los días del año con cierta señorita que estaba a una pared de distancia.
***
Eso no significaba que no tomaran un par de copas o más si eran necesarias pero la gracia era pasar un buen rato juntas.
Y esa noche no era una excepción. Habían cenado en una pizzería y Blanca, la mayor, que trabajaba para una revista de moda, había mostrado, vanidosa, entradas para una discoteca de moda en Valencia. Había una fiesta de VIPs allí así que sería una noche de pijos, lo que seguro sería divertido.
Estaban tomando una copa en uno de los reservados cuando Paula necesitó ir al lavabo. Tan lleno estaba el local que le costó más de diez minutos llegar. Y una vez allí hubo de esperar otros cinco minutos. Las chicas de la cola no paraban de reír con disimulo. En uno de los baños había una pareja en actitud más que cariñosa. Además de que a través del cristal traslúcido se veían las formas de dos personas en una postura inequívoca, los jadeos tampoco dejaban demasiado margen de error. Se unió a las risitas. Estaba lavándose las manos, a punto de irse ya, cuando la puerta en cuestión se abrió y una Amparo completamente ebria salió con un chico bastante joven que, desde luego, no era Pedro. Sus miradas se cruzaron por un momento, pero la rubia alzó el mentón y salió tambaleándose con el chico del brazo.
Volvió con sus primas, pero le costó divertirse. Su mente no dejaba de divagar. ¿Qué hacer? Una de sus normas inquebrantables era no meterse jamás en una pareja. Nunca opinaba sobre los novios de sus amigas ni aconsejaba sobre relaciones. Y desde luego, nunca advertía si era consciente de una infidelidad. ¿Debía hacer una excepción y decírselo a Pedro? Pero ¿y si Pedro no quería saberlo? O peor aún, ¿y si ya lo sabía y lo consentía? Sabía de relaciones en las que la infidelidad estaba a la orden del día. Sonrió al pensar que ella misma estaba casada con un tío que le era infiel con una mujer que también era infiel. Si no estuviera enamorada de él le resultaría desternillante.
Porque estaba enamorada de Pedro, de eso no le cabía ninguna duda. Sus sentimientos, tanto tiempo reprimidos, habían resurgido con fuerza al enfrentarse a él a diario. Y sentía que él estaba receptivo. Desde hacía algunos días la miraba diferente, la trataba diferente. En otra situación ni se le hubiera ocurrido seguirle el juego, pero a fin de cuentas la situación era la que era. Su prometida le estaba siendo infiel, no es que se metiera en una relación que funcionara. Y ¡qué narices! Él era su esposo. Solo trataba de conquistar lo que legalmente era suyo.
¿Recordaría Amparo que la había sorprendido en flagrante delito? ¿Qué haría? Nunca, en años, había tenido tantas ganas de que llegara el lunes para ir a trabajar.
Me encanta esta nove!!
ResponderBorrarAhhhhhhhhh, por favor, que le cuente a Pedro lo que vio jajajajaja.
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