miércoles, 2 de septiembre de 2015
ATADOS: CAPITULO 10
Paula estaba sentada en su despacho sin hacer nada. Que era la misma actividad que llevaba practicando las últimas tres semanas. Llegaba a las ocho en punto, saludaba a su nueva secretaria, que sospechaba se aburría tanto como ella, entraba en su flamante despacho del que había destronado a la mano derecha de Pedro, Gómez, solo por fastidiar a aquel, encendía su ordenador… y no hacía absolutamente nada. No tenía función alguna. Muchas compañeras le habían escrito preguntándole por su nueva situación y por su matrimonio con el «jefazo buenorro», como llamaban al nuevo propietario de la Caja, pero ella no había querido comentar nada. Solo con que se hubiera dedicado a contestar aquellos correos podría haber ocupado días enteros. Rocío, su compañera más íntima, era la única que conocía la historia y era precisamente quien no le había preguntado nada al respecto.
Pedro la ignoraba y siendo sincera consigo misma lo hacía muy, muy bien. También era cierto que ella no le había provocado más allá del primer día, cuando regresó con los poderes revocados que le obligaban a consultarle y pedirle apoyo sobre cualquier decisión del consejo y había desalojado el segundo mejor despacho del edificio. Pero en cualquier caso, apenas la saludaba al entrar y se despedía al salir. Siempre tan correcto. Era increíble cómo un hombre tan distinto a ella podía atraerle como un imán. Quizá después de todo fuera cierto que los extremos se atraían, por más tópico que sonara. ¿Rompería su impavidez si entraba en su despacho, le hacía un streptease y pegaban un señor polvo encima de la mesa? Riéndose de su propia estupidez se centró en la pantalla de su ordenador.
Bien, la incógnita era qué ver esa mañana. La plataforma Digital Theatre permitía ver las mejores obras de teatro que se representaban en Londres y que se grababan en una representación especial en directo. Una versión ochentera de Mucho Ruido y Pocas Nueces llamó su atención. Iba a alquilarla cuando la puerta se abrió sobresaltándola tanto como interrumpiéndola. Amparo entró hecha un basilisco, gritando con su molesta voz chillona.
—Cuando me he enterado no me lo podía creer. ¿Cómo te atreves a estar aquí?
Arqueó una ceja, no solo divertida sino sabiendo que la diversión iba a aumentar todavía más.
—Resulta que una cuarta parte de esto es mío, ¿sabes? Así que me atrevo simplemente porque puedo atreverme. ¿Cuál es tu excusa para estar aquí?
—Yo no necesito ninguna excusa. Esto es mío, no tuyo. —Ante su mirada siguió jactándose—. O lo será en cuanto firmes los malditos papeles y desaparezcas de nuestras vidas.
—Lo que será aproximadamente en… —Paula contó con los dedos simulando hacer cuentas—. Unos treinta meses. Y en cualquier caso será de Pedro, no tuyo.
—Todo lo que sea de Pepe es mío, ¡todo! Cuando dos personas se casan se pertenecen. —La miró con odio—. El propio Pepe es mío así que mantente alejada.
—Es curioso que la amante de mi esposo me diga que me aleje de mi marido. —Rio sin ganas solo por fastidiarla—. Aunque siguiendo tu razonamiento, dado que Pepe —se sintió ridícula llamándolo así— es mi esposo, me pertenece a mí y no a ti.
Eso terminó de desquiciar a la rubia.
—Escúchame, deja de hacer el ridículo y lárgate. ¿Crees que no me he fijado durante estos años en cómo lo miras cada vez que coincidís?
Paula se puso en guardia. Nadie se había dado cuenta o le habrían lanzado alguna pulla al respecto, ¿no? ¿O sí? Quizá Amparo no era tan estúpida después de todo.
—Dado que nos hemos visto en dos bodas en los últimos tres años, no sé de qué me hablas.
—Lo sabes de sobra. Le miras cuando crees que nadie se fija. Y te lo comes con los ojos. Te he visto hacerlo. —Ahora era ella quien reía presumida—. Olvídalo, Pepe nunca se fijaría en una ordinaria como tú, pudiendo tener a una mujer como yo.
En ese momento alguien llamó a la puerta, que había quedado entornada. El sujeto de la disputa entró y se sorprendió al verlas.
—Amparo, no sabía que vendrías.
Ella le respondió lastimera.
