jueves, 13 de agosto de 2015
EL ENGAÑO: CAPITULO 10
Pedro estaba tenso, era obvio. Por supuesto, la idea no le gustaba. Los hombres siempre se mostraban muy posesivos, incluso con las ex esposas. Además, él detestaba la idea de que un padrastro pudiera tener más influencia sobre su hijo que él.
—Sé que la situación es violenta, pero no podemos fingir que nuestras vidas siguen igual —añadió ella suavizando el tono de voz, con cierta simpatía hacia él.
—Soy perfectamente consciente de ello. Dame un minuto, estoy pensando —musitó Pedro sacudiendo impaciente una mano, haciéndola callar.
Paula se encogió de hombros y esperó. El mero hecho de que no se dieran la mano, de que no se agarraran el uno al otro, la ponía triste. Ella tenía treinta años, Pedro treinta y cuatro. Durante los últimos dieciséis habían sido amigos, amantes, compañeros, almas gemelas. De pronto, era como si todos aquellos años no existieran. Resultaba demasiado cruel que el destino los hubiera separado precisamente en aquel momento tan especial. Pero debía aceptar lo ocurrido y seguir adelante. No era la primera mujer que se hallaba en esa situación, y tampoco sería la última.
—¡Buenos días!
Sorprendidos, Paula y Pedro observaron el rostro sonriente de un extraño que los saludaba. Estaban en el centro del pueblo. Más allá del estanque de patos se levantaba una iglesia, en un alto. Era antigua, serena, un santuario de paz.
Reconfortada, ella decidió que haría suya esa iglesia, que su hijo sería bautizado allí. Y que ella también sobreviviría.
Como fuera. Paula se aferró a la débil esperanza de un futuro mejor, feliz. Gozaría de muchas alegrías con su hijo.
De pronto pensó que, durante años, había vivido con prisas, trabajando, ciega ante aquellas pequeñas cosas al alcance de la mano.
—Allí hay un banco, sentémonos —sugirió Pedro—. Este niño es muy importante para mí.
Paula desvió la vista hacia él. Seguía rígido. Se sentía incapaz de adivinar su estado de humor, sus intenciones. Y eso le daba miedo. ¿Lucharía contra ella para obtener la custodia del niño?
—¡Y para mí!
—Tú sabes cómo fue mi infancia.
—Sí, Pedro. Lo sé.
—Entonces comprenderás por qué no quiero que nuestro hijo sufra a causa de nuestra situación.
—No, no sufrirá —afirmó ella parpadeando, incapaz de comprender a dónde quería llegar—. Ahora estamos enfadados, pero cuando nazca el niño estaremos más tranquilos. Estoy segura de que para entonces seremos amigos...
—Eso no es lo que quiero.
—¿Es que quieres que sigamos enfadados, luchando?
Pedro miró a lo lejos. Era evidente que se sentía muy desgraciado. Paula sintió lástima por él. Lo sentía tan cercano, y al mismo tiempo tan lejano... Pero la distancia que los separaba era infranqueable.
—Quiero que mi hijo tenga padre y madre —afirmó él.
—¡Por supuesto!
—No me refiero a padres biológicos, sino a padres que lo compartan todo en la vida.
—¿Tú y yo? ¡Sabes que eso es imposible!
—Hay un modo —afirmó Pedro girándose hacia ella—. Tiene que haberlo. No estoy dispuesto a conformarme con menos.
—Pedro...
—¿Es que necesitas que te lo diga palabra por palabra? ¡No quiero que mi hijo sufra lo que sufrí yo! Es tan simple como eso.
Él no podía soportarlo. Su mente estaba plagada de dolorosos recuerdos. Paula lo había obligado a recordar cosas enterradas mucho tiempo atrás: la ausencia de su padre, que había abandonado a su madre al quedarse embarazada... Pedro jamás había conocido a su padre, ni jamás lo había deseado. Sin embargo, sí había deseado el amor de un padre. Durante su triste y silenciosa infancia, había visto envejecer a su madre, trabajando día y noche para mantenerlos a ambos. A veces, por las noches, se había despertado al oírla llorar, sin poder hacer nada excepto portarse bien, lavarse, preparar la cena, evitar ser un estorbo y sacar buenas notas. Durante años. Pedro había echado de menos los abrazos de su madre, su atención, sus alabanzas. Sin embargo, jamás se lo había dicho, porque ella vivía como una autómata. Él solo era un estorbo. Debía quedarse en un rincón, marcharse a su habitación, mantener la boca cerrada. Entonces conoció a Paula, De pronto Pedro se dio cuenta de que ella estaba hablando.
