viernes, 14 de agosto de 2015

EL ENGAÑO: CAPITULO 15




A FÍNALES de verano y principios de otoño comenzó a llover. Paula apenas veía a Pedro, más que cuando la llevaba de compras o en las raras ocasiones en que ella le pedía un favor. No obstante, los contactos entre ambos eran como una pesadilla: una mezcla de agonía y placer, de sed y desesperación. La tensión entre ellos era patente. Ambos trataban de mantener una actitud civilizada y neutral, mientras las pasiones se desataban en su interior. Él se mostraba ansioso, alterado ante la posibilidad de que su deseo por Paula lo arrastrara, haciéndolo flaquear, y ella... ella no deseaba otra cosa que la abrazara, que la estrechara con ternura, que la amara.


Cada vez que él la miraba, Paula contenía el aliento preguntándose cuándo rompería su promesa de celibato... o cuándo la abrazaría como a una amiga. Pero Pedro no hacía ninguna de las dos cosas. Él se mostraba agresivo, incluso consigo mismo, y ella pensó que la esperanza de salvar su matrimonio era cada vez menor.


Paula seguía tratando de seducirlo, luciendo tops provocativos y enseñando las largas piernas que Pedro siempre había adorado, pero él objetaba cualquier excusa y se marchaba. Un día se quedaron definitivamente solos. Los obreros terminaron su trabajo y se despidieron. La casa quedó magnífica, perfecta, sin embargo, ¿para qué? Tenían la casa de sus sueños, pero sus vidas estaban vacías.


Un día, durante una clase de preparación para el parto en Lewes, Paula se quedó observando su abultada barriga de seis meses, y pensó que Pedro jamás volvería a encontrarla atractiva. A pesar de lo que la gente dijera, sus días de Mata Han habían terminado. El había dejado muy claro que no la amaba y, por fin, había perdido todo interés físico hacia ella. Si permanecía en Deep Dene, era solo por los bebés. Pero para Paula esa razón no bastaba.


Junto a ella, Kirsty practicaba la respiración tendida en una colchoneta, ayudada por su marido, Tomas. Ambos reían a menudo, se tocaban y se miraban el uno al otro como si el resto del mundo no existiera.


—¿Cuándo va a venir tu marido? —preguntó Kirsty entre respiración y respiración—. Me muero por conocerlo, es un tipo impresionante. Lo vi esta tarde, cuando vino a traerte.


Pedro no tiene jefe, sino su propio negocio. Se ha acostumbrado a trabajar veinticuatro horas al día. Ahora no puede parar —contestó Paula sonriendo con debilidad, evadiendo la cuestión.


—No pretendo inmiscuirme —volvió a comentar Kirsty cuando la clase hubo terminado, mientras Tomas iba a por los abrigos—, pero deberías decirle a tu marido que viniera. Creo que necesitas su apoyo más que ninguna de nosotras. Dile que el dinero no es lo más importante. Tomas quiso aceptar un segundo empleo cuando me quedé embarazada, pero yo me negué. Prefiero que siga con la ruta, repartiendo leche, y vuelva a casa pronto para estar conmigo.


—Sí, se lo diré cuando venga a recogerme. Escucha... me gustaría que nos viéramos otro día. ¿Quieres que quedemos para comer?


—¡Estupendo! —respondió Kirsty—. Estoy harta de permanecer en casa por culpa de la lluvia. Este verano apenas hemos visto el sol. Menos mal que vivimos en un alto, si no, la casa se habría inundado. ¿Y tú?, ¿qué haces cuando hay inundaciones?


—Nosotros también vivimos en un alto, por suerte. Pero este verano quedamos incomunicados cuando el río se desbordó, inundando el pueblo y anegando la carretera que lleva a casa. Pedro compró un coche con tracción a las cuatro ruedas. Sin él, habríamos tenido problemas.


—¿Sabes qué? Dentro de dos semanas será la fiesta de Bonfire Night —explicó Kirsty—. Mi balcón da a la calle principal de Lewes, se ve de maravilla. ¿Has ido alguna vez?


Paula había oído hablar de aquella famosa fiesta. Miles de personas se acercaban al mercadillo del pueblo el día quince de noviembre, conmemorando la fecha en que Guy Fawkes trató de volar el Parlamento y el palacio del rey de Inglaterra, cuatrocientos años antes. La fiesta era espectacular.