—Quería darte una sorpresa, pero he sido yo la sorprendida. No sabía que ella estuviera aquí. He entrado a suplicarle que firme los papeles y nos deje ser felices. —Una lágrima cayó por su mejilla inmaculada—. Pepe, no sé cuánto tiempo podré resistir esto, te amo tanto… Quizá debiéramos salir de aquí e irnos durante unas semanas a relajarnos. Las Bahamas, tal vez.
Él la abrazó, mientras miraba a Paula, admonitorio.
—Paula, vuelvo en un minuto, no te muevas. —Empujó a Amparo con suavidad—. Salgamos de aquí, cielo, y no llores.
Paula no se lo podía creer. El tío era un capullo. ¿Cómo diablos se había enamorado de un capullo? Hubo de sentarse, indignada. No estaba segura de cuál de las dos revelaciones le asustaba más, si la ceguera de él o haber vuelto a rendirse al amor de su vida.
Aún dilucidaba la respuesta cuando él volvió a entrar.
—¿Ella ya se ha ido? —Le vio asentir—.Vaya, eres un «consolador» profesional.
—Paula, no me provoques. —Lanzó un taco de folios encuadernados hacia la mesa—. Te traigo un informe sobre la reunión de esta tarde, solo tienes que votar sí a todas las propuestas. ¿Crees que podrás recordarlo?
Ella se llevó el pulgar y el índice al puente de la nariz y negó casi imperceptiblemente con la cabeza.
—Lo intentaré, pero no sé si podré hacerlo. —Estaba siendo melodramática como la mejor actriz de telenovela—. Esta situación empieza a desbordarme, quizá no logre recordar la palabra «sí». Si me pagas un viaje a las Seychelles, quizá consiga no equivocarme. Regla nemotécnica, ¿sabes? Seychelles Islands, «SI», lo que quieres que diga.
La miró sonriendo a su pesar.
—¿Estás tratando de manipularme para conseguir algo de mí?
—¿Por qué no? A tu prometida le funciona a las mil maravillas.
Si la mirada de él pudiera quemar ella habría ardido en ese instante. Y no precisamente de deseo.
Salió de su despacho dando un portazo que debió oírse incluso en el hall, diez plantas más abajo. Podía aseverar sin temor a equivocarse que lo había cabreado. «Bueno, al menos siente algo por mí», se consoló. Ojalá tuviera más sentido del humor, porque ella había sido graciosa, ¿no?
Pedro entró en su despacho hecho una furia, más consigo mismo que con Paula. Había visto a Amparo salir del ascensor y se había levantado para saludarla. Pero cuando la había visto entrar en el despacho contiguo, y contra toda norma de corrección, se había quedado en el quicio de la puerta a escuchar. Las dos secretarias habían simulado estar muy interesadas en sus ordenadores y no en el hecho de que el director general se comportara como un crío de quince años demasiado curioso.
No sabía qué pensar de la actuación de su prometida.
Bueno, sabía a la perfección qué pensar y eso le hacía sentirse tan estúpido que le costaba digerirlo. ¿Quién era esa arpía que se proclamaba propietaria de todo lo suyo y de él mismo y luego le hacía morritos y le lloriqueaba pidiéndole salir de viaje? ¿Era en realidad tan bobo como para no ver más allá de una mujer que lo idolatraba y que tenía un par de buenas…? Prefirió no seguir esa línea de pensamientos.
Era humillante. ¿Cuánta gente se habría dado cuenta antes que él? Tenía la sensación de ser el único que no se había percatado.
Prefirió pensar en la otra revelación de aquella conversación: ¿sería cierto que Paula se lo comía con los ojos cuando lo miraba? Ella no lo había negado aunque con Paula nunca se sabía. Desde luego parecía despreciarle, pero… Sintió una euforia que se obligó a refrenar. ¿Sería menos inmune a él de lo que aparentaba? Negando con la cabeza se amonestó.
¿Es que no aprendía? Hacía quince minutos pensaba que Amparo le amaba y no era el caso. Y ahora pensaba que Paula estaba loca por él. Pero sería maravilloso que ese sí fuera el caso. No por nada, se justificó al punto.
Sencillamente sería un arma importante contra la impasible Paula Chaves, la mujer que nunca se alteraba.
El teléfono interrumpió sus pensamientos, una llamada de Gómez. Contestó volviendo a ser el hombre de negocios, pero sonriendo como un adolescente.
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