sábado, 29 de agosto de 2015

SEDUCIDA: EPILOGO




Nueve meses después


El quirófano era austero, con paredes blancas y suelo de linóleo verde. Su rostro estaba probablemente del mismo color, pensó Pedro, mientras apretaba la mano de Paula. 


Los reflectores hacían que la habitación pareciese iluminada por luz natural mientras, tras la sábana verde, el cirujano preparaba la cesárea.


–¿Lista, Paula? –le preguntó.


–Sí –respondió ella, calmada, con una sonrisa casi serena. 


Solo un brillo en sus ojos grises delataba su nerviosismo.


Pedro se alegraba de que intentase esconder el miedo. 


¿Cómo iba a estar tan tranquila cuando él estaba a punto de desmayarse?


–Voy a hacer la incisión –anunció el cirujano.


Pedro sabía que él no podía sentirla, pero la sintió y se quedó sin sangre, apretando la mano de Pau mientras los médicos hacían su trabajo como cualquier otro día.


Pero aquel no era cualquier día; en unos momentos sería padre.


No sabía si estaba preparado para serlo. En fin, demasiado tarde. «No deberías haber tirado la caja de preservativos», le dijo una vocecita.


Pedro, cariño, ¿tienes la cámara preparada?


–Sí, aquí… en algún sitio.


–¿Quiere ver el parto, señor Alfonso? –le preguntó alguien.


Pedro hizo una mueca.


–No, gracias. Estoy bien aquí. Mi mujer… me necesita a su lado.


Paula sonrió, apretándole la mano. Su inteligente esposa lo conocía bien.


Él la necesitaba a ella, no al revés.Paula era fuerte, sexy inteligente. Era el color y la alegría en su vida. La mujer más hermosa que había conocido nunca, incluso en aquel momento, con la bata del hospital. Especialmente en ese momento.


Pedro se hizo un juramento solemne a sí mismo y a Paula: pasara lo que pasara estaría a su lado y al lado de sus hijos.


Tenía mucho que aprender y cometería errores, como los había cometido su padre…


–Es un niño –una voz interrumpió sus pensamientos.


El corazón se le puso en la garganta.


–Un hijo.


–Y una hija. Enhorabuena a los dos. Un perfecto par de mellizos.


–Te quiero tanto, Pau –Pedro se inclinó para buscar sus labios, aunque temía hacerle daño porque parecía muy frágil en la camilla–. Gracias.


–¿Quién quiere tomarlos en brazos? –preguntó otra voz.


Con los ojos empañados, Pedro miró a una enfermera que sujetaba los dos bultitos.


–Yo.


La mujer le puso a uno de los bebés en los brazos.


–Esta es… Olivia, preciosa como su madre –Pedro la colocó sobre el pecho de Paula–. Así que tú tienes que ser Lucas –dijo luego, sujetando a su diminuto hijo, que movía los puñitos en el aire–. Ah, ya veo que tienes tanta energía como tu primo Robertito.


–Creo que Olivia se parece a mí –dijo Paula dos días después, ya cómodamente instalados en casa, mirando a su hija dormida en la cuna mientras Pedro paseaba por la habitación con Lucas en brazos.


–En ese caso, tendremos que encerrarla cuando cumpla los dieciséis años.


Paula esbozó una sonrisa.


–Había dicho que quería volver a trabajar en un par de años, pero creo que mis días como enfermera van a tener que esperar. Quiero poner toda mi energía en criar a estos niños… y a los que puedan venir.


–¿Ya estás pensando en tener más hijos? –dijo Pedro.


–Claro que sí, pero el proyecto Rainbow Road me necesita –respondió Paula–. Puedo ayudar, intentar ampliarlo… siempre ha sido mi verdadera pasión.


Un gemido indicó que Lucas estaba harto del paseo y era hora de comer.


–Además, ahora tenemos fondos para hacerlo realidad –siguió Pau, mientras desabrochaba los botones del camisón.


En cuanto Lucas se agarró al pezón, Olivia empezó a llorar pidiendo su ración.


–¿Te sientes abandonada, cariño? Ven con papá –Pedro la tomó en brazos, sujetándola como si fuera la más delicada porcelana.


–Ningún problema, hay suficiente para los dos –dijo Pau.


Pedro la ayudó a colocarse a los dos niños al pecho al mismo tiempo y se sentó al borde de la cama, apártandole el pelo de su cara y rozándole los labios con un dedo.


–Ahora yo me siento abandonado.


Paula lo miró.


–Necesitas dormir, cariño. Y tampoco estaría mal que te afeitases.


Parecía cansado y desaliñado, pero tan irresistiblemente sexy como siempre.


Teniendo dos bebés, el sexo le parecía tan remoto como la luna, pero el amor, la clase de amor que no hacía demandas, el amor que veía en los ojos de Pedro, estaba ahí para siempre.


Como si hubiera leído sus pensamientos, él esbozó una sonrisa.


–La vida está a punto de volverse mucho más complicada.


Paula levantó la cabeza y buscó sus labios en un beso tierno.


–No querría que fuese de ningún otro modo.





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