martes, 11 de agosto de 2015

EL ENGAÑO: CAPITULO 6




SIMPLEMENTE estoy... estoy enferma —señaló Paula, asustada—. Es solo un dolor de estómago. Dentro de un día o dos estaré bien.


Los labios de Dan se contrajeron de forma involuntaria. 


Parecía luchar contra el terror que le producía el hecho de que ella se hubiera quedado embarazada justo cuando su matrimonio se venía abajo. Paula suplicó en silencio que no fuera cierto.


—¿Quieres decir que es imposible? —preguntó él.


—No... yo...


Ella se mordió el labio, disgustada. Y trató de recordar cuándo había tenido la menstruación por última vez. Llevaba una vida tan agitada que ni siquiera se acordaba, pero debía hacer siglos.


—No es probable. Después de todo, llevábamos semanas sin acercarnos el uno al otro.


—Pero es posible —insistió Pedro.


—¡No lo sé!


—Pero debes tenerlo anotado, ¿no?


Paula se puso muy nerviosa. Quedarse embarazada en ese momento sería un absoluto desastre. Era el peor momento. 


Pedro, por tanto, estaba horrorizado. Lo último que deseaba Paula era ser madre soltera, luchar sola por sacar a un hijo adelante.


—En mi bolso, la agenda —él le tendió el bolso sin decir palabra, con manos temblorosas y expresión feroz. Ella alzó la vista y se asustó. ¡Como si la culpa fuera suya!—. No tiene sentido que te enfades conmigo —añadió, rebuscando nerviosa.


—Tú cerciórate, ¿de acuerdo?


Ella siguió rebuscando. ¿Cómo habían llegado a esa situación? Solo unos días antes, aquella noticia los habría llenado de excitación... y de alegría. En ese momento, en cambio, Paula no sabía qué sentir. Pedro trataba de mantener la calma. Debía estar irritado ante la idea de verse atado a un niño que no quería, a una mujer a la que no amaba.


—La encontré —dijo ella abriendo la agenda de piel, observando el calendario por unos segundos, con sus días señalados, y tratando de averiguar qué podían significar.


—¿Y bien? —preguntó Pedro exhalando con brusquedad el aire contenido en sus pulmones y acercándose a examinar el calendario con el ceño fruncido—. ¿Qué significa eso? No tiene ninguna regularidad.


—Siempre he sido muy irregular —contestó ella, aterrada—. Es algo normal. El estrés, las malas comidas...


—Lo que necesito es saber cuándo tuviste la última menstruación —volvió a insistir Pedro.


—Ah... en abril, el día treinta y uno —respondió Paula—en llena de aprensión.


Él soltó de forma repentina el aire de sus pulmones y se dejó caer sobre la cama como si las piernas fueran incapaces de sostenerlo.


—Mi cumpleaños fue el siete de mayo —comentó él acto seguido.


Paula sabía a qué se refería. Aquel día habían salido juntos a comer a un restaurante de Londres para celebrarlo, y estaban tan contentos que volvieron a casa e hicieron de inmediato el amor. Unas cuantas veces. Ella se levantó nerviosa de la cama. No podía estar quieta ni un segundo más. Necesitaba hacer algo. Planchar, plantar algo en el jardín...


—Tengo que ducharme —musitó tambaleándose y dirigiéndose a ciegas al baño, mientras las lágrimas caían por su rostro.


—¿Ducharte?, ¿ahora?


—¡No es ningún crimen!


Paula ajustó la ducha para que el agua cayera con la mayor fuerza posible. Era un castigo por su estupidez. Estupidez por dejar que Pedro le hiciera el amor a pesar de haberle sido infiel, estupidez por no darse cuenta de que había dejado de tener la menstruación, y estupidez por confiar ingenuamente en un hombre que, como el resto, era capaz de engañarte en cuanto te dabas media vuelta.


Ella juró entre dientes y trató de borrar todo rastro de Pedro de su cuerpo. Se sentía herida. Por fuera y por dentro. Se echó champú y se restregó con fuerza el cuero cabelludo. Salió de la ducha rosada, rebosando limpieza por todos los poros. Lo contempló, medio mojado, y sintió sus pechos volver a la vida. Su forma de reaccionar ante Pedro la alarmó. Ya era hora de que su cuerpo viera en él un peligro



—Sal de ahí —musitó él—. Tenemos cosas que discutir. No puedes marcharte así...


