sábado, 1 de agosto de 2015
EL ESPIA: CAPITULO 29
Paula estaba frente al hombre serio de ojos grises, mirando la fotografía de lo que antes había sido una elegante casa en uno de los canales de Ámsterdam, reducida a cenizas por la explosión de una bomba.
La propietaria de la casa, Cerise Fallon, no había resultado herida en la explosión, pero según ella había dos personas más en el interior: un cliente y su hijo de siete años.
La siguiente fotografía mostraba a una bella mujer mirando la casa en llamas y sus lágrimas parecían convincentes.
—Hace dos días me preguntaste si podías enviar a Pedro Alfonso a una misión que incluía al hijo de Antonov —empezó a decir el jefe—. ¿Sabes algo de esto?
—No, no sé nada.
—¿Y esperas que lo crea?
—Nunca hablé con Pedro del asunto, no he podido ponerme en contacto con él. ¿Han encontrado los cuerpos, el del cliente y el del niño?
—No, aún no.
—¿Entonces cómo sabemos que esto no es algo que han preparado las autoridades holandesas para llevarse al niño con la cooperación de la madre?
—No lo sabemos. Solo sabemos que alguien hizo explotar un barco frente a la casa y luego lanzó una granada a la casa a través de una ventana.
—¿Una granada? —Paula frunció el ceño.
—¿Ha sido Alfonso? —insistió su jefe.
—No lo sé.
Y era la verdad.
—¿Que no hayas podido ponerte en contacto con Alfonso no te hace sospechar?
—Acaba de comprar un barco y había pensado… —Paula no terminó la frase porque no tenía sentido.
—¿Qué habías pensado?
—Pensé que sabía dónde estaba.
—Localízalo, preferiblemente esta misma noche. Hazme creer que Pedro Alfonso no ha tenido nada que ver con esto.
—Lo intentaré.
Paula no pudo localizar a Pedro, de modo que llamó a su hermana y Elena pareció alegrarse de escuchar su voz.
—Hola, Paula. ¿Qué tal?
—Será mejor que me llames señora Chaves porque esta no es una llamada social. Estoy buscando a Pedro.
—Ha salido a navegar—respondió Elena, claramente sorprendida.
—¿Estás dispuesta a jurar eso ante un tribunal?
Silencio.
—¿Si envío a los guardacostas a buscarlo lo encontrarán?
Más silencio.
—¿Hay alguna posibilidad de que pueda venir a la oficina antes de mañana por la mañana?
—¿Qué tal si yo le pido que la llame por teléfono? —sugirió Elena.
A Paula se le encogió el corazón porque cualquier esperanza de que Pedro no estuviese involucrado en esa operación se había desvanecido.
—Eso no será suficiente.
—Seguro que hará lo que pueda.
—Gracias —dijo Paula antes de cortar la comunicación.
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