jueves, 13 de agosto de 2015

EL ENGAÑO: CAPITULO 12




Los días fueron pasando. Pedro se marchó a vivir a Londres y un día, al volver a casa, Paula se encontró con que se había llevado todas sus cosas. Aquello le produjo un shock. 


Había desaparecido todo rastro de él. Pero era algo temporal, recordó. A finales de enero, cuando naciera el niño, lo tendría de nuevo en su cama.


Paula tardó dos semanas en encontrar a una persona que la sustituyera en el trabajo y marcharse. Entonces el tiempo comenzó a transcurrir más lento porque, excepto por los obreros, pasaba el día sola en Deep Dene. Pedro llenaba todas sus noches. Ella lo echaba muchísimo de menos, y esperaba con ansia sus dos llamadas diarias.


—¿Paula? Soy yo.


—Hola —murmuró ella por teléfono, seductora.


—¿Qué tal estás?


—Estupendamente.


—¿No echas de menos... el trabajo?


—Es curioso, pero no —contestó Paula—. Me siento como si acabara de salir de la cárcel. Puedo concentrarme por completo en el bebé y en la casa, estoy leyendo cosas increíbles sobre la maternidad.


—Además, con los obreros, no te falta entretenimiento en casa, supongo.


—No, mantenemos largas conversaciones —rió Paula—. No hago más que prepararles té y galletas; están tan agradecidos, que trabajan más. Son muy amables. No me dejan hacer nada en el jardín. En cuanto me ven, salen a ayudarme.


—No me sorprende, serías capaz de engatusar a toda Inglaterra. Además, les pedí que te vigilaran.


—¿En serio, Pedro?


—Sí, no quiero que te esfuerces y que el bebé salga perjudicado. Pero, dime — continuó él—, ¿comes bien, o sigues con tus comidas apresuradas?


—No, tengo la nevera llena de fruta y verdura, estoy hasta arriba de vitaminas —aseguró Paula—. Me siento más saludable que nunca. ¿Y tú?, ¿sigues con los sandwiches?


—No te preocupes por mí. ¿Qué hay del escáner de mañana?


—No es un escáner, sino una ecografía —informó ella—. ¡Estoy tan nerviosa, Pedro! Por fin veré al bebé, incluso tendré una foto. ¡Estoy impaciente! Pero supongo que no podrás acompañarme, ¿no?


—No, estoy en York, es imposible. Pero guarda una copia de esa foto para mí. Ahora debo colgar. Hablaremos mañana. Adiós.


El hospital estaba a media hora de camino. Paula llegó tarde porque le habían dicho que siempre había que esperar. 


Bebió mucha agua y se sentó junto a otra mujer embarazada, con otros tres hijos. Después de observarla luchar con ellos, volvió a plantearse la idea de tener cuatro.


 Quizá bastara con dos. La enfermera la llamó y Paula la siguió.


—Mi santuario —comentó la enfermera cerrando la puerta de la consulta tras ellas.


—¿Es siempre así?, ¿con tanto alboroto?


—No, a veces es peor —admitió la enfermera—. Bien, vamos a examinarte. ¿Vienes sola?


—Sí —asintió ella—. Mi marido está en York.


—¡Qué suerte!


Paula se tumbó sobre la camilla, contenta, pensando que pronto vería a su hijo. Ni siquiera el nervioso doctor, con sus gestos apresurados, logró arrebatarle el entusiasmo. Hasta el instante de ver con claridad la pantalla. Entonces se quedó helada. Las enfermeras y el médico le hablaban, pero ella apenas los oyó. Con los ojos muy abiertos, horrorizada, asintió como si entendiera, solo para que la dejaran en paz.


Alguien la hizo levantarse de la camilla, le dio las fotos y le dijo que se vistiera. Paula lo hizo con manos temblorosas, luchando con los botones del vestido amarillo. Tenía que volver a casa, llamar por teléfono a Pedro.


—¡Oh, Dios! —gimió en voz baja, saliendo de la consulta a toda prisa.


Atónita, con un fuerte shock, esperó en la parada del autobús. ¿Qué hacer? Necesitaba a Pedro. Cuanto antes. Desesperadamente.


Pedro jamás había conducido de manera tan alocada en toda su vida pero en aquella ocasión, al escuchar los gritos y llantos de Paula, estuvo a punto de saltarse unas cuantas normas de tráfico. No controlaba del todo sus movimientos, sus reflejos no respondían como debían y estaba muerto de pánico. Eso fue lo único que lo obligó a mantener la velocidad al límite permitido. Le llevó horas llegar a Deep Dene y no alcanzó su destino hasta el anochecer. Pedro sabía que ella se había hecho una prueba aquel día, y no hacía falta ser muy inteligente para comprender que algo iba mal. Por teléfono, Paula no había podido explicarle lo sucedido; solo había pronunciado unas cuantas palabras incoherentes.


—¡Paula! —gritó abriendo de golpe la puerta de casa.


Dentro, el silencio era total. El corazón de Pedro dio un vuelco. La buscó y la encontró en el salón. Muda, con el rostro lleno de lágrimas. Él se paró en seco. La observó ponerse en pie y tratar de hablar. La expresión de su rostro lo paralizó.


—¡Eres un bruto! ¿Cómo has podido hacerme esto?


—¿El qué?


—¡Esto!


Al borde de la histeria, Paula le tendió algo con brusquedad. 


Pedro se acercó a grandes pasos. Era una copia de la fotografía de la ecografía, en blanco y negro. Él se quedó boquiabierto. Todas las células de su cuerpo se congelaron al instante. No era un bebé, sino dos.












3 comentarios:

  1. Uyyyyyyyyyy, y ahora?????? No entiendo del todo lo que pretende Pedro, vivir bajo el mismo techo pero separados?? Y qué hay del amor que se sienten???

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  2. Muy buenos capítulos! Son 2!!! Wow! Aunque sigo sin entender la actitud de Pedro! como pretende sobrellevar lo que propone! una locura convivir así!

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