—Necesitaba una ducha, me sentía sucia —se defendió Paula poniéndose el albornoz, para restregarse con fuerza las piernas.


—Pues sabes escoger bien el momento.


—Estás mojado.


—No cambies de tema.


—No tiene sentido hablar de ello, es ridículo —respondió ella secándose el pelo—. Tomo la pildora. Estábamos de acuerdo en que no tendríamos hijos durante una temporada. íbamos a trabajar hasta conseguir una estabilidad...


—Ningún método es infalible —señaló él—. Además, a principios de abril tomaste antibióticos para las anginas, ¿recuerdas? ¿Y no leí yo que los antibióticos pueden anular el efecto de la píldora?


—¡Pedro, es imposible que esté embarazada! —insistió Paula—. ¡De ser así llevaría embarazada más de dos meses! ¿Cómo no iba a haberme dado cuenta? Las mujeres sabemos intuir esas cosas...


—¿Has tenido tiempo siquiera de pararte a pensar, a intuir?


—No, hasta que tú no lo has mencionado —confesó ella, pálida. Paula dejó la toalla y volvió al dormitorio a buscar la ropa bajo la atenta mirada de Pedro. Él se había quitado la camiseta y se secaba el torso—. Bastante he tenido con seguir trabajando a este ritmo y sobrevivir, día a día.


—Bueno, pues piénsalo —sugirió él sacando una camisa limpia y poniéndosela—. Intuye. ¿Cómo te sientes?


Ella le lanzó una mirada breve y se llevó la mano al vientre. 


¿Eran imaginaciones suyas, o lo tenía significativamente 
hinchado? Su piel parecía... tersa... brillante. Paula abrió inmensamente los ojos y las miradas de ambos se encontraron.


—Es curioso.


—¿Qué es curioso?


—No sé, en realidad. No me siento... yo misma. Es como si... como si...


—Como si estuvieras embarazada —terminó Pedro la frase por ella.


—Mira —dijo Paula poniéndose los vaqueros—.Puedo abrochármelos. Es imposible que esté embarazada.


—Has estado enferma —señaló Pedro—. Apenas has comido. Podrías haber acabado con los dos.


—Así que ahora eres experto en embarazos, ¿no es eso? Está bien, lo admito, puede que esté baja de fuerzas y algo anémica...


—Y tienes todos los síntomas del comienzo del embarazo —añadió él cruzándose de brazos.


—¡No me trates así! —exclamó Paula ruborizándose, confusa y resentida ante el modo de Pedro de interrogarla.
—Lloras más de lo habitual —comentó él con frialdad, observando las lágrimas de su rostro.


—¡Tengo razones para hacerlo!


—Tranquila. Si estás embarazada tendrás que cambiar de forma de vida.


—¡Qué típico! —exclamó Paula—. ¡Tengo que empezar a vestirme con ropa grande y rosa, a beber limonada y a sonreír todo el día, mientras tú vas por ahí a tus anchas, como siempre!


—Yo no voy por ahí a mis anchas, me paso el día trabajando. Y digas lo que digas, no puedes seguir así —insistió Pedro, obstinado—. Llevas un ritmo de vida tan frenético que vas a acabar por poner en peligro la vida de mi hijo; y eso no te lo voy a permitir.


—¡También es hijo mío! —señaló ella de forma acalorada—. Y no pienso morirme de hambre. Necesito ganarme la vida, si es que tengo que mantenerlo...


—Aún no sabes si vas a tener un hijo —le recordó él, serio.


—No.


Paula no sabía qué sentir. En un sentido práctico, tener un hijo sería una pesadilla. No obstante, su sentido maternal comenzaba a despertar, susurrándole que su bebé sería maravilloso. Simplemente, no era el momento. Paula quería tener familia llegada la ocasión: quería tener un marido, un hijo o dos... lo quería todo. Lo más importante de tener un hijo era, precisamente, compartirlo con la persona amada.  Cuidarlo juntos, observarlo aprender, jugar... Pero podían pasar años antes de que conociera a una persona tan especial como Pedro. Y para entonces ella sería demasiado mayor, y tendrían que hacerle la inseminación artificial...


—Te has abrochado mal la camisa —comentó él.


Paula alzó la vista, confusa, alterada y deseosa, con el corazón en un puño. Pedro se acercaba a ella, alargaba una mano, desabrochaba los botones. Ella tenía los nervios de punta. Había sido un error mirarlo a los ojos. La profundidad de su mirada la arrastraba hasta lo más hondo, y la sensualidad de sus labios la atraía debilitando sus defensas. Paula alzó una mano y, de forma milagrosa, logró detenerlo.


