sábado, 29 de agosto de 2015

SEDUCIDA: CAPITULO 37




Paula iba sentada al lado de German mientras tomaban la autopista para salir de Sídney. Solo eran las cinco de la mañana, pero al menos alguien quería animarla y desearle un feliz cumpleaños.


German tenía una sorpresa para ella.


Paula intentó concentrarse en el paisaje. Estaban cerca del parque Burragorang y la sorpresa de German era un viaje en globo. En cuanto llegaron al parque Paula bajó del coche antes de que German pudiese quitar la llave del contacto.


–Tú sí que sabes organizar una sorpresa de cumpleaños.


–Hace un poquito de frío –dijo él, tomando una chaqueta de ante del asiento trasero–. Póntela.


–¿Es para mí? –Paula acarició el ante, suave como una nube, con una capucha de piel–. Tú no puedes comprar una prenda tan cara y, aunque pudieses, no lo harías.


German se encogió de hombros.


–La he tomado prestada. No hagas preguntas, ¿de acuerdo?


–Pero es nueva. Aún tiene la etiqueta del precio…


German arrancó la etiqueta de un tirón y la guardó en el bolsillo.


–Póntela, venga. Ahí arriba hace un frío terrible.


–Mientras no sea robada –bromeó Paula, mirándolo de reojo–. No lo es, ¿verdad?


–No, maldita sea. Venga.


–Estás muy raro… espera un momento. Esto no tendrá nada que ver con Pedro, ¿verdad?


–¿No habéis roto?


–¿No puedes dejar que lo olvide?


–Eres tú quien ha sacado el tema. Por cierto, ¿quieres saber lo que pienso?


–No.


–Creo que estás enamorada de él.


Paula se apartó, intentando contener las lágrimas.


–No te he preguntado lo que piensas. Es mi cumpleaños, así que vamos a pasarlo bien, ¿de acuerdo?


Paula escuchó al jefe de la excursión mientras el grupo recibía información sobre el vuelo, pero a pesar de sus buenas intenciones no podía dejar de pensar en Pedro y en ese evento que tendría lugar por la noche.


Tardaron veinte minutos en inflar todos los globos, con algunos de los pasajeros ayudando… era una visión magnífica al amanecer: un globo azul y rojo, otro con cuadros amarillo, otro naranja y verde.


–Ese es el nuestro –dijo German, tomando su mano para dirigirse a un globo azul.


–Buenos días. Soy Jacob, su piloto durante la próxima hora –el hombre ayudó a Paula a subir a bordo–. ¿Listos para nuestra aventura aérea? Va a ser la aventura de su vida.


Mejor eso que la montaña rusa con Pedro. No, no iba a estropear el momento pensando en él.


Se volvió para hablar con German… pero German no estaba en la cesta sino en la hierba, con una sonrisa en los labios.


–Aquí es donde yo me despido.


–¿Qué?


De repente, un hombre se apartó del grupo para dirigirse al globo y el corazón a Paula le dejó de latir durante una décima de segundo.


Pedro.


–Buena suerte –oyó que decía German.


Pedro caminaba a toda prisa hacia el globo.


Mientras la miraba, ella levantó una mano para llevársela al pecho. Esa tenía que ser una buena señal, ¿no? Significaba que su corazón se había acelerado también. Pero las señales que enviaba no auguraban nada bueno.


Daba igual. Pedro solo quería llegar a ella, tocarla y hacer que lo escuchase. Solo eso lo empujaba.


German y él se cruzaron.


–Gracias, amigo, te debo una.


–Ve con ella, anda.


Pedro saltó al interior de la cesta.


–Hola –dijo con voz ahogada.


En ese momento, el globo levantó el vuelo, pero Pedro apenas se dio cuenta, concentrado como estaba en la mujer que tenía delante, el rostro levantado hacia el cielo, las mejillas rojas.


–Imagino que la chaqueta también es tuya –dijo Paula, sin molestarse en saludarlo.


–No, es tuya.


Ella negó con la cabeza.


–Es demasiado elegante para mí. Le pega más a alguien que la lleve con estilo –dijo, sarcástica.


–Sé que estas últimas semanas no han sido fáciles, pero podemos hacerlo, Pau.


Ella volvió a negar con la cabeza. ¿Y cuando terminase qué pasaría?


–Te deseo –dijo Pedro, tomando su mano–. Tu espontaneidad, tu energía. Estás llena de sorpresas. Contigo nunca sé lo que va a pasar de un minuto a otro.


Vio la profunda pasión en sus ojos, la sintió en el roce de su mano, la oyó en sus palabras. Pero le dolía el corazón como si él lo hubiera golpeado.


–No va a funcionar, Pedro –le dijo, apartando la mano para que no notase que temblaba–. No sé si fue hace cinco años o hace cinco semanas, pero en algún momento me enamoré de ti. Sé que va contra las reglas y me duele demasiado.


–Pau…


Pedro intentó tomar su mano de nuevo, pero ella se apartó.


–No me toques, por favor.


–Podemos hacer que funcione –dijo él en voz baja.


–Si no somos sinceros, nada puede funcionar. Tú mismo lo dijiste.