—No. Pedro siempre ha querido ir, pero nunca hemos tenido tiempo...


—Pues merece la pena. Con gemelos a la vista, será vuestra última oportunidad en una buena temporada. Tráete una botella y algo para picar; lo veremos desde mi balcón. Tomas pertenece a la peña de los Bonfire Boy...


—¿A qué? —rió Paula.


—Hay muchas peñas asociadas a la fiesta —explicó Tomas saliendo al porche—. Te apuntas, pagas la suscripción y quemas tu falla con tu peña. Esa noche se hace una colecta y el dinero se da luego a la caridad...


—Es una tradición —lo interrumpió Kirsty—. Tomas es pirata. Apuntaremos a nuestro hijo en cuanto nazca, si es que encontramos un parche para él. ¡ Deberías ver a los guerreros zulúes! ¡Es increíble! La calle se llena de antorchas, la gente baja con toneles y hay bandas de música...


—¿Y si llueve? —preguntó Paula. —Da igual. Además, quizá para entonces haya dejado de llover. Aún faltan dos semanas —contestó Kirsty—. ¿Vendrás?


—Me encantaría —contestó Paula de forma impulsiva, comprendiendo que necesitaba distraerse—. No sé si Pedro podrá venir, pero quizá pueda convencerlo.


—Bien, entonces será mejor que llegues a Lewes antes de las seis de la tarde, porque luego lo cierran al tráfico. Aparca en una calle secundaria, habrá mucha gente. Toma, esta es mi dirección —añadió Kirsty tendiéndole un pedazo de papel—. ¡Tienes que venir! ¡Hasta pronto!


Paula se despidió contenta. Cuando Pedro apareció en el coche, apenas pudo esperar a contárselo.


—¿Te encuentras bien? —preguntó él con su acostumbrada frialdad.


—Sí, en realidad estoy de maravilla. Él desvió la vista, sorprendido. Entonces, Paula comprendió que hacía mucho tiempo que no estaba tan contenta.


—¿Te ha gustado la clase?


—Bueno, no exactamente, pero he hecho una amiga. Una madre. Kirsty. Ella y Tomas, su marido, me han invitado a ver la fiesta de Bonfire desde su terraza, que da a High Street. Dice que tiene unas vistas fabulosas. No puedo desperdiciar la oportunidad.


—¿Piensas ir sola?


—Sí, será mi última oportunidad antes de que nazcan los niños.


—¿Y piensas ir conduciendo para volver luego a altas horas de la noche?


—Bueno, eso había planeado.


—No me parece bien.


—Voy a ir, Pedro —afirmó ella, resuelta—. ¿O piensas encerrarme en el armario?


—Prefiero llevarte y volver a recogerte.


—Imposible, cierran el tráfico en Lewes. Si te preocupa que vuelva sola a altas horas de la noche, tendrás que venir conmigo. A Kirsty no le importa, se muere por conocerte —comentó Paula—. Pero tranquilo, no tendrás que quedarte con nosotras. Saludas con educación y desapareces. Tomas asiste al desfile, así que tampoco estará. Nos lo pasaremos bien las dos solas. Haz lo que quieras, Pedro. Yo voy a ir y no pienso ceder.


—Está bien, no me dejas elección —musitó él.


Paula se puso nerviosa pensando en que Pedro estaría con ella esa noche, aunque solo fuera durante un cuarto de hora. 


El deseo sexual parecía haberse desvanecido entre ambos. 


Los dos se mostraban tan fríos que ella no podía dejar de preguntarse si soportaría sus comentarios indiferentes.


Él condujo en silencio, bajo la lluvia. Parecía tenso, molesto por el hecho de que ella lo forzara a asistir a la fiesta. Al abrir la puerta y cederle el paso, preguntó con frialdad:
—¿Necesitas algo?


—No, gracias. Estoy destrozada, me voy a la cama.


—¿Te duele la espalda?


—Un poco —suspiró Paula—. No es de extrañar con el peso que tengo que soportar. De no haber visto la foto de la ecografía, pensaría que tengo toda una manada de monos en el vientre.


—Hasta mañana, que duermas bien —se despidió Pedro con expresión helada, dándose la vuelta.


—Buenas noches.


