sábado, 29 de agosto de 2015

SEDUCIDA: CAPITULO 38




Pronto estuvieron de nuevo en tierra firme, dirigiéndose hacia el jardín de una antigua mansión donde se serviría el desayuno con champán.


A lo lejos podía ver a los padres de Pedro, German, Benja con Roberto en brazos y Mariza.


Pedro hizo un gesto de triunfo con los dedos y todos levantaron sus copas. Paula se detuvo al ver que Claudio Alfonso se apartaba del grupo para dirigirse a ellos.


–Quiere hablar un momento contigo –dijo Pedro–. Dale la oportunidad de disculparse –añadió, antes de alejarse.


Paula se quedó sola con el hombre que tanto daño le había hecho. A la luz del sol parecía mayor y las arrugas alrededor de sus ojos y su boca denotaban cierto estrés.


Nunca olvidaría lo que había hecho, pero por Pedro tendría que perdonarlo.


–Felicidades, Paula.


El hombre tragó saliva antes de hablar.


–Lo siento, me equivoqué –dijo por fin, sacudiendo la cabeza–. Aquí estoy, un hombre a quien nunca le han faltado las palabras y no se me ocurre qué decir para arreglar esto.


–Acabas de hacerlo –respondió Paula, dando el primer pasó hacia su futuro suegro. Al fin y al cabo, iba a ser parte de la familia de Pedro–. Podemos hablar de ello en otro momento. ¿Nos reunimos con los demás?


Caminaron juntos, en silencio. Tal vez algún día, pronto, pensó, podían charlar como una familia de verdad.


Mariza se apartó del grupo para abrazarla.


–Ha sido tan difícil guardar el secreto durante veinticuatro horas –le dijo.


Pedro se acercó con una copa de champán en la mano.


–Feliz cumpleaños, cariño.


–Un cumpleaños que no olvidaré nunca.



****


Horas después, Paula estaba con Pedro en el spa, disfrutando del agua caliente después de un encuentro amoroso agotador.


–¿Otra copa de champán?


–Sí, por favor.


–He estado pensando… sé que a mi madre le encantaría organizar la boda. ¿Qué te parece?


–No sé, puede que yo sea menos tradicional de lo que a tus padres les gustaría.


–Ya le he advertido –dijo Pedro–. Pero me ha dicho que hará lo que tú quieras.


–No te preocupes, no quiero nada raro.


–Tengo la impresión de que vamos a verlos a menudo –le advirtió él.


–Y espera a que lleguen los nietos –dijo Paula sin pensar.


Pedro se volvió hacia ella, sus ojos brillando como joyas.


–Tendremos hijos, Pau. Si eso es lo que quieres.


–Claro que quiero –murmuró ella, parpadeando para controlar las lágrimas.


–Bueno, entonces… –su tono serio se volvió travieso cuando ella metió la mano bajo el agua y descubrió que ya estaba preparado para la tarea.


–¿Tan pronto?


–¿Cómo que pronto? –Pedro rio mientras tomaba una caja de preservativos que tiró al suelo sin miramientos–. No hace falta esperar al gran día, podemos empezar ahora mismo.








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