–Me equivoqué. Ahora me doy cuenta de que hiciste todo lo que estuvo en tu mano para ponerte en contacto conmigo, para darme una oportunidad de ser parte de tu vida. Sé que no querías hacerme daño contándome la verdad sobre esa llamada de teléfono.


Pau apretó los dientes.


–¿Y tú? ¿Puedes decir que has sido sincero conmigo?


–No te entiendo.


–¿Ah, no? ¿Y la mujer con la que vas a salir esta noche? ¿Tu cita a las seis con Eleanora? He encontrado la lista, Pedro. ¿Es uno de los cócteles de tu padre?


–¿Eleanora? –repitió él.


Y entonces, de repente, esbozó una sonrisa.


–La mujer con la que voy a salir esta noche es una mujer guapísima que puede mezclarse con los mejores. Incluso tiene loco a mi padre. Y espero que celebremos nuestro compromiso hoy mismo.


La última frase, pronunciada con voz ronca, fue como un cuchillo en el corazón de Paula. Todos sus sueños, sus esperanzas, sus deseos murieron en ese momento.


Atónita, vio que Pedro se desabrochaba el abrigo, bajo que el llevaba un esmoquin. ¿Un esmoquin?


En ese momento, los primeros rayos del sol aparecieron en el horizonte, haciendo brillar sus ojos.


–La mujer a la que quiero es una mujer inteligente. Al menos yo siempre había pensado eso.


«¿La mujer a la que quiero?».


Paula no se movió, no podía hacerlo. Su pulso latía acelerado y su mente eran un caos. ¿Era lo bastante valiente, lo bastante fuerte como para pensar que se había equivocado?


–Esto no va como yo había planeado, pero contigo debería haberlo esperado –dijo Pedro, esbozando una sonrisa–. Deja de intentar analizar, Paula, y escucha a tu corazón.


–Pero Eleanora… ibas a buscarla a las seis…


Él suspiró.


–Tu corazón, Pau –repitió, dando un paso adelante para no dejar espacio entre ellos y juntar sus pechos.


–No lo entiendo.


–Lo único que tienes que entender es que te quiero, Paula Chaves. Sí, somos diferentes y eso es lo que me gusta de nosotros. Nos complementamos el uno al otro, somos el yin y el yang. En cuanto al resto… Eleanora es la esposa de un famoso joyero, por eso tenía que llamarla, porque le he encargado el anillo.


–¿El anillo?


–El anillo, sí. Una promesa para la mujer con la que quiero pasar el resto de mi vida.


Paula se quedó sin aliento.


¿Un anillo? ¿El resto de su vida?


Pedro se metió la mano en el bolsillo del abrigo y sacó un anillo que brillaba como el fuego


–Espero que te gusten las amatistas y los diamantes amarillos. Cásate conmigo, Paula.


Sus palabras brillaban en el aire como las piedras preciosas que le ofrecía. Las palabras que jamás había pensado escuchar de los labios de Pedro Alfonso.


–¿Lo dices en serio? –murmuró, su corazón volando como el globo mientras miraba esos ojos de color caramelo.


–Pues claro que hablo en serio.


–¿Pero tu carrera, tu padre?


–He decidido cambiar de carrera. Ya he estado suficiente tiempo fuera del país, lejos de la gente que más me importa. He pasado esta última semana tomando decisiones y voy a dedicarme al negocio hotelero con Benja, ya que espero que seamos cuñados. Y tú tienes tu propia carrera mientras quieras. En cuanto a mi padre… –Pedro se inclinó para mirarla a los ojos–. Tú has hecho que cambie de opinión, cariño. Con tu personalidad, tu lealtad y tu honestidad. No lo denunciaste porque no querías hacerle quedar mal y él lo sabe. De hecho, ahora mismo está metiendo champán en un cubo de hielo para nosotros –Pedro le levantó la cara con un dedo–. ¿Quieres compartir el resto de tu asombrosa vida conmigo?


Paula tenía un nudo en la garganta y los ojos empañados.


–Sí –consiguió decir.


Vio cómo le ponía el anillo en el dedo y suspiró cuando los labios de Pedro rozaron los suyos, apretándola contra su torso, acariciándole la cara. Sentía como si estuviera volando…


–Enhorabuena –una voz interrumpió el momento, recordándole la razón por la que experimentaba la sensación de volar.


Paula sonrió a Jacob por encima del hombro.


–Gracias.


–Ahora que lo han solucionado todo pueden disfrutar de lo que queda del viaje y admirar la vista desde aquí.


–Gracias, Jacob –Pedro sonrió también, acariciando el pelo de Paula–. No es tan malo como había temido.


–Es maravilloso –dijo ella, apoyando la cara en su torso–. Mira, qué bonito –al oeste podían ver esa neblina azul que le daba nombre a las montañas. Al este, la ciudad de Sídney brillando al amanecer–. Siempre habías jurado que nada ni nadie te harían subir a un globo.


–Nadie más que tú –Pedro se llevó su mano a los labios para besar el anillo–. Yo esperaba que el viento nos zarandease de un lado a otro, pero es muy tranquilo.


–Porque estamos volando con la corriente, ¿verdad, Jacob?


–Así es –respondió el hombre.









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