—Puedo hacerlo sola —respiró ella asombrándose de su voz ronca.


Tenía que detener a Pedro. Conocía esa mirada. Era puro deseo. Y ella no deseaba otra cosa que yacer en sus brazos, experimentar una vez más la sensación de aquella nueva pasión que habían descubierto. Pero tenía que reprimirse por su propio bien. Algo en los ojos de Paula hizo comprender a Pedro que ella había tomado una decisión.


—Bien, entonces adelante —contestó él desafiante, inmóvil.


—Escucha, Pedro, tienes que dejar de hacer eso —dijo ella vacilante y excitada—. Todo ha terminado.


—¿En serio?


—¡Sí! ¡Sabes muy bien que sí!


—Entonces, ¿cómo explicas lo que ocurre cuando estamos juntos?


—No tengo respuesta. Pero estoy decidida, hablo en serio. Solo que mi cuerpo sigue funcionando como antes. Pero no tardará en captar el mensaje. No me gusta mi forma de reaccionar ante ti, pero no es más que una reacción física, nada más. ¡Y tu actitud es completamente intolerable! ¿Por dónde íbamos?


—Tratábamos de descubrir si estás embarazada. ¿Cuántas copas has bebido esta noche?


—Solo un vaso, y unos cuantos sorbos del segundo... ¡Dan! Si estoy embarazada, ¿podría haber...?


—No, no lo creo. Eso no es nada.


—Pero además... tú y yo hemos... —añadió Paula, nerviosa. Habría sido incorrecto decir que habían hecho el amor—... hemos tenido sexo. Si... si hemos puesto en peligro al bebé y lo he perdido, jamás te perdonaré.


—No me he comportado de un modo brutal, lo hice con suavidad, ¿no? Estoy seguro de que no tiene importancia.


—¡Yo, no estaría tan segura! No quiero que el bebé sufra sólo porque tú eres incapaz de quitarme las manos de encima.


—¡Eso es cruel, Paula! —exclamó Pedro, airado.


—¡Es lo que siento! —añadió ella arrepintiéndose de inmediato—. Lo siento... lo siento.


—Dios, yo también. Los dos somos responsables de lo ocurrido.


—Sí —respondió Paula tapándose la cara con las manos—. Acepto mi responsabilidad. ¡Oh, Pedro!, ¿qué vamos a hacer, si sucede lo peor? ¿Cómo vamos a ser capaces de perdonarnos, si el bebé nace... deforme?


—No tiene sentido pensar en algo que aún no ha sucedido. Lo primero es descubrir si estás embarazada. Concertaré una cita con el médico.


—No... —gritó ella, que prefería no enfrentarse a la verdad—. No tenemos médico; me haré un test.


—Aún así, tendrás que ver a un médico —señaló Pedro—. Hay uno en la ciudad, a un kilómetro de aquí. He visto la placa al pasar.


—No.


—Debes ir —insistió él—. Los dos necesitamos saberlo.


Pedro.. tengo miedo.


La expresión de los ojos de Pedro era indescifrable. Por un segundo, él se quedó contemplando la figura de Paula. 


Luego se encogió de hombros.


—Es inútil, no podemos hacer nada.


En su irracionalidad, ella deseó que Pedro la tomara en brazos y le prometiera que siempre estarían juntos, que le dijera lo mucho que se arrepentía de haberla engañado. Ese gesto hubiera bastado para perdonarlo, porque Paula sabía que él siempre se había sentido rechazado, que su vida siempre había carecido de afecto. Los dos habían cometido un error creyendo que su amor podría sobrevivir a cualquier crisis. Pero era natural que ese amor necesitara cuidados, no abandono. Demasiado tarde, reflexionó Helen.


—¿Qué vamos a hacer si estoy embarazada?


—Eso es asunto tuyo. Yo solo te pido que me dejes libre acceso para ver al niño.









2 comentarios:

  1. Ayyyyyyyy, qué fuerte es esta historia x favor. Me gustaron los 3 caps.

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  2. Asunto tuyo??? estoy odiando la actitud de Pedro! es que Paula no tiene motivos para no confiar después de lo que vio??? Aunque sea una trampa en la q cayeron ambos debería ser más comprensivo y tratar de hacerle creer en él! Muy buenos capítulos!

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