domingo, 30 de agosto de 2015

ATADOS: PROLOGO







Las Vegas, hace once años.


—Ahora vengo, salgo a dar una vuelta —dijo Paula sus amigas.


Recibió por respuesta un sí a coro pero ni siquiera la miraron, tan concentradas estaban en la mesa de los dados. 


Había bebido más de lo que acostumbraba y necesitaba salir a tomar el aire.


En cuanto cruzó la puerta, el calor la azotó a pesar de que pasaban de las dos de la madrugada. ¿Qué reencarnación hortera de Cleopatra decidiría montar una ciudad cuyo lema era la decadencia en medio de un desierto? Intentando que se le pasara un poco la borrachera se aseguró de que podía caminar sin zigzaguear y comenzó un paseo calle abajo.


Y lo vio. O iba peor de lo que pensaba y el alcohol le estaba gastando una jugarreta o era el destino quien se reía de ella. 


¿Qué hacía Pedro Alfonso allí, esa noche, y enfrente de ella?


—¡¿Pedro?! —lo llamó por inercia, arrepintiéndose al instante.


Pero era tarde, la había oído y se giró para buscar quién lo llamaba con aquella sonrisa que hizo que a Paula se le volvieran las piernas de mantequilla. Y cuando la vio su cara reflejó también genuina sorpresa. Y algo más que no supo descifrar.


Pedro escuchó que lo llamaban en su propio idioma, que alguien pronunciaba su nombre correctamente, y se volvió sonriente. Cuando la vio pensó que no era posible. Ella: Paula Chaves. Estaba allí, frente a él. Se le acercó, olvidando sus amigos.


—¿Paula? —le costaba creerlo—. ¿Eres tú?


—Depende —le respondió.


Pedro se dio cuenta de que ella llevaba unas copas de más. También él, así que si la conversación se torcía siempre podría escudarse en el alcohol o rezar para que ella no lo recordara. Se sintió ligero en su presencia por primera vez.


—¿De qué depende?


—De para qué quieras saberlo —le respondió coqueta.


¿Estaba coqueteando con él? Imposible. Paula era una chica dura y solía ignorarle. ¿Tanto había bebido para creer que sí?


¿Estaba coqueteando con él?, se preguntó también Paula.


Si no era capaz de pronunciar tres palabras seguidas sin tartamudear cuando él estaba cerca. ¿Tanto había bebido para superar sus complejos? Al parecer sí. Así que continuó animada, viendo que él callaba y no solo no se marchaba sino que además no le quitaba los ojos de encima.


—Si es por simple curiosidad, entonces no, no soy Paula y tú no me conoces, pues en realidad trabajo para el gobierno y estoy en una misión secreta. —Sonrieron ambos—. Si es porque tienes algún interés, dependerá del interés.


Pedro disfrutaba con su ingenio.


—¿Y si no fuera simple curiosidad? —Su voz sonó precisamente a eso: a mucho más que curiosidad.


Y aquel tono apenas ronco, y los cubatas que llevaba en el cuerpo, la volvieron atrevida.


—Si tu interés es meramente académico, de acuerdo, sí soy Paula Chaves. Pero... —bajó la voz—, si tu interés va más allá, puedo ser quien tú quieras.


Y con una sonrisa que pretendía desmentir el tono sensual de su voz para no ser tan obvia, se acercó a él y le pasó con descuido la mano por su hombro y su pecho.


La miró con hambre y sintió que su mano temblaba sobre su ancho pecho y que se le aceleraba la respiración. Se miraban como hipnotizados.


—Hey, ¿vienes o no?


Sus amigos llamaban entre risas desde la otra acera pero la miraban a ella.


Paula volvió a acariciarle el pecho dejando claras sus intenciones y le preguntó con voz suave en el oído.


—Excelente pregunta. ¿Vienes, o no?


Dejó de respirar. Y también ella cuando supo que se irían juntos.


—Seguid sin mí.


Su pandilla silbó, gritó alguna obscenidad y desapareció.


—¿Y bien? —le preguntó más seguro, pasándole la mano por la cadera—, ¿dónde vamos?


Pareció pensarlo unos segundos. Le sonrió, retadora.


—Esto es Las Vegas, ¿no? Pues juguemos.


—¿Quieres jugar,Paula?


—A doble o nada —replicó sin saber a qué apostaba y sin importarle tampoco.


—De acuerdo. Si gano yo…


—Ganaré yo —le respondió presuntuosa—. Y cuando lo haga tú y yo cometeremos una locura.


La miró de arriba abajo despacio y subió de nuevo la mirada hasta volver a sus ojos.


—Si perder es una locura contigo… Juguemos. —Le tendió la mano y ella la cogió, dejando que se la envolviera con la suya.


Y se dejaron llevar por el alcohol, la noche, Las Vegas y la locura.







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