—... excepto porque no es la misma situación, Pedro. No es como cuando eras niño. Yo sí tendré dinero, no como tu madre. Tengo ahorros, y tú también tienes seguridad financiera...
—¡No comprendes! —gritó él con apasionamiento—. Jamás comprenderás porque no lo has vivido. ¡Yo quería tener padre! Quería tener una madre, no una colección de familias de acogida. Quería amor, alguien que se preocupara por mí. El dinero no es importante, es la seguridad emocional lo que cuenta.
—Yo puedo dársela —replicó Paula con cabezonería.
—¡En lo que a mí respecta, jamás será suficiente para mi hijo! —aseguró Pedro—. Yo lo he vivido, ¿recuerdas? Escúchame, trata de entenderme. Cuando murió mi madre y me vi obligado a vagar de familia en familia, no hacía más que soñar con lo que tenían otros niños: un padre, una madre que me escuchara día a día, que me apoyara, que me quisiera, aunque discutiéramos... Supongo que no tiene nada que ver con la realidad, que muchos niños crecen felices con un solo padre, pero no es eso lo que quiero para mi hijo. No puedo permitirlo, Paula —afirmó él con voz trémula—. Lo último que querría en mi vida sería que mi hijo tuviera que crecer sin dos padres...
—¡No será así! —protestó ella—. Te repito que tú estarás allí. Puedes venir a verlo siempre que quieras...
—No es eso lo que quiero.
—¿Qué estás sugiriendo, Pedro? —preguntó Paula abriendo enormemente los ojos, aprensiva.
—Comencemos por el principio. Dices que quieres evitar la polución y el estrés, que quieres criar a nuestro hijo de la manera más saludable posible.
—Sí, ¿y?
—Yo también. Por eso Deep Dene es el lugar ideal —afirmó Pedro.
—No podría estar más de acuerdo —aseguró Paula—. Además, tengo que confesarte algo. Hace tiempo pensaba que Deep Dene era el último lugar del mundo en el que querría vivir. Lo detestaba, en serio. Trataba de acostumbrarme porque sabía que era lo que tú deseabas, pero ahora lo adoro. Es justo lo que deseo para nuestro hijo —sonrió ella—. Me encanta este pueblo, esta forma de vida... no sé cómo voy a compaginarla con el trabajo, pero...
—A eso quería llegar —la interrumpió Pedro—. Quiero que vivas en Deep Dene porque deseo que nuestro hijo crezca aquí. Es lo que siempre he soñado.
—Pues te va a costar marcharte —observó Paula, vacilante.
—Me costaría si tuviera que hacerlo —contestó él—. Paula, yo quiero entablar un lazo con mi hijo mucho más fuerte de lo que tú imaginas. Lo que te estoy sugiriendo evitaría tener niñeras y todo eso. No quiero ser una simple visita para mi hijo, ¿comprendes? Quiero compartir su rutina, sus problemas diarios, los momentos importantes de su vida.
Ella se quedó mirándolo. Poco a poco comenzó a comprender. Pedro solo podía estar sugiriendo una cosa: que comenzaran de nuevo, que salvaran la distancia que los separaba y volvieran a formar una familia. Pero por mucho que ella lo deseara, no estaba segura de que fuera a funcionar. Él la había engañado, y quizá volviera a hacerlo una segunda vez. El riesgo era innegable. A pesar de todo, quizá Pedro estuviera arrepentido de verdad. Paula se mordió el labio tratando de controlarse, de no dejarse llevar por su corazón, que la urgía a aceptar la oferta y perdonarlo.
—No estoy segura.
—Deseo esto más que ninguna otra cosa en la vida —afirmó Pedro con voz ronca.
Si ella rechazaba sus disculpas, seguirían siendo enemigos para siempre, porque él jamás perdonaría su cobardía. El futuro de Pedro, el de su hijo, el suyo, estaban enteramente en sus manos.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario