viernes, 7 de agosto de 2015

LA TENTACIÓN: CAPITULO 13




Terminó la cena y fue con su madre a la salita que daba al jardín donde Pamela Chaves pasaba mucho tiempo. Su madre estaba ocultándole algo y eso le preocupaba. Aunque iba a ver a su terapeuta el lunes por la mañana, no podía evitar preguntarse si habría tenido una especie de recaída. 


La sala era luminosa y espaciosa, muy distinta de la sala de la casa de su infancia. Había fotos de ella de cuando era niña en la repisa de la chimenea y las butacas y el sofá eran mullidos y cómodos. Era una habitación vivida, algo que su padre había detestado porque prefería que nada le recordara que tenía una familia.


—Estabas contándome tu viaje a París —le recordó su madre.


Ella se sentó encima de los pies con las zapatillas de estar por casa. En realidad, le parecía que no había hecho otra cosa que hablar de su viaje a París. El fin de semana anterior había pasado lo mismo y, aunque había intentado no hablar de Pedro, había acabado hablando de él y contando algunas de las anécdotas que él le había contado. 


Su madre la había escuchado con atención, no la había interrumpido casi, y ella se preguntó si habría hablado más de la cuenta.


Sin embargo, si su madre quería que le hablara más de París, lo haría. Se había acostumbrado a tratarla con mucho cuidado. Eludía cualquier cosa que fuese un poco indiscreta y siempre tenía en cuenta que su madre no era la persona más fuerte del mundo. Había sido un día soleado y en ese momento, cuando el sol empezaba a ocultarse, el jardín tenía una luz preciosa. Una salsa de carne borboteaba en la cocina y más tarde cenarían juntas. Luego, como siempre, se acostarían temprano. Mientras hablaba, su cabeza no dejaba de pensar en Pedro y en lo bien que estaría pasándoselo con esa morena de bolsillo. ¿La ópera habría sido un aperitivo previo a la comida principal? Naturalmente. 


La comida principal habría sido el dormitorio. Pedro sería vago cuando se trataba del aspecto sentimental, pero era todo lo contrario cuando se trataba del físico. Le gustaría poder apretar un botón y quitárselo de la cabeza, librarse de todos esos recuerdos que estaban amargándole la vida. No quería dejar el empleo, pero empezaba a ser una posibilidad. 


El día anterior, cuando vio a esa mujer en la oficina… Le había recordado lo fugaz que había sido ella para él


Se quedó callada y vio que su madre la miraba con los ojos entrecerrados. Sonrió e intentó acordarse de lo que estaba hablando. ¿De París? ¿Del trabajo? ¿Del nuevo novio de Lucia?


—Estás dispersa —comentó Pamela con delicadeza—. Lo estás desde que volviste de París. No será por tu jefe, ¿verdad? Parece que te ha impresionado mucho.


—¡Claro que no! —replicó ella sonrojándose—. ¡No sería tan estúpida! Ya sabes lo que pienso sobre todo eso de las relaciones después de…


—Lo sé, cariño. Después de tu padre y de ese novio espantoso que tuviste. Pero… pero no puedes dejar que eso dicte tu futuro.


—Claro… claro que no —balbuceó Paula atónita—. Es que hay que tener cuidado, es muy fácil equivocarse. Si alguna vez me comprometo en serio con un hombre, me cercioraré de que es el acertado. Mamá, tendrías que conocer a mi jefe. Tiene un montón de mujeres que le satisfacen sus necesidades hasta que se deshace de ellas y luego, diez segundos más tarde, una versión muy parecida a la anterior va tras él. Las trata como a manzanas. Se come la que le apetece y tira el resto.


—Eres demasiado joven para ser tan escéptica sobre los hombres.


Paula se mordió la lengua, pero su madre y ella se conocían muy bien y sabía que su madre estaba pensando que, si no tenía cuidado, acabaría sola porque nadie daría la talla.


—Prefiero quedarme sola que cometer un error —replicó ella con las mejillas sonrojadas.


Su madre suspiró y bajó la mirada. No le gustaba discutir, a Paula tampoco, pero tenía que ser firme. Siempre había tenido que ocuparse de las dos y, en cierto sentido, le parecía una traición por parte de su madre que le dijera que era demasiado escéptica sobre los hombres.


—¿Para qué sirve la experiencia si no aprendes nada?


Efectivamente, ¿de qué le había servido a ella? Se había dejado arrastrar por la misma oleada de deseo que arrastraba a todas las mujeres que se acercaban a Pedro


Además, no se había quedado en el deseo, había dado otro paso y se había enamorado de él. Su madre se habría angustiado si lo hubiese sabido. Pamela Chaves también se había esforzado por cultivar un escepticismo sano en lo relativo a los hombres. No tenía nada de malo, se llamaba «realidad». ¿Cuántas veces habían dicho en broma que los hombres daban más problemas que satisfacciones? Aunque para su madre había sido algo más que una broma.


Normalmente, comían en la cocina, salvo que las dos quisieran ver algo en la televisión. Aunque su madre siempre decía que comer viendo la televisión era una costumbre muy fea. Sin embargo, su madre veía mucho la televisión y había algunas series policiacas y programas de jardinería que no quería perderse. Esa noche, puso la mesa mientras su madre se quedaba en la sala haciendo un crucigrama y viendo la televisión. Había estado a punto de discutir con su madre y se sentía fatal. Ese hombre no solo se entrometía en sus pensamientos, y en sus sueños, sino que también estaba consiguiendo estropear la comunicación fluida con su madre.


Puso de golpe los manteles individuales e iba a agarrar las copas de vino cuando llamaron a la puerta. Todo el mundo usaba la puerta de la cocina, pero esa persona, fuera quien fuese, había llamado a la puerta principal. Dudó un instante, pero dejó lo que estaba haciendo y llegó a la puerta principal a la vez que su madre.


—Siéntate otra vez —casi le ordenó Paula—. Yo me libraré de quien sea.


—¡No! Quiero decir, cariño, que yo me ocuparé. No me gusta decirle a la gente que se largue. Ya sabes, es un pueblo pequeño y no me gustaría tener fama de ser antipática con las visitas.


—Mamá, si es una visita, no voy decirle que se largue, pero, si es alguien que intenta vender acristalamiento doble…


—Ya no hacen eso, ¿verdad?


Volvieron a llamar mientras divagaban y Paula, con un suspiro de desesperación, abrió la puerta y…


—¿Qué haces aquí?


Su madre estaba justo detrás de ella. Salió y medio cerró la puerta. Luego, volvió a meter la cabeza y le dijo a su madre que la visita era para ella.


—¿Quién es?


—Nadie. Vuelve a la sala y yo iré, literalmente, dentro de dos minutos.


Creyó por un instante que su madre no iba a hacerle caso, pero Pamela Chaves acabó dirigiéndose hacia la cocina después de mirar con curiosidad hacia la puerta.


—¿Qué quieres? ¿Qué haces aquí?








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