Él vaciló, pero se dirigió a su despacho. Mientras encendía el ordenador pensó que podía haber puesto una mano sobre el vientre de Paula para notar el movimiento de los bebés. 


Necesitaba con desesperación sentirse cerca de ellos, pero no se atrevía a tocarla.


Las últimas semanas habían sido una prueba para él, había estado a punto de ceder en muchas ocasiones. Su deseo por Paula había crecido hasta tal punto que se negaba siquiera a tocarla, aunque fuera lo mínimo. Prefería zambullirse en el trabajo y darse una ducha fría, mostrándose brusco y distante con ella.


Pero era inútil. Cada vez que la miraba, su cuerpo reaccionaba. Seguía sintiendo deseos de estrecharla entre los brazos, de acariciarle la espalda, de murmurar palabras eróticas a su oído y oírla reír. El deseo sexual era difícil de reprimir. Además, Paula tenía un aspecto increíblemente sensual en ese momento, con su amplio vestido rojo, ocultando el embarazo, que llevaba con orgullo y gracia. 


Todo en ella resultaba tentador.


Un piso más arriba, Paula se movía por el dormitorio. Pedro podía oírlo desde el despacho. Estaba sentado delante del ordenador, soñando con ella. De pronto, oyó el ruido de algo rompiéndose y, al mismo tiempo, un grito. Él salió presuroso del despacho y subió las escaleras de tres en tres.


—¡Paula, ya voy! —gritó Pedro temiéndose lo peor. Se asustó al verla en el suelo, con una mesa y fotografías tiradas por la alfombra—. ¡No te muevas! Llamaré a una ambulancia...


—¡No, por el amor de Dios! —gritó ella sentándose—. No me he caído, Pedro, estaba en el suelo. Estoy bien, de verdad. Detesto que me veas así, hecha un desastre.


Paula estaba casi desnuda. Una sencilla seda cubría escasamente su cuerpo. Él tragó, sobrecogido, sintiendo su cuerpo reaccionar mientras su mente dejaba de pensar. La respiración se le aceleró, de pronto tenía la boca seca... 


Eran los síntomas habituales.


—¿Y qué hacías en el suelo?


—Ejercicios con las piernas —explicó ella—. Creo que lo hice con excesivo vigor y tiré la mesa. Lamento que hayas tenido que subir para nada, estoy tan torpe...


—No, no estás torpe —la contradijo Pedro, a quien le costaba encontrar las palabras—. ¿Seguro que no te has hecho daño?


—No —rió Paula—. Solo mi orgullo está herido. Grité porque me asusté, pero no me he hecho daño. En serio...


—¿Te... te encuentras bien?... quiero decir, ¿los niños...?


—Ellos también están haciendo ejercicios con las piernas —sonrió ella—, ¿Quieres sentirlo?


—No... no creo que...


—Deja ya de pensar, Pedro, y haz lo que deseas. Son tus hijos. Salúdalos.


Él estaba desesperado por hacerlo, pero reprimió el entusiasmo y, adoptando la actitud de un médico, posó la palma de la mano donde ella le indicaba. Algo, una mano, un pie, se movió dentro del vientre de Paula. Pedro sintió que su corazón rebosaba de amor. Acarició la piel con delicadeza, maravillado, y se inclinó para besarla. En silencio, saludó a sus hijos y les prometió ser un buen padre, quererlos con todo su corazón.


Apoyó la mejilla sobre el abdomen y lo acarició con ternura mientras ella enredaba los dedos en sus cabellos. Resultaba alucinante que Paula y él hubieran creado a aquellos dos seres. La sola idea le produjo un vuelco en el corazón. Pedro besó con veneración cada centímetro de aquella piel, repitiendo una y otra vez en silencio su promesa.










3 comentarios:

  1. Pero es boludo, o practica Pedro, se muere de amor x Paula. ¿Por qué actúa de esa forma? Juro que no lo entiendo.

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  2. Aiiii q impotencia me da Pedro!!! Si tanto la ama, xq no se esforzó un poquito más para convencerla d q no la engaño??!!, me da bronca su actitud! Jaja espero el prox ansiosa bsoos @GraciasxTodoPYP

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  3. Definitivamente no entiendo la cabeza de Pedro! por qué mantenerse frío con Pau si la ama? tanto le duele q no le haya creído? Si la amaría en serio pelearía por demostrarle q es inocente, y más en la situación en que están!

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