jueves, 3 de septiembre de 2015

ATADOS: CAPITULO 13




¿Qué habría ocurrido en realidad la noche del sábado? 


Pedro no dejaba de darle vueltas. Amparo había pasado el domingo llorando porque al parecer se había encontrado a Paula en una discoteca y ella le había amenazado con inventar alguna patraña para separarles. Entre sollozos le contaba que era casi seguro que Paula estaba maquinando algo para desacreditarla a sus ojos e intentar que rompieran.


—Paula te quiere para ella y haría cualquier cosa para intentar que anulemos el compromiso.


No dejaba de lamentarse y de suplicarle que la despidiera.


Pedro quería creerle. De veras quería creer que Paula lo quería. Pero lo que no podía creer de ninguna de las maneras era que inventaría algo así para separarles. La conocía desde siempre y sí, era bastante borde a veces y podía manipular la situación a su favor cuando se lo proponía. Pero era también la persona más honrada que Pedro hubiera conocido. Paula no mentía y procuraba mantenerse al margen de polémicas salvo que fuera ella quien las generara. Y nunca, nunca, haría daño a nadie a propósito. Paula era, resumiendo, una buena persona.


El lunes, sentado ya en su despacho, esperaba no sabía muy bien qué. Paula ya había llegado pero no la había visto. 


Algo le decía que aquel no sería un día plácido. Y que le urgía cada vez más dar una salida a su prometida.


Llegó la respuesta que llevaba dos semanas esperando y se olvidó de todo excepto de lo que tenía delante. Una Caja de menor tamaño que la suya solicitaba servicios de otra empresa. Pedro había ofrecido a algunas entidades pequeñas el servicio técnico que podían ofrecer y una entidad del sur deseaba negociar. Llamó a Gómez y pasaron horas hablando del tema y concertando una reunión con la otra junta directiva para ese mismo viernes. Sería una inyección importante de beneficios con apenas costes. 


Mandaron al servicio de Asesoría que prepara unos contratos marco sobre los que trabajar, pliegos que serían enviados a la otra entidad el miércoles por la tarde a más tardar.


Y, qué mala suerte, Paula tendría que acudir a la reunión del viernes en Marbella, pues su firma era necesaria para cerrar el acuerdo.



***


Hoy tocaba La Encrucijada de Arthur Miller. Metió el enlace en la plataforma de teatro y esperó. No dejaba de recordar a la maldita rubia saliendo del baño con aquel crío pero se negaba a ser ella quien levantara la liebre. Simplemente no era su estilo. Iban a detener a la esposa del protagonista cuando entró un mail. Así que estaba convocada para una reunión el viernes en Marbella. Pedro y ella, solos. O eso esperaba; contaba con que la «peliteñida» no acudiera. Un montón de mariposas incontroladas comenzaron a revolotear por su estómago. Se abría ante ella un mundo de posibilidades. Sintiéndose estúpida comenzó a pensar qué ropa se llevaría, detallando al máximo la ropa interior. 


¿Habría lugar para un intento de seducción?


Sus fantasías fueron interrumpidas por la encarnación del diablo que entró hecha una fiera en su despacho.


—¡¡¿Qué le has dicho a Pepe, maldita zorra?!!


Probablemente todo el edificio oyó su grito. Desde luego los ocupantes del despacho del al lado sí lo hicieron porque entraron antes de que Paula pudiera rehacerse y contestar. 


Cuando Amparo vio a su prometido rompió a llorar.


—¿Te ha dicho que me vio con otro, no? La muy puta te ha dicho que te puse los cuernos en la discoteca.


Pedro se quedó de piedra. ¿Sería cierto que el sábado, cuando había salido con unas amigas, le había sido infiel de nuevo? Una ira desconocida hasta entonces lo invadió. El silencio cayó pesado en la sala. Gómez se lavó las manos.


—Os dejaré solos, con vuestro permiso. —Cerró al salir.


Amparo se envalentonó ante el silencio, convencida de tener razón.


—Por eso no me has cogido el teléfono, ¿no es cierto? Llevo toda la mañana llamándote, pero tú has preferido creer a esta… fulana que te engañó para casarse contigo antes que a mí, la mujer a la que amas.


Paula decidió mantenerse al margen. La palabra amor, referida a Amparo, le había dolido en lo más profundo de su alma y no estaba segura de poder controlar su furia mezclada con el dolor. Pedro habló, en cambio. Su voz era engañosamente suave.


—No te he cogido el teléfono, ni a ti ni a nadie, porque llevo reunido con Gómez desde las ocho y media de la mañana en una transacción que puede garantizar la viabilidad de la Caja durante los próximos meses, al menos, sin necesidad de emitir más deuda. —La rubia calló. Él continuó, severo—. ¿Por qué habría Paula de inventar una infidelidad?


Amparo se puso roja como la grana, pero se enquistó más en su postura.


—Te lo dije, ella me amenazó el sábado con inventar algo para forzar que me dejaras. Seguro que la muy…


—Amparo —la interrumpió a punto de perder la paciencia y algo más—, Paula y yo no nos hemos visto hoy. Hemos llegado a horas distintas.


La aludida enmudeció, sorprendida de que Paula no la hubiera descubierto. Rompió a llorar con más fuerza.


—Despídela, por favor. Esto acabará con nosotros y yo no puedo vivir sin ti. —Se colgó de su cuello, suplicante.


—Creo que voy a vomitar.


Dos pares de ojos se giraron hacia Paula, la autora de esas palabras.


—Mierda. —Chasqueó la lengua, fastidiada—. ¿Lo he dicho en voz alta?


Pedro sonrió. Separó a Amparo de su cuerpo y se dirigió a Paula, que sonreía, divertida también.


—¿Qué tal te viene lo del viernes? Pasaremos la noche allí, le he dicho a mi secretaria que nos busque un buen hotel.


Amparo volvió a ponerse histérica.


—¿Cómo? ¿Dónde vais el viernes? ¿Y solos?


—Sí, a Marbella, por negocios. Y sí, solos, no hace falta nadie más.


—Por encima de mi cadáver.


Eso sí tensó el ambiente al máximo. Amparo rectificó al momento.


—Déjame ir contigo.


—Amparo, son negocios, créeme, te aburrirás.


—Compraré cosas, déjame ir.


—No.


—Pero…


—No, y no insistas. —Zanjó el tema—. Paula, esta tarde me gustaría contarte los detalles de la operación, si puedes.


—Cuenta conmigo.


Y salió, dejándolas solas. Estaba seguro de que Paula se bastaba y sobraba.


—Maldita seas, maldita seas mil veces. Si estropeas esto te mataré con mis propias manos.


Y salió dando un portazo.


Paula esperó la tarde con impaciencia pero la reunión fue estrictamente de negocios. Eran once personas y ella no tenía preparación suficiente para entender la mitad de lo que decían. Su admiración por él ganaba enteros día a día.


La semana pasó volando y antes de que se diera cuenta estaba en un coche camino del aeropuerto, con él a su lado.


Nunca, jamás, había estado más nerviosa. Ni más segura de algo, tampoco. Pedro sentía algo por ella. No sabía qué ocurría con su prometida, pero no le importaba. Ese fin de semana él caería: sí o sí.


Pedro, por su parte, simulaba leer unos informes para la reunión de ese mediodía. Llegarían con el tiempo justo para comer con los clientes en el hotel y pasar la tarde cerrando el acuerdo si todo iba bien. Pero en realidad toda su mente y su cuerpo estaban concentrados en cómo seducir a Paula y cómo superar los reparos que ella pudiera tener sobre su compromiso.


Porque ese fin de semana, ella sería suya: sí o sí.







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